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aborrecían como ellos el sujetarse á la responsabilidad efectiva de las leyes, y al juicio y censura de la opinion ilustrada. Asociados unos y otros en forma, ó á manera de liga, se conjuraron para estorbar por todos los medios imaginables el establecimiento del gobierno representativo.

Alarmadas, pues, aquellas dos clases al ver en la abolicion de los señoríos, que el poder de las Córtes era irresistible, desde luego se propusieron destruirlas y aniquilar de este modo una institucion que consideraban orígen y fundamento de toda reforma. Entre otros ardides que emplearon, es preciso hacer mencion de uno, que, disfrazado con el falso celo y desconfianza popular, era un lazo peligroso tendido á la incauta credulidad de muchas personas sencillas y bien intencionadas. Es indecible la sagacidad con que propagaban entre ellas, que las Córtes querían perpetuarse.-Que abrigaban designios ambiciosos. Que un cuerpo tan numeroso, sin restricciones ni contrapeso que le contuviese, acabaría por usurpar toda autoridad y poder, y sujetar al fin á la nacion á una tiranía intolerable.

Que conviniese convocar otras Córtes en lugar de las estraordinarias, podía ser, cuando mas, punto opinable, respecto á que, ni por el tiempo

que habían estado reunidas, ni por la moderacion y prudencia con que procedían, parecía urgente su renovacion. Pero desentenderse de que la permanencia del cuerpo representativo bajo una ú otra forma era ya el único medio de sostener con vigor la lucha contra Bonaparte, hacía muy sospechosos á los que aspiraban á disolver el que existía, sin substituirle otro de la misma naturaleza. El respeto y saludable temor que inspiraba con su vigilancia y su censura; el vigor que infundía en los ánimos el lenguage libre y patriótico, dirigido constantemente desde un centro comun y tan augusto á todas las estremidades del imperio español; la esperanza de hallar en sus deliberaciones y acuerdos pronta decision á todas las dudas, autorizacion para toda providencia, para todo recurso por estraordinario que fuese; la confianza de ser incorruptible, en suma, el prestigio que llevaba consigo el nombre de Córtes generales restauradas por la voluntad y esfuerzo de la nacion, eran el suplemento de todos los medios que faltaban para tan atrevida empresa, á no ser en el sentir de los que deseaban el triunfo del enemigo, de los que abrigaban designios incompatibles con la independencia é integridad de la monarquía, y de

los que, obcecados con sus inmunidades y privilegios, no veían la inevitable disolucion del estado, roto el único vínculo que le quedaba despues de tres años de fatales esperimentos y desgracias.

Una rara coincidencia con este ardid llamaba la atencion de los que observaban cuidadosamente los progresos de la liga. El gobierno intruso, al ver la profunda impresion que hacía en los pueblos ocupados cuanto penetraba y se oía de las deliberaciones y decretos de las Córtes, acabó de perder toda esperanza. A la verdad, como instrumento de ambicion de un conquistador indómito, y embarazado con otras empresas, no podía competir con un congreso general elegido libremente por la nacion, cuya autoridad reposaba sobre fundamentos indestructibles, y que deliberaba públicamente sobre los grandes intereses del estado. No le quedaba, pues, otro recurso, sinó debilitar cuanto fuese posible su influencia para minar su poder, ya que destruirle, frente á frente, era impracticable. Para ello sus escritores en Madrid divulgaban, que las Córtes, que afectaban llamar de Cádiz, eran una asamblea sediciosa y violenta, dominada

Escogiendo

del espíritu mas revolucionario. entre las discusiones y debates las opiniones, frases y aun palabras que mejor podían servir á su propósito, omitiendo, ó truncando la correlacion y enlace que fijaban el verdadero sentido, lo alteraban y desfiguraban todo como les convenía, á fin de dar verosimilitud á sus imputaciones y calumnias. Del mismo modo hacían insidiosas y malignas alusiones á las épocas mas desastrosas de una revolucion célebre y no remota todavía, repitiendo cuantos lugares comunes, y cuantas trivialidades y declamaciones se usaron en otros tiempos para hacerla odiosa.

En Cádiz sus agentes y emisarios no se descuidaban en dar calor á este plan. Sediciosos con unos, y aparentando celo por la libertad ; acongojados para con otros por la suerte de la monarquía como si la creyesen en peligro; doloridos y fanáticos con los que pretendían que la religion estaba amenazada de perderse, usurpaban el lenguage propio del disfraz con que se encubrían. En el entretanto Bonaparte hacía difundir por Europa cuantas imposturas podían desvanecer cualquiera idea favorable que hubiesen concebido de las Córtes españolas los hom

bres independientes y amigos de reformas moderadas. Desgraciadamente en este punto se veía apoyado donde ménos era de esperar.

Aunqué el artificio parlamentario dividía en Inglaterra á los oradores y escritores públicos, sobre si convenía ó no, continuar la lucha en la península, no sucedía así en censurar la conducta de las Córtes. Los que habían condenado la guerra de España, suponiéndola fundada únicamente en la ignorancia y fanatismo de los pueblos, no querían reconocer que las reformas constitucionales la justificaban y ennoblecían. Al contrario, ora porqué desconfiasen del triunfo en Europa, ó bien porqué creyesen, que lo que convenía á los intereses de su pais era la pronta emancipacion de la América española, se dedicaban con el mayor ardor á promoverla. Para ello no omitían ocasion de instigarla á la separacion, y de indisponer los ánimos de sus habitantes contra las Córtes, á quienes, no contentos con atribuir ignorancia y presuncion en sus deliberaciones y providencias, les echaban en cara el orgullo, y el mismo espíritu opresor y tiránico, que, en sentir suyo, había dominado en todos tiempos á la metrópoli. Los que sostenían que debía proseguirse la guerra, si elogiaban la per

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