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da Europa y sobre todo en Flandes y en Francia, en Inglaterra y Holanda, vertiendo para ello, en esta desigual pelea, torrentes de oro y sangre, y arruinando el comercio y la industria en tan colosal empresa. Al mismo tiempo guerrea contra los musulmanes dentro y fuera de España, en Lepanto y en las Alpujarras, mientras que Francia continúa su perversa política de aliarse con aquellas,

Mas no eran las fatigas de la guerra las que entonces estaba llamado á sufrir el Monarca de España. Generales de primer órden contaba desde el tiempo de los Reyes Católicos, y no todas las batallas ganadas en tiempo del Emperador habían sido autorizadas con su presencia; pero ¿dónde estaba la cabeza, dónde el génio político y negociador, que pudiera salvar á España de la inminente crisis que iba á correr? ¿Dónde el brazo de hierro que conservando la tranquilidad en su casa con una mano, pudiera con la otra contener á todos los enemigos que contra él brotaban á cada paso?

Felipe II había casado en segundas nupcias con su tia la Reina María de Inglaterra, hija de la infortunada Doña Catalina de Aragon. Para contener los males que la incontinencia y herejía de Enrique VIII habían causado à la Iglesia católica de Inglaterra, creyó lo más á propósito aquella piadosa Reina buscar apoyo en su propia parentela, y, á pesar de ser de más edad que su sobrino, y no muy favorecida por la naturaleza, verificóse el matrimonio con miras religiosas y políticas (1). Los protestantes han puesto el grito en el cielo contra esta boda, contra el hipócrita Felipe II y la sanguinaria María, y algunos españoles, de aquellos que estudian historia de España en los escritos de los enemigos y detractores de nuestra patria, han repetido á coro estas diatribas. Pero & tan benigno y tolerante se mostró Enrique VIII con los católicos y tan propicios se habían mostrado los protestantes con la infortunada Catalina de Aragon, para que su hija tuviera algo que agradecerles? & No habían sido la mayor parte de ellos unos serviles aduladores de los adúlteros amores del Monarca y unos desvergonzados ladrones de los bienes de las

(1) Véanse los documentos relativos á este célebre y curioso enlace entre los Documentos inéditos publicados por los Sres. Salvá y Baranda,

iglesias? La reina doncella, que no tuvo marido, pero sí queridos abundantes, no mató doce papistas por cada hereje y traidor quemados por Felipe II y la sanguinaria Maria (1)? ¿Por qué, pues, se exagera el número de las víctimas sacrificadas por los católicos, y se calla el de las martirizadas por los protestantes? Los protestantes y los enemigos del Santo Oficio hacen subir á cinco millones las víctimas de este. ¿Dónde está la demostracion? ¿dónde las pruebas de este cálculo? Yo niego que hayan sido ni siquiera la vigésima parte de ese número y ¡ qué diferencia entre víctimas y víctimas!

§. 70.

Guerras con Paulo IV.

FUENTES.-Illescas (coetáneo): Historia Pontifical, etc.

TRABAJOS SOBRE LAS FUENTES.-Vida del Ilmo. Melchor Cano. por Don Fermin Caballero. Madrid 1871.

Doloroso es tener que escribir este capítulo; pero imposible tambien el omitirlo. Dicho está en mil partes y por escritores piadosísimos lo que aquí se dice acerca de la inícua guerra que los sobrinos de Paulo IV, no este bendito Pontifice, movieron á Felipe II, poniendo á Roma en el caso de que viese otra vez las tristes escenas de tiempo de Clemente VII, si no lo evitáran la piedad y prudencia del nuevo monarca.

Llevó Dios para sí en breves dias al virtuoso y venerable Pontífice Marcelo II, de gran saber y honestidad, que meditaba grandes reformas. Sólo fué Pontífice durante el mes de Abril de 1855. El 23 de Mayo era ya Papa Paulo IV, de la familia de los Caraffas. Gozaba gran reputacion de santidad, y áun había hecho vida ascética por algun tiempo. Paulo III le hizo Cardenal y Arzobispo de Thieti, de donde vino llamar

(1) Véanse acerca de este punto las curiosas observaciones con que un protestante, sir William Cobbet, ha vindicado la memoria de estos Reyes, tomo I de sus Carias sobre la Reforma protestante en Inglaterra: traducidos al español en 1826.

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Teatinos á los clérigos reglares de San Cayetano, que con este Santo fundó. Vivía en Roma con tal recato, que apénas se le conocía; de donde provino llamar Teatinos á los clérigos más austeros, pobres y ejemplares (1).

No pueden creerse algunas de las cosas que se dicen acerca de la repentina ambicion y orgullo que mostró en el momento de verse elegido, ni deben acogerse fácilmente esas anecdotillas, aunque se vean en escritores piadosos, porque pudieran ser hijas de la aversion que le profesaron los españoles y de la maledicencia habitual del vulgo romano, que suele tener á los Pontifices tan poco respeto como los sacristanes á las efigies del culto; y al vulgo pertenecen muchos sugetos que no se tienen por vulgares (2).

Lo que sí es cierto que desde luego trajo á su lado á sus sobrinos, grandes bellacos, revolvedores de oficio, tanto que el Emperador no había querido amnistiar á uno de ellos por los grandes crímenes que había cometido en Nápoles. Con todo, su tio le hizo Cardenal, para afrenta de la púrpura, pues desde el malvado César Borja, Duque de Valentino, no se había visto otro sobrino de Papa tan mimado y tan infame. Contrastaba esto con la santa moderacion del bendito Marcelo II, que desde que le hicieron Papa prohibió á sus parientes entrar en su palacio. ¡Y cuán grato es poner estos toques de luz pura al tener que pintar algunas sombras!

