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CAPÍTULO IX.

TOMA DE CIUDAD RODRIGO Y DEMOSTRACION QUE HICIERON LAS CORTES AL LORD WELLINGTON POR ESTA VICTORIA. TENTATIVA PARA RESTABLECER LA INQUISICION. PROYECTO DE DISOLVER LAS CÓRTES, Y RESOLUCION QUE

SE

ESTAS TOMARON DE NO SEPARARSE HASTA QUE SE REUNIESEN LAS ORDINARIAS. BATALLA DE SALAMANCA. LEVANTA EL SITIO DE CÁDIZ. EL CONDE DEL ABISBAL

RENUNCIA EL CARGO DE REGENTE.

NOMBRAMIENTO DEL

SUCESOR Y ESPÍRITU DE LA REGENCIA CONTRA LA CONSTITUCION. DISCUSIONES Y DECRETOS CONTRA LOS QUE SIRVIERON AL GOBIERNO INTRUSO. TRATADO CON RUSIA. NOMBRAMIENTO DEL LORD WELLINGTON PARA GENERAL

En gefe de LOS EJÉRCITOS ESPAÑOLES EN LA PENÍNSULA.

La pena y dolor que causó en todas partes la

pérdida de Valencia, y del ejército que la defendía, empezó á templarse con la toma de Ciudad Rodrigo por los aliados el 19 de enero de 1812. Dos oficiales enviados á la regencia por el general Castaños á dar cuenta de esta victoria hicieron á las Córtes en sesion secreta una relacion circunstanciada del sitio y toma de aquella plaza. Las Córtes, por unanimidad, resolvieron,

que se diesen las gracias en su nombre al ejército británico, y en uso de su autoridad estraordinaria crearon á su general en gefe, el lord vizconde de Wellington, grande de España de primera clase, con el título de Duque de Ciudad Rodrigo, para sí y sus descendientes y sucesores. Este general, agradecido á la demostracion del congreso, en despacho dirigido al embajador de Inglaterra cerca de la regencia del reino decía entre otras cosas: Suplico á V. E. ruegue al Secretario de Estado, que del modo mas respetuoso, asegure á aquella augusta asamblea, que los oficiales y soldados de mi mando aprecian altamente el distinguido honor que se les ha hecho, con la aprobacion de sus servicios espresada por las Córtes; y que confio en que por el celoso cumplimiento de nuestro deber, y por nuestros esfuerzos á favor de la buena causa en que estamos empeñados, continuarémos mereciendo la aprobacion de las Cortes.

En otro despacho al mismo embajador, en que le participaba había pedido á su corte licencia para aceptar la grandeza, añadía: Suplico á V.E. ruegue al Secretario del despacho trasmita á las Córtes y á la regencia mi respetuoso agradecimento por el favor con que han mirado los servicios de los oficiales y tropa de mi mando, y por los altos

honores que me han conferido, mediante lo cual han mostrado que reconocían los servicios de aquella. Mas adelante el duque del Infantado, embajador de España en Londres, comunicando al secretario del despacho de estado, que el príncipe regente de Inglaterra se había servido conceder licencia al lord vizconde de Wellington para que admitiese la grandeza, decía: S. A. R. el Príncipe regente ha mirado este acto unánime de las Cortes generales y estraordinarias de España, como una muy señalada prueba de su ansia y celo por estrechar mas y mas, si es posible, la union que tan felizmente subsiste entre los dos paises, y emplear toda la energía de la nacion española para asegurar el fin de la presente lucha.

No mucho despues, un incidente que ninguna importancia podía merecer en tiempos ordinarios, ofreció ahora otro pretesto al clero para redoblar sus esfuerzos contra la reforma constitucional. Aparentando celo por la religion logró sobrecoger la piedad de unos, la incauta sencillez de otros, y la ignorancia y credulidad de la multitud. La publicacion de un escrito titulado Diccionario crítico burlesco le sirvió de punto nuevo de reunion, para que todos ellos le ayudasen á levantar el grito, y á su favor tremolar el estan

darte de la fe, proclamando la religion en peligro de perecer por la impiedad de aquel impreso. Una circunstancia meramente accidental en el autor del Diccionario contribuyó al principio á la sorpresa, por ser bibliotecario de las Córtes cuando dió á luz su obra. Así se intentó hacer creer por todas partes que el congreso la protegía, y que bajo de su autoridad y sancion se difundían por el reino doctrinas irreligiosas.

En el Diccionario había que considerar dos circunstancias diferentes; los principios, máximas ó doctrinas que contuviese, y la conducta del autor en publicar un escrito capaz de comprometer á las Córtes, siendo un dependiente suyo con especialidad en la situacion tan delicada y difícil de aquella época. Para juzgar de la primera había autoridades y trámites establecidos por la ley. El curso judicial estaba espedito, y la impresion causada en el ánimo de muchas personas, así dentro como fuera del congreso, lejos de oponer obstáculos al procedimiento legal le favorecía, si acaso no le provocaba. La segunda circunstancia era esclusiva-· mente de la competencia de las Córtes, á quienes tocaba decidir, si su bibliotecario había sido, é

no imprudente en publicar el Diccionario; si en ello había guardado las consideraciones debidas al cargo que ejercía, y al cuerpo que le honraba con aquella confianza. Pero la escesiva exaltacion con que se condujeron en las sesiones secretas algunos diputados eclesiásticos, pidiendo castigos ejemplares y erijiéndose ellos mismos en calificadores y jueces, obligó á abandonar toda providencia discrecional.

Al fin, despues de muchos y muy acalorados debates, se consiguió templar de algun modo el encendimiento y furia de los acusadores, entrando en una especie de transaccion interina, que asegurando el curso de la ley eximiese á las Córtes de la responsabilidad de una resolucion arbitraria. Cual fuese la exaltacion con que se discutió este incidente en las sesiones secretas, lo da á entender el acuerdo con que terminaron, mirado todavía como un triunfo de la razon y buen juicio por los que sostuvieron con inesplicable dificultad el procedimiento legal. El acuerdo decía: Que se manifieste á la Regencia la amargura y sentimiento que ha producido en S. M. la publicacion de un impreso titulado DicCIONARIO CRÍTICO BURLESCO; y que, resultando comprobados debidamente los insultos que pueda

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