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la grandeza de su corazon se atrevió el primero de todos á costear con sus arinadas las muy largas marinas de Africa, en que pasó tan adelante, que dejó abierta la puerta á los que le sucedieron para proseguir aquel intento hasta descubrir los postreros términos de levante, de que á la nacion portuguesa resultó grande houra y no menor interés, como se notará en sus lugares. Los postreros hijos deste Rey se llamaron don Juan, y el menor de todos don Fernando. En este mismo año á Cárlos VI, rey de Francia, se le alteró el juicio por un caso no pensado. Fué así, que cierta noche en Paris, al volver de palacio el condestable de Francia Oliverio Clison cierto caballero le acometió y le dió tantas heridas, que le dejó por muerto. Huyó luego el matador, por nombre Pedro Craon, recogióse á la tierra y amparo del duque de Bretaña. El Rey se encendió de tal suerte en ira y saña por aquel atrevimiento, que determinó ir en persona para tomar emienda del matador por lo que cometió, y del Duque porque, requerido de su parte le entregase, no queria venir en ello; bien que se excusaba que no tuvo parte ni arte en aquel delito y caso tan atroz. Púsose el Rey en camino y llegó á la ciudad de Maine. Salió de allí al hilo de medio dia en los mayores calores del año; tal era el deseo que llevaba y la priesa. No anduvo media legua cuando de repente puso mano á la espada furioso y fuera de sí; mató á dos, é hirió á otros algunos; finalmente, de cansado se desmayó y cayó del caballo. Volviéronle á la ciudad y con remedios que le hicieron tornó en su juicio; pero no de manera que sanase del todo, ca á tiempos se alteraba. Deste accidente y de la incapacidad que quedó al Rey por esta causa resultaron grandes inconvenientes en Francia, por pretender muchos señores, deudos del mismo Rey y de los mas poderosos de aquel reino, apoderarse del gobierno, quien con buenas, quien con malas mañas. Juan Juvenal, obispo de Beauvais, refiere que ninguna cosa le daba mas pena, cuando el juicio se le remontaba, que oir mentar el nombre de Inglaterra é ingleses, y que abominaba de las cruces rojas, divisa y como blason de aquella nacion; creo porque á los locos y á los que sucñan se les representan con mayor vehemencia las cosas y las personas que en sanidad y despiertos mas amaban ó aborrecian.

CAPITULO XVII.

De las treguas que se asentaron entre Castilla y Portugal.

La porfía y los desgustos de don Fadrique, duque de Benavente, ponia en cuidado á los de Castilla, en espccial á los que asistian al gobierno. Deseaban aplacalle y ganalle, mas hallaban cerrados los caminos. El arzobispo de Toledo, como deseoso del bien comun, sin excusar algun trabajo, se resolvió de ponerse segunda vez en camino para verse con el Duque. Confiaba que le doblegaria con su autoridad y con ofrecelle nuevos y aventajados partidos. Vióse con él por principio del año del Señor de 1393. Persuadióle se fuese despacio en lo del casamiento de Portugal; que esperase en lo que paraban las treguas, de que con mucho calor se tralaba. No pudo acabar que deshiciese el campo ni que se fuese á la corte; excusábase con los muchos enemigos

