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respectiva de representacion por América y Europa, á fin de que sirviese á la comision de base para el arreglo de las Córtes constitucionales. Por último, que no podía haber mayor injusticia que confundir los tiempos anteriores con la época presente. La América cometía una manifiesta ingratitud en no reconocer la diferencia y en no dar tiempo á las Córtes para echar los fundamentos del pacto con que en adelante se habían de mantener unidas las dos familias españolas en ambos mundos.

Estas y otras razones, que se esforzaron durante los debates sobre tan delicada materia, acabaron de manifestar que el espíritu de conciliacion é imparcialidad que las dictaba, ya no era lo que podía satisfacer á las provincias de Ultramar. En vano se aprobaron sucesivamente proposiciones no ménos graves que esta solicitud; en vano se desentendieron las Córtes de lo intempestivo de algunas de ellas, y las acordaron en obsequio de la paz. Parecía que solo se aspiraba á conservar perpetuamente vivas quejas y disputas que justificasen el descontento, y miras ulteriores de los ánimos inquietos y ambiciosos de aquellos paises.

Preciso es que la posteridad haga á las Córtes

estraordinarias la justicia que les negaron los contemporáneos. Hasta el decreto de 15 de octubre pudo quedar un rayo de esperanza de que las provincias disidentes de América se abstuviesen de la estrema resolucion de separarse para siempre de la metrópoli. Lo arrojado de la empresa; el peligro de pasar de improviso á una independencia prematura, los riesgos de disensiones entre paises separados unos de otros por inmensas distancias, y sin ningun centro comun que los mantuviese coherentes y unidos; la seguridad de no poder ser subyugados por el opresor de la madre patria; la voz dolorida y penetrante con que esta imploraba el auxilio de sus hijos, todo conspiraba á fomentar ilusiones inseparables de su tribulacion y amargura. Mas estas esperanzas no pudieron ménos de desvanecirse al ver á aquellas provincias arrojar la máscara con que por algunos momentos encubrieron mal sus verdaderas intenciones. Las declaraciones y proclamas en que con posterioridad á aquel decreto desconocían la autoridad de las Córtes, despreciaban sus ofertas, y ultrajaban su dignidad; en que rompían inconsideradamente todos los vínculos de union con sus hermanos de Europa, para que de este modo fuese

impracticable una reconciliacion cordial, ya no permitían dudar que estaban resueltos á consumar una separacion violenta y cruel, tan calamitosa funesta para ellas como para la madre patria..

y

La diputacion americana conocía bien la sinceridad y desinteres con que las Córtes deseaban la pacificacion de aquellas provincias, y la prosperidad de todas las demas del mismo continente. No ignoraba que ningun designio oculto, ninguna mira ulterior ni siniestra se interpuso, ni asoció jamas en sus deliberaciones y decretos. ¿A qué instarlas de este modo; á qué estrecharlas y afligirlas de continuo, cuando tan evidentes eran sus generosas y puras intenciones? ¡A qué dar pábulo y fomento con proposiciones inadmisibles, con recriminaciones acerbas y debates inflamatorios * á discusiones que tanto urgía

Esto se halla reconocido espresamente por un escritor distinguido, natural de aquellos paises, cuando dice: "Los diputados americanos" (en las Córtes de España de 1820 y 1821) testigos de los efectos prodigiosos que habían "hecho en América los discursos de sus predecesores en 1812 "y 1813, no creían poder coadyuvar á la causa de su pais "de una manera mas eficaz, que promoviendo en el seno de "las Córtes cuestiones de independencia, que presentasen á

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sus conciudadanos lecciones y estímulos para hacerla."— Ensayo Histórico de las Revoluciones de Méjico, desde 1808 hasta 1830, por Don Lorenzo de Zavala, tom. i, pág. 124.

calmar, si en realidad se deseaba que se apagasen donde estaban encendidas, y no se comunicasen á los paises que aun se mantenían fieles? i Ibale tanto á la diputacion de Ultramar en dar á estos pretesto para que siguiesen el ejemplo fatal de los que ya se habían separado de la metrópoli? ¿A qué esta impaciencia, á qué esta inquieta y desasosegada solicitud, que tan mal se avenía con las aseveraciones y protestas de lealtad, de confianza y de respeto á la madre patria? ¿Dónde estaba la urgencia, dónde el peligro de malograr una ocasion que no habría de volver quizá bien pronto, y ofrecerse ella misma con mas oportunidad?

la

Reducida esta triste y dolorosa controversia á los términos precisos á que la había traido ya opinion contemporánea; no era posible salir de este dilema. O la América quería sinceramente continuar unida á la metrópoli bajo principios de igualdad, pública y solemnemente reconocidos, ó aspiraba sin rebozo á una emancipacion inmediata, á una independencia absoluta y general. Si lo primero no había razon sólida, no había causa legítima en que apoyar la conducta parlamentaria de los diputados de Ultramar, desde la publicacion del decreto de 15 de

octubre y la escrupulosidad y buena fe con que las Córtes se esmeraron en cumplir lo prometido en él, sin haber retrocedido jamas de su propósito.

La América tenía ya, como la España peninsular, un congreso abierto por primera vez á sus diputados, donde no tanto el número como la libertad y proteccion legal para deliberar; no tanto la forma provisoria como el derecho de proponer, discutir y resolver públicamente lo que considerasen útil y beneficioso á las provincias que representaban, constituían el grande y sólido principio de que dependía desde ahora su futura felicidad y bienestar. Las Córtes estraordinarias ya no podían volver atras en sus deliberaciones y promesas, sin traer sobre sí la detraccion y la censura, sin enagenar para siempre el amor y respeto de cuantos hombres ilustrados, de probidad y pundonor comprendía la nacion en los dos mundos; sin incurrir en la reprobacion y desprecio de la Europa, que con tanto ardor apoyaba las pretensiones de las colonias españolas, sin consideracion ninguna al estado lamentable en que se hallaba la metrópoli.

La causa de la América, no solo tenía en su

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