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y con

agravios personales hubiesen querido tomar enmienda de ellos, ó satisfacerse de sus enemigos, ¿ podían hallar camino mas directo y seguro que dejarlos correr desacordados hacia su propia ruina? Reducida la nacion con tan absurda providencia á esperar su salvacion de los partidarios del santo oficio sobre quiénes hubiera i recaido el peso de la sumision y la conquista? ¿Bonaparte no había abolido esa misma inquisieion, esos mismos frailes, esos tribunales sejos, que con tanto furor la deseaban y la pedían? El clero secular, por ventura, i no había sido amenazado con una reforma que aquel hubiera dictado entre las instigaciones y elacion de sus glorias y triunfos? Y á los constitucionales personalmente ; qué les importaba, despues de cometido el frenético desacierto de volver á la vida el monstruo de la inquisicion, que aquel guerrero quedase victorioso? ¿ Qué i riquezas acumuladas poseían, qué privilegios gozaban, qué inmunidades, qué jurisdiccion, qué autoridad tenían en manos que pudiese peligrar?

Al contrario, sus principios ilustrados y su tolerancia religiosa, sus doctrinas administrativas, la misma fortaleza de ánimo con que se

resistían el influjo que no podían ménos de tener en su patria por su valor, por sus generosos esfuerzos, por su desprendimiento, su incorruptibilidad y su perseverancia, i no los recomendaba á la atencion de un conquistador, que nunca dejó de descubrir con sagacidad donde estaba la utilidad y el interes, ni de recompensar con la munificencia de todo ambicioso que aspira á grandes y atrevidas empresas? Todas estas consideraciones hubieran influido poderosamente en ánimos ménos fuertes, en corazones ménos generosos que los que supieron resistir y hacerse superiores á sí mismos en tan crítico y peligroso trance; trance á la verdad que hubo de sepultar el reino en la anarquía mas espantosa, y obscurecer al mismo tiempo la gloria de sostener una causa tan noble y digna del triunfo con que se vió al fin coronada.

Despues de este desengaño no era posible perseverar en la conducta que se había observado hasta aquí con los que ninguna consideracion respetaban por su parte. Tan injusta agresion no permitía por mas tiempo un estado de anxiedad y vacilacion continua; era preciso arrostrar una cuestion en que no podían ménos de salir victoriosos los que, provocados, entraban

en la lid para defenderse. La comision desde el momento, se dedicó con ardor á preparar los materiales que necesitaba, no obstante que muchos de ellos existían en Madrid y otros puntos ocupados por el enemigo.

Frustrado así el plan de restablecer por sorpresa la inquisicion, se renovó, con mayor empeño que antes, el de disolver las Córtes. Los que le promovían insistían otra vez en la artificiosa doctrina de desprendimiento. Terminada, decían, la mision del congreso con haber publicado la ley fundamental de la monarquía, ya no puede, sin comprometer sus intenciones, negarse á dejar su lugar á las Córtes ordinarias para que empiecen ellas la carrera constitucional. Que las Córtes estraordinarias no debían dilatar este periodo sin causas muy graves, era demasiado evidente para que se contradijese. Mas tampoco se podía negar de buena fe, que las estensas facultades que les concedían sus poderes contribuían poderosamente á acelerar el establecimiento de la constitucion. Publicarla y dejar espedito su ejercicio, eran operaciones distintas, y esta última sin duda requería el auxilio de una autoridad estraordinaria que removicse obstáculos imprevistos, ó

lo

superiores á las facultades legales de la regencia. Ademas, encendida la guerra del modo que estaba todavía, sería temeridad dejar al gobierno sin el apoyo de las Córtes reunidas, ó en disposicion de juntarse estraordinariamente cuando las necesitase.

Esta grave cuestion tenía dos partes que era necesario resolver á un mismo tiempo, si no se procedía maliciosamente y con designio oculto. Acelerar todo lo posible la reunion de las Córtes constitucionales, y, para que en el entretanto no careciese la regencia del auxilio legislativo, conservar en ejercicio las estraordinarias, tal era el plan propuesto por la comision de, constitucion en el dictámen que se le había pedido sobre la materia. La comision señalaba el primero de octubre próximo para abrir las Córtes ordinarias, respecto á que el primero de marzo, que era en realidad el periodo constitucional, estaba demasiado inmediato para que las provincias de Ultramar pudieran enviar á tiempo sus diputados. Aprobada al fin la continuacion de las Córtes estraordinarias los que aspiraban á disolverlas inmediatamente se vieron obligados, para conseguir su intento, á variar de medios como se dirá despues.

La nueva regencia por este tiempo, ya se había declarado abiertamente favorable á todas las miras y proyectos de los enemigos de las reformas. Verdad es, que había elogiado voluntariamente la constitucion en varios actos públicos, mas no perdía ocasion de retardar su establecimiento, y eludir su observancia siempre que podía hacerlo sin responsabilidad directa. Las Córtes habían adoptado reglas muy equitativas con respecto á los empleados públicos que cesaban en virtud de las reformas, conservándoles sus sueldos, sus antiguos títulos y honores. Tan generoso proceder dejaba á la regencia en libertad de elegir con desembarazo para los nuevos cargos personas ilustradas y amantes de las instituciones constitucionales. Las Córtes, ademas, se lo habían recomendado encarecidamente. En lugar de seguir esta política escogió para los destinos de mayor influjo á los que mas se habían señalado en oposicion y desafecto á las Córtes y á todas las reformas; mezclando, con mal disimulado artificio, algunos constitucionales, para que se creyese que procedía con imparcialidad. Empeñada en gobernar el reino contra el espíritu declarado de las Córtes y de la parte ilustrada de la nacion, prefería provocar

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