que tenia en la corte, personajes principales y poderosos. Que no se podria asegurar hasta tanto que el Rey saliese de tutela, y no se gobernase al antojo de los quo tenian el gobierno; además que no estaria bien à persona de sus prendas andar en la corte como particular, sin poder, sin autoridad, sin acompañamiento. Partió con tanto el Arzobispo eu sazon que la ciudad de Zamora segunda vez corrió peligro de venir en poder del duque de Benavente por inteligencias que con él traia el alcaide Villaizan de entregalle aquel castillo. Alborotóse la ciudad sobre el caso. Acudieron los arzobispos de Toledo y de Santiago y el maestre de Calatrava, que atajaron el peligro y lo sosegaron todo. Dió el de Benavente con su gente vista á aquella ciudad, confiado que sus inteligencias y las promesas del Alcaide saldrian ciertas; mas como se hallase burlado, revolvió sobre Mayorga, villa del infante don Fernando, de cuyo castillo se apoderó por entrega del alcaide Juan Alonso de la Cerda que le tenia en su poder. Suelen á las veces los hombres faltar al deber por satisfacerse de sus particulares desgustos. Juan Alonso se tenia por agraviado del rey don Juan, á causa que por su testamento le privó del oficio de mayordomo que tenia en la casa del Infante, que fué la ocasion de aquel desórden. El alcaide Villaizan otrosí estaba sentido que no le diesen el oficio de alguacil mayor que tuvo su padre en Zamora. Dieron traza para asegurar aquella ciudad con alguna muestra de blandura, que con retencion de los gajes que antes tiraba Villaizan entregase el castillo á Gonzalo de Sanabria, vecino de Ledesma, hijo de aquel Men Rodriguez de Sanabria que acompañó al rey don Pedro cuando salió de Montiel, y muerto el Rey, quedó preso. Pasó el rey don Enrique con esto su corle á Zamora, como á ciudad que cae cerca de Portugal, para desde allí tratar con mas calor y mayor comodidad de las treguas, en sazon que las fuerzas del duque de Benavente por el mismo caso se cuflaquecian de cada dia mas, y muchos se le pasaban á la parte del Rey. Querian ganar por la mano antes que los de Castilla y de Portugal concertasen sus diferencias, sobre que andaban demandas y respuestas; el remate fué acordarse con las condiciones siguientes: que Sabugal y Miranda se entregasen á los portugueses, cuyas los tiempos pasados fueron; el rey de Castilla no ayudase en la pretension que tenian de la corona de Portugal, ni á la reina doña Beatriz, ni á los infantes, sus tios, don Juan y Donis, arrestados en Castilla; lo misino hiciese el de Portugal sobre la misma querella con cualquier que pretendiese pertenecelle el reino de Castilla; á trueco por ambas partes se diese libertad á los prisioneros. Para seguridad de todo esto concertaron diesen al de Portugal en rehenes doce hijos de los señores de Castilla. Mudóse esta condicion en que fuesen cada dos hijos de ciudadanos de seis ciudades, Sevilla, Córdoba, Toledo, Búrgos, Leon y Zamora. Con tanto se pregonaron las treguas por término de quince años mediado el mes de mayo en Lisboa y en Búrgos, do á la sazon los dos reyes se hallaban, con grande contento de ambas naciones. Estas capitulaciones parecian muy aventajadas para Portugal, menguadas y afrentosas para Castilla; pero es gran prudencia acomodarse con los tiempos, que en Castilla corrian

muy turbios y desgraciados, y llevar en paciencia la falta de reputacion y desautoridad cuando es necesario, es muy propio de grandes corazones.

CAPITULO XVIII.

De la prision del arzobispo de Toledo.

