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nas temporales por medio de los príncipes del siglo, como lo dicen y se lo encargan nuestro ilustre doctor san Isidoro y otros santos Padres, haciendo responsables á los mismos soberanos, y diciendo que darán cuenta á Dios si no protegen la fe y disciplina de la Iglesia.

Esto siempre ha sido justo, y lo será en qualquiera sociedad en que sus individuos convengan con su rey en no admitir en ella sino á los verdaderos católicos. Es y será justo que en este supuesto haya un tribunal denominado por exemplo de vigilancia sobre la pureza de la fe, ó llamado de Inquisicion; porque el nombre ó denominacion son accidentales para quien los quiere entender, y no dificil el mudarlos. Pero nadie dirá que es justo y loable que, durante el tiránico gobierno de los Napoleones, hubiese

en la España otra inquisicion mil veces mas cruel y rigurosa, para que nadie desplegase sus labios contra las ideas de aquellos tiranos, so pena de ser arcabuceado ó al menos confinado á Francia; y esto sin mas antecedentes, juicio y formalidad las mas veces que los de una vil delacion, acaso hecha traidora y calumniosamente por algun español prostituido.

Así nadie podrá llevar á mal en vista de mis reflexiones y de los infinitos homicidios, incendios, robos y sacrilegios cometidos por los soldados del tirano Napoleon aun en los mismos templos y altares del Dios verdadero, que habiendo puesto Llorente por uno de los temas de su obra los siguientes versos para hacer mas terrible y abominable la Inquisicion de España; yo le redarguya con los otros cin

co del sabio Samaniego, para que aplicando unos y otros al tirano Napoleon y sus sequaces, vean los lectores á quién puede aplicarse mejor su moralidad y argumento. Dicen pues los primeros :

Perezca para siemprè la política horrible que al corazon humano pone yugo insufrible; que convertir al hombre pretende con puñales; que los altares baña con sangre de mortales; y que los intereses ó falso celo amando,

al Dios de paz no sirve, sino vidas quitando.

y los segundos:

Al tirano le ofenden las razones que demuestran su orgullo y tiranía, mientras por su sentencia cada dia muere (viviendo él impunemente) por menores delitos otra gente.

CAPITULO VII.

En que se desvanecen los argumentos por los que se empeña probar Llorente, que ni la reyna Católica doña Isabel, ni el cardenal don Pedro Gonzalez de Mendoza, ni los Castellanos quisieron se estableciese la Inquisicion.

TEXTO S.

Fué la reyna Católica doña Isabel

á Sevilla en 25 de julio de 1477, quedando su esposo el rey Fernando V en Extremadura para fortificar aquella frontera contra Portugal. Acompañó á la reyna el gran

cardenal de España don Pedro Gonzalez de Mendoza, arzobispo de Sevilla, cuya diócesis gobernaba por medio de don Pedro Alonso de Solis, obispo de Cádiz.

Hizo la reyna formar la hermandad contra ladrones y malhechores, que aunque decretada el año anterior en las Cortes de Madrigal para todo el reyno, estaba sin executar allí por las dificultades que habia ofrecido la situacion politica de los caballeros principales de la ciudad que estaban en guerra civil, causada y sostenida por la discordia y bandos entre el duque de Medinasidonia y el marques de Cádiz, y castigó á los malhechores y ladrones que infestaban el pais por la impunidad que conseguian agregándose á las quadrillas de la respectiva parcialidad de aquellos grandes.

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