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juntadas sus fuerzas con los fregosos y con los fliscos, quitó al duque de Milan muchos pueblos y castillos por todas aquellas marinas de Génova. Despertóse por toda la provincia un miedo de mayor guerra: los naturales entraron con aquella ayuda en esperanza de librarse del señorío del Duque por el deseo que tenian de novedades. El duque de Milan, cuidadoso que si perdia á Génova, podia correr peligro lo demás de su estado, se determinó de hacer paces con los aragoneses. Para esto por sus embajadores que envió á España prometió al Rey sin sabello los ginoveses que le entregaria la ciudad de Bonifacio, cabeza de Córcega, sobre la cual isla por tanto tiempo los aragoneses tenian diferencia con los de Génova. Pareció no se debia desechar la amistad que el Duque ofrecia con partido tan aven

doctor Franco de aplacalle y atraelle á lo que era razon. El, como hombre de ingenio mudable y deseoso de novedades, al cual desagradaba lo que era seguro, y tenia puesta su esperanza en mostrarse temerario, de repente como alterado el juicio entregó el castillo de Alcántara al infante de Aragon don Pedro, y al dicho Franco puso en poder de don Enrique, su hermano, exceso tan señalado, que cerró del todo la puerta para volver en gracia del Rey. La gente eso mismo comenzó á aborrecelle como á hombre aleve y que con engaño quebrantara el derecho de las gentes en maltratar al que para su remedio le buscaba. Al almirante don Fadrique y al adelantado Pedro Manrique con buen número de soldados dieron cargo de cercar á Alburquerque y de hacer la guerra á los hermanos infantes de Aragon. Gutierre de Sotomayor, comendador mayor de Alcántajado; por esto el rey de Aragon envió á Italia sus

tara, prendió de noche en la cama al infante don Pedro, primer dia de julio, no se sabe si con parecer del Maestre, su tio, que temia no le maltratasen los aragoneses, si porque él mismo aborrecia el parecer del tio en seguir el partido de los aragoneses, y pretendia con tan señalado servicio ganar la voluntad del Rey. La suma es que por premio de lo que hizo fué puesto en el lugar de su tio. A instancia del Rey los comendadores de Alcántara se juntaron á capítulo. Allí don Juan de Sotomayor fué acusado de muchos excesos, y absuelto de la dignidad. Hecho esto, eligieron para aquel maestrazgo á don Gutierre, su sobrino. El paradero de cada uno suele ser conforme al partido que toma, y el remate semejable á sus pasos y méritos. Los señores de Castilla que tenian presos fueron puestos en libertad, sea por no probárseles lo que les achacaban, sea porque muchas veces es forzoso que los grandes príncipes disimulen, especial cuando el delito ha cundido mucho.

CAPITULO V.

De la guerra de Nápoles.

Con la vuelta que dió á España don Alonso, rey de Aragon, como arriba queda mostrado, hobo en Nápoles gran mudanza de las cosas y mayor de los corazones. Muy gran parte de aquel reino estaba en poder y señorío de los enemigos. Los mas de los señores favorecian á los angevinos; pocos, y estos de secreto, seguian el partido de Aragon, cuyas fuerzas, como apenas fuesen bastantes para una guerra, en un mismo tiempo se dividieron en muchas; y sin mirar que tenian tan grande guerra dentro de su casa y entre las manos, buscaron guerras extrañas. Fué así, que los fregosos, una muy poderosa parcialidad entre los ciudadanos de Génova, echados que fueron de su patria, y despojados del principado que en ella tenian, por Filipo, duque de Milan, acudieron con humildad á buscar socorros extraños. Llamaron en su ayuda á don Pedro, infante de Aragon, que á la sazon en Nápoles con pequeñas esperanzas sustentaba el partido del Rey, su hermano. Fué él de buena gana con su armada, por la esperanza que le dieron de hacelle señor de aquella ciudad ; á lo menos pretendia con aquel socorro que daba á los fregosos vengar las injurias que en la guerra pasada les hizo el duque de Milan. No fué vana esta empresa, ca M-11.