La alegría que todos comunmente en Castilla recibieron por el asiento que se tomó con Portugal, vencidas tantas dificultades y á cabo de tantas largas, se destempló en gran manera con la prision que hiciero en la persona del arzobispo de Toledo. Parecia que unos males se encadenaban de otros, y que el fin de una revuelta era principio y víspera de otro daño. Ilacia el Arzobispo las partes del duque de Benavente por la amistad y prendas que habia entre los dos. Deseaba otrosi que á Juan de Velasco, camarero del Rey, amigo y aliado de los dos, volviesen la parte de los gajes que por el testamento del rey don Juan le acortaron. No pudo salir con su intento por muchas diligencias que hizo; acordó como despechado ausentarse de la corte. Recelábanse los demás gobernadores que esta su salida y enojo no fucsc ocasion de nuevos alborotos, por su grande estado y ánimo resoluto que llevaba mal cualquiera demasía, y aun queria que todo pasase por su mano. Comunicáronse entre sí y con el Rey; salió resuelto de la consulta que le prendiesen, como lo hicieron dentro de palacio, juntamente con su amigo Juan de Velasco. Era este caballero asaz poderoso en vasallos, y que poco antes con su mujer en dote adquirió la villa de Villalpando. Su padre se llamó Pedro Hernandez de Velasco, de quien arriba se dijo que murió con otros muchos en el cerco de Lisboa, y el uno y el otro fueron troncos del muy noble linaje en que la dignidad de condestable de Castilla se ha continuado por muchos años sin interrupcion alguna hasta el dia de hoy. Prendieron asimismo á don Pedro de Castilla, obispo de Osma, y á Juan, abad de Fuselas, muy aliados del Arzobispo y participantes en el caso. Pareció exceso notable perder el respeto á tales personajes y eclesiásticos, si bien se cubrian de la capa del bien público, que suele ser ocasion de se hacer semejantes demasías. Pusieron entredicho en la ciudad de Zamora, do se hizo la prision, en Palencia y en Salamanca. Quedaban por el mismo caso descomulgados, así el Rey como todos los sciores que tuvieron parle en aquellas prisiones, si bien no duraron mucho, ca en breve los soltaron á condicion que diesen seguridad. El Arzobispo dió en rehenes cuatro deudos suyos, y puso en terceria las sus villas de Talavera y Alcalá; mas sin embargo, se ausentó sentido del agravio. Juan de Velasco entregó el castillo de Soria, cuya tenencia tenia á su cargo. Acudieron asimismo al Papa por absolucion de las censuras, que cometió á su nuncio Domingo, obispo primero de San Ponce, y á la sazon de Albi en Francia; sobre lo cual le enderezó un breve, que hoy dia se halla entre las escrituras de la iglesia mayor de Toledo; su tenor es el siguiente: «Lleno está de amargura mi corazon despues que poco ha he sabido la >> prision y detencion de las personas de nuestros veneDrables hermanos Pedro, arzobispo de Toledo, y Pedro, obispo de Osma, y Juan, abad de Fuselas, que se

>>hizo en la iglesia de Palencia por algunos tutores do >>don Enrique, ilustre rey de Castilla y Leon, así eclesiásticos como seglares, y otros del su consejo y va»sallos y por mandamiento y consentimiento del mismo »>Rey. Es nuestro dolor y nuestra tristeza tan graude, » que no admite ningun consuelo, porque estando la » Iglesia santa de Dios en estos lastimosísimos tiempos »lan afligida y por muchas vias desconsolada y mise>>rablemente dividida con la discordia del scisma, so>>bre sus tantas heridas se haya añadido una tan grande » por el sobredicho Rey, su particuiar hijo y principal » defensor. Mas porque por parte del Rey se nos ha dado » noticia que en la dicha prision y detencion que se hizo » por ciertas causas justas y razonables que concernian » al buen estado, seguridad, paz, quietud y provecho » del mismo Rey y su reino y vasallos, tenido primero » maduro acuerdo por los de su consejo y sus grandes, » no ha intervenido otro algun grave ó enorme exceso » acerca de las personas de los dichos presos, y quo >> luego los mismos dende á poco tiempo fueron puestos >>en libertad, de que plenariamente gozan; nos, tenien>> do consideracion á la tierna edad del Rey, y que ve>> risimilmente la dicha prision y detencion no se hizo » Lanto por su acuerdo como por los de su consejo, que>> remos por estas causas habernos con él blandamente >> en esta parte; y inclinado por sus ruegos cometemos » á vos, nuestro hermano, y mandamos que si el mismo »Rey con humildad lo pidiere, por vuestra autoridad >>le absolvais en la forma acostumbrada de la senten»cia de descomunion, que por las razones dichas en » cualquier manera haya incurrido por derecho ó sen»tencia de juez; y conforme á su culpa le impongais »saludable penitencia, con todo lo demás que confor>>ine á derecho se debe observar, templando el rigor de » derecho con mansedumbre segun que conforme à jus>>tas y razonables causas vuestra discrecion juzgare se » debe hacer. Queremos otrosi que por la misma auto»ridad le relajeis las demás penas, en que por las cau»sas ya dichas hobiere en cualquier manera incurrido. » Dado en Aviñon á 29 de mayo en el año décimo quinto » de nuestro pontificado.» Recebido este despacho, el Rey, puestas las rodillas en tierra en el sagrario de santa Catalina en la iglesia mayor de Búrgos, con toda muestra de humildad pidió la absolucion. Juró en la forma acostumbrada obedeceria en adelante á las leyes cclesiásticas, y satisfaria al arzobispo de Toledo con volvelle sus plazas; tras esto fué absuelto de las censuras, dia viernes, á los 4 de julio. Halláronse presentes á todo don Pedro de Castilla, obispo de Osma; Juan, obispo de Calahorra, y Lope, obispo de Mondoñedo, y Diego Hurtado de Mendoza, que sin embargo de los escándaJos de Sevilla, ya era almirante del mar. Alzóse otrosí el entredicho; á esta alegría se allegó para que fucse mas colmada la reduccion del duque de Benavente, que á persuasion del arzobispo de Santiago que lo mandaba todo y por su buena traza vino en deshacer su campo, abrazar la paz y ponerse en las manos de su Rey. En recompensa del dote que le ofrecian en Portugal concertaron de contalle sesenta mil florines y que tuviese libertad de casar en cualquier reino y nacion, como no fuese en aquel. Demás desto, de las rentas reales le se

