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>> largo tiempo presos, y despues de atormentados, los quema» ban; si ligeros, penaban á los culpados con afrenta perpetua » de toda su familia (1).

» A no pocos confiscaron sus bienes, y los condenaron á » cárcel perpetua : á los más echaban un sambenito, que es una » manera de escapulario de color amarillo con una cruz roja á » manera de aspa, para que entre los demás anduviesen seña»lados, y fuese aviso que espantase y escarmentase por la >> grandeza del castigo y de la afrenta; traza que la experien>> cia ha mostrado ser muy saludable, magüer que al principio » pareció muy pesada á los naturales. Lo que sobre todo extra»ñaban era que los hijos pagasen por los delitos de los padres: » que no se supiese ni manifestase el que acusaba, ni le con>>frontasen con el reo, ni hobiese publicacion de testigos; todo » contrario á lo que de antiguo se acostumbraba en los otros >> tribunales. Demás desto les parecía cosa nueva que seme>> jantes pecados se castigasen con pena de muerte, y lo más >>grave, que por aquellas pesquisas secretas les quitaban la >> libertad de oir y hablar entre sí, por tener en las ciudades, >> pueblos y aldeas personas á propósito para dar aviso de lo >>que pasaba: cosa que algunos tenían en figura de una ser>> vidumbre gravísima y á par de muerte.

>> Desta manera entonces hobo pareceres diferentes: algu»> nos sentían que á los tales delinqüentes no se debía dar pena » de muerte; pero fuera de esto confesaban era justo fuesen >> castigados con cualquier otro género de pena. Entre otros » fué deste parecer Hernando de Pulgar, persona de agudo y >> elegante ingenio, cuya historia anda impresa de las cosas y » vida del Rey D. Fernando; otros, cuyo parecer era mejor y » más acertado, juzgaban que no eran dignos de la vida los >> que se atrevían á violar la Religion, y mudar las ceremonias >> santísimas de los Padres: ántes que debían ser castigados, >> demas de dalles la muerte, con perdimiento de bienes y con >> infamia, sin tener cuenta con sus hijos, ca está muy bien >> proveido por las leyes que en algunos casos pase á los hijos >> la pena de sus padres, para que aquel amor de los hijos los

(1) Pasma la frescura con que dice el buen Mariana, que por delitos ligeros imponían nada menos que infamia perpétua y de toda la familia.

haga á todos más recatados: que con ser secreto el juicio a se evitan muchas calumnias, cautelas y fraudes, además de no ser castigados sino los que confiesan su delito, ó mani>fiestamente están dél convencidos: que á las veces las costumbres antiguas de la Iglesia se mudan conforme á lo que los tiempos demandan; que pues la libertad es mayor en el pecar, es justo sea mayor la severidad del castigo. El suceso >mostró ser esto verdad y el provecho que fué más aventajado > de lo que se pudiera esperar.

>> Para que estos jueces no usasen mal del gran poder que > les daban, ni cohechasen el pueblo, ó hiciesen agravios, se >ordenaron al principio muy buenas leyes y instrucciones: el tiempo y la experiencia mayor de las cosas ha hecho que se >>añadan muchas más. Lo que hace más al caso, es que para >>este oficio se buscan personas maduras en la edad, muy en>>teras y muy santas, escogidas de toda la provincia, como aquellas en cuyas manos se ponen las haciendas, fama y vida de todos los naturales. Por entonces (1484) fué nombrado por >Inquisidor general Fr. Thomas de Torquemada, de la Orden » de Santo Domingo, persona muy prudente y docta, y que > tenía mucha cabida con los Reyes por ser su confesor, y > Prior del monasterio de su Orden de Segovia. Al principio > tuvo solamente autoridad en el reyno de Castilla: cuatro años > adelante se extendió al de Aragon, ca removieron del oficio > de que allí usaban á la manera antigua, los Inquisidores >Fr. Cristóbal Gualbes, y el maestro Ortés, de la misma Or> den de los Predicadores. >>