embajadores con poder de tratar y concluir las paces. No se pudo entregar Bonifacio por la resistencia que hizo el Senado de Génova, pero dieron en su lugar los castillos y plazas de Portuveneris y Lerici. Tomada esta resolucion, el infante don Pedro, llamado desde Sicilia, donde se habia vuelto, puso guarnicion en aquellos castillos, y dejando seis galeras al sueldo del duque Filipo para guarda de aquellas marinas, se partió con la demás armada. En conclusion, talado que hobo y saqueado una isla de Africa llamada Cercina, hoy Charcana, y del número de los cautivos, por tener grandes fuerzas, suplido los remeros que faltaban, compuestas las cosas en Sicilia y en Nápoles como sufria el estado presente de las cosas, se hizo á la vela para España, como arriba queda dicho, en socorro de sus hermanos y para ayudallos en la guerra que hacian contra Castilla, ni con gran esperanza, ni con ninguna de poderse en algun tiempo recobrar el reino de Nápoles. Las fuerzas de la parcialidad contraria le hacían dudar por ser mayores que las de Aragon; poníale esperanza la condicion de aquella nacion, acostumbrada muchas veces á ganar mas fácilmente estados de fuera con las armas que sabellos conservar, como de ordinario á los grandes príncipes antes les falta industria para mantener en paz los pueblos y vasallos que para vencer con las armas á los enemigos. Representábasele que las costumbres de las dos naciones francesa y neapolitana eran diferentes, los deseños contrarios; por donde en breve se alborotarian y entraria la discordia entre ellos, que es lo postrero de los males. De la Reina y de los cortesanos, como de la cabeza, la corrupcion y males se derramaban en los demás miembros de la república. Juzgaba por ende que en breve pereceria aquel estado forzosamente y se despeñaria en su perdicion, aunque ninguno le contrastase. No fué vana esta consideracion, porque el de Anjou fué enviado por la Reina á Calabria con órden que desde allí cuidase solo de la guerra, sin embarazarse en alguna otra parte del gobierno ni poner en él mano. El que dió este consejo fué Caracciolo, senescal de Nápoles; pretendia, alejado su competidor, reinar él solo en nombre ajeno; cosa que le acarreó odio, y al reino mucho mal. Deste principio, como quier que se aumentasen los odios, pasó el negocio tan adelante, que el Aragonés fué por Caracciolo llamado al reino. Prometíale que

