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En los sucesos provocados por los desmanes de los almagristas y en la subsiguiente rebelión de Gonzalo Pizarro, su papel fué el de que da cuenta en su Diccionario Histórico el General de Mendiburu

Cuando ocurrió el trágico fallecimiento del Marqués, Francisco de Ampuero sería hombre de no menos de treinta años de edad, si se consideran su condición de capitán de milicias y regidor de la villa, y de haber merecido la honra de que el Emperador Carlos V le escribiera en 1540 recomendándole que ayudase al Licenciado Vaca de Castro en la comisión que trajo al Perú, cosa que, de seguro, no hubiese hecho el César tratándose de persona menos caracterizada.

Doña Francisca Pizarro, su futura mujer, hija del Marqués en su amiga doña Inés Huaylas Yupanqui, ñusta, hija de Huayna Cápac y hermana de Atahualpa, y de consiguiente ascendencia quiteña por el lado materno, contaba siete años de edad, de suerte que entre ambos esposos al contraer justas nupcias hubo una diferencia de veititrés años, cosa no hecha para arredrar a un conquistador de aquellos tiempos.

Francisco de Ampuero tuvo un hermano menor llamado el capitán don Martín Alonso de Ampuero y Barba, y éste un hijo que abrazó la carrera eclesiástica y se llamó el bachiller don Diego de Ampuero y Barba, que es el personaje con el que tienen que ver los documentos a que sirven de preámbulo las presentes líneas.

En los dichos documentos el mencionado bachiller Ampuero y Barba, bajo fecha del 4 de Abril de 1623, esto es ochenta y dos años después del fallecimiento del Marqués Pizarro, en su calidad de capellán de la capellanía que en el año de 1551 fundó su tía doña Francisca Pizarro, de una misa diaria por

«

el descanso del alma de su difunto padre, se presenta y pide que se dé definitiva sepultura a los huesos» de su ilustre pariente el primer gobernador del Perú, «los cuales se hallan depositados en la sacristía de la Catedral nueva, metidos en una caxa de hoja de lata».

Conviene recordar que, muerto el Marqués, su cadáver, abandonado durante las horas del día en el lugar de su victimación, fué recogido durante las horas de la noche por un fiel esclavo apellidado Barbarán, quien, asistido por ciertos indios, lo enterró, sin cajón ni mayores ceremonias fúnebres, en un << hoyo para hacer adobes» que se halló a mano en el patio de los naranjos dependencia de la mencionada iglesia matriz vieja.

¿Cuánto tiempo durmieron en aquella humildísima fosa los restos del primer gobernador del Perú y fundador de la Ciudad de los Reyes?

Los historiadores no lo dicen.

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Sólo sabemos que doña Francisca, a impulsos de un amor filial que nos hace respetada y querida su memoria, ordenó en el año mencionado de 1551, su traslación a un hueco» y nicho a medio hacer que existió en el muro del costado del Evangelio de la capilla mayor de la recordada Catedral vieja.

Pero es el caso que años más tarde, estando esta última a medio terminar, se resolvió echarla por tierra en atención a estar mal edificada e no como conviene a la austeridad del culto divino y tornarla a hacer sobre distinto diseño

Da. Francisca, que en su debido tiempo había contribuído a la construcción de la antigua matriz, contribuyó con un donativo de cinco mil pesos, a la de la nueva Catedral, con la con

Idición de que se señalase nueva sepultura a los restos de su padre en el consabido costado del Evangelio del nuevo altar mayor, en obedecimiento de una Real Cédula conocida de la Real Audiencia y Cabildo de Lima.

La nueva Catedral estuvo en construcción durante el plazo transcurrido de 1552 a 1624.

Cuando durante el proceso de la obra se derribó la capilla mayor de la Catedral vieja, los restos de Pizarro contenidos en el primitivo ataúd costeado por doña Francisca fueron depositados en la capilla de la Limpia Concepción, próxima a terminarse.

En 1606 se aproximaba a su terminación la obra del altar mayor de la Catedral nueva.

Aquél fué el momento en que por una parte los Ampuero y por otra el chantre historiador don Cristóbal de Molina, primer capellán de la capellanía de Pizarro, pidieron que los <guesos>> tantas veces mencionados fuesen trasladados definitivamente al sitio de preferencia que les correspondía.

El tiempo, la humedad, y desde luego la naturaleza deleznable de su fúnebre contenido, habían dado cuenta del antiguo ataúd de 1551.

