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Se ha de procurar, por fin, que no oigan ni vean los niños cosa que no sea hija de las mas depuradas costumbres y de la mas severa disciplina. Aristóteles no consiente siquiera en que se expongan á los ojos de los niños imágenes ni cuadros obscenos; y pide, y con razon, que no se les lleve nunca al teatro, asqueroso taller de toda clase de torpezas: preceptos que quisiera siguiesen los hombres de nuestros tiempos.

los ciudadanos. Es preciso cultivar con solicitud el campo de que ha de vivir mas tarde todo el pueblo, es decir, el ánimo de los príncipes que han de aparecer á nuestros ojos contemplando desde muy alto todas las clases del Estado y mirando sin distincion por todas, por la alta, por la baja, por la media. Es preciso cuidar mucho la cabeza si no se quiere que bajen de ella malos humores y se inficione con ellos lo demás del cuerpo; en la sociedad, como en los individuos, son graves las enfermedades que derivan de tan grave miembro.

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Seria á la verdad de desear que aventajase el prínciá todos sus súbditos, así en las prendas del alma como las del cuerpo, corriendo al par de su elevacion sus brillantes cualidades, para que pudiese con ellas granjearse el amor del pueblo, que vale indudablemente mas que el miedo. Seria de desear que respirase autoridad su figura, que ya en su semblante y en sus ojos brillase cierta gravedad, mezclada con una sin

Este cuidado deseáramos que se tuviese en criar y educar á los niños, cuidado que se calificará tal vez de supersticioso, atendida nuestra bajeza y la depravacion de nuestras costumbres, pero que no ha de ser nunca tan grande como exige la importancia del asunto. Somos tan necios, que al paso que no perdonamos trabajo para que prosperen nuestros campos, nuestras viñas y nuestros olivares, entregamos los hijos al cuidado de los criados, de cuyo trato deberian estar toda la vida aparfados para que no les corrompieran con el impuro hálito de sus costumbres. Tomamos las nodrizas que primero se nos presentan sin ninguna clase de discerni-gular benevolencia, que fuese de nobles y aventajadas miento, sin atender mas que á si tienen ó no abundante leche, importándonos poco que traigan consigo un mal carácter con el cual pueda inficionarse el cuerpo y el alma de nuestros hijos, y corromperse con el contagio de malas costumbres, ejemplos y palabras. Admirado muchas veces de ver niños perversos que en nada se parecian á sus hermanos n á sus padres, he preguntado y le sabido que solo por los vicios de sus nodrizas han tenido aquellos tan depravadas costumbres y tan torpe índole. Podria citar principalmente dos hermanas tan distintas en carácter como en hábitos y en figura : la una, que es modestísima, se amamantó en los pechos de su madre; la otra, que es adusta y de malas inclinaciones, en los de una nodriza ébria y por demás agreste.

CAPITULO III.

De la primera educacion del príncipe.

Hemos hablado ya de lo relativo á la nutricion y primcra enseñanza de los hijos. Nada debemos añadir con respecto al que ha de ser un dia príncipe, pues las mismas cosas indican que se ha de desplegar el mayor celo para que faltas nacidas de pequeños principios no vengan á resultar en daño general de la república. Está pues colocado el príncipe en la cumbre de las sociedades para que aparezca como una especie de deidad, como un héroe bajado del cielo, superior á la naturaleza de los demás mortales. Para aumentar su majestad y conciliarle el respeto de sus súbditos está casi siempre rodeado de lujo y de aparato, contribuyendo no poco á deslumbrar los ojos del pueblo y á contenerle en el círculo de los deberes sociales, por una parte sus vestidos de púrpura bordados de oro y pedrería, por otra la soberbia estructura de su palacio, por otra el gran número de sus cortesanos y sus guardias. Aprobamos como prudente y racional esta medida; mas creemos que á todo este fausto y pompa ha de añadirseles el esplendor y brillo de todas las virtudes, tales como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, como tambien el que dan las letras y el cultivo del ingenio, con los cuales se concilia tambien mucho la veneracion de