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todo le seria fácil por haberse envejecido y enflaquecido con el tiempo el poder de los franceses; que él y los de su valía se conservarian en su fe y seguirian su partido. No se sabe si prometia esto de corazon, ó por ser hombre de ingenio recatado y sagaz queria tener aquel arrimo y ayuda para todo lo que pudiese suceder. Con mas llaneza Antonio Ursino, príncipe de Taranto, seguia la amistad del Rey, hombre noble, diligente, parcial, deseoso de poder y de riquezas, y por esto con mas cuidado solicitaba la vuelta del rey de Aragon. Avisaba que ya los tenia cansados la liviandad francesa, como él hablaba, y su arrogancia; que la aficion de los aragoneses y su bando estaba en pié; de Jos otros muchos de secreto le favorecian; que luego que llegase, toda la nobleza y aun el pueblo por odio de la torpeza y soltura de la Reina se juntaria con él, y todavía si se detenia, no dejarian de buscar otras ayudas de fuera. Despertó el Aragonés con estas letras y fama; pero ni se fiaba mucho de aquellas promesas magníficas, ni tampoco menospreciaba lo que le ofrecian.. Tenia por cosa grave y peligrosa, si no fuese con voluntad de la Reina, contrastar de nuevo con las armas sobre el reino de Nápoles. Sin embargo, dejados sus hermanos en España, él apercebida una armada en que se contaban veinte y seis galeras y nueve naves gruesas, se determinó acometer las marinas de Africa por parecelle esto á propósito para ganar reputacion y entretener de mas cerca en Italia la aficion de su parcialidad. Hízose con este intento á la vela desde la ribera de Valencia, y despues de tocar á Cerdeña, llegó á Sicilia. Tenian los franceses cercado en Calabria un castillo muy fuerte, llamado Trupia. Apretábanle de tal manera, que los de dentro concertaron de rendirse, si dentro de veinte dias no les viniese socorro. Deseaba el rey de Aragon acudir desde Sicilia, do fué avisado de lo que pasaba. No pudo llegar á tiempo por las tempestades que se levantaron, que fué la causa de rendirse el castillo al mismo tiempo que él llegaba. En Mecina se juntaron con la armada aragonesa otros setenta bajeles, y todos juntos fueron la vuelta de los Gelves, una isla en la ribera de Africa, que se entiende por los antiguos fué llamada Lotofagite ó Meninge. Está cercana á la Sirte menor, y llena de muchos y peligrosos bajíos, que se mudan con la tempestad del mar por pasarse el cieno y la arena de una parte á otra; apartada de tierra firme obra de cuatro millas, llena de moradores y de mucha frescura. Por la parte de poniente se junta mas con la tierra por una puente que tiene para pasar á ella, de una milla de largo. Era dificultosa la empresa y el acometer la isla por su fortaleza y los muchos moros que guardaban la ribera; porque Bofferriz, rey de Túnez, avisado del intento del rey don Alonso, acudió sin dilacion á la defensa. Tomaron los de Aragon la puente Juego que llegaron, dieron otrosí la batalla á aquel Rey bárbaro, fueron vencidos los moros y forzados á retirarse dentro de sus reales. Entraron en ellos los aragoneses, y por algun espacio se peleó cerca de la tienda del Rey con muerte de los mas valientes moros. El mismo Bofferriz, perdida la esperanza, escapó á uña de caballo; los demás se pusieron al tanto en huida. La matauza no fué muy grande ni los despojos que se

ganaron, dado que les tomaron veinte tiros; con todo esto no se pudieron apoderar de la isla. Detuviéronse de propósito los isleños con engaño mucho tiempo en asentar los condiciones con que mostraban quererse. rendir. Por esto la armada, como ellos lo pretendian, fué forzada por falta de vituallas de volverse á Mecina. Allí se trató de la manera que se podria tener para recobrar á Nápoles. Ofrecíase nueva ocasion, y fué que Juan Caracciolo por conjuracion de sus enemigos, que engañosamente le dijeron que la Reina le llamaba, al ir á palacio fué muerto á 18 de agosto. La principal movedora deste trato fué Cobella Rufa, mujer de Antonio Marsano, duque de Sesa, que tenia el primer lugar de privanza y autoridad con la Reina, y aborrecia á Caracciolo con un odio mortal. Todo era abrir camino para que recobrase aquel reino el rey don Alonso, que no faltaba á la ocasion, antes solicitaba para que le acudiesen á los señores de Nápoles. Envió una embajada á la Reina, y él se pasó á la isla de Isquia, que antiguamente llamaron Enaria, para de mas cerca entender lo que pasaba. Decia la Reina estar arrepentida del concierto que tenia hecho con el de Anjou, que deseaba en ocasion volver á sus primeros intentos, como se pudiese hacer sin venir á las armas. En tratar y asentar las condiciones se pasó lo demás del estio. Llevaron tan adelante estas práticas, que la Reina, revocada la adopcion con que prohijó á Ludovico, duque de Anjou, renovó la que hiciera antes en la persona de don Alonso, rey de Aragon; decia que la primera confederacion era de mayor fuerza que el asiento que en contrario della tomara con los franceses. Dió sus provisiones desto en secreto y solo firmadas de su mano, para que el negocio no se divulgase, todo por consejo y amonestacion de Cobella, por cuyos consejos la Reina en todo se gobernaba, como mujer sujeta al parecer ajeno, y lo que era peor al presente, de otra mujer; en tanto grado, que ella sola gobernaba todas las cosas, así de la paz como de la guerra; afrenta vergonzosa y mengua de todos. Pero la ciudad, inclinada á sus deleites, por la gran abundancia que dellos tiene, y con los entretenimientos y pasatiempos de todas maneras, á trueco de sus comodidades, ningun cuidado tenia de lo que era honesto, en especial el pueblo que ordinariamente suele tener poco cuidado de cosas semejantes, y mas en aquel tiempo en que comunmente prevalecia en los hombres este descuido. Entre taulo que esto pasaba en Nápoles, los infantes de Aragon se hallaban en riesgo, el uno preso, y á don Enrique tenian los de Castilla cercado dentro de Alburquerque. Teníanse sospechas de mayor guerra por no haber guardado la fe de lo que quedó concertado; desórden de que los embajadores de Castilla se quejaron, como les fué mandado, en presencia del rey de Navarra por ser hermano de los infantes, y que quedaba por lugarteniente del rey de Aragon para gobernar aquel reino. Concertaron finalmente que entregando á Alburquerque y todos los demás pueblos y castillos de que estaban apoderados los dos hermanos infantes, saliesen de toda Castilla. Tomado que se hobo este asiento con intervencion y por industria del rey de Portugal, los dos hermanos y la infanta doña Catalina, mujer de don

