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REMINISCENCIAS DE MARIA SANTOS CORRALES

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Sólo cuatro años más tarde, esto es, cuando el poeta, escuchando la voz de su patriotismo, se enroló en las filas de la revolución de Pumacahua, Silvia, de diez y siete años, estuvo en la edad en que la mujer despierta de verdad, debajo del barro deleznable de Eva y del mármol terso de Galatea, a las sensaciones de la vida y del amor.

A la luz de este razonamiento, Melgar, adolescente, amó a una niña de primeras letras, y hombre provecto, a una mujer apenas en capullo.

O mucho nos engañamos, o en el amartelamiento de Mariano Melgar por Silvia, hubo mucho de convencional, mucho de ficción poética, mucho que no respondió propiamente a un estado pasional calificado y en los supuestos desdenes de Silvia, de los que tan sentidamente se lamentó el poeta, mucho del candor y de la irreflección, ajenos de todo dañado intento, de una niña de cortos años.

Pretender hallar en una menor de once años, y sucesivamente; en una colegiala de catorce, el ciego apasionamiento de Julieta por Romeo, fué pretensión insólita, disculpable en un poeta.

Cierta predisposición del tiempo y del ambiente en que ambos amantes vivieron, influyeron poderosamente en el ropaje quejumbroso que aquel amor-amorío asumió en la versificación del pocta.

La que llamaremos barca literaria de comienzos del siglo XIX navegaba a toda vela en plena mar del romanticismo, forma literaria en la que todo poeta se creyó autorizado para llorar desdenes, las más veces imaginarios, de sus damas.

Aquello de que los desdenes de Silvia ántes fueron imaginarios que reales, no es fruto de nuestro propio modo de pen

sar.

Alguna vez Marisantos, viuda espiritual del poeta del que fué tan tiernamente amada, y viuda legal del esposo, al que, años más tarde de la muerte de aquél, que concedió su mano, anciana y encanecida, narró en el corro de sus nietos, de los que algunos viven a la hora presente, los casos de sus románticos amores con Melgar, y fué en el sentido de que «no hubo tales desdenes».

-¿Y sus versos?...... ¿Y sus cartas?...., solían preguntarle sus nietos.

-No los conservo.... Alguna vez, en cierto amago de incendio que se produjo en la casa en que yo vivía, ardió el mueble que los contuvo...., solía responder tras leve vacilación Silvia, callando, acaso, que aquel lamentable suceso tuviese que ver con el mandato expreso de un confesor. . . .

Cuando Mariano Melgar se consideró poeta y experimentó la recesidad de cantar los amores que tan por completo embargaban su alma, existía en la ciudad de su nacimiento, desde los días de s: fundación, una forma musical querida y preferida del pueblo que la creó, cuyas modulaciones tiernamente quejumbrosas a él le parecieron convenir más que otra alguna, a la índole de sus amores y a su versificación.

Aquella forma, en la que el canto intencional armoniza admirablemer.te con la índole melancólica de la música, fué el yaraví, rezago de la sensibilidad melódica de las viejas estirpes aimaras que poblaron antaño el ubérrimo valle de Arequipa, antes de ocurrir la invasión quechua y la conquista castellana, las cuales acabaron por influír en él en la medida de sus propias modalidades.

Ya hemos explicado en alguno de nuestros estudios el origen y etimología del yaraví, y haber sido bajo su primitivo aspecto el aya-aru-huy queremos decir la forma musical cantada con que el viviente habló—aru a los muertos-aya, esto es, a las momias tutelares de los antepasados que toda agrupación aillal indígena veneró en los mochaderos o adoratorios comprendidos en sus respectivos pagos.

Creado para hablar con los muertos, y en especial para referir a éstos últimos las propias congojas, el yaraví sólo pudo ser, por su música y por su letra, entrañablemente melancólico.

