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CAPITULO II.

ESTABLECIMIENTO DEL SANTO OFICIO.

§. 8.

Los cristianos nuevos: motin de Córdoba.

FUENTES.Gomez Bravo: Historia de los Obispos de Córdoba.

El Tribunal del Santo Oficio existía desde el siglo XIII. Atribúyese su orígen á Inocencio III; y al procedimiento especial que hubo de usarse contra los Albigenses, incoando las causas por inquisicion, y de oficio, pues antes de aquel tiempo las criminales principiaban comunmente por la acusacion ó denuncia (1).

La Inquisicion existía en España desde el tiempo de los Valdenses, pero no como tribunal permanente, sino como una delegacion pontificia. En Aragon solía desempeñar el cargo de Inquisidor un fraile dominico, á quien la Santa Sede nombraba al efecto. Llotger, el juez de los Templarios, Aymerich, el perseguidor de los escritos de Raimundo Lulio, y otros varios de ménos nombradía habían desempeñado este cargo. Existían igualmente en aquel país para uso de los Inquisidores el Directorio, compuesto por dicho Aymerich, y el Repertorio, compuesto por un anónimo y revisado por el jurista valenciano Miguel Albert (2). En Castilla no había sido tan contínua

(1) El Cánon Qualiter et quando de Inocencio III marca los tres procedimientos por acusacion, denuncia é inquisicion. El Concilio Lateranense IV consignó las palabras vulgares entre los canonistas. Sicut accusationem legitima debet præcedere inscriptio, sic et denuntiationem charilativa monitio, et inquisitionem clamosa insinuatio prævenire (cap. 24, tit. 2. libro V de las Decretales).

(2) Repertorium inquisitorum pravitatis hæretica: Valentia excussum 1484.

la existencia de Inquisidores, como se vió en el caso de Pedro de Osma, en que se procedió contra él, con arreglo á la disciplina general de la Iglesia, y en juicio público: el Arzobispo de Toledo expresa en la sentencia, que condena las doctrinas de Osma con facultad apostólica y primacial.

Mas al advenimiento de los Reyes Católicos á los tronos de Castilla y Aragon, echóse de ver la insuficiencia de aquel procedimiento y de los tribunales ordinarios para cohibir á los herejes, y sobre todo á los apóstatas. Los judíos se habían apoderado de la riqueza del país: la recaudacion de las rentas reales corría á su cargo en Castilla, y lo que era peor, la administracion de justicia, pues el Consejo estaba lleno de conversos. Muchos de los asesinatos cometidos en cristianos quedaron impunes, no tanto por el soborno, como por el valimiento que lograban entre los jueces y consejeros, que muchos de ellos eran conversos y judaizantes (1). Como su raza es sumamente prolifica, se habían aumentado extraordinariamente, mientras que, por el contrario, la guerra y las banderías diezmaban á los cristianos.

Pero aún era mayor el odio que en todas partes se profesaba á los conversos, ó cristianos nuevos, muchos de los cuales sólo tenían el nombre de cristianos, viviendo sin religion ninguna encenagados en los más torpes vicios. Nunca se pudo decir mejor la frase de San Agustin: Conversus ergo perversus. Hubo conversiones verdaderas, y de entre los conversos salieron hombres eminentes: el nombre de Pablo de Santa María basta por sí sólo para acreditarlo. Pero ¿qué eran algunos pocos sinceros y buenos entre tantos malos?

Las matanzas que periódicamente ejecutaban en ellos moros y cristianos, y no sólo en España, sino en toda Europa; las vejaciones á que estaban expuestos; la necesidad de llevar una infamante divisa, que los sujetaba á público desprecio; el alejamiento de los estudios y cargos públicos, hicieron que muchos de ellos ideáran fingirse cristianos, á fin de eludir esta persecucion y vejaciones, y vengarse solapadamente de la

(1) Pueden verse varios de estos en la obra titulada Fortalium fidei. Los judios han tenido buen cuidado de desacreditar este libro, y los racionalistas les hacen coro.

raza que los perseguía. La carta que se dice escrita por la sinagoga de Constantinopla, si no es cierta, representa por lo ménos las ideas que entre ellos dominaban (1): «Bautizad vuestros cuerpos, si así os lo exigen. Si os quitan vuestros hijos, haceos médicos y matareis los suyos. Si os obligan á ir á Misa, haceos curas y os burlareis de sus misterios.»>

Un suceso pequeño hizo saltar la mina, como suele suceder. El Obispo de Córdoba se hallaba ausente de aquella ciudad, mal visto en ella, y por no sufrir los desmanes de Don Alonso de Aguilar. Los cristianos nuevos eran allí muy ricos y prepotentes, merced á sus usuras y mayor laboriosidad é industria, pues muchos de ellos eran curtidores. Dia 14 de Marzo de 1473 pasaba una procesion por la calle, cuando una moza arrojó agua sobre el palio, que cubría la efigie de la Virgen. Tomóse por desacato, y es muy probable que lo fuese, aunque se quiso suponer lo contrario. Un herrero, cristiano viejo, irritado á vista de tal osadía, principió á gritar que era preciso quemar la casa; opúsose un caballero llamado Torreblanca, y le atropellaron, trabándose desde luego una sangrienta pelea. Los cofrades y cristianos viejos, gente del pueblo, se refugiaron en la iglesia de San Francisco. Acudió allá Aguilar, consiguió que saliera el herrero bajo su palabra, y así que estuvo fuera, cometió la villanía de atravesarlo de una lanzada (2). Alzóse todo el pueblo contra los nobles y los conversos. En vano trató Aguilar de intimidarlos con su caballería, pues barrearon las calles, ahuyentaron á los nobles, obligándoles á meterse en el castillo, saqueando é incendiando en seguida las casas de los conversos y matando á muchos cristianos, que tenían fama de no serlo sino en el nombre. Las crueldades de los cristianos viejos fueron tales, que inspiran horror y acreditaron que eran tan malos como los otros.

