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una reaccion violenta, á hacer uso prudente de las estensas facultades que la Constitucion ponía

en sus manos.

Dos años continuos de esperiencia parlamentaria habían demostrado que el gobierno podía ejercer en las Córtes un influjo directo y estable sin medios de corrupcion y clientela. La sólida mayoría con que la regencia precedente había logrado sostener su administracion, á pesar de restricciones, que ya no regían, y de la mala fortuna de la guerra en casi todas sus espediciones, probaba evidentemente el espíritu sistemático de una asamblea que había cerrado la puerta á toda ambicion personal dentro de su propio seno. En todo este tiempo no había desairado siquiera ningun mensage de aquel gobierno, ni ménos desechado ninguna propuesta de sus ministros sobre negocio, ó materia grave. Este hecho, incontestable por su autenticidad, por no hablar de otros no ménos oportunos, deshacía en humo todas las siniestras predicciones, toda la declamacion y censura de sus detractores y enemigos.

¿Qué podía detener á la nueva regencia para no consagrarse con entera confianza á plantear la administracion constitucional? Asegurada de la

mayoría en las Córtes, ¿ no tenía en la nacion todo el ardor y entusiasmo en favor de las reformas, todo el respeto y deferencia hacia el gobierno que pudiera desear? ¿Qué obstáculos había capaces de arredrar á hombres de estado que conociesen de parte de quien estaban las luces y el talento, mucha de la misma propiedad amortizada y toda la que era libre, la industria, los capitales, en suma, la fuerza intelectual, activa y permanente de la nacion? ¿ Podía la gloria de restaurarla, de restituirle la consideracion y poder que había perdido con su libertad, no mover el ánimo de personas, colocadas en tan elevada magistratura, y á la que habían sido llamados espresamente, para que abriesen á su patria carrera tan ilustre?

Con la Constitucion terminaba ciertamente el estado de revolucion en que aparecía el reino mientras no se supiese, que limites prescribirían á la reforma la prudencia y cordura de las Córtes estraordinarias. Mas, despues de publicada, los temores ya no tenían fundamento, y solo podían alegarse, á fin de ocultar el designio de destruir, á la sombra de una inquietud artificiosa, la obra de restauracion que se había levantado. Esta, en realidad, en nada alteraba la administracion

y gobierno del estado mas que en que fuesen responsables á la nacion representada en Córtes, todos los funcionarios en los actos mismos en que lo tenían dispuesto las leyes anteriores, y en los discrecionales que no pudiesen eludir la censura pública que el espíritu de ellas jamas había prohibido. De buena fe nadie podía contradecirlo, sinó los que aspiraban temerariamente á que el gobierno continuase todavía sin mas reglas, ni otro freno, que las que no pudieron impedir que se precipitase á sí mismo, con la desventurada nacion que administraba, en el abismo de una insurreccion universal.

A pesar de tan obvias consideraciones los nuevos regentes nada hallaron digno de su solicitud y su respeto, sinó las locas pretensiones de un clero intolerante y ambicioso, de una magistratura resentida y ansiosa de mando, de privilegiados que se obstinaban en no ver la transformacion causada en la sociedad por el tiempo y el progreso de las luces, de cortesanos y proletarios de un régimen destruido por sus propias pasiones y delirios. A ser los nuevos regentes hombres ilustrados, ; cómo hubieran desconocido i que aquellas clases eran en mucha parte el origen de los males públicos que tanto afligían á

su patria, que cada dia era mas urgente corregirlos, y que para ello se adoptase algun remedio? Si el que se había escogido no era de su aprobacion, ¿ podía ser compatible con su honor y probidad prometer sus servicios, y en lugar de proceder con celo y buena fe privarle con sus propias manos de la virtud y eficacia que tuviese? ¿Podía servirles de disculpa la oposicion é influencia de aquellas clases? Y aunqué una y otra fuesen tan grandes y estensas como quisiesen suponer los que lo pretendían, por eso ¿ los nuevos gobernadores habían de emplear la misma autoridad que se les confiaba para reprimirlas, en aumentarlas y hacerlas todavía mas perni

ciosas ?

Pero ni aun este efugio les quedaba. De esa misma oposicion y esa influencia habían usado aquellas clases desde que se anunció por primera vez la reforma constitucional, sin que hubiesen conseguido mas que desengaños, mas que pruebas evidentes y continuas de que no era posible resistir el espíritu noble y generoso con que la nacion la había recibido y la quería conservar. La mision de los regentes no era luchar por la victoria que ya se había conseguido, sinó asegurar el fruto contra enemigos

Para

dispersos, llenos de confusion y desaliento. ello tenían la poderosa arma de la ley en una mano, y en la otra la libre distribucion de todos los honores y cargos públicos del estado. Para ello estaban fuertemente escudados con la permanencia de un congreso rodeado de popularidad y de triunfos. Para ello se podían apoyar en la firme voluntad, en las luces, en el patriotismo de todos los hombres ilustrados, y justos en la nacion. Con tantos y tan esforzados defensores solo podían temer á su propia pusilanimidad ó impericia, y estas eran ya las únicas esperanzas que quedaban, á aquellas clases refractarias. Por un inesplicable alucinamiento, los nuevos regentes, en lugar de contener sus tentativas, reprimir su audacia y someter su altivez al imperio de la ley, quisieron ser sus protectores, sin reparar que la misma autoridad gubernativa que ejercían bien pronto hubiera sido otra vez despojada de su integridad, de sus atributos y de su independencia por la ambicion, la importunidad y la codicia de los que nada respetaron nunca, sinó sus privilegios.

No contenta la regencia con abandonar de este modo la senda que podía seguir con seguridad, dirigió á las Córtes un mensage en que

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