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aquella época, en que se levantó la sesion, ofrece oportunidad para vindicar, en este punto tam bien, la memoria de aquel congreso venerable.

Este acontecimiento fué tan casual, como imprevisto. Nadie podía saber, que el diputado vendría aquel dia á la sesion, porqué iba tiempo que era poco asiduo en su asistencia; que tomase parte en el debate, ni que usase del lenguage y tono de acrimonia en que se espresó, desde sus primeras palabras. Todas estas circunstancias fueron accidentales, y ninguna de ellas por sí, ni reunidas hubieran producido el desórden que tanto afligió á las Córtes, á no haber precedido otras causas, que si no justifican el hecho, atenúan mucho lo que pudo ser reprensible en el público de las galerías. El murmullo que hubo en ellas, por sí solo, hubiera sido reprimido con facilidad por el presidente, á haber este conservado presencia de ánimo. Pero el gran número de diputados que reconvino al orador, alteró de tal modo el órden dentro del salon, que levantada precipitadamente la sesion antes de restablecerle entre los miembros del congreso, quedaron confundidos actos distintos, que debían contenerse sucesivamente y por medios dife

rentes.

TOM. II.

Que los diputados que se ofendieron de las espresiones del orador se hubiesen exaltado tanto no debe admirar, si se considera el sumo miramiento que se tuvieron entre sí hasta aquel dia aun en los debates mas animados, y de mayor empeño. Si es cierto que la libertad de opinar en los cuerpos representativos debe ser ilimitada, no por eso se pueden violar impunemente la circunspeccion y la prudencia. Para defender al decano del Consejo real no podía ser necesario llamar partido á los que examinaban libremente las esposiciones de aquel magistrado, ni tampoco intriga para que la verdad no triunfase, á la oposicion legal y pública que hacían desde su asiento los que usaban de la misma facultad que el orador que quiso servirse de tales argumentos. Si sus años, si su esperiencia, si la práctica parlamentaria que podía haber adquirido, no fueron parte para moderar su altiva fogosidad, no hay por que culpar la delicadeza y pundonor de los que se agraviaron de las inconsideradas alusiones de un orador indiscreto y arrogante. Este juicio no es injusto. Hasta aquel momento, ni en las materias mas importantes y controvertidas, ni en las cuestiones mas graves, ni en las discusiones mas

vivas y de mas empeño jamas los que se impugnaron habían tenido el arrojo de atribuir á espíritu de partido y de faccion la diferencia en opinar y el motivo de contradecirse. Despues de conducta tan circunspecta y laudable, el primero que tuviese la imprudencia de introducir en el debate la odiosa imputacion, no era posible que dejase de ser corregido con severidad ejemplar.

Respecto á los espectadores en las galerías, es necesario tambien ser justo y proceder de buena fe. Toda persona imparcial habrá de reconocer el efecto natural de admitir al público á un espectáculo tan nuevo como era la discusion de materias políticas de tan grande interes, con especialidad en medio de la exaltacion que tenían los ánimos entónces. Desgraciadamente el orador interrumpido había entrado en las Córtes bajo auspicios poco favorables para adquirir popularidad. Antes de su nombramiento para diputado, se le consideraba como uno de los mas activos instigadores del obispo de Orense. Nombrado despues de las primeras desavenencias con aquel prelado, el público llevó muy á mal que se hubiesen disimulado las nulidades que adolecía su eleccion, tanto mas, que se

de

decía entonces, que su entrada era para promover con ardor el plan de disolver las Córtes. En ellas su conducta fué varia y poco discreta. Desde el principio intentó ser gefe de los que contradecían las reformas, no obstante que se preciaba antes de ilustracion, y de ser afecto á una libertad justa y constitucional. En casi todas las cuestiones que la favorecían sostenía las doctrinas mas opuestas. Para aumentar su influjo personal, primero procuró atraerse á los diputados de América, despues los enagenó del todo, y no pocas veces los irritó sin prudencia. Pero lo que acabó de indisponerle con el público fué, el que como miembro de la comision de constitucion se hubiese negado á firmar el proyecto, cuando ninguno de los demas que disintieron tambien de la mayoría, rehusó un acto prescrito por las reglas comunes de todo cuerpo colegiado, y hasta por la urbanidad á que no podía faltar para con sus colegas. Su firma, necesaria solo para acreditar que el proyecto de constitucion era el acuerdo del mayor número, dejaba salva y libre su opinion para impugnarle todo entero en las Córtes, si así le pareciese conveniente. Esta singularidad se atribuyó á desprecio y altanería. Desde entónces se notó

constantemente en las galerías cierta inquietud y disgusto cuando entraba en la sesion, que se manifestaba con un ruido sordo en forma de rumor. Esta predisposicion contribuyó desgraciadamente á las demostraciones hostiles que se advirtieron contra este diputado, así en los espectadores dentro de las galerías del congreso, como en el pueblo que le siguió por las calles hasta embarcarse.

Por lo demas, las galerías jamas influyeron, y ménos coartaron la libertad de los diputados. La voz sola del presidente nunca dejó de reprimir cualquiera irregularidad, ó descompostura de los espectadores. Sin que sea ménos reprensible toda manifestacion á que se hubiesen estos dejado arrastrar alguna vez, los diputados no hubieran podido alegarla de buena fe, para disculpar la falta de aquella fortaleza y valor moral que exigía el desempeño de sus obligaciones, especialmente en una época en que habían desaparecido de entre los defensores de su patria invadida por tan poderosos enemigos, la debilidad de ánimo y la cobardía.

De hecho, esta ocurrencia fué única y aislada. De ella no puede estar exento el senado mas circunspecto ni mas independiente. Citarla para

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