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perio; la retirada de los ejércitos rusos al interior de las provincias, hacían temer con mucho fundamento, que el emperador Alejandro se in · timidase, ó acaso sucumbiese á los esfuerzos y amenazas de enemigo tan audaz y poderoso. La batalla de Wagran, y el funesto tratado que se siguió á aquella derrota habían traido sobre la península el asolador azote de las campañas del año 10 y 11. ¿Qué no se debía esperar ahora, si venciese nuevamente, de un conquistador ufano y desvanecido con sus triunfos, irritado con la obstinada resistencia que en España así había mortificado su arrogancia y orgullo? Era, pues, necesario dar á las operaciones militares de toda ella el mayor impulso, así á fin de inspirar confianza al emperador de Rusia y alentarle á que perseverase en su noble propósito, como para convertir en guerra de frontera una lucha atroz en el interior del reino, mas funesta y desastrosa que cuantas calamidades pueden afligir á una nacion. Para conseguirlo era preciso combinacion y concierto en los planes, y en la direccion de todas las fuerzas aliadas que se hallaban en la península. Un obstáculo de grande magnitud y trascendencia se oponía á la providencia principal que había que tomar, tal

era la reunion de todos los ejércitos bajo el mando de un solo general en gefe.

por

La resolucion que adoptaron las Córtes, de hacer sí mismas este nombramiento, es uno de los actos mas vigorosos y atrevidos de toda su carrera; acto superior, en aquellas circunstancias, á la fuerza y poder de cualquiera otra autoridad que no fuese un congreso tan popular, tan respetado y querido de la nacion; acto que hubiera comprometido la union y concordia del ejército Español, causando un cisma fatal entre sus gefes y oficiales, como lo mostraron los peligrosos síntomas descubiertos en algunas de sus divisiones, que fué necesario sofocar con toda celeridad y rigor, para que no cundiese el ejemplo y se propagase á los demas cuerpos. Este punto tan importante de la historia de aquel tiempo merece ser ilustrado, examinando detenidamente el estado de la opinion contemporánea, y las causas que le habían dado direccion tan contraria á lo que decretaron las Córtes. Los reveses que tuvieron los aliados el año de 1808 en su marcha por Castilla y retirada á la Coruña produjeron gran número de quejas y acusaciones contra las autoridades civiles y gefes militares que dirijían entónces los negocios

públicos de España; espuestas todas con estraordinaria acrimonia en las memorias y otros escritos publicados en Inglaterra en justificacion y defensa de los generales del ejército británico. Del misnro modo la imprenta periódica de aquel pais y las discusiones y debates de ambas cámaras, desde la propia época, acumularon sobre los desgraciados españoles toda la censura y detraccion á que daban lugar la controversia y exaltacion de los partidos, y el juego y artificio parlamentario. La falta de libertad de imprenta en España, durante el mismo periodo, y las consideraciones de gratitud y respeto que las autoridades y gefes españoles deseaban guardar con sus aliados fuéron causa de que no se repeliesen oportunamente las calumniosas imputaciones, é injustos cargos con que tan acerbamente se veían acusados. Una justa defensa y el noble desahogo de la propia vindicacion hubieran atenuado la irritacion y resentimiento que se concentraron en los ánimos de muchas personas, señaladamente entre los gefes y oficiales del ejército. A la verdad, juzgar con la severidad mas escesiva los actos públicos de los magistrados que dirijían el gobierno, y de los caudillos que sostenían con las armas la independencia de la nacion; hacer

en este juicio abstraccion total de las innumerables y crueles contrariedades que se oponían á una administracion mas sistemática y ordenada, á una defensa mas científica y militar, no podía ménos de causar la mas aguda pena y dolor, y dejar en el corazon de los españoles impresiones muy profundas.

Cuando la Inglaterra se resolvió á abrazar la ocasion que se le ofrecía en la península de entrar en una nueva guerra continental, no pudo desconocer la empresa que acometía. La insurreccion de España, ademas de llevar envuelto en este nombre la naturaleza del esfuerzo á que apelaba la nacion, había comenzado con actos, que no permitían que se equivocase un gobierno tan esperimentado en alianzas y coaliciones, como el Gabinete británico. Una disolucion absoluta del régimen y administracion en todo el reino abrió la puerta á una nueva éra de valor y esfuerzo individual; pero al mismo tiempo destruyó en sus fundamentos la unidad y sistema que pudiera esperarse, así en el gobierno supremo, como en la direccion científica y militar de los ejércitos. Estos, con respecto á su organizacion y disciplina, perecieron en la convulsion universal del mes de mayo de 1808. Para con

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fiar en su defensa estratégica, hubiera sido necesario crearlos de nuevo sobre principios análogos al estado en que se hallaba el arte de la guerra entre sus enemigos. La presencia de estos, y su actividad en sofocar los progresos de la insurreccion en todas partes, no solo impidieron la formacion de cuerpos con arreglo á ordenanza, y á los adelantamientos que la ciencia militar había hecho en España en los últimos años, sinó que obligando á las autoridades provinciales á oponer toda clase de resistencia á los invasores fuéron causa de que se consagrasen y arraigasen todavía mas los errores y vicios que preexistieron al movimiento nacional; y asimismo los que introdujeron de nuevo la urgencia, la penuria del erario, la exaltacion y violencia de aquella época memorable. Bajo este aspecto no es estraño que muchos considerasen la noble resolucion de los españoles de resistir á su poderoso adversario, como un absurdo, ó tal vez, un acto de demencia. Todo lo que la equidad y buena fe podían esperar era, que resistiesen y perseverasen, cualquiera que fuesen el método y forma que adoptasen sus esfuerzos. Exigir mas, era inconsideracion, si no injusticia. El gobierno que se arroja voluntariamente á una

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