formas, alto y robusto de cuerpo, perspicaz, dispucsto para atar los ánimos de todos con los vinculos de su mismo favor y de su gracia. Pero deseo y fortuna son estos dados por el cielo mas bien que procurados por la prudencia de los hombres, principalmente siendo la monarquía, como es entre nosotros, hereditaria y debiendo tomar por rey al que tal vez fué engendrado infelizmente por sus padres. Contribuiria, sin embargo, á que se evitara este peligro que se escogiesen siempre para mujeres de los príncipes mujeres dotadas de grandes facultades, nobles, hermosas, modestas y cu lo posible ricas, mujeres en cuyas costumbres no hubiese nada de vil ni bajo, mujeres en que á su belleza física y á las virtudes de sus antepasados correspondiese la grandeza de sus almas, pues no es de poca monta que reunan excelentes cualidades las que han de ser madres de hombres destinados á mandará todos y á procurar la felicidad ó la infelicidad de todos y de cada uno de los ciudadanos. Mucho puede adelantarse, por otra parte, si se hace todo lo posible para que aumenten las virtudes dadas por la naturaleza, se disminuyan los vicios existentes, y se ilustre y adorne la vida del futuro príncipe. Siganse los avisos de la naturaleza que dió dos pechos á las reinas como á las demás mujeres y sc los llena en los dias próximos al parto para que los hijos sustentados con la leche de sus madres salgan mejores y mucho mas robustos. Mas puesto que creció ya tanto en nosotros el amor á los deleites, que apenas hay mujer de mediana fortuna que quiera tomarse el trabajo de alimentar á sus hijos, hemos de alcanzar cuando menos que se tomen todas las precauciones posibles al elegir las nodrizas, y no se las tome para favorecer la ambicion de nadic, como en el siglo pasado sucedió en Portugal, donde se confió la nutricion y la educacion de un príncipe á la querida de un obispo que gozaba de mucha influencia en aquel reino torpeza grave y lastimosa, llevada á cabo por los esfuerzos del prelado y la infame condescendencia de los que podian evitarlo. Cuál fuese el resultado, no hay para qué referirlo; baste decir que excedió las mayores esperanzas. Nos da vergüenza hasta publicar los

nombres de los que intervinieron en tan fatal negocio. En nuestros tiempos ha corrido la voz, no sé si verdadera ó falsamente, que otro príncipe en quien estaban puestas las esperanzas de un reino vastísimo padeció en sus primeros años, por causa de su nodriza, contagiada de malísimos humores, de grandes y deformes Hugas: incuria á la verdad vergonzosa y detestable, si no hubiese muchas cosas que no pueden ser provistas por los hombres.

Procúrese, como es consiguiente, que no se escape nunca de la boca de la nodriza una sola palabra obscena ni lasciva, á fin de que por quedar impresa eternamente en el ánimo del niño, no se destruya desde un principio su pudor, cosa que no hay para qué decir si seria ó no perniciosa. Por este medio se extingue todo el amor á la dignidad y á la honestidad, se sueltan los frenos al placer, se corrompen para toda la vida las costumbres. Procúrese además que á medida que vaya el príncipe creciendo reciba los preceptos con que pueda llegar á ser un gran rey, y la fuerza de su autoridad corresponda á la grandeza de su imperio. Elíjase entre todos los ciudadanos un buen ayo, un maestro notable por su prudencia, y famoso por su erudicion y por virtudes, con que pueda el príncipe llegar á aparecer perfecto. Esté sobre todo exento este de todo vicio para que con el frecuente roce no se trasmitan sus deseos al alumno y le queden para toda la vida, como sucedió con Alejandro, rey de Macedonia, cuyos vicios que habia recibido de su profesor Leonides, no se pudieron extinguir ni curar en sus mas gloriosos dias.

