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LIBRO QUINTO

DE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA

DE ESPAÑA.

PRELIMINARES DE ESTE LIBRO.

§. 1.

Idea general de este tercer período de la Historia general de España, y en especial de la época quinta, ó sea el de la dominacion austriaca en España.

Dicen los preceptistas que los dramas y demás obras de imaginacion tienen generalmente dos partes, enredo y desenlace, ó sea subida y bajada. Tambien la Historia, si bien se mira, tiene estos dos períodos ascendente y descendente. El Cristianismo en su pujante lucha de tres siglos triunfa y llega á su apogeo con el favor de Constantino, deslindando en Nicea los principios del derecho público y la division de poderes consignada por Jesucristo en el Evangelio. Mas á la muerte de Constantino principia la decadencia que promueven sus torpes hijos, y que llevan a cabo los de Teodosio, poniendo el imperio en manos de los bárbaros, que acaban con la civiliza

cion romana.

En España, despues de los destrozos del siglo V, principia la obra de reparacion en el siglo VI, y llega á su esplendor en el periodo de Recaredo á Wamba, que en España hacen lo que Constantino y Teodosio. A la muerte de Wamba principia la decadencia y en medio siglo se destruye todo lo adelantado en siglo y medio de trabajo restaurador y ascendente.

Los siglos VIII y IX son de castigo y confusion. En el X

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LIBRO QUINTO

DE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA

DE ESPAÑA.

PRELIMINARES DE ESTE LIBRO.

§. 1.

Idea general de este tercer período de la Historia general de España, y en especial de la época quinta, ó sea el de la dominacion austriaca en España.

Dicen los preceptistas que los dramas y demás obras de imaginacion tienen generalmente dos partes, enredo y desenlace, ó sea subida y bajada. Tambien la Historia, si bien se mira, tiene estos dos períodos ascendente y descendente. El Cristianismo en su pujante lucha de tres siglos triunfa y llega á su apogeo con el favor de Constantino, deslindando en Nicea los principios del derecho público y la division de poderes consignada por Jesucristo en el Evangelio. Mas á la muerte de Constantino principia la decadencia que promueven sus torpes hijos, y que llevan á cabo los de Teodosio, poniendo el imperio en manos de los bárbaros, que acaban con la civilizacion romana.

En España, despues de los destrozos del siglo V, principia la obra de reparacion en el siglo VI, y llega á su esplendor en el período de Recaredo á Wamba, que en España hacen lo que Constantino y Teodosio. A la muerte de Wamba principia la decadencia y en medio siglo se destruye todo lo adelantado en siglo y medio de trabajo restaurador y ascendente.

Los siglos VIII y IX son de castigo y confusion. En el X

principia la restauracion lenta, pesada, difícil y laboriosa, como en el siglo VI; pero en el período heróico de los siglos XII y XIII sube ya con más facilidad, desembarazo y bizarría, y en poco estuvo que la restauracion de España quedase consumada. Mas por desgracia, en los últimos lustros del siglo XIII principia la decadencia con las manías y debilidades de Don Alfonso el Sabio y las sublevaciones de los hijos de éste, y en Aragon de los hijos de D. Jaime el Conquistador. Principian entonces la bajada y nueva decadencia y otra era de transicion, con las maldades de D. Pedro el Cruel y las debilidades y miserias de los Juanes de Aragon y Castilla y de D. Enrique IV.

Entramos ahora en el tercer gran período terminada ya la restauracion de España en lo político y eclesiástico, llevada á cabo la fusion de razas y division de coronillas y pequeñas monarquías, menos en lo relativo á Portugal. Principia un período heróico, grandioso, magnífico, de verdadero ascenso, de rápido y verdadero progreso, cultura y gloria, y de gloria à Dios, sin lo cual las glorias humanas solamente son vanidad y humo.

En el período en que vamos á entrar, la Iglesia de España llega al colmo de su esplendor, prosperidad, saber y riqueza, para venir á parar á un estado de postracion, postergamiento y abandono tal, cual hemos visto por nuestros propios ojos, del que la misericordia de Dios parece haberla principiado á sacar, quizá para sublimarla más; á la manera que muchos cuerpos, obedeciendo á las leyes de la naturaleza, suelen subir tanto como bajaron.

y

Cuatro siglos abraza este período, y ninguno de ellos se asemeja entre sí, ni tampoco á los que ya dejamos recorridos. El gran reinado de los Reyes Católicos reforma las costumbres, corta muchos abusos en materias de disciplina, fomenta los estudios religiosos y el esplendor del culto divino. Los grandes teólogos y canonistas españoles que se presentaron en Trento, y dieron tanta gloria y nombradía á nuestra Iglesia, habían nacido y se habían educado en tiempo de los Reyes Católicos. Los fundadores de aquellos institutos religiosos, tan sublimes y apreciables en la Iglesia, y ornamento de la española, en tiempo de los Reyes Católicos habían nacido y se

habían educado; y aquellos célebres guerreros tan austeros y cristianos, como generosos y denodados, se habían formado igualmente al lado ó en la escuela de aquellos Reyes, que conquistaron á Granada.

Sus pasos seguía el gran Felipe II, y en la energía de su carácter y en su profunda fe y conviccion religiosa constituyóse en baluarte del Catolicismo dentro y fuera de España. Ménos guerrero, pero más católico que su padre el Emperador Cárlos V, reconcentra sus fuerzas al abrigo de España, cual hábil general, que á vista del peligro reune sus tropas demasiado desparramadas: y mientras que vela porque no penetren la traicion y el desaliento en las filas de la Iglesia española, combate al Protestantismo con las armas y con la política en Alemania, Flandes, Francia é Inglaterra, sus principales focos. Reprime con energía, y hasta con dureza, los asomos de la herejía en varios puntos de sus Estados, y gracias á su vigilancia, salva la unidad de la monarquía, salvando la unidad religiosa.

Su hijo Felipe III, Príncipe devoto, benigno, honrado, lleno de virtudes cristianas, pero sin energia, hubiera hecho un excelente Obispo, y con todas sus virtudes no llegó á ser un Rey mediano. En su tiempo la monarquía retrocede á los principios del siglo XV; inúndase la corte de Obispos y frailes palaciegos, como en tiempo de D. Juan II; la ambicion penetra en los monasterios; la fe se convierte en exterioridades. El Rey es devoto, y los cortesanos, si no tienen sus virtudes, remedan su devocion. Felipe III no es tan culpable por lo que hizo, como por lo que dejó de hacer: en él principia la ruina de la gran monarquía española.

Pero aún es peor el reinado de su hijo. A un padre devoto sucede un hijo licencioso, con los defectos del padre, pero sin sus virtudes privadas. Los poetas ensalzan al Rey, que dicen que hacía versos; pero los críticos, economistas é historiadores eclesiásticos no pueden ménos de mirar con tédio su holganza y su imprevision. Durante su reinado vivió cási en una contínua pugna con la Santa Sede: para colmo de desgracia dejó á España un hijo como Cárlos II. Vuelven al lado de éste los Obispos intrigantes y los frailes ambiciosos, y los confesores en vez de dirigir las conciencias dirigen los Estados. Un je

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