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suita extranjero y un hijo de una cómica se disputan el mando, que tiene en sus manos una extranjera que apénas sabe hablar en español: la Inquisicion, bajando de su alta esfera y de la importancia que había adquirido, salvando á la nacion de una guerra civil y religiosa, se emplea en chismes palaciegos y cuentos de brujas. Un Cardenal en relaciones con Luis XIV, el verdugo de Cárlos II, cambia la dinastía en una hora y con una intriga de alcoba.

Cuando las razas reales han llegado al extremo de imbecilidad del pobre Cárlos II, hay que mudar de dinastía: son ramas secas que un jardinero tiene que podar. El cuerpo social tiene una ventaja, que no logra el humano, y es la de sustituir una cabeza nueva á otra gastada. Bajo este concepto el advenimiento de la casa de Borbon á España fué una fortuna para ella, trayendo sávia nueva. Pero las ideas de moda que consigo trajo, el odio á todo lo español, el deseo de constituir á España en una sucursal de Versalles, el galicanismo en la disciplina y las luchas con la Santa Sede, contrapesaron las grandes ventajas de su administracion y la desaparicion de abusos envejecidos.

Más glorioso, feliz y cristiano es el reinado de Fernando VI, ei cual con su prudencia, religiosidad y recta intencion logra por fin de la Santa Sede el célebre Concordato, favorece á los sabios, protege à las iglesias y las dota de excelentes Obispos, fomenta los estudios, aprecia á los regulares y los utiliza, pero no en la corte, sino en el claustro y en la iglesia; y sin el estrépito ni la hinchada pedantería que se desarrolló en el reinado siguiente, hace florecer en España la religion, la disciplina, las letras, las artes y las ciencias. Desde los Reyes Católicos la nacion española no había gozado de otro tiempo tan próspero y feliz.

El reinado de Cárlos III, más brillante que sólido, no es de muy grato rccuerdo para la Iglesia de España; y no porque el Rey no fuera virtuoso, cristiano y de arreglada conducta: mas no todos sus ministros tenían tan buenas cualidades, y la impiedad minaba una corte más hipócrita que religiosa. La escuela regalista, nacida en tiempo de los Reyes Católicos, y desarrollada bajo Felipe IV, llega á su apogeo durante el reinado de Cárlos III, y sofoca bajo el peso de su gritería y de

su omnipotencia fiscal las razones de los ultramontanos. Un paso más, y se llegaba al protestantismo: ¿qué extraño es si algunos de los ministros de Cárlos III merecían los elogios de los enciclopedistas y volterianos por su despreocupacion? Mas cuando aquellos cortesanos vieron los frutos que tales doctrinas producían en Francia, retrocedieron á tiempo para salvar á su Rey. Los últimos años del reinado de Cárlos III se redujeron á destejer la trama urdida en su juventud.

Sucedióle Cárlos IV, Principe bondadoso, honrado y religioso, pero inepto para el mando, y no por falta de talento, que lo tenía muy lúcido, sino por falta de actividad. El mal de los ministros de Cárlos III había estado en la cabeza, pero tenían sano el corazon: se había halagado á su vanidad, mas al ver el abismo á donde llevaban á su Rey, retrocedieron como leales. Pero en la mayor parte de los ministros de Cárlos IV había mal corazon y poco talento: hicieron el mal á sabiendas, y apénas hay perjuicio hecho á la Iglesia de España en el siglo XIX, que no traiga su origen de aquella época. Aquella corte enervada, corrompida, hipócrita y dilapidadora, fué una calamidad para la Iglesia de España. Los jóvenes educados en las doctrinas de la revolucion francesa culparon á la Iglesia de aquellos vicios de que ella no tenía culpa. Cuando los vicios llegan al extremo en un país, la indignacion de Dios está sobre él: Napoleon fué el azote de Dios para las dinastías caducas de Europa, como lo fué Átila para la degenerada Roma. ¡Oh! ¡si los Reyes hubieran aprendido y olvidado!... Pero llegamos á una epoca, respecto de la cual nos hemos propuesto narrar, sin apreciar más que aquellas cosas que han pasado ya à la historia, que es la época sexta y última de ella hasta nuestros tiempos.

Pero el cuadro que vamos á describir en esa época quinta y en este volúmen, es la más importante y gloriosa de todas, en que España, libre ya de musulmanes, se pone al frente de la política europea, ó por mejor decir de todo el mundo, para defender los derechos é intereses del Catolicismo. Quiera Dios que su narracion no sea perdida, y que al estudiar el sencillo procedimiento con que los Reyes Católicos levantaron el decaido espíritu de España, principiando por reformarse á sí mismos, aprendamos á desconfiar de esos que quieren re

formar el mundo sin reformar su vida. Aprendamos tambien que en el Catolicismo el progresar es ascender, y el ascenso no se hace sin trabajo, sin fatiga y sin superar obstáculos y dificultades. Dejemos al mundo que ande y ande sin saber á dónde, como el Asawero de la leyenda, llamando progreso á ese andar errante. Nosotros vamos al Reino de Dios sobre la tierra. El Reino de Dios es semejante á una ciudad puesta en alto para llegar á ella hay que subir y subir. Por eso los católicos llamamos ascenso á lo que el mundo llama progreso.

