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tes de Madrid de 1567 y 78 (1) excitaron á que se fundáran seminarios al tenor de lo dispuesto en el Concilio.

Las fundaciones de los Prelados de la Iglesia de España no se concretaban en materia de colegios á los estudios de las ciencias eclesiásticas: fundaron tambien algunos para artes y medicina. Entre ellos merece aún grande nombradía el de Monforte de Lemus, por el Cardenal D. Rodrigo de Castro (1595), fundado para el estudio de ciencias y filosofía. De este modo trabajaba la Iglesia de España en el siglo XVI por el oscurantismo.

§. 131.

Teólogos españoles de los siglos XVI y XVII.

No se tendrá por orgullo y exageracion el que se diga que los teólogos españoles del siglo XVI marchaban al frente de esta ciencia en la Iglesia católica. Con razon suele ponerse al frente de los teólogos de aquel tiempo al inimitable Melchor Cano (2), que metodizó el estudio de las fuentes teológicas, y cuyas obras incompletas nadie se atrevió á terminar. Mas no era el único de su instituto que figuraba en primera línea. El célebre Francisco Vitoria era maestro de Cano y catedrático de Salamanca (3). ¡Ojalá que en Cano hubieran correspondido el génio y la política á su gran saber teológico! Cierta dureza de carácter y acrimonia, quizá hipocondriaca, efecto del mucho manejo de los libros y poco trato de personas, deslucieron sus brillantes cualidades. En la cátedra de Cano sucedió en Salamanca (1552) Domingo Soto, tambien dominicano, que figuró en primera línea en el Concilio de Trento, y fué el primero que peroró en él : su autoridad era tal en las áulas, que se decía en las de España, qui scit Sotum, scit totum. En Soto

(1) Peticion 48 de las Córtes de 1567, y 11 de las Córtes de 1578. Véase el cuadro de las fundaciones de Seminarios en el tomo VI y último: los de Tarragona y Granada eran anteriores al Concilio de Trento, y aún se dice que sus constituciones fueron tenidas en cuenta por aquellos Padres. (2) Así le coloca Alzog en su Compendio de historia eclesiástica.

(3) Véase el retrato de Vitoria trazado por Cano en su lib. XI de los Lugares teológicas.

corrian parejas la virtud y el saber. Cano y él murieron en un mismo año (1560) en el convento de San Esteban de Salamanca. No fué ménos célebre Fr. Pedro Soto, del mismo instituto dominicano, á quien el Emperador sacó de su austero retiro para hacerlo confesor suyo. Dióse mucho á conocer en el extranjero por las disputas con los protestantes y por la creacion de la universidad de Delinga (Dilinghen), con el favor del Emperador, en donde regentó una cátedra de teología contra los errores de los protestantes. Pio IV le envió al Concilio como teólogo suyo, y la historia general enseña cuánto trabajó allí y cuán útil fué su influencia: de manera que los dos Sotos representaban en el Concilio de Trento, Pedro, al Pontífice, y Domingo, al Emperador, que lo había enviado. Felipe II hizo pasar á Oxford á Pedro Soto, á fin de purificar aquella universidad de los errores de Buccero y Pedro Mártir. A estos sábios dominicanos hay que añadir los no ménos célebres teólogos de Salamanca y del mismo instituto, Bartolomé de Medina y Domingo Bañez: este segundo fué ocho años confesor de Santa Teresa, cuya pluma sirvió de alas á su gloria. Bartolomé Medina dió á luz la Suma moral, que lleva su nombre, formada de los extractos que el venerable Lanuza tomaba de sus lecciones.

Por los años 1544 fundó Juan III de Portugal la universidad de Coimbra. Tuvo especial cuidado de poner desde sus principios catedráticos sobresalientes. Para teología escogió por primer maestro á Martin de Ledesma, que había hecho sus estudios en Salamanca. El hombre más grande, el más hermoso adorno de la academia de Coimbra fué sin duda Francisco Suarez, que por sus altos conocimientos mereció de la Silla apostólica el dictado de doctor eximio. A Salamanca debe Suarez las primeras nociones de teología, que fecundaron el fértil campo de su espíritu.