Y

la grandeza de su corazon se atrevió el primero de todos á costear con sus arinadas las muy largas marinas de Africa, en que pasó tan adelante, que dejó abierta la puerta á los que le sucedieron para proseguir aquel intento hasta descubrir los postreros términos de levante, de que á la nacion portuguesa resultó grande honra y no menor interés, como se notará en sus lugares. Los postreros hijos deste Rey se llamaron don Juan, el menor de todos don Fernando. En este mismo año á Cárlos VI, rey de Francia, se le alteró el juicio por un caso no pensado. Fué así, que cierta noche en Paris, al volver de palacio el condestable de Francia Oliverio Clison cierto caballero le acometió y le dió tantas heridas, que le dejó por muerto. Huyó luego el matador, por nombre Pedro Craon, recogióse á la tierra y amparo del duque de Bretaña. El Rey se encendió de tal suerte en ira y saña por aquel atrevimiento, que determinó ir en persona para tomar emienda del matador por lo que cometió, y del Duque porque, requerido de su parte le entregase, no queria venir en ello; bien que se excusaba que no tuvo parte ni arte en aquel delito y caso tan atroz. Púsose el Rey en camino y llegó á la ciudad de Maine. Salió de allí al hilo de medio dia en los mayores calores del año; tal era el deseo que llevaba y la priesa. No anduvo media legua cuando de repente puso mano á la espada furioso y fuera de sí; mató á dos, é hirió á otros algunos; finalmente, de cansado se desmayó y cayó del caballo. Volvieronle á la ciudad y con remedios que le hicieron tornó en su juicio; pero no de manera que sanase del todo, ca á tiempos se alteraba. Deste accidente y de la incapacidad que quedó al Rey por esta causa resultaron grandes inconvenientes en Francia, por pretender muchos señores, deudos del mismo Rey y de los mas poderosos de aquel reino, apoderarse del gobierno, quien con buenas, quien con malas mañas. Juan Juvenal, obispo de Beauvais, refiere que ninguna cosa le daba mas pena, cuando el juicio se le remontaba, que oir mentar el nombre de Inglaterra é ingleses, y que abominaba de las cruces rojas, divisa y como blason de aquella nacion; creo porque á los locos y á los que sueñan se les representan con mayor vehemencia las cosas y las personas que en sanidad y despiertos mas amaban ó aborrecian.

CAPITULO XVII.

De las treguas que se asentaron entre Castilla y Portugal.