Además la época austriaca es enteramente católica. La borbónica, infestada por las ideas galicanas, cede no poco á las aberraciones del regalismo. Aquellos monarcas son (salvas algunas fragilidades del Rey Católico y de Felipe IV) de gran austeridad y economía, lo cual no sucede en el fundador de la dinastía borbónica; y por tanto, la moralidad del siglo XVIII no es tan rígida como la del XVI, ni sus reformas tan radicales, ni su restauracion tan franca.

Finalmente, caracterizan á la dominacion austriaca dos cosas muy notables entre otras buenas. Su lucha es contínua contra el protestantismo y la herejía por espacio de dos siglos, durante los cuales España es el paladin constante del Catolicismo contra la herejía, que triunfa en Inglaterra, Suiza y Alemania, y probablemente hubiera triunfado en Francia y Bélgica, á no haber sido por España. Igual papel desempeña acudiendo á los llamamientos de la Santa Sede contra las invasiones de los turcos y mostrándose en todo la nacion católica por antonomasia.

§. 2.

Fuentes históricas especiales de esta época.

Precisamente esta época comprende el ciclo de nuestros escritores clásicos (citados en el §. III del tomo I, pág. 24). El siglo XVI es la época de los grandes historiadores: Florian de Ocampo, Illescas, Sedeño, Zurita, Morales, Garibay, Mariana y Sandoval, que todos ellos dan á sus historias un gran colorido religioso y altamente católico y puro. Los cuatro pri

meros son preferidos como narradores coetáneos de la primera mitad de aquel siglo; los otro cuatro de la segunda.

Como fuentes especiales para los reinados de los Reyes Católicos y el Emperador su nieto, tenemos la historia latina de aquellos por Nebrija y la del Cardenal Cisneros por el erudito y excelente crítico Alvar Gomez, que contiene no solamente la vida de éste, sino varios sucesos posteriores hasta mediados de aquel siglo. Del mismo ciclo es la interesante correspondencia de Pedro Martin de Angleria, y las obras de Lúcio Marineo Siculo, sugeto de inferior criterio (1).

Las Quinquagenas y batallas del capitan Gonzalo Fernandez de Oviedo darian mucha luz sobre algunos puntos históricos, si estuviesen publicadas (2), como dan acerca de los descubrimientos de Indias las obras del mismo que ya se publicaron. Pero sería hacer un alarde impertinente de innecesaria erudicion el citar otros muchos de aquel tiempo (3).

Acerca de la guerra de las Comunidades escribió el célebre Paulo Jovio, que dió de paso noticias muy curiosas sobre el Dean de Lovaina, y despues Papa Adriano VI: su obra la tradujo Gaspar de Baeza (impresa en Granada en 1564). Posteriormente han escrito sobre ellas el P. Quevedo y D. Antonio Ferrer del Rio.

Como estudios sobre las fuentes, merecen citarse los preciosos elogios históricos, del Cardenal Cisneros por Gonzalez Arnao, y de la Reina Doña Isabel la Católica por Clemencin, en los tomos IV y VI de las Memorias de la Real Academia de la Historia. Las historias modernas de Robertson y Prescott sobre los sucesos de aquellos tiempos, aunque de mérito, no ofrecen bastante seguridad para el católico.

(1) Véanse sus ediciones á la pág. 17 del tomo I.

(2) La Academia de la Historia tiene hechos sobre esta obra inédita considerables trabajos, habiendo encontrado recientemente dos tomos autógrafos de ella, uno en Salamanca y otro en Calatayud.

(3) Recientemente acaba de publicar la Sociedad de Bibliófilos, varias obras curiosas é inéditas de aquel tiempo. La Camara Real del Principe D. Juan, por Gonzalo F. de Oviedo: Relaciones de los últimos sucesos de Granada: Las relaciones de Pedro de Gante (1520-1544): Las campañas de Carlos V, por García Zereceda: Las cartas autógrafas del Cardenal Cisneros, han sido publicadas á expensas del Gobierno.

Para la segunda mitad del siglo XVI, además de los ya citados, son muy importantes el biógrafo de Felipe II, Cabrera, escritor concienzudo, y Carreño. Argensola, por lo relativo á las cosas de Aragon; Caterino Dávila y el jesuita Flaminio Estrada, en lo relativo á las de Flandes; Rivadeneira, por lo que hace á las cosas de Inglaterra en su relacion con las de España, y el Inca Garcilaso de la Vega en las de Indias, todos ellos no sólo como coetáneos, sino como testigos presenciales.

Los apuntamientos de D. Tomás Gonzalez para la historia de Felipe II, en lo relativo á Inglaterra, y el elogio histórico del mismo acerca de Arias Montano, ambos en el tomo VII de las Memorias de la Academia, son muy importantes. Posteriormente se han publicado en Bélgica é Inglaterra colecciones muy curiosas de autógrafos, copiados de Simancas por los extranjeros Gachard y Berghenroth; pero los comentarios sobre ellos no siempre pueden ser aceptados por los españoles, y ménos los del segundo por los católicos.

Otros muchos trabajos sobre las fuentes se irán citando en los parajes que relativamente ilustren y segun la utilidad lo exija.

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