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favor la misma simpatía que había escitado universalmente la causa de la madre patria, sinó tambien la que inspiraban las ilusiones y el prestigio de un nuevo mundo que se creía lleno todo de tesoros, de maravillas y prodigios desconocidos, ó menospreciados por la pretendida ignorancia y barbarie de los que se suponía con igual fundamento ser sus opresores. La América tenía por protectores, ademas de la florida imaginacion y poética fantasía de las personas teóricas y especulativas del orbe científico y literario, á los que mas presumían de hombres de estado y administracion, en suma, el interes político y mercantil de todos los pueblos cultos y sus gobiernos; y las Córtes estraordinarias, por destituidas que hubiesen estado de todo principio de moralidad y justicia, no podían ni revocar ni dejar de cumplir lo que habían prometido públicamente y con tanta solemnidad.

i En qué se fundaba entónces la impaciencia, la inquietud y desasosiego de la diputacion americana ? ¿Cómo podía esperar que las Córtes no viesen en la abierta separacion de unas provincias, en la turbulencia de otras, en la agitacion y desafecto de las que empezaban á conmoverse, un designio premeditado de subs

traerse de la obediencia á la madre patria? ¿A qué, quitado ya todo pretesto á la queja, el empeño en persuadir á las Córtes, que, no providencias vigorosas y enérgicas, sinó la interpretacion de una cláusula del decreto de 15 de octubre y un sistema indefinido de concesiones, era lo único que podía atraer á unas, reconciliar á otras, y restablecer el órden alterado en todas las demas?

Si la razon y los saludables consejos de la prudencia podían ser oidos entre el tumulto de pasiones y afectos encontrados que levantó en el corazon de los españoles el arrojo de Bonaparte y su obstinacion en sostenerle, en ningun punto de la monarquía podía haber para ello mas reposo y calma que en América; y esto no lo desconocían sus sus diputados en las Córtes estraordinarias. Allí no había ejércitos de invasores, que incendiasen y talasen el pais, que profanasen el asilo doméstico; que degollasen impía y bárbaramente hasta los inermes habitantes de los pueblos que se sometían. Allí no había magistrados intrusos que exigiesen obediencia con el estruendo del cañon, con los patíbulos y las ejecuciones militares. Allí la autoridad legítima no se había visto supeditada

TOM. II.

E

por la ferocidad de un enemigo estrangero. Allí, en fin, ninguna de las calamidades que afligían á la madre patria podía perturbar el juicio, ni preocupar el ánimo de aquellos habitantes para no ver, para no dejarse persuadir de que, aunqué sus hermanos sucumbiesen en Europa, la América no podía ser envuelta en la subyugacion de la España peninsular.

Aunqué su propia resistencia no bastase por sí sola para evitar la misma catástrofe, la América estaba segura de hallar toda la proteccion necesaria, no solo para precaver una invasion enemiga, sinó para establecer y consolidar su independencia. Para conseguir esta proteccion no era menester rogar, suplicar y ménos engolfarse en negociaciones complicadas y dificiles. Los intereses entre la América, y quién había de ser su protector, eran de tal magnitud, eran tan evidentes, tan directos y recíprocos, que ambos sin hablarse podían entenderse y convenirse respecto á sus deseos presentes y sus miras ulteriores. Un grande acontecimiento, que daba principio á una nueva éra para los dos continentes, había revelado ya todo el misterio, y señalado á las colonias españolas el camino de la independencia en el caso en que la guerra

encendida en Europa terminase la existencia política de la madre patria. La traslacion, al Brasil, de la casa de Braganza bajo la proteccion y custodia de la Inglaterra, no dejaba duda de que una potencia, que tenía tan asegurado el dominio de los mares, estaba resuelta á indemnizarse en el Nuevo Mundo del influjo que perdiese en el antiguo. Si, pués, este suceso espresaba por sí mismo mas que las combinaciones y cálculos de los hombres de estado mas sagaces y profundos; si valía él solo para la América, mas que cuantas promesas se le hiciesen, mas que cuantos tratados se celebrasen anticipadamente; en suma, si su independencia no podía dejar de ser efecto inmediato y necesario de la subyugacion de la metrópoli, la conducta de las provincias disidentes, de las que empezaban á imitarlas, y de las que amenazaban seguir el mismo ejemplo, i podía admitir otra interpretacion, que la de un deseo vehemente de separarse aun en vida de la madre patria? ¿No era mostrar con toda evidencia que se prefería un estrañamiento precoz, cruel y doloroso á una emancipacion legítima, por derecho y sucesion hereditaria, sin escándalo ni violencia, sin responsabilidad ni remordimiento?

Si, pues, este era el sentido natural de cuanto se alegaba por América contra la metrópoli que agonizaba entónces, afligiéndola con quejas y recriminaciones alusivas solo á época que había pasado para no volver jamas, suscitar en las Córtes nuevas disputas, promover otra vez motivos de irritacion y de encono, ¿no era, entre otros males, desautorizar al gobierno de la madre patria, y privarle del poder y del influjo que necesitaba para mantener la union y coherencia política de los dos continentes? ¿Quién no veía que la desventurada metrópoli, acosada de enemigo tan poderoso, dirigía sus ojos hacia la América, no tanto por los auxilios pecuniarios que podía esperar de su generosidad y su ternura, cuanto por la fuerza moral para resistir, que le daba su lealtad mientras se conservase sumisa y obediente? Negarle este consuelo en los momentos mas críticos, abandonarla en la hora del peligro, suscitándole controversias que no podían ménos de promover nuevas discusiones, hacer que desmayasen los ánimos, que decayese la esperanza, y que en la misma proporcion se alentase el invasor, ademas de ingratitud era ser inhumano y cruel.

Por fin, despues de vivos debates, reprodu

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