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S CXXIV.

Fuga de los Obispos.

El Evangelio manifiesta que el buen pastor expone su vida por las ovejas, pero el mercenario huye. El mismo habia manifestado las ocasiones en que era lícita la fuga, sobre la cual san Atanasio, precisado á ella, habia dado un precioso opúsculo sincerando su conducta y aclarando esta materia.

A la invasion de los bárbaros del Norte, los Obispos de España se portaron con el mayor valor; firmes en sus puestos padecieron la persecucion alentando á su grey y arriesgando por ella su vida 1. Mas en la invasion de los árabes abandonando algunos pocos sus sillas, introdujeron el terror y la turbacion en los ánimos, desampararon su grey en el momento del peligro, y se acreditaron de mercenarios. El pretexto de salvar las reliquias no es motivo suficiente para sincerar su conducta: para aquel ministerio bastaba un diácono; y ¿no era mas aventurado todavía el remedio, exponiendo á las contingencias de un viaje azaroso aquel sagrado depósito, cuando era mas fácil la ocultacion? Aun puede sospecharse que muchas fugas de los Obispos se inventaron en los siglos posteriores, á fin de sostener el culto de falsas reliquias por un motivo de aparente piedad 3.

2

1 Tomo I, S XLVIII.

El P. Florez (España sagrada, tomo V, cap. v, n. 14 y sig.) prueba que las traslaciones de reliquias se hicieron en tiempo de Abderramen. (Véase el S CLIII).

3 Ya se vió en el tomo anterior la superchería con que el P. Brito fingió un concilio de Braga, á fin de salvar las reliquias de san Pedro de Rates en la invasion de los godos. A esta época que vamos recorriendo corresponde tambien la llamada Canónica de san Pedro de Taberna, en que se supone que un obispo de Zaragoza llamado Bencio huyó de allí llevándose las reliquias de Zaragoza, y entre ellas un brazo de san Pedro apóstol, á pesar de que san Braulio en su epístola á Jactato aseguró que en su iglesia no tenia reliquias de los Apóstoles. Las copias dadas acerca de dicha Canónica son muy varias y desatinadas. Baste decir que al mismo P. Roman de la Higuera le pareció sospechosa. Impugnóla el P. Risco en el tomo XXX y en un apéndice suelto que va con el tomo XXXIII. Defendióla el P. Fr. Lamberto de Zaragoza con poco acierto en los tomos I y II del Teatro histórico de las iglesias de Aragon, y tratando de corregir los errores de la Canónica incurrió en otros nuevos, sin responder nada

Hemos visto la fuga del Primado de Toledo abandonando su grey para marcharse á Roma. Mas no todos siguieron este mal ejemplo: la mayor parte de los Obispos de la Bética, á quienes la fuga era difícil, continuaron en sus sillas, y los mozárabes siguieron nombrándoles sucesores canónicamente, tanto en este siglo como en el siguiente. La misma iglesia de Toledo continuó con su prelado propio durante aquel siglo y el siguiente; y, á ser ciertas las conjeturas del P. Florez, los mozárabes de Toledo tuvieron Obispo hasta poco tiempo antes de la reconquista '.

No solamente en la Bética y en el interior de España, sino en ciudades cerca de las montañas, permanecieron varios Obispos en sus sillas á pesar de la proximidad de los Cristianos y aun á riesgo de sus vidas. Buen ejemplo de esto fue el obispo Anabado, á quien quemó Munniz en Cerdan á las inmediaciones de Zaragoza, á pesar de su juventud, matando al mismo tiempo á otros muchos cristianos inocentes. El cielo castigó al malvadó musulman haciendo que fuera

de fundamento á la carta de san Braulio. «De reliquiis verò reverendorum « Apostolorum, quas à nobis flagitastis Vobis debere mitti, fidelitèr narro, nul«lius martyris me ità habere ut quae cujus șint, possim scire. » Ya san Agustin (de Opere monach., v. 28) y san Gregorio (lib. III, ep. 30) se quejaron en su tiempo de varias falsificaciones de reliquias. Para evitar estos fraudes se tomaron severas medidas despues del concilio de Trento.

1 Véase España sagrada, tomo V, trat. 3.o, cap. v.—Al hablar de los errores de Félix y Elipando se verá tambien que habia en España jerarquía entre los mozárabes en el siglo VIII. Igualmente al hablar de las persecuciones de los Cristianos en el siglo IX se verá que muchos Obispos ocupaban sus sillas y celebraban concilios. Aparece, pues, falso á todas luces lo que dijo el arzobispo D. Rodrigo (lib. III, cap. xxI) de que no habia quedado en España catedral ninguna, y lo que el arzobispo D. Bernardo hizo decir al papa Urbano Il en la bula de la primacía de Toledo de que en esta silla no habia habido obispo en tres-` cientos setenta años. El objeto de estas mentiras ya se deja conocer.