Mas no basta un solo maestro, se dirá tal vez; en muchas cosas ha de entender el príncipe que no será fácil que aprenda si no se le enseña en los primeros años de la infancia. Ha de administrar justicia al pueblo, nombrar magistrados, resolver negocios de paz y de guerra, hablar y juzgar de muchas cosas que á cada paso ocurren en la gobernacion de un reino. No es comun que uno solo sobresalga en todas las ciencias de donde se han de tomar tan diversos conocimientos; y es á la verdad muy poco para un maestro del príncipe haberlas solo tocado por la superficie y permanecer en una humilde medianía. Enseñará Jos elementos de cada arte el que fuere mas profundo en ella; lo que sucede en la enseñanza de la lengua latina sucede en la de las demás artes liberales.

Mas teniendo ya por base la latinidad y conociendo algun tanto las ciencias que se rozan con este estudio, ¿qué puede impedir al príncipe que oiga varones entendidos para administrar los negocios de la paz y de la guerra? Por instruido que esté, por grande que sea su ingenio, necesitará siempre de las luces de estos hombres, y será hasta saludable que use de consejo ajeno. No nos disgusta, sin embargo, la institucion de los persas que confiaban á cuatro varones principales la instruccion del príncipe para que cada cual le enseñase con acierto el arte en que mas se aventajase; el primero le instruyese en la literatura, el segundo en las leyes patrias, el tercero en las ceremonias y ritos religiosos, el cuarto en el arte de la guerra, en que tanto descansa la fuerza y la salud de la república. Entre nosotros, el padre suele designar para la

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educacion del príncipe dos de sus mejores grandes, los mas señalados por su honradez y por su prudencia, uno para la enseñanza, tan grave ya por su edad como por la fama de sus conocimientos, otro para que modere y temple las acciones del alumno, varon que no ha de desconocer lo que exigen las costumbres. Mas ¿qué importa el número con tal que entiendan esos preceptores que es gravísimo y principal el cargo que les hau confiado y estén bien convencidos de que para llenarlo debidamente han de trabajar de dia y noche? Cuentan que Policleto, un escultor de fama, publicó un libro sobre su arte, á que dió el título de Cánon, es decir, de regla; que en este libro explicó con mucha detencion todo lo que ha de observarse en hacer una estatua, cuál debe ser la figura de cada una de sus partes, cuál la actitud y la postura; y que al mismo tiempo expuso al público una obra suya, que llamó tambien Cánon por haber seguido en ella escrupulosamente todos los preceptos que tenia dados. Quisiera yo que siguiesen esta costumbre los preceptores de los principes, que ya que no se aventajasen mucho en escribir el libro, procurasen con los actos de su vida fijar en el ánimo de su alumno para irle formando todas las reglas de la virtud y del saber que nos han sido dadas por los grandes filósofos. Deben, ante todo, para que sea acertada la educacion alejar del palacio todo ejemplo de perversidad y de torpeza, cerrar puertas y echar cerrojos á todo género de vicios. No permitan quc estén con el príncipe jóvenes sin pudor y sin vergüenza, para que la imágen de la liviandad no corrompa y destruya en un momento con el dañado soplo de su boca las virtudes arraigadas ya de mucho tiempo en su ánimo. Solicitan aquellos de una manera infame los honores y las riquezas; son aduladores, vanos, enemigos de la salud pública, contra la cual están sin cesar tendiendo asechanzas, y los hay por desgracia en gran número alentados por la excesiva prosperidad de muchos. ¿Cuántas fortunas, cuántos señoríos no vemos creados y fundados por hombres que, dejando á un lado todo pudor, se prestaron en distintas épocas á ser instrumentos de las maldades de los príncipes? No deberian sus nombres pasar siquiera á la posteridad; deberia obligarse á sus descendientes y cognados á que los trocaran por otros mas honrosos. Muchas veces, sin embargo, han caido tambien esos hombres y sido derribados en muy breve tiempo á la última miseria. Llega dia en que el rey ó se arrepiente de tenerles á su lado, ó se sacia ya de verles; mengua entonces el favor, y se convierte al fin en odio, pues aquel empieza á mirarles como censores importunos, el pueblo como corruptores y malvados.

