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Andrés Bello. Este desconocía el Roland, pero había leído varias chansons manuscritas en el Museo Británico, lectura entonces peregrina aun entre los franceses. Por esto, al ver que Sismondi calificaba al Poema del Cid, sin duda comparándolo con los de Pulci, Boyardo y Ariosto, como el más antiguo compuesto en las lenguas modernas, Bello comprendió que no era con esos poemas con los que debía compararse, "sino con las leyendas versificadas de los troveres, llamadas chansons, romans i gestes” (1). Y continúa: "En cuanto a su mérito poético, echamos menos en el Mio Cid ciertos ingredientes i aliños que estamos acostumbrados a mirar como esenciales a la épica, i aun a toda poesía. No hai aquellas aventuras marabillosas aquellas ajencias sobrenaturales que son el alma del antiguo romance o poesía narrativa en sus mejores épocas; no hai amores, no hai símiles, no hai descripciones pintorescas (2). Bajo estos respectos no es comparable el Mio Cid con los

(1) BELLO, Obras completas, Santiago de Chile, 1881, t. II, ps. 21-22. La primera redacción de este juicio puede verse en el t. VI, p. 249.

(2) Téngase en cuenta que Bello engloba en la comparación las gestas y los romans o novelas versificadas, y que además creía que el Mio Cid había sido escrito a principios del siglo XIII. Para formarse idea de las chansons que Bello conocía véase Obras, II, 206 (Charlemagne, Girard de Viane), 214 (Siège de Narbonne), 224 (Brutus), 226 (Garin le Loherain, Aimeri de Narbonne, Beuves de Commar

más celebrados romances o jestas de los troveres. Pero no le faltan otras prendas apreciables i verdaderamente poéticas. La propiedad del diálogo, la pintura animada de las costumbres i caracteres, el amable candor de las expresiones, la enerjía, la sublimidad homérica de algunos pasajes (1) i, lo que no deja de ser notable en aquella edad, aquel tono de gravedad i decoro que reina en casi todo él, le dan, a nues

cis), 229 (Chevalier au Cygne), etc. Véanse otros que cita en el t. VI, p. 247.

(1) Comentando el voto de Alvarfáñez, dice Bello (Obras, II, 219) que los versos 493-505 "son dignos de Homero por el sentimiento, las imájenes i la noble simplicidad del estilo". Por entonces mismo A. DE PUIBUSQUE, en su Hist. comparée des littérat. espagnole et française, I, 1843. p. 41, analizando la escena de la corte de Toledo, dice: "dans ces divers tableaux, tout l'art du poète est son naturel; mais ce naturel n'a-t-il pas quelque chose du sentiment élevé qui inspira l'Iliade? n'est-ce pas la même simplicité d'héroïsme?" También OZANAM, en su Pèlerinage au pays du Cid (1853, Melanges, I, p. 19) dice de la despedida del Cid y Jimena: "Vous reconnaissez l'accent des adieux d'Andromaque et d'Hector, avec la majesté chrétienne de plus; de moins une grâce et un éclat dont la muse grecque a le secret. Dans le poëme du Cid comme dans les épopées homériques, nous touchons au fond primitif de toute poésie." El mismo Quintana se acordaba, a pesar suyo, de Homero: "Hay sin duda gran distancia entre esta despedida y la de Héctor y Andrómaca; pero es siempre grata la pintura de la sensibilidad de un héroe al tiempo que se separa de su familia; es bello aquel volver la cabeza alejándose, y que entonces le esfuercen y conhorten los mismos a quienes da el ejemplo del esfuerzo y la constancia en las batallas."No puede pasarse de estos vagos recuerdos homéricos. Por ahora los poemas medioevales y los clásicos apenas son materia homogénea propia para la comparación.

tro juicio, uno de los primeros lugares entre las producciones de las nacientes lenguas moder

nas.

