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un manifiesto en el que se pintaría al tribunal de la inquisicion como cruel, sanguinario y anticristiano, resolvía tomar conocimiento por consulta de personas sabias, de los reverendos obispos, y de las santas iglesias, pidiéndoles consejo, voto, instruccion y poderes para usar de su voz en cualquiera representacion que se debiese hacer. Tan incomprensible ligereza de fundar una deliberacion auténtica y solemne sobre una mera presuncion, apénas sería creible en una reunion casual de personas privadas que conociesen las reglas mas comunes de discrecion y prudencia. Sin embargo no paró aquí el arrojo. Los comisionados que nombró el cabildo para ejecutar su acuerdo no se detuvieron en escederle y alterarle, como resulta de sus cartas á los cabildos comprovinciales de Sevilla, Málaga, Córdoba y Jaen en que les decían entre otras cosas: Que era preciso sostener con firmeza la unidad de la iglesia católica, su fe, su doctrina y sus mandatos.—Que su ilustracion, su voto, y su union á su causa los confirmaría en la resolucion de ofrecerse víctimas, ántes que consentir este que llamaban paso de degradacion del santo templo, y tambien del sacerdocio.-Que el vicario capitular de la diócesis tenía con ellos conformidad de sentimientos.-Que estaban apoyados

de los reverendos obispos residentes en Cádiz; finalmente, que les dirigiesen sus instrucciones y poderes para representarlos. Encargándoles al mismo tiempo la reserva en todo para que no lo supiesen los legos, ni los sacerdotes en quienes no tuviesen confianza.

Como la agitacion en el público se aumentaba por momentos con los rumores que corrían y la actividad y diligencia de algunos muy conocidos de la faccion inquisitoria, los comisionados del cabildo, ora porqué recelasen que lo atrevido de su plan pudiera retraer á los comprovinciales, cuya cooperacion solicitaban, ora porqué juzgasen prudente mas cautela, si se llegaba á descubrir parte de la correspondencia que habían entablado, procuraron disminuir y atenuar las primeras impresiones, diciendo en sus nuevas cartas-que segun entendían, el manifiesto de las Córtes solo contenía las razones políticas que las habían movido á abolir la inquisicion. Mas que en este caso era menester consultar si el decreto se hallaba conforme al dogma, 6 disentía de él de algun modo.

Dos puntos hay que considerar en estas segundas cartas, que no pueden dejar de llamar la atencion, entre muchas otras circunstancias. En

ellas se escede y altera la naturaleza del encargo primitivo dado por el cabildo á sus comisionados. El acuerdo se dirigía á consultar y tomar consejo sobre la lectura de un manifiesto que se presumía había de contener injurias y espresiones ofensivas contra la inquisicion. Ahora se abandona el manifiesto, y se provoca la revision y calificacion de un decreto de la autoridad suprema, publicado ya en la forma acostumbrada. En el primer caso los comisionados traspasan, por su propia autoridad, los límites de sus poderes; en el segundo, con increible petulancia se erigen en denunciadores, como sospechosa de heregía, de una ley promulgada con todas las solemnidades prescritas para su exámen y sancion; de una ley discutida públicamente y con la mas ilimitada libertad por mas de veinte dias continuos; en que intervino, para no hablar de muchos magistrados ilustres y letrados distinguidos, y muy versados en la materia canónica y disciplinar de la iglesia de España, gran número de eclesiásticos doctos de todas gerarquías, venerables por su discreto celo, su ciencia, su piedad y su doctrina, ley en fin aprobada por una mayoría de que hay pocos ejemplos en los congresos repre

sentativos.

Como el fin era envolver á todo el cuerpo eclesiástico en la liga, para que la oposicion pareciese irresistible y arrastrase al pueblo con mas facilidad, se ideó que el clero parroquial siguiese el ejemplo del clero capitular. Así fué que los párrocos de Cádiz dirigieron al mismo tiempo al cabildo de la catedral una representacion concebida en el estilo mas inflamatorio; y usando de todos los lugares comunes con que es costumbre adornar esta clase de piadosas homilías, introducían estas cláusulas: La iglesia de Cádiz, su cabildo, su vicario capitular y sus párrocos van á ser los primeros que presenten á los demas del reino, ó un ejemplo de constancia evangélica digno de imitacion, ó un modelo de abatimiento y flaqueza que los cubra de amargura para toda la posteridad. Los comisionados al comunicar á su cabildo esta representacion, y elogiarla sobre manera, decían por su parte, que siete mil varones se habían reservado en el pueblo de Israel que no doblaron la rodilla ante el ídolo de Baal.

Para instigar y empeñar todavía mas al cabildo de Sevilla, que era el que entraba en la liga con mas resolucion y ardor, los comisionados le dieron conocimiento de la representacion de los párrocos de Cádiz; haciendo otro tanto á los

obispos residentes en la misma plaza; debiendo notarse, que cuando consultaron á estos prelados, no pidieron consejo ni al arzobispo de Toledo, aunqué era el primado de la iglesia de España, y ademas cardenal, ni al obispo de Arequipa, ambos tambien en la ciudad; pero contrarios á la inquisicion y á las doctrinas ultramontanas.

Cuando ya pareció oportuno acelerar el desenlace de la trama, y proporcionar al gobierno pretesto suficiente para que se pudiese manifestar intimidado, el nuncio apostólico, evitando el conducto de estilo, que era el secretario del despacho de estado, dirigió una nota á la regencia, que entregó en persona en mano del mismo presidente. En ella se oponía, á nombre de S.S.

á

que se diese cumplimiento á los decretos de las Córtes sobre inquisicion; aprovechándose de esta circunstancia para inculcar con sagacidad la doctrina de su corte acerca de la pretendida supremacía del papa en materias temporales. En la nota aparentaba hacer con sentimiento esta resistencia, obligado de su ministerio; pero aseguraba que en ello procedía con toda reserva. Sin embargo, con la misma fecha lo participaba al obispo de Jaen, y á varios cabildos eclesiásticos del reino para inducirlos á que se uniesen

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