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CAPITULO XX.

DECADENCIA EN TIEMPO DE FELIPE III.

§. 137.

Felipe III y el Duque de Lerma.

Un Rey que no reina, sino que deja mandar á su favorito, ó es Rey constitucional, ó no es un verdadero Rey, y tiene que pasar por la mengua de que el nombre del favorito acompañe al suyo. Así sucede con Felipe III; sale de un favorito para caer en otro, pero su principal favorito es el Duque de Lerma. ¿Cómo de un padre tan activo y enérgico cual Felipe II, que revisaba hasta los sobrescritos de la correspondencia, y llevaba su actividad desde lo alto á las cosas más menudas, sale un hijo tan flojo y descuidado como Felipe III? Fenómeno es este que no acertamos á explicar, á pesar de que lo vemos todos los dias. Y no era porque le faltasen á Felipe III bellísimas cualidades. Algunos de sus biógrafos (1) llegaron a asegurar, con relacion á sus confesores, que no había cometido en toda su vida pecado mortal. Pero con perdon de biógrafos y confesores, & tan liviana culpa es en un Príncipe descuidar los negocios, dejar el Gobierno en hombros de un favorito poco apto, y pasar el dia visitando locutorios, mientras que la nacion avanzaba á su ruina? Las virtudes de Felipe III fueron las de un particular, pero le faltaron las de un Rey, y áun aquellas las deslució con su desaplicacion al trabajo.

Si al fin el Duque de Lerma hubiera sido un hombre de capacidad y vastos conocimientos, pudiera haber compensado la falta de actividad en el Monarca: más por desgracia carecia aquel de uno y otro, y para mayor mal había separado de los

(1) Virgilio Malvezzi lo dice así, con relacion al P. Florencia.

HISTORIA ECLESIÁSTICA DE ESPAÑA.

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negocios á todos los hombres importantes del reinado de Felipe II. Los sugetos que éste tenía á su lado eran de hierro, como el Rey: el Duque de Alba, el de Osuna, el Marqués de Santa Cruz, Vazquez de Arce y Covarrubias; todos son conocidos por su carácter duro y austero. Hombres tales no valían para Felipe III y su favorito, y fueron alejados gradualmente de las regiones en que pudieran influir. Al ver separar de los Consejos á Vazquez de Arce y otros amigos suyos, el génio duro y bilioso de Mariana se exacerbó, y empapó su pluma en hiel. El inventario de la plata de todas las iglesias, que alarmó al Clero de España, la subida de moneda, que acabó de arruinar nuestro comercio en vez de aliviarlo, y otras medidas de este jaez, dieron pié al Jesuita para escribir unos discursos, que publicados en el extranjero, quizá contra su voluntad, le acarrearon una causa criminal, prision por dos años en el convento de San Francisco de Madrid, y duros castigos por parte de su religion.

Pero la nacion avanzaba hácia su ruina, el tesoro se hallaba exhausto, la nobleza resentida, y el descontento cundía por todas partes. Para ponerse á cubierto de la tempestad obtuvo el Duque de Lerma un capelo de Cardenal (1618) (1). No fué durante esta época en la que más se honró la púrpura cardenalicia; vistieronla no pocos hombres, que fueron grandes segun el mundo, pero á los que faltó mucho para serlo á los ojos de la Religion (2). Felipe III concluyó de disgustarse del Duque de Lerma con lo que este creía asegurar su privanza: su hijo el Duque de Useda le había reemplazado en ella, y despues de una escandalosa lucha entre el padre y el hijo para sostenerse en el poder, hubo de ceder el puesto y marchar á

(1) El Duque de Lerma estaba viudo desde el año 1603. Le otorgó el capelo el Papa Paulo V, en el consistorio secreto celebrado en 26 de Marzo de 1618. Retirado el Duque á Valladolid, celebró su primera misa en el convento de San Pablo, de que era patrono. Fué muy afecto al Orden de Santo Domingo; fundó cátedras para doctrina de Santo Tomás en Salamanca, Valladolid y Alcalá, y debían recaer estas cátedras en religiosos dominicos de presentacion de su familia. Hasta estos últimos años las presentó la casa de Medinaceli.

(2) Ya en el siglo anterior, Felipe II había casado su hija con el Archiduque Alberto, Cardenal y Arzobispo de Toledo.

su destierro, salvándole la dignidad cardenalicia de ser preso (1) y áun de sufrir pena más severa.

Por desgracia los que le sucedieron en el favoritismo, su hijo y el confesor del Rey, fueron tan ineptos, que hicieron bueno su gobierno.

§. 138.

Expulsion de los moriscos.

El hecho más trascendental del reinado de Felipe III bajo el aspecto religioso, y áun político, es la expulsion de los moriscos. Donde la reconquista se había hecho con rapidez, abundaban los moriscos, pues los Reyes cristianos habían preferido dejarlos en los países conquistados, más bien que despoblar sus conquistas. Abundaban los moriscos en Valencia, la Mancha y el reino de Granada, donde pueblos y áun distritos enteros eran suyos, sin que apenas se viese en ellos algun cristiano. Había muchos tambien en el Bajo Aragon; pero como eran vasallos de las iglesias y señoríos, estaban defendidos por estos, y eran en general poco temibles en aquel país, donde tambien se sublevaron en el siglo XVI. Pero los de Valencia y Granada no solamente sostenían continuas relaciones con los moros de allende el Estrecho, sino que en varias ocasiones se habían manifestado en rebelion abierta.

