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balleros, por otra desvirtuaron el valor religioso de la Cruz, haciéndola objeto de vanidad y orgullo.

§. 28.

Abolicion de los señorios temporales de la Iglesia.

A la incorporacion de los maestrazgos siguió otra medida no ménos importante, aunque ménos ruidosa. La mayor parte de los Obispos en la parte septentrional de España eran señores temporales de los pueblos en que tenían su silla. Oviedo, Santiago, Orense, Mondoñedo, Lugo, Urgel, Vich, Sigüenza, Palencia, la Calzada y Osma, eran poblaciones del señorío particular de la mitra, nombrando en ellos no solamente sus Vicarios, sino tambien los alcaldes y justicias. Tenían además otros muchos pueblos en feudo y como señorío temporal con mero y misto imperio, castillos y fortalezas, títulos y condados. Era el Arzobispo de Toledo Adelantado mayor de Cazorla, Señor de Alcalá de Henares y otras villas, y tenía los castillos de Santoraz, Uceda, y otros varios. Cuando el Rey salía á campaña el Arzobispo tenía que enviarle de 500 á 1.000 lanzas, equipadas y mantenidas á su costa, las cuales acaudillaba en representacion suya el teniente de Adelantado de Cazorla, que llevaba el pendon del Arzobispo. El Obispo de Oviedo se titulaba Conde de Noreña; el de Palencia Conde de Pernia.

Lleva el de Urgel todavía el titulo de Señor del valle y república de Andorra. Despues de largos litigios con los Condes de Fox, concediéronles los Obispos de Urgel la tenencia de aquel señorío. Cuando aquellos Condes, que por lo comun fueron funestos para la Iglesia y para España, y grandes protectores de herejes y malvados, subieron al trono de Francia, quisieron convertir la tenencia en señorío directo, y que pasáran aquellos territorios á ser de su Corona; á lo cual se han opuesto siempre los Obispos con gran brío y sobrada justicia.

Don Fernando el Católico, emparentado con aquella familia, á la cual echó de Navarra, respetó á pesar de eso la independencia y franquicias de aquel valle, lo que no hizo con la

TOMO V.

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mayor parte de los de Castilla y Galicia. Valiéronles mucho para ello la impaciencia con que los pueblos llevaban los feudos clericales: servían humildemente al señor poderoso que los mandaba con altanero orgullo, y respondían con insolencia al clérigo que les hablaba con mansedumbre: tales son los pueblos en todos tiempos. Clérigos intrigantes y osados se apoderaban de estos señoríos y los explotaban para sus familias. Los nobles por su parte iban amayorazgando las mitras en las suyas, haciendo que la Iglesia mantuviera sus hijos y sus vicios, mientras ellos abusaban de sus rentas, jurisdiccion y fortalezas. Los Suarez de Figueroa, por ejemplo, hijos de los Maestres de Santiago, iban vinculando en su familia el obispado de Badajoz, y los derechos de la mitra desaparecían absorbidos por los freires de las Ordenes al abrigo de aquellos.

Hemos visto en el siglo anterior convertirse las catedrales en fortalezas, y hacer la guerra desde ellas. En 1466 el Duque de Lemus se defiende en la catedral de Orense contra su enemigo el de Benavente. Donde no había guerras á mano armada, había pleitos y rivalidades, que á veces terminaban por motines y asonadas. En casi todas las poblaciones de España había bandos y parcialidades de familia que abrasaban las provincias, y no solamente las grandes ciudades, sino áun otras de ménos importancia. En no habiendo guerra con los moros, se mataban los cristianos unos con otros con cualquier pretexto, como ya lo había dicho Estrabon de los aborigenes de España: los bandos de entónces eran como los partidos de ahora, pues los españoles de todos tiempos han valido para todo, ménos para callar y tener paz. Mano de hierro se necesitaba para comprimir tantas ambiciones y cohibir tantos desmanes, y los Reyes Católicos la tuvieron. Como sucede en tales casos, al arrancar la cizaña se arrancó no poco trigo, y pagó la Iglesia desmanes ajenos y de malos clérigos. No sólo obligaron á los Obispos y á los Cabildos á poner seglares que administrasen justicia, prohibiendo que los clérigos continuáran desempeñándola en los pueblos de señorío eclesiástico, sino que además les fueron quitando castillos y fortalezas. Al Obispo Enriquez de Lugo se las quitaron hacia el año 1496, y por el mismo tiempo fueron apoderándose de otras varias lenta y sistemáticamente.

CAPITULO V.

EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA BAJO EL ASPECTO RELIGIOSO.

§. 29.

Carácter de las ciencias en España à fines del siglo XV.