Procuren luego cultivar el ánimo del príncipe con verdaderas virtudes é instruirle, si es posible, con blandas palabras, que es el mejor sistema de enseñanza, con severidad, si es necesario. Repréndanle, y si no bastare la reprension, castiguenle, no sea que por la indulgencia de sus preceptores se deprave su buena indole ó se robustezcan en él los vicios naturales. Al leon, animal fiero y cruel, ni se le ha de gobernar con continuos golpes ni halagar con frecuentes caricias; es preciso mezclar á las amenazas los halagos para que se

para él, pero que serán para los demás motivo de horror y de vergüenza. Amonéstesele á que siga todas las virtudes dignas de un rey; expliquescle en qué consiste ser principe y en qué consisten sus deberes. El rey pues, si es verdaderamente digno de este nombre, obedece a las leyes divinas, toma por guia la razon, hace igual para todos el derecho, reprime la liviandad, aborrece la mallad y el fraude, mide por la utilidad pública y no por sus antojos el poder que ha recibido, se esfuerza en aventajar á todos por su honradez y sus costumbres á proporcion de lo que es mayor en autoridad y riqueza, no retrocede ante ningun peligro, no perdona medio para salvar la patria, es fuerte é impetuoso en la guerra, templado en la paz; no siente latir el corazon sino por la felicidad de los pueblos, á los cuales procura sin cesar todo género de bienes. Amparado así por la gracia de Dios, ensalzado universalmente por sus

amanse, procurar que ni con los golpes se encrudezca su fiereza ni se ensoberbezca con las caricias, cosas todas que han de hacerle de todo punto intratable. Examincse atentamente el carácter del príncipe, obsérvese qué cosas mas le aguijonean y le mueven, y empléense siempre las que hayan de surtir mejor efecto. Si no le mueven las palabras y sí el freno, si necesita para andar de que se le apliquen las espuelas, apélese á estos medios: combátasele la cortedad si es demasiado corto, cúresele de su impudencia si impudente, y dirijanse siempre donde quiera que puedan contrariar sus vicios. Amonéstenle, mándenle, repréndanle, castiguenle de vez en cuando, resistan á sus inmoderados descos, esmérense, por fin, en que no salga ni insolente ni tenaz, cualidades de que podrian ocasionarse graves perjuicios, así para él como para sus mismos súbditos. El gran Teodosio llamó á Roma á Arsenio para que se encargara de instruir á sus hijos, y le dijo terminante-virtudes, se granjea la voluntad de todos, y vienc á ser

mente que les castigase siempre que lo creyese oportuno y no tolerase nunca la menor falta de sus hijos. ¡ Varon grande y digno de gobernar el mundo! En todas las épocas encontramos profesores de principes que han adoptado un sistema contrario, ya por temor de exacerbarles, ya por el deseo de granjearse su amor con una injusta y fatal condescendencia. En Roma sucedió con Séneca, á pesar de ser un gran filósofo; en Castilla con Alonso de Alburquerque, que por haber sido prefesor de Pedro el Cruel, puede quizás ser acusado de haber aumentado con una mala educacion los vicios que habia dado á este la naturaleza, vicios á que sin ouda se añadieron despues otros. La prueba de la falta de entrambos está en que fué cada cual el privado de su respectivo principe, y tuvo gran mano en todos los negocios, y acumuló riquezas inmensas, no sin excitar la envidia y la maledicencia de los demás que sospechaban que con perjuicio del pueblo, y solo condescendiendo habian alcanzado aquella gran fortuna; mal ciertamente grave, no solo para el Estado, sino tambien para sus autores, pues las riquezas recogidas del crimen no suelen ser ni duraderas ni propias. Séneca murió á manos de Neron, y este fué el pago que obtuvo de sus lecciones, pago impío y cruel, ¿quién lo niega? pero tal vez debido á la débil educacion que dió á su alumno y á que el favor adquirido por este medio tuvo que trocarse al fin en odio. Alonso de Alburquerque sc vió obligado á huir para salvar la vida, no siendo mas feliz que el otro sino en que cuando menos murió en el mismo momento en que estaba preparándose á la venganza con las armas en la mano y el apoyo de otros próceres del reino, y no fué enterrado como habia prevenido en su testamento, sino despues de haber sido preso el Rey en la ciudad de Toro por el esfuerzo y la solicitud de sus ardientes partidarios. Ya que tenia parte de culpa en el mal, no quiso descansar en su sepulcro sin que antes se hubiese impedido á Pedro el Cruel que siguiera causando tan terribles daños.