La porfía y los desgustos de don Fadrique, duque de Benavente, ponia en cuidado á los de Castilla, en espccial á los que asistian al gobierno. Descaban aplacalle y ganalle, mas hallaban cerrados los caminos. El arzobispo de Toledo, como deseoso del bien comun, sin excusar algun trabajo, se resolvió de ponerse segunda vez en camino para verse con el Duque. Confiaba que le doblegaria con su autoridad y con ofrecelle nuevos y aventajados partidos. Vióse con él por principio del año del Señor de 1393. Persuadióle se fuese despacio en lo del casamiento de Portugal; que esperase en lo que paraban las treguas, de que con mucho calor se trataba. No pudo acabar que deshiciese el campo ni que se fuese á la corte; excusábase con los muchos enemigos

que tenia en la corte, personajes principales y poderosos. Que no se podria asegurar hasta tanto que el Rey saliese de tutela, y no se gobernase al antojo de los quo tenian el gobierno; además que no estaria bien á persona de sus prendas andar en la corte como particular, sin poder, sin autoridad, sin acompañamiento. Partió con tanto el Arzobispo eu sazon que la ciudad de Zamora segunda vez corrió peligro de venir en poder del duque de Benavente por inteligencias que con él traia el alcaide Villaizan de entregalle aquel castillo. Alborotóse la ciudad sobre el caso. Acudieron los arzobispos de Toledo y de Santiago y el maestre de Calatrava, que atajaron el peligro y lo sosegaron todo. Dió el de Benavente con su gente vista á aquella ciudad, confiado que sus inteligencias y las promesas del Alcaide saldrian ciertas; mas como se hallase burlado, revolvió sobre Mayorga, villa del infante don Fernando, de cuyo castillo se apoderó por entrega del alcaide Juan Alonso de la Cerda que le tenia en su poder. Suelen á las veces los hombres faltar al deber por satisfacerse de sus particulares desgustos. Juan Alonso se tenia por agraviado del rey don Juan, á causa que por su testamento le privó del oficio de mayordomo que tenia en la casa del Infante, que fué la ocasion de aquel desórden. El alcaide Villaizan otrosí estaba sentido que no le diesen el oficio de alguacil mayor que tuvo su padre en Zamora. Dicron traza para asegurar aquella ciudad con alguna muestra de blandura, que con retencion de los gajes que antes tiraba Villaizan entregase el castillo á Gonzalo de Sanabria, vecino de Ledesma, hijo de aquel Men Rodriguez de Sanabria que acompañó al rey don Pedro cuando salió de Montiel, y muerto el Rey, quedó preso. Pasó el rey don Enrique con esto su corte á Zamora, como á ciudad que cae cerca de Portugal, para desde allí tratar con mas calor y mayor comodidad de las treguas, en sazon que las fuerzas del duque de Benavente por el mismo caso se enflaquecian de cada dia mas, y muchos se le pasaban á la parte del Rey. Querian ganar por la mano antes que los de Castilla y de Portugal concertasen sus diferencias, sobre que andaban demandas y respuestas; el remate fué acordarse con las condiciones siguientes: que Sabugal y Miranda se entregasen á los portugueses, cuyas los tiempos pasados fueron; el rey de Castilla no ayudase en la pretension que tenian de la corona de Portugal, ni á la reina doña Beatriz, ni á los infantes, sus tios, don Juan y Donis, arrestados en Castilla; lo mismo hiciese el de Portugal sobre la misma querella con cualquier que pretendiese pertenecelle el reino de Castilla; á trueco por ambas partes se diese libertad á los prisioneros. l'ara seguridad de todo esto concertaron diesen al de Portugal en rehenes doce hijos de los señores de Castilla. Mudóse esta condicion en que fuesen cada dos hijos de ciudadanos de seis ciudades, Sevilla, Córdoba, Toledo, Búrgos, Leon y Zamora. Con tanto se pregonaron las treguas por término de quince años mediado el mes de mayo en Lisboa y eu Búrgos, do á la sazon los dos reyes se hallaban, con grande contento de ambas naciones. Estas capitulaciones parecian muy aventajadas para Portugal, menguadas y afrentosas para Castilla; pero es gran prudencia acomodarse con los tiempos, que en Castilla corrian

muy turbios y desgraciados, y llevar en paciencia la falta de reputacion y desautoridad cuando es necesario, es muy propio de grandes corazones.

