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teológica encendió sus ánimos en cólera y saña; y los inquisitoriales se presentaron en la lid tan inmoderados, tan violentos y vengativos, como si no se hubiera guardado ninguna de estas consideraciones.

La comision no había estado unánime en el dictámen. Tres eclesiásticos de la minoría presentaron su voto particular, que fué leido al empezar la discusion. En él contradecían á la mayoría, en algunos puntos, é intentaban refutarla en otros. Pero al mismo tiempo cometían un error funesto para su propósito, que repetido despues por otros impugnadores de la comision, no solo destruía las razones y argumentos de que hicieron uso, sinó que desde aquel momento quedó asegurado el triunfo del dictámen. Reconocían esplícitamente que la inquisicion no era esencial á la religion; y en ello concedían cuanto era necesario para ser vencidos en sus mismas líneas y con sus propias armas. Despues de leido este voto se presentó el que podía considerarse como corifeo* ultramontano armado tambien de otro escrito, firmado, ademas, por veinticuatro diputados. En él se intentaba,

El Señor Inguanzo.

probar errores, equivocaciones, inexactitudes, y hasta ideas y proposiciones heréticas en el informe de la comision, pero, como en el voto particular de la minoría, se confesaba espresamente, que el tribunal del santo oficio no era esencial á la religion católica. Si, pues, no lo era, claro estaba que como medio esterior y accesorio podía sufrir alteracion y reforma; y de este modo caían por el suelo toda la balumba de argumentos, invectivas, anatemas y declamaciones que se aglomeraban contra la comision, porqué, en lugar de aquel establecimiento, proponía otro mas conforme y adaptable á las circunstancias de la época. La disputa podría recaer sobre el acierto ó desacierto de los medios que substituía á la inquisicion, pero nunca sería justo, equitativo ni prudente, acusarla de enemiga de la religion, ni emplear otras calificaciones ofensivas que se usaron en el discurso de estos memorables debates. Este diputado, despues de leer el escrito que presentó, de acuerdo con los que le firmaban, entró de palabra en el exámen de la materia esponiendo ampliamente la doctrina que defendía. En su discurso se espresó con vigor y vehemencia; hizo uso de cuantas alusiones le parecieron convenientes para alarmar la imagi

nacion y las conciencias, sacadas de las reformas religiosas y políticas de otros paises. Su impugnacion bajo el aspecto oratorio, fué la mas vigorosa y terrible de cuantas se hicieron en su partido. En él era, á la verdad, el eclesiástico que reunía mas capacidad parlamentaria; pues ademas de instruccion histórica en la jurisprudencia canónica y civil, esperiencia y práctica en los negocios forenses de ambas jurisdicciones, tenía osadía y desembarazo, y hablaba con facilidad, nervio y firmeza.

Al fin salió al campo el diputado inquisidor, que en este caso aparecía como el mantenedor especial á quien estaban confiados todos los intereses y pretensiones de una institucion tan famosa. A decir verdad, grande era la alteracion y mudanza de los tiempos, al ver que un tribunal tan soberbio y arrogante, á quien el mérito irritaba y la virtud hacía sombra, y el cual, para baldon eterno de su memoria, no halló jamas persona eminente en ciencia, en reputacion ó en santidad de costumbres que no persiguiese y maltratase, y que llevó su audacia hasta amenazar y hacer increpaciones á los reyes mismos de cuya voluntad dependía, encontrase por fin un superior á quien rendir homenage, y

ante cuya autoridad, deponiendo, bien á su pesar, todo su anterior orgullo y altanería se allanase á defenderse, y justificarse. El inquisidor ocupó él solo toda una sesion sin que nadie le interrumpiese, leyendo un largo y trabajado escrito, que ampliaba y comentaba de palabra cuando le parecía, acompañado de gran copia de autoridades, bulas, trasuntos, citas y cuanto consideró necesario á la defensa de su causa. Puede decirse que por su boca la inquisicion alegó de su derecho, y esforzó todas las razones y argumentos en que apoyaba su autoridad y poder, no ménos que la necesidad de su restablecimiento y permanencia. Al dia siguiente continuó todavía su alegato y defensa, y consumió del mismo modo casi toda la sesion, hasta que rendido y fatigado, así él como el auditorio, concluyó pidiendo, que se repusiese al santo oficio en la plenitud de su autoridad y facultades como hasta aquí; protestando al mismo tiempo contra toda alteracion que se hiciese en su jurisdiccion y poder.

En este largo discurso no hubo ninguna circunstancia oratoria que compensase el cansancio que produjo su lectura, desnudo como estaba de argumentos, solidez de doctrina, autoridades

y

sentencias graves que siquiera atenuasen el peso de las de sus contrarios. Todos los fundamentos en que se apoyaba eran futiles y deleznables. Decretales, bulas, breves, dependientes únicamente de la voluntad y tolerancia de los príncipes que los admitieron, y que jamas pudieron desprenderse del derecho y facultad de hacer cesar su observancia cuando lo juzgasen conveniente al interes de sus estados; edictos, decretos y reglamentos revocables ad nutum por la autoridad temporal; opiniones y doctrinas de la secta ultramontana resistidas y refutadas por el derecho público eclesiástico de España, por el dictámen de la comision, y por el hecho mismo de haber la religion católica subsistido en el reino doce siglos sin el apoyo y defensa de la inquisicion.

Sin embargo abundaba en artificio y solercia, con que intentaba herir la imaginacion y mover el ánimo de los ignorantes y tímidos. En el exordio, siguiendo el espíritu de la institucion que defendía, introducía la mas atrevida y maligna comparacion, á que pudiera recurrir en aquella época. V. M., decía, forme el juicio que merece este negocio, el cual parece una verdadera controversia entre Jesucristo y Napoleon que im

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