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§. 127.

Clérigos santos.

FUENTES.-Coleccion de santos mártires, confesores y varones venerables del clero secular, en forma de Diario, por D. Fernando Ramirez de Luque, beneficiado de Lucena: Madrid, 1803.

A tales Prelados correspondía tal Clero, y en efecto, no tan sólo en el Clero regular, sino en el secular, fué grande el número de Santos en aquel siglo feliz, en que las letras corrieron parejas con las virtudes.

Descuella entre los clérigos seglares de aquel siglo el venerable maestro Juan de Avila, llamado justamente el Apóstol de Andalucía (1).

Apénas hubo Santo de aquel tiempo que no estuviera en comunicacion con él. San Ignacio, San Francisco de Borja, San Juan de Dios y Santa Teresa le consultaron y se guiaron muchas veces por sus consejos. Escribió su tratado Audi, filia, para Doña Sancha Carrillo, hija de D. Luis Fernandez de Córdoba. Iba esta señora á la córte á ser dama de honor de la Reina; pero la lectura de aquel precioso tratado le hizo mudar de propósito y consagrarse á Jesucristo. Otras varias señoras de la grandeza hicieron lo mismo. Su vida trabajosa y apostólica le acarreó padecimientos muy graves: lleno de virtudes y merecimientos falleció en Montilla (1569) á los 69 de su edad. Sus obras de mística han sido traducidas á varios idiomas: algunos trabajos interpretando la Sagrada Escritura quedaron inéditos.

Fueron tambien notables el Canónigo de Avila D. Francisco de Guzman, y muy caritativo, de modo que habiendo dado en vida toda su hacienda á los pobres, se dedicó á servirlos en los hospitales. El Canónigo de Cuenca D. Juan Fernandez Heredia, descendiente de la familia de San Vicente Ferrer, varon santo y tan apacible que jamás dijo palabra que pudiese ofen

(1) Véanse en el §. 48 y pág. 146 y siguientes, varias noticias acerca de él y de otros discípulos suyos.

der á nadie; gastaba toda su renta en la asistencia de los pobres, y principalmente en casar doncellas huérfanas, de las cuales acomodaba todos los años á tres el dia 28 de Enero, haciendo además un número considerable de fundaciones.

Las obras de Santa Teresa dan noticias de otros muchos clérigos altamente virtuosos, entre ellos el Maestro Julian de Avila, su capellan y compañero en algunas fundaciones, y Gaspar Daza, que había reunido en Avila una Congregacion de sacerdotes virtuosos.

No debe omitirse tampoco al venerable sacerdote Jacobo de Gratis, italiano, que vino agregado á la Nunciatura, y habiendo adquirido algunos bienes en Madrid, fundó un oratorio y casa de recogimiento para el culto del Santísimo, que fomentó mucho. Protegió á San Francisco Caracciolo, y principió la fundacion del convento del Cármen calzado, que pudo costarle muy cara por haber obrado contra las órdenes del Consejo. Ordenado de sacerdote, vivió más de cien años, y murió en la pobre casa contigua al convento, que había cedido á religiosas franciscas, en la calle á que dió su nombre (1).

§. 128.

Costumbres del pueblo español.

Las costumbres de los españoles en el siglo XVI fueron sumamente puras en lo general. El gran número de Prelados santos, clérigos y cenobitas de uno y otro sexo, que vivían con gran virtud y austeridad, no podía ménos de influir en la moral cristiana. Si á esto se añaden la singular virtud de la Reina Doña Isabel la Católica y la indisputable religiosidad del Emperador Cárlos V y su hijo Felipe II, se verá que España en aquel siglo no podía ménos de ser altamente religiosa, cuando tanto lo eran sus Monarcas. De Cárlos se dice que no dejó de oir Misa ningun dia, á no ser el de la aciaga jornada contra Argel. Felipe II vivía en el Escorial con más pobreza que un monje, y espiraba con los ojos fijos sobre el altar en

(1) Calle del Caballero de Gracia, esquina á la del Clavel, donde estuvo aquel hasta el año 1836, en que fué demolido.

aquella oscura alcoba, donde la imaginacion se anonada al considerar que en tan lóbrego y mísero recinto murió tan gran Rey. La retirada de Cárlos V á Yuste y el ingreso de San Francisco de Borja, hicieron alta impresion en los ánimos de la nobleza. Un biógrafo de éste (1) refiere algunos de los muchos nobles que, á imitacion del Duque de Gandía, acudieron á Oñate á vestir la sotana, y Polanco añade, que fueron tantos los que quisieron seguir su ejemplo, que bastáran para poblar muchos colegios, si á todos se les hubiera admitido.

Los guerreros más ilustres de aquel siglo eran dechado de virtud y de generosidad cristiana. D. Juan de Austria, el vencedor de Lepanto, era hombre de fe viva y de conducta muy cristiana, sin que esto rebajara en nada su valor: llevaba siempre Jesuitas en su compañía, y espiró en sus brazos (2). El gran Duque de Alba, Requesens y Bazan eran personas sumamente religiosas, y áun más el gran Alejandro Farnesio, Duque de Parma, que con tanto valor y con tan escasas fuerzas supo imponer á los herejes de Francia y Flandes. Su conducta ejemplar hizo al soldado guardar la disciplina en épocas de penuria y ansiedad, en que á un general libertino le hubiera sido imposible conservar su gente. Cuando las virtudes brillaban en el Trono y la grandeza, y hasta en los ejércitos; cuando las catedrales y los claustros estaban poblados de Santos, ¿podía ménos de ser religioso y morigerado el pueblo español? No es tan fácil saber las virtudes de los legos como de los clérigos y los regulares, no perteneciendo aquellos por lo comun á corporaciones que tengan cuidado de recoger noticias acerca de sus virtudes. En las vidas de los Santos suelen hallarse algunas veces datos acerca de estos varones piadosos (3). En el

(1) Cienfuegos en la Vida de San Francisco de Borja, lib. IV, cap. 2. (2) Entre las otras calumnias que amontonó Cano contra los Jesuitas, era una de ellas que convertían los soldados en gallinas. Véase si lo fueron estos generales.