Enrique, y el maestre que era antes de Alcántara, y con ellos el obispo de Coria, se embarcaron en Lisbona, y desde allí fueron á Valencia con intento de acometer nuevas esperanzas y pretensiones en España; donde esto no les saliese á su propósito, por lo menos pasar en Italia; que era lo que el Rey, su hermano, ahincadamente les exhortaba, por el deseo que tenia de recobrar por las armas el reino de Nápoles, como el que tenia por muy cierto que la Reina solo le entretenia con buenas palabras, y que con el corazon se inclinaba á su competidor y contrario; que la discordia doméstica no sufre que alguna cosa esté encubierta, todos los intentos, así buenos como malos, echa en la plaza. Don Fadrique, conde de Luna, con diversas inteligencias que tenia y diversos tratos, pretendia entregar en poder del rey de Castilla á Tarazona y Calatayud, pueblos asentados á la raya de Aragon. Queria que este fuese el fruto de su huida, como hombre desapoderado que era, de ingenio mudable, atrevido y temerario. Daba ocasion para salir con esto la contienda que muy fuera de tiempo en aquella comarca se levantó sobre el primado de Toledo con esta ocasion. Don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo, con otros seis, nombrado por el rey de Castilla como juez árbitro para componer las contiendas y diferencias con el Aragonés, primero en Agreda, despues en Tarazona, donde los jueces residian, llevaba delante la cruz ó guion, divisa de su dignidad. El obispo de Tarazona se quejaba, y alegaba ser esto contra la costumbre de sus antepasados y contra lo que estaba en Aragon establecido. En especial se agraviaba Dalmao, arzobispo de Zaragoza, cuyo sufragáneo es el de Tarazona. Decian que se hacia perjuicio á la iglesia de Tarragona y á su autoridad, y que pues otras veces reprimieron los de Toledo, no era razon que con aquel nuevo ejemplo se quebrantasen sus costumbres y derechos antiguos. El de Toledo se defendia con los privilegios y bulas antiguas de los sumos pontifices; sin embargo, se entretenia en Agreda, y no entraba en Aragon por recelo que de la contienda de las palabras no se viniese y pasase á las manos. Este debate tan fuera de sazon era causa que no se atendia al negocio comun de la paz, y por la contienda particular se dejaba lo mas importante y que tocaba á todos. Por donde se tenia y corria peligro que pasado que fuese el tiempo de las treguas, de nuevo volverian á las armas; por este recelo los unos y los otros se apercebian para la guerra, dado que tenian gran falta de dinero, y mas los de Aragon, por estar gastados con guerras de tantos años.