Posteriormente ocurrieron los levantamientos de las Alpujarras en tiempo de Felipe II.

Parece que to natural hubiera sido tratar de la conversion de aquellos hombres. Todos los dias salían misiones para las Indias orientales y occidentales, y entre tanto quedaban á retaguardia de los misioneros otros infieles que era más urgente convertir, aunque no tan fácil. ¿De qué provenía esta dificultad? Por parte de los moriscos había obstinacion en el er

(1) Dicen que yendo á prenderle un alcalde con sus ministros, el Duque le recibió vestido de Cardenal y bajo un magnífico dosel, de modo que aquel no se atrevió á prenderle. Con este motivo se hizo vulgar aqueHla coplilla:-El ladron más afamado-Por no morir degollado-Se vistió de colorado.

ror, y aquella repulsion natural é instintiva en el hombre à todo lo que le quiere imponer su vencedor por via de fuerza. Cisneros había convertido y bautizado millares de moriscos en Granada; pero los medios de que se valió ni fueron los más recomendados por la Religion, ni dan mucha gloria al célebre Franciscano del siglo XVI. Con muchos de ellos no se hizo más que lavar su cuerpo, pero sin doctrinar su alma. Prefe ríanse por lo comun los medios de terror, para obrar sobre la imaginacion más bien que sobre la razon. El carácter español, demasiado impetuoso, propende siempre á imponer su opinion más bien por la fuerza que por la conviccion (1).

Mas no paraba aquí la mala direccion dada á la conversion de los moriscos. Aun cuando estos se convirtieran, nada adelantaban, pues en vez de ser acogidos con caridad cristiana, eran mirados con prevencion y desprecio. Llamábaseles cristianos nuevos; se les alejaba de los honores, destinos, y áun de ciertos cargos públicos; se les cerraban los cabildos, los cláustros, los colegios, los estudios y profesiones nobles á ellos y á sus hijos, hasta la cuarta generacion; se les culpaba de todas las calamidades públicas, y apenas se cometía un de lito, ó se vertía alguna doctrina malsonante, se registraba con avidez toda la genealogía, para ver si entre la parentela se encontraba rastro de algun converso.

De la desconfianza y aversion que se profesaba en los siglos XVI y XVII á los cristianos nuevos resultaba, que ningun morisco quería convertirse, pues sus parientes los miraban como renegados, y los odiaban de muerte, y los cristianos los miraban con aversion y desconfianza. Por otra parte, las costumbres de los cristianos viejos, y áun de algunos clérigos de los pueblos, no eran tan puras que pudieran infundir respeto á los moriscos; y no pocas veces eran estos en sus contratos víctimas de groseras perfidias. De aquí el que los mo→ riscos achacasen á inmoralidad y perfidia de la Religion lo que no era sino vicio de algunos malos cristianos.

Santo Tomás de Villanueva había dado muy sábias dispo

1) Aún en el dia lo estamos viendo con muchas teorías: no pocos apóstoles de la libertad la predican con el sable y el garrote, y otros la caridad evangélica por medios análogos.

siciones para la conversion de los moriscos, y algunos frailes celosos y santos, en especial San Luis Beltran, se habían dedicado á su conversion con celo y caridad cristiana; pero tenían que luchar no solamente contra el error, que era lo də ménos, sino contra los intereses, el ódio y las preocupaciones de los que debieran secundar su caridad. Durante el levantamiento de las Germanías de Valencia, degollaron los Agermanados á cuantos moriscos habían á las manos, aparentando celo religioso. Excitábalos á esta matanza un malvado clérigo portugués que hizo en Játiva el papel del encubierto (1). Mas no era celo religioso lo que movía á tales malvados, sino el perjudicar á los señores y titulos del país, de quienes eran vasallos los moriscos. Así es que los señores, no solamente protegían á los moriscos, sino que los armaban y ponían de guarnicion en los castillos.

El Emperador Cárlos V tuvo empeño de expulsar á los moriscos (2). Para ello acordó que todos los de Valencia se bautizasen, ó fueran expulsados: opusiéronse varios teólogos y canonistas al proyecto (3), manifestando que no había derecho para obligar á los infieles á que se bautizasen, ni se faltase á las capitulaciones hechas con ellos. A pesar de eso el Emperador envió al Obispo de Guadix para formar tribunal especial de Inquisicion, juntamente con el célebre P. Guevara, el maestro Fr. Juan de Salamanca, dominicano y predicador de S. M., y el Dr. Escarnier, oidor de la Audiencia de Cataluña. A pesar de la órden de perdonar á los apóstatas, y recibir benignamente á los conversos, se retiraron á la Sierra de Bernia, donde estuvieron tres meses en número de 16.000. Al fin se dieron á partido y ofrecieron bautizarse, como lo hicieron algunos de ellos en la villa de Morla. Pero viendo que la mayoría de ellos se negaba á convertirse, dió órden el Emperador para que los de Valencia saliesen del territorio para el dia 31 de Diciembre de 1525, y todos los restantes se fueran de Es

(1) Sayas: Anales de Aragon.

(2) Véase el §. 48 en este tomo.

(3) Entre ellos cita el cronista Sayas al insigne jurisconsulto Jaime Bonet, que por espacio de 38 años fué catedrático de leyes y cánones en Lérida, y después entró monje jerónimo (fól. 178).

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