Algunos de estos teólogos tambien habían estudiado en Alcalá, y aquella universidad los contaba entre sus hijos (1): tal sucedía con Soto y Bartolomé Medina. En Alcalá se distinguían

(1) Véase en el tomo III de la España sagrada la aprobacion por el P. Burriel, que con motivo de ser Flórez catedrático de Alcalá, hizo una curiosa enarracion de muchas personas célebres de aquella escuela,

TOMO V.

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Pedro de Fuentedueña, que asistió al Concilio de Trento, y que era á la vez eminente teólogo y filósofo, y Perez Ayala (D. Martin), Arzobispo que fué de Valencia, autor de la preciosa obra de Divinis traditionibus. Pero el teólogo principal de aquella universidad fué Pedro Ciruelo, natural de Daroca, primer catedrático de teología tomista, á quien Cisneros trajo con aquel objeto de Salamanca. Ciruelo era no sólo un profundo teólogo y escriturario, sino tambien filósofo, matemático, geógrafo y crítico y filólogo (1): de todas estas materias escribió con grande acierto, y aun en el dia se leen sus obras con harto gusto. En su tratado Contra las supersticiones se adelantó á su siglo. Cisneros tuvo el gran mérito de conocer á todo lo mejor de su tiempo para traerlo á su naciente universidad, y Pedro Ciruelo fué uno de los hombres que le inspiraron mayor confianza: su escasa estatura hizo que no se le escogiese para maestro de Felipe II, y en su lugar se prefirió al adusto Silicéo. Quizá hubiera ganado mucho España en que no se hubiesen medido à palmos el mérito y el saber.

Los estudios exegéticos prevalecieron siempre en Alcalá, como una especie de recuerdo de sus primeros trabajos para la Poliglota, y así puede decirse que las aulas de Salamanca produjeron mejores teólogos dogmáticos y moralistas; por el contrario, en Alcalá superaron los expositores escriturarios, A su vez en Salamanca jamás pudieron prevalecer los Jesuitas en aquella universidad, ocupada por los Dominicos y Agustinos; al paso que en Alcalá prevalecían los Jesuitas. Para adquirir ascendiente en aquella enviaron allí los Jesuitas sus mejores teólogos. Valencia, Suarez, Tirso Gonzalez, y casi todos los jesuitas más célebres de España por sus obras teológicas explicaron en aquel soberbio edificio, el mayor y mejor que poseían en España; pero en vano, pues la universidad, por contrariarles, hizo juramento de sostener la doctrina de San Agustin, segun la explicacion de Santo Tomás.

(1) Otro tanto sucedía con algunos otros teólogos de la época, que á la vez eran filósofos profundos y matemáticos, como Cardillo Villalpando y D. Pedro de Castro, ambos catedráticos de Alcalá: D. Pedro de Castro era además excelente controversista. (Gil Gonzalez Dávila, tomo I del Teatro eclesiástico de España, pág. 484.)