Por el contrario, Paulo IV metió en su casa en primer lugar y en todos los negocios á Cárlos Garrafa (sic), su sobrino, hombre bullicioso y poco digno (foragido le había llamado

(1) «Y porque los clérigos de quien él se servía y con quien se acompañaba, traían el mismo hábito y semblante que hoy traen los religiosos de la Compañía de Jesús; de aquí se le pegó á nuestro español Ignacio, y á sus discípulos el nombre que no se les caerá tan presto, de llamarse, como comunmente los llama el vulgo, Teatinos, habiéndoles de llamar Jesuitas ó de la Compañía de Jesús.» (Illescas, segunda parte, cap. 30.) Todavía ha quedado en proverbio decir :-«no suda el ahorcado, y suda el teatino.>>

(2) Había entónces en Roma la costumbre, y quizá siga, de saquear la casa del Cardenal, á quien se hacía Papa. Así que, para decir que corrió por muy válida la voz de que habían hecho Papa al Cardenal Farnesio, dice Illescas:-«estuvieron ya para saquear la Dataria, donde vivía el Cardenal Farnesio.» ¡Estupendo modo de manifestar el respeto!

ántes Illescas) por sus costumbres de que un hombre tan virtuoso como el Pontífice le honrase tanto que le diese, como le dió luégo, su capelo. A otro sobrino dióle el condado de Mentorio y despues el señorío de Paliano con título de Duque. Finalmente, en el tratamiento de su casa y persona mostró Paulo IV gran majestad... apénas podía creerse que fuese Paulo IV el que poco ántes era el Cardenal Teatino.»

Acababa de renunciar sus Estados Cárlos V, y Felipe II de estipular con Francia una tregua de cinco años, que bien necesitaba para arreglar los muchos y graves asuntos que le asediaban, cuando inopinadamente los malvados sobrinos del Papa los enredaron en una guerra desastrosa, á fin de apoderarse de Nápoles, funesta joya, codiciada siempre por todos los poderosos sin conciencia. Principiaron por perseguir á su adversario Marco Antonio Colona, que se puso al abrigo de Felipe II: reunieron gente con objeto de invadir á Nápoles, de acuerdo con el Rey de Francia, que cometió la vileza de romper la tregua, absolviéndole el Papa del juramento. No se descuidó el Duque de Alba. Quería éste entrar en Roma, y no le hubiera sido difícil, si no le hubieran contenido los ruegos de su tio el Cardenal Toledo y las advertencias del Rey, más timorato en este punto que su padre.

Desde luego quitó Paulo IV al Rey la Cruzada y la cuarta de las rentas eclesiásticas, que Paulo III había concedido al Emperador, y que tanto necesitaba para sostener los presidios de Africa y las guerras contra infieles y corsarios, y áun consintió que se emprendiera un proceso contra el Emperador y el Rey para destituirlos de su corona. El fiscal Palentieri acusó á los dos en público Consistorio, y se dice que el Papa llegó á excomulgarlos (1556).

No fué esto sólo, sino que exigió á San Francisco de Borja que notificase á los dos la excomunion. Terrible apuro para aquel Santo que, por serlo, no dejaba de ser buen español y verdadero Grande de España, y conocía además la injusticia que se usaba con Monarcas para él tan queridos, en especial el Emperador, que le había honrado con su amistad y confianza, y que en aquellos momentos, vencedor de herejes y de infieles, se retiraba á un claustro. Y por otra parte, él, como jesuita, ¿podía desobedecer al Papa? El Santo hizo lo que en tales ca

TOMO V.

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sos hacen los Santos: viendo el negocio perdido entre los hombres, recurrió á Dios en oracion ferviente, y el que mueve los corazones de los hombres aplacó la tempestad que rugia en el de su Vicario, y las censuras no pasaron adelante (1).

§. 71.

Memorial de agravios contra Paulo IV: dictámenes de Melchor Cano y otros teólogos.

Dolorosa impresion causó en la católica España la conducta de Paulo IV, excomulgando al Emperador y su hijo, casi únicos paladines del principio católico en contra de la protesta y del Islam. Quizá esto contribuyó no poco á fomentar el protestantismo en España y Flandes, pues las censuras prodigadas indiscretamente sólo han servido en todos tiempos para fomentar cismas y herejías (2).

Exasperado Felipe II mandó desde Flandes que se consultase á los Consejos, y éstos se asesorasen de personas doctas (3). Reunióse una Junta en Valladolid. Entraban en ella consejeros de Estado, Aragon, Indias y las Ordenes militares, con algunos teólogos de Salamanca, Alcalá y Valiadolid.

Por Salamanca figuraban Fray Melchor Cano, Fray Francisco Córdoba y el Maestro Gallo, que con aquel había estado en Trento; por Alcalá el Abad de San Justo, Cuesta, que despues fué Obispo de Leon, excelente crítico, el Maestro Mancio y Fray Cipriano (de la Huerga?); por Valladolid los guardianes de aquel convento y de San Juan de los Reyes.

Presentóse á esta Junta de órden del Rey un terrible memorial de los agravios hechos por Paulo IV, poniendo de paso en tela de juicio su legitimidad en el Pontificado, suponiendo que se había intrusado en él por coaccion y sin suficientes votos; que se dejaba manejar por su sobrino y San Severino, Du

(1) Cienfuegos en la Vida de San Francisco de Borja: lib. IV, cap. 13, S. 3.

(2) Así lo dice el Derecho canónico y la misma Decretal Alma mater de Martino V.

(3) Archivo de Simancas, Papeles de Estado, Legajo 114: citado y copiado por D. Fermin Caballero.

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