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Sante Oficio; y en verdad que no ha ganado mucho la moral pública con las ediciones que se han hecho en estos últimos años de estas composiciones llenas de cinismo y de una escandalosa lubricidad, que indican la profunda corrupcion de aquel siglo. ¿Qué gana la juventud con la lectura de obras en que el vicio se revela en toda su asquerosa desnudez? Debe buscarse, pues, la causa del gran número de escritores poetas, y en especial clérigos, durante el siglo XVII, en la frivolidad, relajacion de costumbres, vanidad y holgazanería de aquel siglo, en la inmoralidad de la Córte y desgobierno de la nacion. La poesía sublime, majestuosa y encantadora, al par que austera y religiosa, de Fr. Luis de Leon, Herrera, Rioja, Ojeda y todos nuestros grandes clásicos del siglo XVI, va decayendo gradualmente segun va entrando el siglo XVII, y viene á morir en manos de Góngora, Moreto, Alarcon y Tirso de Molina, que la hacen completamente hinchada, charlatana, cínica y procaz. No se calpe al Santo Oficio de males que trató de remediar, sin poder conseguirlo.

§. 106.

Disputas teológicas.-Errores.

Ya se hizo una ligera reseña de los teólogos de más nombradía en España en el siglo XVI y hasta la mitad del XVII. No es mi objeto volver aquí á citar nombres, única cosa que pudiera hacerse, pero que á nada conduce. Por desgracia la historia de las ciencias eclesiásticas en nuestra patria está por escribir, como otros muchos ramos de la historia peculiar de nuestra Iglesia. Cumple solamente á mi propósito el dar tambien otra idea sucinta de algunas de las cuestiones que dividían entónces á los teólogos.

Las cuestiones sobre la gracia divina habían nacido en España, convirtiendo las aulas de teología en un campo de Agramante. Los jesuitas eran solos en el palenque para defender la ciencia media, pues el Clero, tanto secular, como regular, en su cási totalidad, seguían la escuela tomista. La Universidad de Alcalá y los jesuitas de la provincia de Castilla recibieron muy mal la nueva teoría de Molina. La modificacion introducida por Suarez en aquel sistema logró algunos partidarios,

aunque no muchos, fuera de las aulas jesuíticas. Vazquez y Suarez explicaban á un tiempo cu Alcalá, pero no convenían en doctrinas: aquel se inclinaba más á la escuela tomista, este por el contrario propendía á la de Molina. Mas desde mediados del siglo XVII en adelante, ya cási todos los jesuitas españoles se dedicaron á Suarez, que dió su nombre á la escuela.

El Jansenismo, que tanto agitada los ánimos en el extranjero, no halló cabida en España, y así es que no dió lugar á disputas en nuestras escuelas, ni á procedimientos por parte del Santo Oficio. El acusar de jansenismo á los regalistas del siglo XVII es un absurdo. El regalismo no tenía un objeto teórico, sino práctico. Los canonistas españoles de aquel tiempo eran juristas y no teólogos: no se cuidaban de los delirios de Jansenio, ni de Quesnel y sus satélites. Veian males y abusos en la Iglesia, y pedían de buena fe su remedio y sin exageracion, moderando las reservas, pero no pidiendo la desaparicion completa de estas. Todos ellos piden, con más ó ménos acrimonia, la desaparicion de los abusos, pero sin vulnerar á la Santa Sede, y ántes acatando sus disposiciones. Piden que se cumpla con los cánones, y se devuelvan sus derechos á los Obispos, á los Cabildos y á las Iglesias. Aún no se conocía la mala escuela del siglo XVIII, que quita al Papa, para dar á los Obispos, subleva contra estos á los Párrocos, y roba á los Obispos y al Papa á fin de dar al Rey.

El Molinosismo ó Quietismo, aunque abortado por un español, no tuvo su cuna en España. La Inquisicion castigó á alguno que otro caso raro que se vió por aquí; pero esto más bien fue en el siglo siguiente. Algo más frecuentes fueron en la América meridional, por efecto más bien que de la doctrina, de la relajacion de costumbres de algunos regulares: el más grave fué el de un capuchino, á quien castigó la Inquisicion de Cartagena de Indias. El Probabilismo tampoco halló muchos partidarios en España. Las escuelas solían motejar de ello á las opiniones contrarias; pero examinadas à fondo ias doctrinas, se ve que por lo comun aquellas calificaciones no pasaban de injurias de escuela. Los Jesuitas fueron acusados de ello, principalmente en el siglo XVIII, y cuando se los quiso pintar como sostenedores de doctrinas heréticas; pero ya se sabe lo que vale esta inculpacion.

Cuando se calmaron algun tanto las disputas de auxiliis, ocurrieron en Salamanca y Alcalá otros nuevos conflictos sobre proposiciones escolásticas acerca de la Humanidad de Cristo. En las conclusiones que se defendian, en vez de concretarse á discutir proposiciones útiles, para saber lo que conviene saber, y esto con sobriedad (segun el consejo del Apóstol), se entretenían los teólogos en presentar proposiciones alambicadas, oscuras, inauditas, en una materia en que la originalidad es siempre peligrosa.