Enséñesele al fin á no hacerse esclavo de la liviandad, de la avaricia ni de la fiereza, á no despreciar las leyes, á no imponer con el terror á sus súbditos, á no considerar como fruto natural del gobierno los placcres, á guardarse del estupro y del incesto, que podrán servir

un cabal modelo de la majestad antigua, no pareciendo sino que es un hombre bajado del cielo para gobernar la tierra. Con ese amor y esa fama adquiridos entre sus mismos súbditos asegurará mucho mas su imperio que con la fuerza y con las armas; lo hará fausto para sus ciudadanos y eterno para sus descendientes, lo dejará fuerte contra todo embate exterior, procurará que no puedan con él ni el fraude ni las asechanzas de los próceres del reino. Esto es lo que se nos ha ocurrido decir sobre la educacion del rey en general; vamos ahora á examinarla en cada una de sus partes.

CAPITULO IV.

Del porte exterior del rey, es decir, de la regla que debe guardar en comer y en vestir.

El exceso de los placeres la alterado no pocas veces, ya pública, ya privadamente, la excelente índole de muchos hombres. El inmoderado lujo en el vestir y la demasiada delicadeza en el comer ban cambiado la fortuna ó la suerte de los españoles que habian nacido para las armas. Así es que desde la cumbre de la grandeza ú que habian llegado han ido cayendo en diversas y grandísimas calamidades. Deleites que antes no conociamos han quebrantado, á ejemplo de los romanos y con no menor peligro, ánimos grandes é invencibles que habian sabido sobrellevar el trabajo y el hambre, vencido por mar y por tierra gravísimas dificultades, fundado un imperio que se extendió mas allá del sol y mas allá de los linderos del Océano. Es esto certísimo, pero casi increible. Mas se gasta hoy en golosinas en una sola ciudad, mas en postres y en azúcar que en tiempos de nuestros padres no se gastaba en toda España. Pues ¿y en vestidos de seda? ¡ cuánto no se gasta, oh Dios! Mas elegantemente visten hoy los sastres, los carniceros y los cerrajeros que en otros tiempos los grandes de las ciudades y los varones de mas alta jerarquía, cosa que, sin embargo, interpretan muchos como un adelanto de esta época, sin advertir que por este punto nos amenazan gravísimos peligros. Y si esto acontece con los particulares, ¿qué no ha de suceder en la casa real donde hay tanta abundancia de placeres, donde están reunidos todos los deleites que se encuentran en las demás provincias? A la verdad que si no se pone en

bajos, ni dedicarse siquiera con placer á los molestos y graves cuidados del gobierno? Dejará que se arruine la república antes que tomarse tan improbo trabajo. Educado en el ocio y á la sombra del palacio, es indispensable que huya de los negocios, que busque con afan los placeres, que crea que el principal fruto del mando ! de la vida consiste en no tener cuidados y en no dejar pasar una hora sin que un nuevo deleite apague la sed de sus sentidos.