Hasta aquí Mariana. Por los muchos años de Torquemada, los Reyes Católicos nombraron por Coadjutores suyos á Don Martin Ponce de Leon, Arzobispo de Mesina, á D. Alonso de la Fuente el Saz, Obispo de Jaen, D. Francisco Sanchez de la Fuente, Obispo de Ávila, y D. Íñigo Manrique, Obispo de Córdoba. Confirmó estos nombramientos Alejandro VI por Bula de 23 de Junio de 1494. Sucedió á Torquemada en este cargo el célebre dominicano D. Fr. Diego Deza, maestro del malogrado Príncipe D. Juan, y Arzobispo de Sevilla, cuya eleccion confirmó el mismo Papa (1498).

§. 10.

La Inquisicion en Aragon. -Asesinato de San Pedro Arbués.

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Zurita: Anales de Aragon, lib. XX, cap. 49 y 65.

Queda dicho que la Inquisicion databa en Aragon del tiempo de los Albigenses, pero no como tribunal permanente, sino como una delegacion apostólica, que por lo comun recaía en algun fraile dominico. En Valencia eran Inquisidores á la sazon los maestros Gualbes y Ortés, cuya remocion solicitó el Rey Católico. Dicese que Gualbes había abusado de su comision en tales términos, que fué separado por el Papa con harta ignominia. Amplióse, pues, el nombramiento de Torquemada á los países de la Corona de Aragon, como ya se ha dicho.

En las Córtes de Tarazona (1484) se trató con el Inquisidor general, de cómo se había de proceder contra los herejes y sospechosos de herejía en Aragon, sobre lo cual se tuvieron varias juntas particulares. El Inquisidor general Torquemada delegó por Inquisidores para Aragon á un fraile dominico llamado Fr. Gaspar Inglar de Benavarre, y á un canónigo de la Seo de Zaragoza llamado el maestro Pedro Arbués, conocido más vulgarmente por el Maestr-Epila, por ser natural de Epila, y maestro en Sagrada Teologia, que había estudiado en el Colegio de San Clemente de Bolonia.

Para Valencia fueron nombrados Martin Íñigo y un dominico llamado Fr. Pedro de Epila: opúsose en las Córtes de aquel reino el brazo de los caballeros á la admision del Santo Oficio. pero hubieron de ceder al cabo de tres meses. En Zaragoza y Teruel hubo tambien oposicion, no tanto al establecimiento del Santo Oficio, como á las nuevas formas con que se presentaba, contrarias á los fueros y modo de enjuiciar en aquel reino. La confiscacion de bienes y el secreto de los procedimientos, ocultando el nombre del acusador, eran cosas intolerables para los aragoneses, cuya legislacion era ya en el siglo XV la más avanzada y libre de Europa. Necesitóse todo el empeño y favor del Rey, del Clero y parte de la nobleza para poder introducir aquel nuevo género de procedimiento. Por fin el Justicia mayor, Juan de Lanuza, y su Lugarteniente

y demás oficiales reales juraron favorecer á la Inquisicion (1485) y darle amparo en las causas de fe.