Los viajes al extranjero; las discusiones en los Concilios para la terminacion de los cismas; las guerras en Italia, tan costosas para la casa de Aragon, todo lo que contribuyó á relajar la vida religiosa, sirvió para impulsar las ciencias por el roce con los sábios de otros países. Pero el sentimiento del clasicismo pagano penetra en España; la literatura principia á ser frívola, y áun algunas veces impía; triste, pero necesaria consecuencia de la relajacion de costumbres. El derecho canónico y civil prosperan; pero la teología adelanta poco, ό se embrolla en cavilaciones. La herejía asoma por algunas partes y se enreda en sutilezas escolásticas. El clero secular yace en la ignorancia; pero el regular se dedica principalmente á la teología polémica y la oratoria sagrada. La creacion de las dos prebendas españolas de oficio, consideradas como un medio para fomentar los buenos estudios de teología y derecho canónico, es ligero remedio para tamaño mal. Por otra parte, el nepotismo de los Prelados y el abuso de los mandatos de providendo, postergando al mérito, llenan las iglesias de sacerdotes aseglarados, dejando las abadías y las parroquias en el abandono. Muchos de nuestros más sábios canonistas, lejos de servir sus beneficios y obispados, los residen en la curia romana, privando á su patria y respectivas iglesias de las luces que en ellas debieran haber derramado. La polémica con los judíos, tan útil y honrosamente principiada en el siglo XIV, y sostenida á principios del XV, degenera completamente, y se prefiere obtener por el terror lo que debía ser objeto de la discusion y celo evangélico. En lugar de tratar con benevolencia á los conversos, que habían

dado sábios Obispos y venerables religiosos á la Iglesia, se los acoge con frialdad y se los trata con desden. Las disputas acerca de la inmaculada Concepcion entre los teólogos dominicanos y franciscanos, y las de superioridad del Papa sobre el Concilio, ó de éste sobre el Papa, y del dominio directo del Papa sobre todo lo temporal, son los temas favoritos de discusion en el siglo XV; pudiéndose decir que durante esta época la ciencia es más bien teórica que práctica. La teoría del dominio directo del Papa sobre fieles é infieles era corriente y casi general en España, segun verémos luego al hablar de las conquistas de Navarra y América.

§. 30.

Creacion de las prebendas de oficio.

La ignorancia del clero secular en aquel tiempo contrasta muy notablemente con el gran saber del clero regular: al paso que en las bibliotecas de escritores apénas se ve el nombre de un clérigo escritor, se encuentran á cada paso nombres de escritores de las Ordenes de Santo Domingo, San Francisco, Nuestra Señora de la Merced y del Cármen, y áun algunos cistercienses, cartujos y jerónimos. Mas apénas se ve tampoco el nombre de un benedictino durante todo aquel tiempo, siendo así que aquel ilustre instituto había sido la honra de la literatura española hasta el siglo XII, como volvió á serlo después de reunirse en Congregacion. El paso á los monjes blancos, que se consideraban entónces más sábios y perfectos, y las encomiendas, que aniquilaron las riquezas de sus monasterios y abatieron el espíritu de aquellos monjes, fueron causa del atraso en tan sábio instituto (1).

(1) El Cardenal Aguirre, al hablar de este atraso, se expresa con estas durísimas palabras: In Hispania sacerdotes invaserat pudenda litterarum inscitia usque ed, ut pauci latinè scirent; ventri, gulæque servientes, avaritià rapaces in Ecclesiam Dei manus injecerant, et quod olim emere Sacerdotia simonia erat, tùnc industria censebatur. (Tomo V de la edicion de Catalani, pág. 342.) Con todo, temo que haya algo de exageracion en esto. Es cierto que el Clero parroquial estaba no poco atrasado; pero reúnanse todos los nombres que se citan en este capítulo de teólogos,

Uno de nuestros más célebres escritores contemporáneos, y que se puede considerar como voto en esta materia, observa con razon que el postergamiento del clero secular durante esta época, y el engrandecimiento del clero regular en menoscabo de aquel, fueron una consecuencia lógica y precisa de la mayor dósis de saber Ꭹ virtud que había en éste, pues la ignorancia y la relajacion causan el menosprecio, al paso que aquellos atraen la influencia y las riquezas (1).

Para poner algun remedio á tanto mal se adoptó, entre otros recursos, el de crear dos prebendas que sirviesen exclusivamente para gente de letras. Hallándose reunidos (1473) los Prelados y Cabildos de Castilla y Leon, como solían hacerlo al celebrarse Córtes, y mediando el Cardenal D. Rodrigo de Borja, Vicecanciller de la Santa Sede y Legado en estos reinos, acordaron solicitarlo así de la Santa Sede. Accedió á la demanda el Papa Sixto IV, y dió para ello una Bula sumamente curiosa, por la cual se creaba una prebenda para un maestro ó licenciado en Teología, y otra para un doctor ó licenciado en Derecho canónico ó civil. Dábanse por causales de ello el evitar la ignominia de que no hubiese á veces en los Cabildos ni un sólo graduado, y que por falta de ellos padecían las iglesias en sus bienes y derechos, no habiendo quien supiera defenderlos. Esto se remediaba con la creacion de la prebenda juridica que se llamó Doctoral: á la teológica, que recibió el nombre de Magistral, se le dió el cargo de predicar, cosa que hacía harta falta.

Por desgracia, el feudalismo, que había alzado osadamente la cabeza en los reinados de los Reyes flojos de Castilla desde fines del siglo XIV, se apoderó de esta disposicion monopolizándola en obsequio de su quijotismo, y se introdujo el principio antievangélico de que fuese preferido el de mejor linaje. De este modo el orgullo introdujo en esta saludable institucion la levadura de las razas, desconocida en la disciplina eclesiás

oradores, canonistas y hasta poetas citados en los romanceros, teniendo en cuenta que apénas son una mitad de los que se pudieran citar, y se verá que no todo estaba perdido.

(1) Balmes: Observaciones sociales, políticas y económicas sobre los bienes del Clero (Vich, 1840, pág. 22).

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