esto gran cuidado, se corre peligro de que el príncipe, corrompido desde sus mas tiernos años con una educacion tan débil y afeminada, pesado por su gordura y lleno de enfermedades, no sea al fin bueno ni para la paz ni para la guerra, lo que no hay para qué decir si será ó no cou grave perjuicio de la república. Así vemos hoy que los príncipes padecen de los nervios, llevan en sus propias carnes la mas grave carga, pasan lo mas del dia entregados al sueño, consagran gran parte de la vida á los médicos y á los remedios, y mueren por fin en la flor de sus dias, cosa que desgraciadamente no debemos atribuir á sus muchos trabajos ni á sus cuidados ni á sus desvelos, sino á su flojedad, al lujo y á los placeres. ¿Cómo se quiere que esos hombres puedan digerir la comida ni la bebida si comen y beben sin tasa? Cómo no se quiere que existan en ellos graves causas de enfermedades y malos y corrompidos humores? Toda la educacion debe dirigirse á que se aumenten y robustezcan las fuerzas del alma y las del cuerpo; mas no parece sino que todo el talento de los cortesanos se emplea en que, quebrantadas unas y otras, sea al fin del todo inútil el príncipe para entregarse á los negocios. En primer lugar, le proporcionan mujeres para que le afeminen; procuran luego que no les dé el sol ni el aire si es un poco fuerte, que no haya para él trabajos y molestia alguna, que permanezca encerrado entre las paredes de su palacio como una doncella tierna y delicada, que evite la vista y el frecuente uso de los demás para que no se rebaje y se iguale con sus súbditos, sosteniendo con ellos conversaciones familiares, que no juegue ni haga ejercicio alguno que pueda aumentar ni conservar sus fuerzas. Como si no tuviesen mas cargo que el de cebarle y satisfacer los caprichos de su apetito, instanle las mujeres á que coma disponiéndole platos hechos con raro arte que puedan excitar su apetito; y embotando así sus tiernas facultades, casi á cada hora le entran nuevas comidas haciéndose pesadas é importunas basta que las prueba. Como si todo el toque consistiera en llenar al rey para que no pudiera moverse ni salir de su palacio, dirigen á conseguirlo todos sus esfuerzos, llevando hasta á mal que no coma tanto como piensan y pretenden. Añadense á esto los perfumes, los suaves olores, las fragantes pomadas con que excitan sus sentidos, el brillo de las piedras preciosas, lo muelle de sus adornos y sus trajes y los demás halagos con que se enervan hasta los mas robustos, aun despues de haber salido de la infancia. En medio de tantos placeres y de una vida tan afeminada, ¿quién podrá impedir que el príncipe se deje corromper por tan falsas dulzuras y debilite las fuerzas de su entendimiento? En cuerpos débiles y enervados no caben almas grandes ni fuertes; con el exceso del placer inengua el vigor de uno y otro como se derrite la cera al calor del fuego. Estando pues el cuerpo acostumbrado á los deleites, ¿cómo ha de sobrellevar sin quebranto los trabajos y las fatigas? Cómo seguir el camino árduo de la virtud y no precipitarse al dei vicio, que es mas ancho y descansado? Cómo se quiere que un cuerpo enfermo, inactivo, débil pueda emprender con calor una guerra ni dirigir, si conviene, sus ejércitos, ni ser el primero en arrostrar los tra