CAPITULO XVIII.

De la prision del arzobispo de Toledo.

La alegría que todos comunmente en Castilla recibieron por el asiento que se tomó con Portugal, vencidas tantas dificultades y á cabo de tantas largas, se destempló eu gran manera con la prision que hicieron en Ja persona del arzobispo de Toledo. Parecia que unos males se encadenaban de otros, y que el fin de una revuelta era principio y víspera de otro daño. Hacia el Arzobispo las partes del duque de Benavente por la amistad y prendas que habia entre los dos. Deseaba otrosí que á Juan de Velasco, camarero del Rey, amigo y aliado de los dos, volviesen la parte de los gajes que por el testamento del rey don Juan le acortaron. No pudo salir con su intento por muchas diligencias que hizo; acordó como despechado ausentarse de la corte. Recelábanse los demás gobernadores que esta su salida y enojo no fucsc ocasion de nuevos alborotos, por su grande estado y ánimo resoluto que llevaba mal cualquiera demasía, y aun queria que todo pasase por su mano. Comunicáronse entre sí y con el Rey; salió resuelto de la consulta que le prendiesen, como lo hicieron dentro de palacio, juntamente con su amigo Juan de Velasco. Era este caballero asaz poderoso en vasallos, y que poco antes con su mujer en dote adquirió la villa de Villalpando. Su padre se llamó Pedro Hernandez de Velasco, de quien arriba se dijo que murió con otros muchos en el cerco de Lisboa, y el uno y el otro fueron troncos del muy noble linaje en que la dignidad de condestable de Castilla se ha continuado por muchos años sin interrupcion alguna hasta el dia de hoy. Prendieron asimismo á don Pedro de Castilla, obispo de Osma, y á Juan, abad de Fuselas, muy aliados del Arzobispo y participantes en el caso. Pareció exceso notable perder el respeto á tales personajes y eclesiásticos, si bien se cubrian de la capa del bien público, que suele ser ocasion de se hacer semejantes demasías. Pusieron entredicho en la ciudad de Zamora, do se hizo la prision, en Palencia y en Salamanca. Quedaban por el mismo caso descomulgados, así el Rey como todos los sciores que tuvieron parte en aquellas prisiones, si bien no duraron mucho, ca en breve los soltaron á condicion que diesen seguridad. El Arzobispo dió en rehenes cuatro deudos suyos, y puso en terceria las sus villas de Talavera y Alcalá; mas sin embargo, se ausentó sentido del agravio. Juan de Velasco entregó el castillo de Soria, cuya tenencia tenia á su cargo. Acudieron asimismo al Papa por absolucion de las censuras, que cometió á su nuncio Domingo, obispo primero de San Ponce, y á la sazon de Albi en Francia; sobre lo cual le enderezó un breve, que hoy dia se halla entre las escrituras de la iglesia mayor de Toledo; su tenor es el siguiente: «Lleno está de amargura mi corazon despues que poco ha he sabido la » prision y detencion de las personas de nuestros veneDrables hermanos Pedro, arzobispo de Toledo, y Pedro, obispo de Osma, y Juan, abad de Fuselas, que se

