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paña durante el mes de Enero de 1526 (1), debiendo marchar á embarcarse á la Coruña.

Las Córtes de Aragon, incluso el brazo eclesiástico (2), manifestaron al Emperador enérgicamente los graves perjuicios que se iban á seguir á las iglesias y al Estado de la despoblacion consiguiente á la expulsion de los moriscos, manifestando que en Aragon, no solamente no cran perjudiciales, sino que eran necesarios, sumisos á sus señores, y que no se sabía caso alguno de que hubieran hecho apostatar á ningun cristiano. Finalmente, que D. Fernando el Católico al expulsar los moriscos de Castilla y Granada, había jurado á los aragoneses no expulsar los de Aragon. El Emperador no desistió, á pesar de eso, de su propósito: mandó expulsar á todos igualmente; pero cuando llegó el caso de ejecutar la medida, hallóse que no había medios de transporte, ni otras disposiciones para llevarla á cabo.

Tal era el estado en que se hallaba aquel árduo negocio, cuando hubo de fallarlo Felipe III. Los pareceres estaban divididos, áun entre los eclesiásticos mismos. Los más celosos, y especialmente el beato Patriarca D. Juan de Ribera, opinaban por la expulsion completa. Los políticos, los jurisconsultos y los títulos, opinaban en contrario. Ya no se pensó en obligarles principalmente á bautizarse, como se había querido en tiempo del Emperador. Se habia visto que los bautizados, especialmente en Aragon, eran tan moros despues como ántes del bautismo. El negocio se trató en Valladolid con mucho detenimiento, y el Rey para salir de una vez de tal ansiedad, que no se hubiera calmado mientras los moriscos hubiesen estado en España, acordó su expulsion, expidiendo un bando en términos muy perentorios (3), que se publicó en 11 de Setiem

(1) Sayas, cap. 127 y 130.

(2) Firmaron por el brazo eclesiástico D. Fr. Juan de Robles, abad de Santa Fe, y Antonio de Talavera, chantre de Tarazona.

(3) Además de aquel bando se publicaron otros varios que pueden verse en la Coleccion de tratados de paz, por Abreu, tomo I, parte primera. El del Marqués de Caracena para expulsion de los moriscos de Valencià (22 de Setiembre de 1609): el del Marqués de San German para expulsion de los de Andalucía y Múrcia (15 de Noviembre de 1609): el del

bre de 1609. El Rey salió con esto de la ansiedad que padecia, ocasionada por la divergencia de opiniones de sus consejeros. Aun en el dia no todos convienen acerca de la equidad y utilidad de esta medida, apoyándola unos, é impugnándola otros, segun sus respectivas opiniones.

Los moriscos de Valencia se levantaron en el valle de Ayora y otros puntos inmediatos, reconcentrándose en el valle de Alajhuar, desde donde salían á talar los pueblos y campos de los cristianos. Pero no recibiendo los socorros que esperaban de fuera, hubieron de darse á partido, despues de una tenaz resistencia. Los de Aragon, que trataban tambien de resistirse, hubieron de resignarse á su triste suerte, y fué el pais donde se llevó la medida á cabo con mayor rigor. No así en Valencia, la Mancha y Granada, en donde la connivencia de los señores hizo que muchos permanecieran bajo diferentes pretextos, y todavía en aquellos países pueden verse pueblos, que en trajes, costumbres é instintos pueden creerse moriscos, teniendo apenas ideas muy groseras del cristianismo.

Acerca del número de los expulsos se ha escrito con mucha variedad. Los que han impugnado aquella medida han fijado el número en un millon: es el modo de redondear las cuentas. Por algunos papeles de la época se echa de ver, que el número no fué tan considerable, y los escritores coetáneos (1) lo presentan como muy inferior. Por papeles de aquel tiempo, que conservo en mi poder, aparece el cálculo siguiente:

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Marqués de Aitona para los de Aragon (29 de Mayo de 1610). Para los de Castilla y Extremadura (10 de Julio de 1610),

(1) Fr. Márcos de Guadalajara en su Continuacion de la historia de Illescas. Además escribió un tomo en 4.o, sobre la expulsion de los moriscos.

De los registros de embarque de los principales puertos del Mediterráneo y de los reconocidos en Búrgos, aparecen 111.694 sin contar los niños pequeños. Permitióse quedar en España un 5 por 100 de ellos, de modo que el un cálculo se aproxima al otro, y por tanto puede fijarse en unos 150.000 cuando más el número de los moriscos expulsados de España (1). Su suerte fué harto aciaga, pues al llegar al África fueron maltratados, perseguidos y desbalijados bárbaramente.

No escarmentando con eso los que áun quedaron en España, escribían algunos años despues á Muley-Zidan una carta (2), que fué interceptada por el comandante militar de Mallorca, en la que se le decía, que si quería invadir á España podía contar con 150.000 moriscos, tan moros como sus vasallos.

Se ve, pues, que ni Felipe III fué tan criminal como se le ha querido suponer, ni la cuestion era de tan fácil solucion como se la cree hoy en dia, ni toda la culpa fué de Felipe III, pues venía ya la cuestion prejuzgada por los Monarcas del siglo XVI, en el mismo sentido en que obró éste, y finalmente que el número de expulsos no fué tan grande como se ha querido suponer, ni tantos los males consiguientes. Ciento cincuenta mil hombres los pierde una nacion en cualquiera epidemia, y áun más en una guerra civil.