Volviendo ahora a la crítica española del Poema, advertiremos que en ella encontraron débil eco la admiración romántica de Southey y el penetrante estudio de Wolf. Amador de los Ríos, en 1863, extremando los adjetivos elogiosos para todos los rasgos, caracteres y episodios de la obra, no dice de ésta en su conjunto más que "acaso se la podría colocar entre los poemas épicos", y que "tampoco sería gran despropósito el clasificar este peregrino poema entre las epopeyas primitivas" (1). Por estas palabras se comprende que Bello era completamente desconocido para el autor español.

Mas este atraso crítico se ve compensado de una manera brillante cuando Milá, en 1874, por primera vez en Europa, señaló al Poema su verdadero puesto dentro de una completa lite

(1) Historia crítica de la literat. esp., III, ps. 202-203. Ni siquiera repara en la comparación entre el Roland y el Cid que hace D. Hinard, obstinado sólo en contradecir los indicios de imitación francesa que el crítico francés apunta. -Antes TAPIA, en su Historia de la civilización española, Madrid, 1840, I, p. 280, califica al Poema del Cid de "prosaico y aun vulgar en la mayor parte, aunque de cuando en cuando agrada por cierta naturalidad... También tiene a veces el estilo cierta energía, señaladamente en la descripción de los combates; mas este fuego se apaga bien pronto y vuelve a reinar la prosa monótona, fría y cansada".

ratura épica castellana antes desconocida. Además, Milá nos ofrece una apreciación artística del Poema tan sobria como exacta. El ingenuo relato del juglar, sin apartarse mucho de un tono fundamental grave y sosegado, adopta un acento sentido y tierno en las escenas de familia, un tanto cómico en el ardid de las arcas de arena y en el lance del león, sombrío y querelloso en la tragedia de Corpes, par mper con incomparable energía en las descripciones de batallas. Vehementes son también en gran manera las increpaciones y las réplicas, mientras algunas pláticas descubren la candorosa divagación que notamos todavía en bocas populares. Los caracteres físicos y morales de los actores del drama aparecen dibujados con tal claridad y fijeza que se hallarán conformes cuantos traten de analizarlos. "Por tales méritos y sin obstar su lenguaje irregular y duro, aunque no por esto menos flexible y expresivo, su versificación imperfecta y áspera y la ausencia de los alicientes y recursos del arte, bien puede calificarse el Mio Cid de obra maestra. Legado de una época bárbaro-heroica, fecunda en aspectos poéticos y no desprovista en el fondo de nobilísimos sentimientos, aunque en gran manera apartada del ideal de la sociedad cristiana, es, no sólo fidelísimo espejo de un orden de hechos y cos

tumbres que no serían bastantes a suplir los documentos históricos, sino también un monumento imperecedero, ya por su valor literario, ya como pintura del hombre (1)."

En fin, el crítico de más delicado gusto que España ha tenido, Menéndez Pelayo, caracteriza el Poema en hermosas páginas (2). “Lo que constit el mayor encanto del Poema del Cid y de ones tales es que parecen poesía vivida y no cantada, producto de una misteriosa fuerza que se confunde con la naturaleza misma y cuyo secreto hemos perdido los hombres cultos." Pero el Poema del Cid se distingue de sus semejantes por "el ardiente sentido nacional que, sin estar expreso en ninguna parte, vivifica el conjunto", haciendo al héroe símbolo de su patria; y esto obedece, no a la grandeza de los hechos cantados, que mucho mayores los hay en la historia, sino "al temple moral del héroe en quien se juntan los más nobles atributos del alma castellana, la gravedad en los propósitos y en los discursos, la familiar y noble llaneza, la cortesía ingenua y reposada, la grandeza sin énfasis, la imaginación más sólida que

(1) De la Poesía heroico-popular castellana, Barcelona, 1874, ps. 240-241.

(2) Antología de poetas líricos castellanos, XI, 1903, ps. 315-317.

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