Podriamos citar inuchos ejemplos de graves daños ocasionados al reino por principes que recibieron una educacion tan afeminada y tan oscura: apenas ha babido época en España en que haya habido desórdenes mayores que en tiempo de Juan II de Castilla, á pesar de reunir este Rey muchas y muy buenas facultades. Era este Rey alto y blanco de cuerpo, dulce de carácter, amigo de la caza y de otros simulacros de guerra, bastante dado á las letras, pues compuso en romance versos de suave y fácil estructura. Estaba aun en sus primeros años cuando murió Eurique III, su padre; y para que no pudieran apoderarse de él los nobles, ni se ofreciesen ocasiones de innovar las cosas públicas, pasó mas de seis años en el convento de San Pablo de Valladolid, es decir, hasta que murió su madre, que era su tutora. No solo no se le permitió en todo este tiempo salir, no se le permitió siquiera admitir en su presencia otras personas que los individuos de su palacio y corte. Triste y iniserable cosa, no ya solo para el Rey, sino para el reino, que careciese de la vista de los pueblos el que habia despues de gobernarles, que no conociese siquiera á los grandes de su reino, que no tuviese libertad para oir ni para hablar á nadie, que hubiese de languidecer en una vida oscura y solitaria. ¿Qué puede haber ya mas repugnante que el que nació para respirar el polvo de los campos de batalla esté como pollo en gallinero sin que los demás cuiden mas que de cebarle y de engordarle? que viva á la sombra y entre mujeres el que deberia tener el cuerpo endurecido por la sobriedad del trabajo, á fin de que pudiese resistir las causas de las enfermedades, sufrir en la guerra lo mismo el calor que el frio y estar siempre dispuesto para entender en los negocios públicos? ¿Cómo se entiende que se oculte á los súbditos el que desde niño deberia estar acostumbrado á vivir en una gran celebridad y en medio de los pueblos, ya para que no temiese nunca á los hombres, ya para que se excitase y elevase á cosas altas su entendimiento, que en tan prolongado retiro ó se debilita y enmohece ó se llena de orgullo, teniéndose en mucho mas de lo que es por no verse puesto con nadie en paralelo? Cómo se entiende que se quebrante con delcites el ánimo del que noche y dia debe presidir la república como desde una alta cumbre y mirar cuidadosamente por todas las clases del Estado? ¡Ay, que esa afeminacion del Príncipe ha de redundar en mengua suya y en daño de sus súbditos! Como fué de niño y de jóven será cuando llegue a mayor edad, y llevará siempre una vida tonta, lubrica, entregada á la voluptuosidad y á los demás placeres. Nos lo enseña la historia de este mismo príncipe. Muerta su madre, tuvo que encargarse del gobierno del reino, y como si de las tinieblas ó del seno

de su madre hubiese pasado de repente á la luz, goberno siempre deslumbrado, alucinado. Abrumábale la multitud de negocios, y estuvo siempre bajo el imperio de sus cortesanos, que es el mayor daño que puede venir á una república, y fué entonces causa de continuos y graves alborotos.

Pero denunciar los vicios es muy fácil; ¿quién podrá corregirlos? Quién podrá persuadir al príncipe de que aun en la infancia los halagos son para la mujer y los trabajos para el hombre? Quién se ha de atrever á decirle que es perniciosa una vida muelle y delicada delante de hombres que miden la majestad del imperio por la liviandad y los placeres y creen que el mayor premio del mando es poderse entregar á los deleites sensuales siu perdonar el estupro y el incesto, que creen hacer un grande obsequio á los príncipes satisfaciendo sus antojos, ó que ven por lo menos en esto una ancha entrada al honor y á la riqueza?

Decimos esto, no para que se escaseen al príncipe ni la comida ni el traje, cosa contraria á nuestras leyes españolas. Sígase el ejemplo general de la naturaleza, en la cual vemos á todos los demás séres animados procurando abundantes alimentos á sus hijos. No hay ciertamente cosa mejor para aumentar sus cuerpos y robustecer sus fuerzas. Cuidese, sin embargo, de que el príncipe no limite sus deseos á tener buena mesa y muy lucidos trajes, como sucede con los hijos de la gente pobre; procúrese hacerle levantar mas alto el pensamiento y aspirar á mayores cosas, á fin de que, dejados á un lado los mayores cuidados, salga grande de espíritu y no se arredre ante las mas dificiles empresas. Sea abundante la comida, y el vestido menos delicado que elegante, no sea que lejos de robustecer las fuerzas, languidezca el cuerpo en el deleite, y el alma se debilite entre la liviandad y el vicio. De la escasez como del exceso pueden resultar males y perjuicios graves para las naciones. Mas bastante llevamos dicho ya sobre este punto; vamos á decir algo sobre el ejercicio del cuerpo.

CAPITULO V.

Del ejercicio del cuerpo.