>>hizo en la iglesia de Palencia por algunos tutores de » don Enrique, ilustre rey de Castilla y Leon, así eclesiásticos como seglares, y otros del su consejo y va»sallos y por mandamiento y consentimiento del mismo »>Rey. Es nuestro dolor y nuestra tristeza tan grande, » que no admite ningun consuelo, porque estando la » Iglesia santa de Dios en estos lastimosísimos tiempos » tan afligida y por muchas vias desconsolada y mise»rablemente dividida con la discordia del scisma, so»bre sus tantas heridas se haya añadido una tan grande >> por el sobredicho Rey, su particuiar hijo y principal » defensor. Mas porque por parte del Rey se nos ha dado » noticia que en la dicha prision y detencion que se hizo >> por ciertas causas justas y razonables que concernian » al buen estado, seguridad, paz, quietud y provecho » del mismo Rey y su reino y vasallos, tenido primero » maduro acuerdo por los de su consejo y sus grandes, »> no ha intervenido otro algun grave ó enorme exceso » acerca de las personas de los dichos presos, y quo >> luego los mismos dende á poco tiempo fueron puestos » en libertad, de que plenariamente gozan; nos, tenien» do consideracion á la tierna edad del Rey, y que ve>> risimilmente la dicha prision y detencion no se hizo >> tanto por su acuerdo como por los de su consejo, que>> reinos por estas causas habernos con él blandamente »>en esta parte; y inclinado por sus ruegos cometemos » á vos, nuestro hermano, y mandamos que si el mismo »Rey con humildad lo pidiere, por vuestra autoridad >>le absolvais en la forma acostumbrada de la senten»cia de descomunion, que por las razones dichas en » cualquier manera haya incurrido por derecho ó sen>>tencia de juez; y conforme á su culpa le impongais »saludable penitencia, con todo lo demás que confor»>ine á derecho se debe observar, templando el rigor de » derecho con mansedumbre segun que conforme à jus>>las y razonables causas vuestra discrecion juzgare se » debe hacer. Queremos otrosí que por la misma auto»ridad le relajeis las demás penas, en que por las cau»sas ya dichas hobiere en cualquier manera incurrido. » Dado en Aviñon á 29 de mayo en el año décimo quinto » de nuestro pontificado.» Recebido este despacho, el Rey, puestas las rodillas en tierra en el sagrario de santa Catalina en la iglesia mayor de Búrgos, con toda muestra de humildad pidió la absolucion. Juró en la forma acostumbrada obedeceria en adelante á las leyes cclesiásticas, y satisfaria al arzobispo de Toledo con volvelle sus plazas; tras esto fué absuelto de las censuras, dia viérnes, á los 4 de julio. Halláronse presentes á todo don Pedro de Castilla, obispo de Osma; Juan, obispo de Calahorra, y Lope, obispo de Mondoñedo, y Diego Hurtado de Mendoza, que sin embargo de los escándalos de Sevilla, ya era almirante del mar. Alzóse otrosí el entredicho; á esta alegría se allegó para que fucse mas colmada la reduccion del duque de Benavente, que á persuasion del arzobispo de Santiago que lo mandaba todo y por su buena traza vino en deshacer su campo, abrazar la paz y ponerse en las manos de su Rey. En recompensa del dote que le ofrecian en Portugal concertaron de contalle sesenta mil florines y que tuviese libertad de casar en cualquier reino y nacion, como no fuese en aquel. Demás desto, de las rentas reales le so

ñalaron de acostamiento cierta suma de maravedís en los libros del Rey. Asentado esto, sin pedir alguna seguridad de su persona para mas obligar á sus émulos, vino á Toro. Recibióle el Rey allí con muestras de amor y benignidad, y luego que se encargó del gobierno y le quitó á los que le tenian, le trató con el respeto que su nobleza y estado pedian. Desta manera se sosegó el reino, y apaciguadas las alteraciones que tenian á todos puestos en cuidado, una nueva y clara luz se comenzó á mostrar despues de tantos nublados. Grande reputacion ganó el arzobispo de Santiago, todos á porfía alababan su buena maña y valor. Duróle poco tiempo esta gloria á causa que en breve el Rey salió de la tutela y se encargó del gobierno; el arzobispo de Toledo, su contendor, otrosi volvió á su antigua gracia y autoridad, con que no poco se menguó el poder y grandeza del de Santiago. El pueblo, con la soltura de lengua que suele, pronosticaba esta mudanza debajo de cierta ulegoría, disfrazados los nombres destos prelados y trocados en otros, como se dirá en otro lugar. Al rey de Navarra volvieron los ingleses á Quereburg, plaza que tenian en Normandia en empeño de cierto dinero que le prestaron los años pasados. Encomendó la tenencia á Martin de Lacarra y su defensa, por estar rodeada de pueblos de franceses y gente de guerra derramada por aquella comarca. Las bodas de la reina de Sicilia y don Martin de Aragon finalmente se efectuaron con licencia del rey de Aragon, tio del novio, y del papa Clemente, segun que de suso se apuntó. Los varones de Sicilia con deseo de cosas nuevas, ó por desagradalles