CAPITULO VI.

Del concilio de Basilea.

Los ánimos de los españoles, suspensos con las sospechas de una nueva guerra, nuevas señales que se vieron en el cielo, los pusieron mayor espanto. En especial en Ciudad-Rodrigo, do á la sazon se hallaba el rey de Castilla por causa de acudir á la guerra que se bacia contra los infantes de Aragon, se vió una grande llama, que discurrió por buen espacio y se remató en trueno descomunal, que mas de treiuta millas de

allí le oyeron muchos. Al principio del año 1433 en Navarra y Aragon nevó cuarenta dias continuos, con grande estrago de ganados y de aves que perecieron. Las mismas fieras, forzadas de la hambre, concurrian á los pueblos para matar ó ser muertas. De Ciudad-Rodrigo se fué el Rey á Madrid á tener Cortes; acudió tanta gente, que la villa con ser bien grande, como quier que no fuese bastante para tantos, gran parte de la gente alojaba por las aldeas de allí cerca. Tratóse en las Cortes de la guerra de Granada, y por haber espirado el tiempo de las treguas, Fernan Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, fué enviado para dar principio á la guerra, y ganó algunos castillos de moros. Por lo demás, este año hobo sosiego en España. Los grandes en Madrid á porfía hacian gastos y sacaban galas y libreas, ejercitábanse en hacer justas y torneos, todo á propósito de hacer muestra de grandeza y de la majestad del reino y para regocijar al pueblo, de que tenian mas cuidado que de apercebirse para la guerra. En Lisboa hobo este año peste en que murieron gran número de gente, el mismo rey don Juan falleció á 14 de agosto. Era ya de grande edad; vivió setenta y seis años, cuatro meses y tres dias; reinó cuarenta y ocho años, cuatro meses y nueve dias. Fué muy esclarecido y de gran nombre por dejar fundada para sus descendientes la posesion de aquel reino en tiempos tan revueltos y de tan grande alteracion. Sucedióle su hijo don Duarte, que sin tardanza en una grande junta de fidalgos fué alzado por rey de Portugal. Era de edad de cuarenta y un años y nueve meses y catorce dias. Fuera de las otras prosperidades tuvo este Rey muchos hijos habidos de un matrimonio; el mayor se llamó don Alonso, que entre los portugueses fué el primero que tuvo nombre de príncipe; el segundo don Fernando, que nació este mismo año; doña Filipa, que murió niña; doña Leonor, doña Catalina y doña Juana, que adelante casaron con diversos príncipes. El mismo dia que coronaron al nuevo Rey, dicen que un cierto médico judío, llamado Gudiala, le amonestó se hiciese la ceremonia y solemnidad despues de medio dia, porque si se apresuraba, las estrellas amenazaban algun revés y desastre; y que con todo eso pasó adelante en coronarse por la mañana segun lo tenian ordenado, por menospreciar semejantes agüeros, como sin propósito y desvariados. Tomado que hobo el cuidado del reino y sosegada la peste de Lisbona, lo primero que hizo fué las honras y exequias de su padre con aparato muy solemne; el cuerpo con pompa y acompañamiento el mayor que hasta entonces se vió llevaron á Aljubarrota, y enterraron en el monasterio de la Batalla, que él mismo, como de suso queda dicho, fundó en memoria de la victoria que ganó de los castellanos. Acompañaron el cuerpo el mismo Rey y sus hermanos, los grandes, personas eclesiásticas en gran número, todos cubiertos de luto y con muy verdaderas lágrimas. Conforme á este principio y reverencia que tuvo este Rey á su padre fueron los medios y remate de su reinado. Esto en España. Habia Martino, pontífice romano, convocado el postrer año de su pontificado los obispos para tener concilio en la ciudad de Basilea en razon de reformar las costumbres de la gente, que se apartaban