2 Isidoro Pacense dice (§ 58) hablando de Munniz: «Nempè ubi in Cerri«tanensi oppido reperitur vallatus, obsidione oppressus, et aliquandiù infrà mu«ratus, judicio Dei statim in fugam prosiliens cedit exauctoratus : et quia à san<<guine Christianorum quem ibi innocentem fuderat, nimiùm erat crapulatus et <«< Anabadi illustris Episcopi et decore juventutis proceritatem, quam igne cre«maverat valdè exhaustus, Civitatis poenitudine olim abundantia aquarum af«fluentis siti praeventus dum quo aufugeret non reperit moriturus, statim exer<«< citu insequente in diversis anfractibus manet elapsus. Et quia filiam suam Dux << Francorum nomine Eudo, etc.» El P. Fr. Lamberto de Zaragoza sostiene que

derrotado en aquel mismo sitio (731), y que huyendo con su querida (la hija del conde Eudon á quien habia cautivado) cayese en manos de los soldados de Abderrahman en una de las quebradas del Pirineo, donde fue muerto 1.

En el siglo IX hallarémos en Zaragoza un obispo al frente de los mozárabes de aquella ciudad sin abandonar su grey, y lo mismo en otros muchos puntos ocupados por los sarracenos.

$ CXXV.

Las dos cuevas.

La religion y la nacionalidad española derrotadas en las llanuras meridionales se habian refugiado á las breñas del Norte de nuestra patria. Dos cuevas puestas en los parajes mas fragosos é inaccesibles de las opuestas cordilleras de Cantabria y Pirene fueron la cuna de la restauracion española, albergando en sus oscuros senos dos nacionalidades distintas y una sola religion.

Bajando lentamente de los montes, van avanzando en su penosa tarea, independientes entre sí, apoyándose mútuamente alguna vez, hostilizándose no pocas. Cada una de ellas presenta un carácter distinto, y durante este segundo período de nuestra historia hay que proceder distinguiendo siempre los hechos de la restauracion cantábrica, de los correspondientes á la pirenaica.

Mas una sola cosa viene á identificar estos pueblos distintos en carácter, costumbres y organizacion: el sentimiento religioso une á los que dividen intereses de orgullo y provincia, la cruz campea en todos sus estandartes, y el Evangelio mitiga la dureza de sus leyes montaraces. En este concepto la obra del historiador eclesiástico tie

el pueblo Cerritanense era Cerdan á las inmediaciones de Zaragoza (Teatro histórico de las iglesias de Aragon, tomo III, pág. 328), y que Anabado era obispo de Zaragoza (tomo I, diss.), contra Risco que lo rebatió (tomo XXX de la España sagrada, cap. viii, pág. 211 y sig.), opinando que la muerte del jóven obispo Anabado habia ocurrido en la Cerdania de Cataluña.-Coude (Historia de los árabes, tomo I, pág. 84) opina que fue en Puigcerdá; pero como trunca las palabras del Pacense no merece crédito.

1 Este pasaje del Pacense, sumamente curioso, lo refiere Conde cási en los mismos términos en el cap. XXIV de la primera parte.

ne mas unidad que la del político. Los tres pueblos cristianos de España, el mozárabe, el cántabro y el de Sobrarbe, no se pueden confundir durante este período; pero tambien tienen muchos puntos de contacto, y aun se identifican bajo el sentimiento de la fe y la disciplina. Andando el tiempo llegará un dia, en que unidos estos dos últimos, y desapareciendo el primero con la dominacion agarena, se izará la cruz primacial sobre las torres de la Alhambra al lado del estandarte de la cruz bélico-religiosa; las nacionalidades distintas y rivales se refundirán en una sola, y por algunos pocos años no habrá en la Península sino una cruz y una corona. Hasta tanto que llegue ese dia en que la historia sea una sola para todos los pueblos de España, estudiemos aisladamente las vicisitudes religiosas de cada una de estas tres razas, y despues de haber fijado la situacion de los mozárabes bajo la mano de Abderrahman I,, observemos separadamente el orígen y el desarrollo de cada uno de estos pueblos, que con la cruz en una mano y la espada en la otra, van á levantar los muros demolidos de sus templos y su cautiva Sion.

CAPÍTULO II.

RESTAURACION CANTÁBRICA.

S CXXVI.

D. Pelayo.

La pequeña dominacion de Theudimer desaparece entre el oleaje de las ambiciones musulmanas. Le habia sucedido otro godo llamado Athanaild, tributario de los árabes: expuesto á sus caprichos y vejaciones, era defendido por ellos cuando se les antojaba, y al advenimiento de Abderrahman desaparece de la historia sin que llegue á saberse su paradero. El título de monarca con que algunos honran á Theudimer y Athanaild es una irrision.

Mas ya para entonces en la parte septentrional de la Península algunos españoles, no tributarios, sino independientes, habian alzado el pendon de la Cruz como enseña de libertad. Hemos visto los levantamientos parciales del Pirineo aun en la época misma de la invasion sarracena, levantamientos que se sucedieron unos á otros con tal frecuencia, que pudo asegurarse no haber faltado en aquellos montes representantes de la independencia española. El levantamiento en las montañas de Asturias fue posterior, pero mas organizado; y fieles á las tradiciones de nuestra historia, que siempre han antepuesto la restauracion cantábrica á la pirenáica, darémos principio por ella.

La cronología de los primeros reyes de Asturias es todavía muy oscura. El Pacense ni aun nombra á D. Pelayo, á pesar de que escribió á mediados del siglo VIII. Con este motivo, y desconfiando de los cronicones del siglo siguiente, los críticos modernos han alterado

Pacense, $39.

9 Masdeu supone que Athanaild se iria con su gente á refugiar á las montañas de Asturias. El pensamiento es bastante original: Asturias no está á un paso de Murcia para una fuga ; y á ser cierta bien merecia ponerse al lado de la retirada de los diez mil.

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