Conviniendo ya en que no se deba dar á los príncipes una educacion afeminada ni hacerles vivir oscuramente á la sombra de sus palacios, es innegable que se les debe ejercitar el cuerpo en continuos trabajos, ú fin de que se robustezca, y excitar de continuo su alma haciéndole audaz é inflamándole en amor á las glorias militares, cosas todas con que se asegura la salud del cuerpo y se dispone el ánimo á cumplir todos los deberes que impone el pudor, la humanidad y la modestia. Nada lay mas pernicioso que un príncipe perezoso y cobarde, consideracion que movió al sabio y prudente legislador de los atenienses á dictar una ley, por la cual habian de ser cuidadosamente instruidos sus súbditos en la lucha, en las letras y en la música. Vió ese eminente varon de la Grecia que para ser felices debian los ciudadanos procurar adquirir las fuerzas físicas y las intelectuales; vió que solo conteniéndose dentro de los limites de la moderacion y de la humani

dad podian defender sus riquezas y sus libertades, bienes que así se pierden por flojedad y cobardía como por exceso de temeridad y atrevimiento; y para alcanzar que todos tuvieran aquellas dos virtudes estableció por un lado las luchas que habian de procurarle la fortaleza del cuerpo y la del alma, por otro ejercicios músicos y literarios que templasen sus costumbres y les hiciesen buenos. No por otra razon estableció lo mismo Licurgo en la Lacedemonia, donde brilló la virtud mas que en ninguna otra nacion, por haber mas que en ninguna otra un gran cuidado en ejercitar y en robustecer el cuerpo. Es admirable lo que nos cuentan accrca de la moderacion y compostura de la juventud de Esparta. Estaban alli educados los jóvenes de modo que ni levantaban en público los ojos, ni volvian jamás la cara, ni daban señal alguna de ligereza y de inconstancia ; miraban solo lo que tenian delante, llevaban envueltas las manos en sus mismos trajes, cedian el paso á los ancianos, no pronunciaban palabra alguna obscena ni indecorosa, no oian en sus primeros años ni en sus coros ni en sus cánticos cosa alguna torpe ni lasciva. Conforme al pensamiento de Solon, prescribió tambien Aristóteles que se instruyese á los niños en las letras, en la gimnástica y en la música, añadiendo que se les enseñase el dibujo, no tan solo para que no saliesen engañados cuando quisiesen comprar alhajas, pues á nadie conviene menos que al principe hacer servir los estudios en su provecho y adquirir solo por espíritu de ahorro el conocimiento de las artes, sino tambien para que ocupasen sus ratos de ocio, que son los que mas predisponen á los vicios, ya en pintar, ya en componer, ya en trabajar de algun modo los metales, y sobre todo, para que pudiesen conocer el mérito de las obras llenas de arte, de las imágenes que revelan ingenio, de los cuadros, de los vasos cincelados de oro y plata, de los grandes é imponentes edificios, cuya estructura parece haber debido superar las fuerzas de los hombres, mostrándosc peritos en todos estos estudios no menos que en las demás artes que adornan la vida y sirven para gobernar bien la república, así en la paz como en la guerra.

Mas dejemos por ahora esto y no nos ocupemos aun de las letras ni de la música, de que hemos de tratar en otros capítulos. Por lo que toca al objeto de este, digo que han de establecerse para el príncipe todo género de luchas entre iguales, en las que ha de intervenir, no ya solo como espectador, sino como parte activa, procurando por de contado que sea sin mengua de su dignidad y su decoro. Elijanse jóvenes, ya del mismo palacio, ya del resto de la nobleza, é invéntense simulacros á manera de luchas, donde, ya cuerpo á cuerpo, ya divididos en bandos, combatan entre sí, ora con palos, ora con espadas. Contiendau entre sí sobre quién ha de ser mas veloz en la carrera ó mas diestro en gobernar un caballo, ora disparándole en linea recta, ora volviéndole y revolviéndole en mil variados gi ros; tenganse premios para el vencedor, á fin de encender mas el certamen, y peleen á la manera de los mo ros,segun la cual parte de uno de los dos bandos arremete contra el contrario, y despues de haber disparado cañas, á manera de dardos, retrocede cediendo al em

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