(1) Esta carta en que hay variantes muy notables no parece que sea cierta, siquiera se halle en escritores muy notables, y fueran los conversos muy capaces de hacerlo, como los judíos extranjeros de escribirla.

(2) Estos actos de deslealtad eran muy comunes en aquel tiempo: habiendo convidado D. Fernando el Católico á un maton de Zaragoza á comer con él, le hizo dar garrote en palacio secretamente, sin forma de juicio. Se dice que ese era el derecho de aquel tiempo. Nunca lo torcido fué Derecho.

Cundió la noticia por toda Andalucía y fueron acuchillados y robados los conversos en Montoro, Bujalance y otros pueblos, y lo hubieran sido en Baena, Sevilla, Jerez, Ecija, y otras partes, si no lo impidieran los señores. En Jaen mataron los cristianos viejos al Condestable D. Miguel de Lúcas, estando en la Iglesia Mayor oyendo Misa, y en seguida principiaron á matar y robar á los conversos, sin respetar edad ni sexo.

De Andalucía cundió á Castilla el fuego, y en Segovia trataron de matar tambien á los conversos, reuniéndose la gente de las parroquias bajas, contra la cual peleó el Alcaide del Alcázar, Andrés Cabrera, logrando derrotar aquella chusma, no sin grandes pérdidas por una y otra parte (1). A vista de esto, los conversos principiaron á emigrar, marchando algunos á Flandes ó Italia, y otros á los pueblos de señorío, á la sombra de los magnates que los habían protegido.

§. 9.

Establecimiento del Santo Oficio en Castilla.

No fueron, pues, las herejías las que principalmente motivaron el establecimiento del tribunal del Santo Oficio; fué más bien la aversion contra los judíos y su prepotencia. Adheridos éstos al país con los vínculos del interés, pero no del amor, habían llegado á absorber la riqueza, especulando con las calamidades públicas. Marchando en pos de los ejércitos cristianos, cual aves carnívoras, utilizaban lo mismo las victorias que las derrotas, comerciando con los despojos del vencido, cualquiera que fuese el vencedor. Varios Reyes de Castilla les habían dado larga mano en los negocios, y les entregaban los pueblos para que se indemnizasen con sus tributos. Los cristianos y los musulmanes miraban á los judíos por este motivo con el horror con que ellos en su país habían mirado á los publicanos de Roma. Los detractores de España, los que

(1) Los insurgentes atizados por la parcialidad del malvado Marques de Villena, indigno Maestre de Santiago, pretendían apoderarse del alcázar. Cabrera, que sabía la intriga, reprimió á los fervorosos con mano uerte, y salvó el alcázar, y de paso su destino.

por este motivo nos acusan de intolerancia, no han observado que este horror es instintivo en el pueblo contra todos los recaudadores de tributos, logreros y monopolizadores, y que esta aversion se había de aumentar con la diferencia de religion y costumbres, con la codicia innata y la dureza característica de aquella gente. ¿En qué consiste si no, que entre los musulmanes padecieron grandes persecuciones los judíos, á pesar de la mayor afinidad de sus respectivas religiones?

Por otra parte, el gran número de prosélitos que hacían, especialmente en Castilla, hubo de llamar la atencion del Gobierno hácia este punto. No serían tan escasos cuando, segun los escritores de aquel tiempo, llegaron á 17.000 los que se reconciliaron con la Iglesia, de varios sexos, edades y estados, y á 2.000 los que fueron quemados (1).

Creo lo mejor trascribir lo que sobre este punto dice nuestro clásico Mariana:

«El principal autor y instrumento deste acuerdo muy sa>>ludable fué el Cardenal de España, por ver que á causa de >> la grande libertad de los años pasados, y por andar moros y >>judíos mezclados con los cristianos en todo género de con>>versaciones y tratos, muchas cosas andaban en el reyno es» tragadas. Era forzoso con aquella libertad que algunos cris>> tianos quedasen inficionados: muchos más, dexada la Religion, christiana, que de su voluntad abrazaran convertidos del >> Judaismo, de nuevo apostataban y se tornaban á su antigua supersticion, daño que en Sevilla más que en otra parte pre> valeció. Asi en aquella ciudad primeramente se hicieron pes» quisas secretas y penaron gravemente á los que hallaron culpados. Si los delitos eran de mayor cantia, despues de estar

(1) Este número da Mariana en el cap. 17 del lib. XXIV, pero lo creo exagerado. Es verdad que las costumbres eran tan estragadas, la impiedad tan grande, y la ignorancia del Clero tal, que bien se puede creer cualquier monstruosidad.

Sixto IV concedió á los Reyes Católicos (1479) nombrar dos inquisidores. En carta que dirigen á Sevilla (27 de Diciembre de 1480) nombran por inquisidores para aquella ciudad á Fr. Miguel de Morillo, maestro. en teología, y Fr. Juan de San Martin, presentado en teología, prior del monasterio de San Pablo de Sevilla del Orden de Predicadores. (Véase la carta en la nota 1.a, tít. 7.°, lib. II de la Novisima Recopilacion.)

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