Su tablazón se deshizo lastimosamente cuando se trató de removerlo, por lo cual hubo necesidad de amarrar con una tosca reata de cuero vacuno los restos que contuvo, con más la espada y las espuelas del conquistador.

Se trasladó todo aquello, tablas, huesos, espada y espuelas, de la capilla de la Limpia Concepción a la sacristía de la Catedral nueva, mientras se resolvía lo conveniente, y nada más probable que en dicha ocasión el cráneo, desprendido del tronco del conquistador, se escapase del fúnebre envoltorio, en la forma insinuada por más de un cronista de la época, cuyas declaraciones se hallarán comentadas por el malogrado historiador don José Toribio Polo en un artículo publicado en esta Revista, tomo.

Como quiera que sea, los siguientes son los documentos que llevamos ofrecidos en el encabezamiento del presente artículo:

I

<< Muy poderoso señor: El bachiller don Diego de Ampuero Barba, capellán de la capellanía del Marqués don Francisco Pizarro, descubridor y primer gobernador que fué de este reino, y conquistador y poblador de él, la cual dicha capellanía la fundó doña Francisca Pizarro, mi tía, digo que el cuerpo del dicho Marqués don Francisco Pizarro estaba puesto en el «gueco» de la pared de la capilla mayor de la iglesia vieja, al lado del Evangelio, y sobre dicho gueco estaba un dosel de terciopelo negro con sus armas y un hábito de Santiago; y la dicha capilla, por orden y mandato de la dicha doña Francisca Pizarro, mi tía, se hizo y labró a su costa por mano de don Antonio de Rivera, su tutor y curador, y cuando se mudó la dicha iglesia a la nueva que ahora ya está hecha de bóveda, un real acuerdo mandó trasladar el dicho cuerpo del dicho Marqués a la capilla de Nuestra Señora de la Limpia Concepción de la Iglesia nueva, y después se mandó quitar de allí y poner en la sacristía de la dicha Iglesia, y hasta ahora no se le ha señalado sitio ni capilla, ni lugar donde poner sus huesos y como a V. A. son notorios su calidad, méritos y oficios y cargo tan preeminente que tuvo, y el haber sido tan grande servidor de S. M. como nadie ignora, se requiere que V. A. se sirva mandar que los huesos del dicho Marqués se pongan en lugar competente, en la dicha iglesia nueva, pues es justo premiar en esta forma tan grandes y tan calificados servicios, como hizo a entrambas

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majestades en descubrir este reino, conquistarlo y poblarlo, pues el ejemplo de semejante honra y premio animará a los demás súbditos y vasallos de S. M. a que emprendan imposibilidades a su costa para aumento de su real servicio y corona y propagación del santo Evangelio; y esto incumbe a V. A., como a patrón de esta santa iglesia Catedral, pues para ello, además de las razones dichas, concurre el haber sido ministro en oficio tan preeminente como el que tuvo para que sus huesos no se olviden en la parte y lugar donde están desecados, mandando se pongan en parte competente donde se le digan las misas de la dicha su capellanía, que por lo que toca al dosel y armas que tenía, de la renta que dejó la dicha mi tía para ello pediré en el juzgado Eclesiástico que se gaste la cantidad necesaria.

«A V. A. pido y suplico se sirva proveer en razón de lo susodicho, como más convenga a la comodidad de los huesos de dicho Marqués, y al señalamiento de altar y capilla conveniente a sus méritos, calidad y oficio, pues es justicia, etc.

«Otro sí, a V. A. pido y suplico mande que se pongan en esta petición todas las cédulas de S. M. que tratan del entierro del dicho Marqués, en favor o en contra, y las que se hubieren despachado en razón de la capilla mayor de esta santa iglesia, en razón de la permisión de a quién y a cuáles personas se permite enterrarse en ella, porque mi intento es enviar el testimonio de lo que aquí se proveyere con las dichas reales cédulas ante V. A. y pedir lo que más convenga a la dicha memoria del Marqués y a su entierro y capellanía.

«Es justicia, etc.

«El bachiller don Diego de Ampuero Barba».

II

«Yo, Francisco Flórez, secretario de cámara de esta Real Audiencia, doy fe de que por petición y ante los señores Presidente y Oidores de ella, presentó el bachiller don Diego de Ampuero Barba, capellán de la capellanía del Marqués don Francisco Pizarro, en los autos sobre que se pongan los huesos del susodicho en parte decente y donde solía estar en la iglesia mayor de esta ciudad, con las armas e insignias con que estaba, pidió se le diese compulsoria para que Alonso de Carrión

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