Muchos de los principales abogados de Zaragoza eran conversos y emparentados con judíos, todos ellos ricos y de mucha influencia. Acudieron á quejarse del contrafuero al tribunal del Justicia mayor, solicitando que se inhibiesen los Inquisidores de proceder por su método especial, y sobre todo de confiscar los bienes. Ofrecieron grandes sumas de dinero, no solamente al Justicia, sino tambien al Rey, harto apurado de recursos con la guerra de Granada. Negose á dar la inhibicion el Lugarteniente del Justicia, Tristan de la Porta. Más favor hallaron en las Córtes, pues llegó el caso de que reunidos los Diputados enviaran por embajadores al Rey al Prior de San Agustin, Fr. Pedro Miguel, y al abogado Pedro de Luna, á fin de que revocase los privilegios del Santo Oficio en Aragon. Las negociaciones iban muy largas en la corte, pero quizá hubieran obtenido algun partido, si la impaciencia y maldad de los conversos no hubieran empeorado su causa, haciéndoles acudir á un recurso desesperado y atroz. Creyendo el medio más expedito para lograr su fin intimidar á los Inquisidores, acordaron asesinarlos. La Providencia lo dispuso para castigar su obstinacion, pues el camino que creyeron les sirviera de atajo para llegar á su fin, ese mismo los condujo al término que rehuían. Encargóse del asesinato un converso llamado Juan de la Abadía, en union con otro malvado que se apellidaba Sperandeo, hijo de un penitenciado por el Santo Oficio: agregáronse cuatro asesinos más, dos de ellos franceses. No habiéndoles salido bien el proyecto de asesinar al Maestr-Epila en su cuarto, le esperaron en la iglesia, á donde bajaba á media noche á cantar Maitines, segun práctica de los Canónigos regulares. Armado de un pequeño chuzo del cual pendía un farolillo, bajó el santo Canónigo á la iglesia de la Seo, y se arrodilló cerca del presbiterio, arrimando el farol á una columna de la iglesia. Cantaba el Coro á la sazon el Invitatorio, y pronunciaba aquellas tan sentidas palabras del Señor contra los judíos:-Quadraginta annis proximus fui generationi huic, et dixi: Semper hi errant corde.- Llegáronse los asesinos al Inquisidor en dos cuadrillas: el gascon Juan Durançó le dió una gran cuchillada en la cerviz, partiendole la cabeza, y Juan

Sperandeo le atravesó de dos estocadas.- Loado sea Jesucristo, dijo el inquisidor, que yo muero por su santa fe; -y cayendo en el suelo, huyeron los asesinos dándole por muerto. Noticioso al amanecer de caso tan atroz el pueblo de Zaragoza, corrió á las armas, para llevar á sangre y fuego las casas de los conversos. Viendo el espantoso tumulto que contra ellos se movía, fué preciso que el Arzobispo D. Alonso de Aragon șaliera á caballo para contenerlo. Reunida la Diputacion, autorizó á la Inquisicion para proceder contra los asesinos y sus cómplices, desaforándolos á todos. El Rey mandó que en lo sucesivo tuviera la Inquisicion de Zaragoza su asiento en el castillo y palacio de la Aljafería, para mayor seguridad real y como muestra de quedar bajo la salvaguardia de la corona.

Los asesinos de San Pedro Arbués fueron todos aprehendidos y relajados al brazo seglar. Por lo que hace al MaestrEpila fué mirado como mártir desde el punto de su muerte, y la ciudad acordó poner lámparas en su sepulcro, á expensas de los fondos públicos. Los Reyes Católicos labraron un magnífico sepulcro de alabastro cerca del sitio donde fue asesinado el Inquisidor. El Emperador Cárlos V hizo que se formara y remitiese á Roma el proceso para la beatificacion, que retrasaron algo los decretos de Urbano VIII sobre culto de los Santos, hasta que por fin Alejandro VII, á instancias de Felipe IV y de la Iglesia de Zaragoza, inscribió á San Pedro Arbués en el número de los Santos (1664). Su Santidad el Papa Pio IX acaba de canonizarle (1866).

§. 11.

Martirio del Niño de la Guardia.

En vano querrá la crítica impía poner en duda este hecho, pues hay testimonios auténticos sacados del proceso que se formó sobre aquel horrible y feroz asesinato (1), cuya relacion se presenta como muestra de lo que eran los cristianos nuevos á fines del siglo XV.

(1) Historia del martirio del Santo Niño de la Guardia, sacada de los procesos..... por el Doctor D. Martin Martinez Moreno: Un tomo en 8.° de 188 páginas: reimpreso en 1866.

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