Negar que Mariano Melgar dentro del género por él elegido, sugeridole por la disposición especial de su espíritu y por la índole neta del tiempo en que vivió, se revelara inspirado poeta y consumado artista, sería injusto; tan injusto como negar al Misți, a cuyos pies naciera, sus nobles galas, su mole imponente, sus entrañas de fuego, su diadema de albas nieves y sus ocasionales mantos de nubes, suspensos en el éter, teñidos de oro y grana por los arreboles del Sol al atardecer

Que la poesía de Melgar fué genuina y viable poesía lo prueba su notable difusión y su haber persistido allegado al corazón de su pueblo, a través del tiempo.

Sus tiernas endechas y sus desconsolados amores cantábanse y comentábanse en vida del poeta en Lima, en Ayacucho, en el Cusco, en Salta, en Tucumán, en Chuquisaca y en otros cien lugares de América, en donde corazones amantes vieron traducidas sus propias cuitas en una fraseología amatoria incomparable.

Su musa, sin él saberlo, golpeó a la puerta de los mismos campamentos de las tropas del rey.

Las bandas de músicos de los batallones godos», compuestos en su mayor parte de elementos criollos, ejecutaban

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los yaravíes de Arequipa, y más de un oficial realista sabíase de memoria las composiciones del poeta-soldado, con el que algún día cruzarían los aceros en los campos de batalla.

Cuando en el funesto llano de Umachiri ocurrió el desastre de las fuerzas colecticias de Pumacahua, alcanzadas por Ramírez durante su retirada apresurada sobre el Cusco, y el amante de Silvia terminó en forma lamentablemente trágica su carrera mortal y emocional, que tanto prometía para las letras de América, en América entera se oyó un grito de intensa desolación...

Las hojas del proceso que se siguió a Melgar, en cumplimiento de cuyas disposiciones se le pasó por las armas, nunca fueron halladas.

Hay quienes afirman, diz que a raíz de añejas tradiciones arequipeñas, que los oficiales insurgentes apresados en Umachiri fueron quintados; que a Melgar, en aquella funesta lotería, le tocó morir, y a Manuel de Amat y León, que cuatro años más tarde había de unir su suerte a la de Silvia, le tocó vivir.

Esa tradición carece de fundamento.

Melgar, auditor de guerra de Pumacahua, fué insurgente; Amat y León, hijo del virrey, y auditor de guerra de Ramírez, fué realista.

La única forma como ambos hombres pudieron encontrarse, de 1814 adelante, fué peleando, cada cual por la causa a que respectivamente perteneció.

Melgar, juzgado por una corte marcial a raíz de la derrota de Umachiri, fué fusilado en virtud de una sentencia que a Amat y León le tocó rubricar, en su calidad de tal auditor de guerra de Ramírez.

Ello fué, según tradición, después de que un comercio de ideas entre el oficial prisionero y el realista, en el que el nombre de Silvia fué cien veces pronunciado, estableciese entre éllos una estrecha y cariñosa amistad.

Amat y León llegó a profesar un sincero cariño hacia el hombre en quien veía a un soldado valeroso y a un tierno poeta.

Salvar a aquel hombre hubiese sido de todo punto imposible, pues se negaba a firmar la humillante retractación con que otros, colocados en igual predicamento, compraron la vida.

Por otra parte, el implacable Ramírez llevaba calificada en Melgar la personalidad apasionada e idealista que otros represores de movimientos libertarios castigaron en Chenier y Mármol....

Mariano Melgar, ei poeta de la revolución, debía morir al mismo tiempo que el viejo cacique Pumacahua, su caudillo. militar, y tenía determinado un hado cruel que fuese su nuevo amigo el que firmase su sentencia de muerte.

Amat y León, tras vacilaciones mil, firmó aquella sentencia, y firmarla y ser víctima de un desmayo, que fué el preludio de una enfermedad al corazón que no le abandonó mientras vivió, fué una cosa sóla.

¿Quién fué don Manuel de Amat y León, el auditor de guerra de Ramírez, a quien vemos figurar en la forma que dejamos expresada en el drama sombrío de Umachiri?....

El Coronel Don Manuel de Amat y León, natural de Lima, de cuarenta años en 1815, fué hijo natural del virrey Don Manuel de Amat Junient Pianella Aymerich y Santa Pau,

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