aquel casamiento, continuaban con mas calor en sus alborotos y en apoderarse por las armas de pueblos y castillos y gran parte de la isla. No tenian esperanza de sosegallos y ganallos por buenos medios; acordaron de pasar en una armada que aprestaron para sujetar los alborotados aquellos reyes, y en su compañía su padre don Martin, duque de Momblanc. En la guerra, que fué dudosa y variable, interviuieron diversos trances. El principio fué próspero para los aragoneses; el remale, que prevalecieron los parciales hasta encerrar á los reyes en el castillo de Catania y apretallos con un cerco que tuvieron sobre ellos. Don Bernardo de Cabrera, persona en aquella era de las mas señaladas en todo, acompañó á los reyes en aquella demanda; mas era vuelto á Aragon por estar nombrado por general do una armada que el rey don Juan de Aragon tenia aprestada para allanar á los sardos. Este caballero, sabido lo que en Sicilia pasaba, de su voluntad ó con el beneplácito de su Rey se resolvió de acudir al peligro. Juntó buen número de gente, catalanes, gascones, valones; para llegar dinero para las pagas empeñó los pueblos que de sus padres y abuelos heredara. Hizose á la vela, aportó á Sicilia ya que las cosas estaban sin esperanza. Dióse tal maña, que en breve se trocó la fortuna de la guerra, ca en diversos encuentros desbarató á los contrarios, con que toda la isla se sosegó, y volvió mal su grado de muchos al señorío y obediencia de Aragon, en que hasta el dia de hoy ha continuado, y por lo que se puede conjeturar durará por largos años sin mudanza.

LIBRO DÉCIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo el rey don Enrique se encargó del gobierno.

REPOSABA algun tanto Castilla á cabo de tormentas tan bravas de alteraciones como padeció eu tiempo pasado; parecia que calmaba el viento de las discordias y de las pasiones, ocasionadas en gran parte por ser muchos y poco conformes los que gobernaban. Para atajar estos inconvenientes y daños el Rey se determinó de salir de tutela y encargarse él mismo del gobierno, si bien le faltaban dos meses para cumplir catorce años; edad legal y señalada para esto por su padre en su testamento. Mas daba tales muestras de su buen natural, que prometian, si la vida no le faltase, seria un gran príncipe, aventajado en prudencia y justicia con todo lo al. Demás que los señores y cortesanos le atizaban y daban priesa; la porfía de todos era igual, los intentos diferentes. Unos, con acomodarse con los deseos de aquella tierna edad, pretendian granjear su gracia para adelantar sus particulares, los de sus deudos y aliados. Otros, cansados del gobierno presente, cuidaban

que lo venidero seria mas aventajado y mejor, pensamiento que las mas veces engaña. Por conclusion, el Rey se conformó con el consejo que le daban. A los primeros de agosto juntó los grandes y prelados en las Huelgas, monasterio cerca de Búrgos, en que los reyes de Castilla acostumbraban á coronarse. Habló á los que presentes se hallaron, conforme á lo que el tiempo demandaba. Que él tomaba la gobernacion del reino; rogaba á Dios y á sus santos fuese para su servicio, bien, prosperidad y contento de todos. A los que presentes estaban encargaba ayudasen con sus buenos consejos aquella su tierna edad y con su prudencia la encaminasen. Pero desde aquel dia absolvia á los gobernadores de aquel cargo, y mandaba que las provisiones y cartas reales en adelante se robrasen con su sello. Acudieron todos con aplauso y muestras grandes de alegría, así el pueblo como los ricos hombres y señores que asistian á aquel auto, el nuncio del Papa, el duque de Benavente, el maestre de Calatrava y otros muchos. El arzobispo de Santiago, como quier que ejercitado en todo género de negocios, y los demás le reconocian por

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