(3) Tal sucede por ejemplo, en la Vida de la venerable Doña Magdalena de Ulloa, esposa de D. Luis Mendez Quijada, el padre putativo de Don Juan de Austria. Escribió la curiosa vida de aquella señora el P. Villafañe, jesuita. (Un tomo en 4.o, Salamanca, 1723). Fundó aquella piadosa señora los colegios de Jesuitas en Oviedo, Santander y Villagarcía, donde falleció (1598).

siglo XVI descollaron algunos que se pudieran citar, y los escritos de Santa Teresa hacen mencion de no pocos caballeros virtuosos y caritativos. Pero como sus nombres más bien están escritos en el cielo que son conocidos en la tierra, se concretará la relacion á unas pocas personas, especialmente del otro sexo, que han salido de esta santa oscuridad.

Es la primera la célebre Doña Catalina de Cardona, señora de gran nobleza y de tanta virtud y austeridad, que se retiró á una cueva para hacer penitencia: allí vivía tan mortificada y abstraida, que llegó á causar admiracion á la misma Santa Teresa. El Señor la favoreció con grandes luces y consuelos espirituales. Habiendo oido una vez predicar al Dr. Cazalla, le tuvo por hereje antes que otras personas instruidas cayeran en cuenta de ello. Por el mismo tiempo que la venerable Doña Catalina (1570-1572), vivía la venerable Mari Diez, la de Avila, que murió en opinion de santidad despues de una vida sumamente retirada y pobre (1). No se debe omitir tampoco á la venerable Doña María de la Gasca (2), natural de Valladolid (1549), hermana del célebre y austero Obispo de Palencia, pacificador del Perú, Prelado de los más virtuosos de aquel siglo. Antes que ellas habían brillado sobre el Trono la desgraciada Princesa Doña Catalina de Aragon, digna hija de Doña Isabel la Católica y esposa del lascivo Enrique VIII de Inglaterra. Víctima de las brutales pasiones de aquel desenfrenado Monarca, vivió los últimos años de su vida en la estrechez y en el olvido, llevando sus trabajos con singular resignacion y religiosidad. Murió á 6 de Enero de 1535, á los 50 años de edad (3).

De algunas otras Santas que vivieron en el retiro del claustro se habló ya al hacerlo de la reforma de los Institutos religiosos.

(1) Gil Gonzalez Dávila: Teatro eclesiástico, habla de Doña Catalina en el tomo I, pág. 442, y de la Mari Diez en el II, pág. 300.

(2) Véase su curiosa vida escrita por D. Manuel Hinojosa y Montalvo (un tomo en 4.o, Madrid, 1626). Nuestra literatura tiene un riquísimo tesoro biográfico de personas célebres en santidad, que apénas es conocido, y con todo sirve muchísimo hasta para ilustrar la historia civil. (3) Escribió su vida el P. Rivadeneyra.

§. 129.

Gran número de Santos religiosos en España durante esta época.

Bien se puede llamar á esta época, y especialmente al siglo XVI en España, el siglo de los Santos y el siglo de oro de la Iglesia española. Al gran numero de Santos ya citados en los otros párrafos de este capítulo, tenemos todavia que añadir otros varios que fuera infamia olvidar. ¿Qué Iglesia particular podrá competir con la de España en el siglo XVI, que no solamente reformaba los Institutos antiguos y llevaba la reforma á otras partes, sino que daba á la Iglesia en general nuevos Institutos, y estos colmados de nuevos Santos? San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Juan de Dios, San José Calasanz, San Pedro Alcántara, y en seguida San Francisco de Borja, San Francisco Javier, Santo Tomás de Villanueva, el Beato Miguel de los Santos, la Beata Mariana de Jesús y los Beatos Alonso Rodriguez y Pedro Claver; los venerables Horozco, Obregon, Ruzola, Fray Juan del Sacramento, Tomé de Jesús y Fr. Juan del Niño Jesús, cuyos expedientes de beatificacion se hallan muy adelantados. A todos estos Santos ó venerables religiosos nombrados ya en este capítulo, podemos unir los siguientes:

El Orden de Santo Domingo presenta por si solo un gran catálogo de Santos en esta época. Figura entre ellos el primero San Luis Beltran, natural de Valencia, que á pesar de su poca salud y oposicion de sus padres, logró vestir el hábito dominicano (1544): su temperamento melancólico le inclinaba al recogimiento y al silencio. Temiendo que los estudios teológicos le distrajeran de la oracion, se abstuvo de ellos. Pero mudó de opinion, y áun llegó despues á decir que en su Orden los más sábios y estudiosos eran siempre los más santos. En medio de sus continuos achaques hacía terrible penitencia, mostrándose, á pesar de ella, muy afable con todo género de personas. Era muy rígido con los novicios, á quienes castigaba duramente por livianas faltas, à fin de que se formáran en el espiritu religioso, segun los deseos del Concilio de Trento.

El espíritu de San Luis Beltran perseveró no solamente en

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