No se puede negar que la expulsion de los moriscos perjudicó algo á nuestra industria, y que hizo bajar las rentas de las iglesias y señoríos. Las diócesis de Zaragoza, Valencia y Tarazona padecieron tanto con ella, que apénas hubo beneficio, cuyo valor no bajase cási en una mitad. Esto era previsto de antemano; y puesto que la Iglesia perdió á sabiendas en sus intereses materiales por salvar la pureza de la fe, y mirar por la tranquilidad de la nacion, no hay derecho para culparla por ello.

(1) La estadística que aquí se publica la ha dado tambien á luz el Señor Sangrador en su Historia de Valladolid, tomo I, fól. 469. Porreño (Memorias de Yañez, pág. 209) pone 150.000, si bien dice que otros los hicieron subir á 200.000.

(2) La cita el Sr. Sangrador (con referencia al archivo de Simancas) en el tomo I de la Historia de Valladolid, pág. 470, en la nota.

CAPITULO XXI.

FALSARIOS A FINES DEL SIGLO XVI Y DURANTE EL XVII.

FUENTES.-D. Nicolás Antonio: Censura de historias fabulosas, obra pós-tuma publicada por D. Gregorio Mayans y Siscar.-Mondéjar (Marqués de): Sus Obras, disertacion 5.a-Godoy Alcántara (D. José), Memoria premiada por la Real Academia de la Historia.

§. 139.

Propension à toda clase de supercherias durante el siglo XVII.

La Iglesia de España había llegado durante el siglo XVI al más alto grado de esplendor en su parte científica; era de temer por eso mismo una decadencia deplorable: cuando el sol ha llegado á su apogeo, principia á declinar. Ya durante aquel se habían presentado varios fanáticos que pretendían hacer pasar su hipocresía por santidad. El afan de figurar y pasar por grandes sujetos á poca costa extravió á varios hombres de talento, hasta el punto de falsificar monumentos é historias, que suponían encontrados en los archivos; reproduciendo las falsificaciones del siglo XI, manchando nuestra historia eclesiástica con estupendos abortos, que aún hoy en dia nos nacen dudar si mucho de lo que escribimos, y algo de lo que veneramos, será invencion de aquellos malvados. Que los falsarios de los siglos IX y XI tratáran de apoyar la nueva disciplina, ó los derechos existentes, con documentos fraguados por ellos, es muy feo, y como tal se ha combatido; mas puede merecer alguna indulgencia en una época de rudeza, atraso é ignorancia. Pero que estos engendros del error y de un falsa piedad se dieran á luz en los siglos XVI y XVII, época de tanto saber; que por una supersticion grosera, estúpida y anticristiana se llenara la historia de supercherías y glorias postizas, cosa es que no se puede llevar en paciencia, ni atenuar bajo ningun concepto. Cási llegaría á desearse ha

HISTORIA ECLESIÁSTICA DE ESPAÑA.

397 ber visto conducir á tales falsarios al Santo Oficio, con los herejes y prevaricadores, y en verdad que con ménos motivo llevaron algunos el sambenito en el siglo XVI. Pues qué & tan pequeño crímen es entre los católicos el inventar Santos que sólo han existido en cabezas huecas, y hacer venerar por reliquias huesos que quizá fueron de un malvado? Apenas se lee catálogo de reliquias de aquel tiempo, en que no se hallen de objetos y de sujetos en que una piedad ilustrada de ninguna. manera puede creer, segun los buenos principios de crítica. Y lo peor es, que los herejes y los impíos, confundiendo maquiavélicamente lo verdadero con lo apócrifo, han tomado y toman pretexto de aquí para combatir áun los verdaderos y asentados, envolviendo en igual censura aquellos que por su autenticidad ningun motivo tienen para ser puestos en problema.

La hipocresía y supersticion llegaron á tal punto, que cuando el buen Obispo Cuesta, uno de los Prelados más ilustres que asistieron al Concilio de Trento, descubrió la falsedad de los milagros de Mayorga, se le acusó de impío, y hubo de sufrir por este motivo no pocos disgustos (1). No descenderémos á enumerar esta série de supercherias, tarea enojosa é ingrata para un buen católico, y de que á veces pudieran escandalizarse algunos pusilánimes, ó servir de armas de mala ley manejadas por personas descreidas. El católico en este particular sabe á qué atenerse: ni confunde los verdaderos milagros con los falsos, ni cree de ligero, para no ser liviano de corazon, ni culpa de ello á la Religion, ni al Clero (2), sino á los falsarios que se dejaron llevar de ese prurito de inventar. Pues qué & hoy dia no se miente, inventa (3) y falsifica? ¿No hay quien vive de la pública credulidad?

No dejarémos de advertir que la lectura de los libros de ca

(1) Carta de Arias Montano contra los falsos plomos de Granada: Viaje literario de Villanueva, pág. 279 del tomo III.

(2) Muchos de los falsarios eran seglares, como verémos luégo. (3) En nuestros dias se ha publicado el Buscapié del Quijote, como encontrado en un archivo de Andalucía; pero los literatos se han negado á reconocer tal obra como de Cervantes. Los modernos Templarios han presentado tambien el acta de transmision del último maestre, Molay, que ha hecho reir mucho á los anticuarios, pues la hizo por broma un jesuita frances.

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