mucho de la antigua santidad, y para reducir los bohemos á la fe, que andaban con herejías alterados. Fué desde Roma por legado para abrir el concilio y presidir en él el cardenal Julian Cesarino, persona en aquella sazon muy señalada. Eugenio, sucesor de Martino, procuraba trasladar los obispos á Italia por parecelle que, estando mas cerca, tendrian menos ocasion de hacer algunas novedades que se sospechaban. Oponíase á esto el emperador Sigismundo por favorecer mas á Alemania que á Italia. Los demás príncipes fueron por la una y por la otra parte solicitados. En particular el de Aragon, con el deseo que tenia de apoderarse del reino de Nápoles, acordó llegarse al parecer de Sigismundo, de quien tenia mas esperanza que le ayudaria. Por esta causa mandó que de Aragon fuesen por sus embajadores á Basilea don Alonso de Borgia, obispo de Valencia, y otros dos en su compañía, el uno teólogo, y el otro de la nobleza; lo mismo por su ejemplo hicieron los demas reyes de España; el de Portugal envió á don Diego, conde de Oren, por su embajador, y en su compañía los obispos y otras personas eclesiásticas. Al principio del año 1434 falleció en Basilea el cardenal don Alonso Carrillo, varon de gran crédito por su doctrina y prudencia, amparo y protector de nuestra nacion. Sucedióle en el obispado de Sigüenza, que tenia, don Alonso Carrillo el mas mozo, que era su sobrino, hijo de su hermana. Era protonotario y andaba en corte romana, y aun á la sazon se halló á la muerte de su tio; por estos grados llegó finalmente á ser arzobispo de Toledo. La falta del Cardenal fué ocasion que el rey de Castilla pusiese mas diligencia en enviar sus embajadores al Concilio, que fueron don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, y Juan de Silva, señor de Cifuentes y alférez del Rey, y Alonso de Cartagena, hijo del obispo Pablo, burgense, persona que ni en la erudicion ni en las demás virtudes reconocia á su padre ventaja. A la sazon era dean de Santiago y de Segovia, y adelante, por promocion que de su padre se hizo en patriarca de Aquileya, fué él en su lugar nombrado por obispo de Búrgos, premio debido á los méritos de su padre y á sus propias virtudes, y en particular porque defendió en Basilea con valor delante los prelados y el Concilio la dignidad de Castilla contra los embajadores ingleses que pretendian ser preferidos y tener mejor asiento que Castilla. Hizo una informacion sobre el caso, y púsola por escrito, la cual, presentada que fué á los prelados, quebrantó y abajó el orgullo de los ingleses. Deste dicen que como en cierto tiempo fuese á Roma, dijo el pontífice Eugenio: Si don Alonso viniere, ¿con qué cara nosotros nos asentarémos en la silla de san Pedro? Cosa semejante á milagro que hobiese en España quien sobrepujase con la virtud la infamia y odio de aquel linaje y nacion; á la verdad honraban en él mas sus méritos y aventajadas partes que la nobleza de sus antepasados. En lo que tocaba al rey de Aragon y sus intentos, el emperador Sigismundo no le correspondió como él esperaba, antes luego que se coronó en Roma el año pasado, como si con la corona del imperio se hobiera de repente trocado, procuró y hizo liga con los venecianos, florentines y con Filipe, duque de Milan, para con las

fuerzas de todos lanzar á los aragoneses de toda Italia; asiento en que el Emperador quiso mas condescender con los ruegos del Pontífice que porque tuviese dello entera voluntad; pero sucedió muy al revés, y todos aquellos intentos y práticas fueron en vano, segun que se entenderá por lo que dirémos adelante.