El Dr. Juan Gonzalez de Castilla (llamado comunmente Juan Martinez), catedrático de prima de Santo Tomás de Alcalá, canónigo de la iglesia magistral de San Justo y calificador del Santo Oficio, aventuró en unas conclusiones (1642) la proposicion siguiente: Patres et Concilia non solùm utuntur hac phrasi Verbum Dei assumpsit humanitatem, sed etiam utuntur ista: Verbum Dei assumpsit hominem, quæ locutio nedum est vera, catholica et omnino tuta, sed etiam propriissima.—Cualquiera mediano teólogo conoce cuán falsa es la última parte de la tésis. Poco importa el lenguaje que usáran los PP. y los Concilios antes de los errores de Félix y Elipando sobre este punto; pero el asegurar que es muy propia la expresion: Deus assumpsit hominem, desde aquel tiempo, era cosa insufrible. Alborotóse la Universidad de Alcalá contra aquella proposicion, y el autor fué denunciado al Santo Oficio. Trató de probar ó explicar su aserto, pero no satisfizo la explicacion. Consultada la Universidad de Salamanca, y remitido á ella el defensorio del doctor complutense, el Cláustro de Salamanca se dividió en pareceres, teniendo algunos por suficientes las explicaciones, y otros por el contrario las denostaban con cuantas calificaciones tiene el Índice, resultando hasta catorce calificaciones distintas sobre aquella proposicion y sus explicaciones. Por fin prevaleció el dictámen del cisterciense Fr. Angel Manrique, Obispo que fué después de Badajoz, hombre muy erudito y teólogo profundo, el cual consiguió inclinar al Cláustro á su dictámen, decidiendo que aun cuando la proposicion era falsa y malsonante, en el sentido en que el autor la había defendido no era errónea, pues entendía por hombre, en Cristo, la humanidad terminada por la subsistencia divina, y con todas las demás cualidades que enseña el

dogma católico. Venía, pues, á quedar reducida la cuestion á un mero juego de palabras, como sucedia en casi todas las disputas de aquel tiempo.

Otro tanto sucedió en Salamanca con las proposiciones del jesuita Barbiano. Para vencer los Jesuitas la prevencion con que los miraba la Universidad, avocaban á su colegio los hombres más eminentes que tenían en España. Causa admiracion lo que escribieron de teología en la segunda mitad del siglo XVII, los Padres Lopez, Abarca, Claver (P. Felipe), Aldrete (P. Bernardo), Vergara, Wadingo (P. Lúcas), Elizalde, Molina (P. Miguel), Gonzalez (P. Tirso), Alfaro, Ibarra, Ontaneda, Barbiano y otros. Pero entre todos ellos sobresale el P. Juan Barbiano, hijo de los Condes de Beljoyoso, escritor incansable, pues pasaron de treinta los tomos de teología escritos por él. Defendió éste en 1660, unas proposiciones acerca de la Humanidad de Cristo. La Universidad recibió mal algunas de ellas y se denunciaron al Santo Oficio como heréticas. Los Jesuitas mismos denunciaron al General otras muchas proposiciones suyas, vertidas en las explicaciones domésticas, de las cuales el General censuró diez y siete. La Inquisicion censuró cuatro de las proposiciones delatadas por la Universidad; pero habiendo publicado el P. Barbiano un Defensorio en aquel mismo año explicando sus proposiciones en sentido católico, le alzó aquella la suspension que le había impuesto, mandándole que redactara las proposiciones con más claridad, al tenor de las explicaciones que había dado en su Defensorio. Para vindicarse de las censuras del General pasó á Italia, recogió firmas de una multitud de teólogos españoles, italianos y de otros países en obsequio de sus doctrinas, formando con ellas un grueso tomo en fólio. Pero el General no quedó muy satisfecho, segun se infiere de algunas expresiones del Padre Abarca, su contemporáneo y compañero de cátedra.

Por esta ligera reseña se ve que en las ciencias eclesiásticas sucedía como en todas las demás: se habían introducido la vanidad, hinchazon, oscuridad, redundancia y litigiosidad. Había gongorismo en la teología, como en poesía; los catedráticos eran Paravicinos, y los cláustros de las Universidades eran unos reñideros escolásticos.

TOMO V.

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CAPITULO XXV.

VIDA RELIGIOSA DE LA IGLESIA ESPAÑOLA EN EL
SIGLO XVII.

§. 167.

Célebres y santos Prelados en el siglo XVII.

En medio del desarrollo de vanidad del siglo XVII y de la relajacion que se dejaba sentir en ias costumbres de España, hay cosas tan notables bajo el aspecto religioso que honran altamente á nuestra Iglesia. Si la ambicion se había desarrollado en algunos claustros, ó, por mejor decir, entre algunos indivíduos particulares de determinadas comunidades, en cambio otros muchos las honraban con sus virtudes; y si hubo Prelados, á quienes la atmósfera que respiraban hizo olvidar el consejo de San Pablo de que el Obispo no sea pleitista, en cambio los hubo en mayor número, que fueron modelos de mansedumbre y de toda clase de virtudes cristianas. Sabroso es el recorrer la hermosa galería de hombres eminentes en santidad que presentan el episcopado español y los claustros de algunos institutos religiosos. En la imposibilidad de citar á todos, hay que designar algunos de los más notables, y áun sin descender á sus biografías, que fuera imposible trazar en tan breve espacio.

Algunos de los célebres Prelados que fallecieron á principios del siglo XVII eran procedentes del anterior, en que tanto abundaron los Obispos santos y austeros, nombrados por Felipe II. A este número pertenecen el B. Patriarca Juan de Rivera, Virey de Valencia, que falleció en aquella iglesia (1611), D. Diego Gomez de La Madrid, que fué Obispo de Badajoz veintitres años, y consiguió con su gran mansedumbre no tener pleito ninguno con su Cabildo ni con autoridad alguna en tan

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