Así es que como los Dominicos propendían á los estudios escolásticos, y los Jesuitas á los exegéticos, cada una de estas universidades vino á tomar uno de estos dos caractéres. De las cátedras de Alcalá salieron los escriturarios Salmeron, Tena, Montano, Mariana y el jesuita Gaspar Sanchez, á quien considera Calmet como el mejor de los expositores. Despues de treinta años de enseñar humanidades, la obediencia le hizo ir á explicar Escritura en Alcalá, donde apenas dormía por tener tiempo de estudiar, áun siendo ya muy viejo: De Alcalá procedía tambien el célebre Laynez. Entre los escriturarios españoles no se debe dejar de nombrar al célebre Fr. Luis de Leon, por todos conceptos eminente. Tambien explicó Escritura en Salamanca el célebre jesuita Francisco Rivera, colegial mayor y catedrático de aquella universidad, que siendo ya presbitero vistió la sotana. Comentó los libros más difíciles de la Sagrada Escritura, y escribió la vida de Santa Teresa. No es de omitir de entre los teólogos, célebres de la Compañía el nombre del P. Sanchez en su inmensa obra De matrimonio, que parece haber agotado cuanto el casuismo ha dicho en esta difícil materia. El jesuita Vazquez (Gabriel), catedrá tico de Alcalá, es mirado, con razon, como uno de los teólogos más profundos y muy versado en la doctrina de Santo Tomás. Diez tomos de comentarios escribió sobre la Suma, y además una parafrasis de las epistolas de San Pablo, y otros muchos tratados.

§. 132.

Gran desarrollo de la mística. Oratoria sagrada.

En lo que sobresalieron tambien los españoles de una ma→ nerable admirable durante el siglo XVI fué en la mística, lo cual da una idea del brillante estado de la moral cristiana en nuestra patria, mientras tan decaida andaba en el extranjero. Desde el siglo XV se venia explotando la imprenta. La tipografía, explotada y favorecida por la Iglesia de España para la edicion de Misales y Breviarios, se ocupó igualmente en la impresion de varias obras de mística: algunas de ellas son harto raras y poco conocidas. Dicese por algunos bibliogra

fos (1) que la primera obra impresa en España (1474) fué la titulada Obres ó trobes en llaor de la Verge María, escrita en valenciano.

San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja, Santa Teresa de Jesús y Fr. Luis de Granada son escritores ascéticos de primer órden, y cuyas obras se han generalizado en todos los países católicos, por lo que pertenecen á la historia general. Fr. Luis de Granada, excelente orador y teólogo, era un escritor fecundo. La Guia de pecadores y la Introduccion al simbolo de la fe, son obras muy útiles y conocidas; pero las más generalizadas de todas son su Tratado de oracion y meditacion sobre el fin del hombre, y los Novisimos para los siete dias de la semana, y las otras siete sobre la pasion de Cristo, para la tarde. El Papa Gregorio XIII solía decir que hacía más milagros Fr. Luis de Granada con sus escritos, que si resucitara muertos y diera vista á los ciegos. Su lenguaje es lo más castizo que hay en nuestra lengua: el estilo es generalmente claro y limpio; pero la elegancia, á la cual se eleva muchas veces, tiene cierto sabor ciceroniano, que parece algo afectado en nuestra lengua. Con buen deseo hizo el señor Climent en el siglo pasado una edicion de su Retórica, en obsequio de los que se dedicasen al púlpito, y áun concedió indulgencias á los que por ella estudiasen: pero era sustituir un mal á otro, y el amaneramiento retórico á la pedantería dislocada.

Al lado de las obras de mistica de Fr. Luis de Granada vienen los Ejercicios espirituales del P. Rodriguez, jesuita, obra sumamente apreciada por todos los estudiosos de nuestra ascética. Tanto ésta como algunos otros de los tratados de su tiempo, dan reglas precisamente para el hombre que se ha retirado al cláustro, mas no para los seglares que se han de dirigir á Dios en medio del tráfago del mundo. Los escritores místicos de aquel tiempo, en el exclusivismo por el claustro, son comparables á los poetas de la misma época, que sólo ha

(1) Villanueva: Viajc histórico, tomo II, pág. 114. Añade que habia un ejemplar en la Biblioteca de los Dominicos de Valencia.

El mismo P. Villanueva indica que la Estaurofila (ó camino de la Cruz) era composicion de un monje español, y no de un benedictino francés, como suponen los extranjeros. El autor del Combate espiritual, fué igualmeute el P. Juan de Castañiza, benedictino de Salamanca.

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