CAPITULO VII.

Que Ludovico, duque de Anjou, falleció.

A los demás desórdenes y excesos, muchos y grandes, que don Fadrique, conde de Luna, continuaba á cometer despues que se pasó á Castilla, añadió en esta sazon uno muy feo con que echó el sello y acabó de despeñarse. Era mozo atrevido y desasosegado: en Aragon dejó un estado principal; los pueblos que en Castilla le dieron tenia vendidos á dinero, Arjona al condestable don Alvaro de Luna, y Villalon al conde de Benavente. Era pródigo de lo suyo, y codicioso de lo ajeno, condicion de gente desbaratada. Así, por entender que no le quedaba esperanza alguna de remediar su pobreza sino fuese con hacer algun desaguisado, se determinó de saquear la muy rica ciudad de Sevilla, apoderarse de las atarazanas y del arrabal llamado Triana, desde donde pensaba echarse sobre los bienes y haciendas de los ciudadanos. En especial estaba mal enojado con el conde de Niebla, su cuñado, que en aquella ciudad tenia grande autoridad, y dél pretendia estar agraviado y tomar venganza. Cosa tan grande no se podia ejecutar sin compañeros. Juntó consigo otros, á los cuales aguijonaba semejante pobreza, y sus malas costumbres los ponian en necesidad de despeñarse, por tener gastados sus patrimonios muy grandes en comidas, juegos y deshonestidades, sin quedalles cosa alguna; en particular dos regidores de Sevilla fueron participantes de aquel intento malvado, de cuyos nombres no hay para qué hacer memoria en este lugar. Este deseño no podia entre tantos estar secreto. Así, don Fadrique fué preso en Medina del Campo, donde el Rey fué al principio deste año. De allí le llevaron, primero á Ureña, despues á un castillo que está cerca de Olmedo; su prision y cárcel se acabaron con la vida, con tanto menor compasion de todos, que el nombre de fugitivo le hacia aborrecible á los suyos y sospechoso á los de Castilla, como ordinariamente lo son todos los que en semejantes pasos andan. Sus cómplices y compañeros pagaron con las cabezas. La condesa de Niebla dona Violante, su hermana, que quiso interceder por él, sin dalle lugar que pudiese hablar al Rey, fué enviada á Cuellar con expreso mandato que no saliese de allí sin tener órden, y esto por la sospecha que resultaba de que el Conde, confiado en la ayuda y riquezas de su hermana, intentó aquella maldad. Este fué el fin que tuvieron las esperanzas y intentos de don Fadrique, conforme á sus obras y á su inconstancia. En el cabildo de la iglesia mayor de Córdoba se muestra su sepulcro, aunque de madera, de obra prima, con el nombre del duque de Arjona, el cual, como se tiene vulgarmente, le mandó hacer su madre, que se fué tras él á Castilla. Algunos entienden que Arjona es la que antiguamente se llamó Aurigi; otros porfian que se llamó municipio

urgavonense, y lo comprueban por el letrero de una
piedra que se lee en la iglesia de San Martin de aquel
pueblo, que fué antiguamente basa de una estatua del
emperador Adriano, y dice así:

IMP. CAESARI DIVI TRAIANI PARTHICI FILIO, DIVI NERVAE NEPO-
TI, TRAIANO, HADRIANO, AUGUSTO, PONTIFICI MAXIMO, TRIB.
POT. XIIII. CONS. II. P. P. MUNICIPIUM ALBENSE
URGAVONENSE. DD.

los de cerca y los de léjos; los mas se ofendian que se opusiese á los intentos santísimos de los padres de Basilea, y decian que por su mala conciencia temia no le fuesen contrarios. La ofension era tan grande, que estaban aparejados á tomar las armas sobre el caso. El rey de Aragon supo esta desgracia en Palermo á los 9 do julio; dolióse, como era justo, de la afrenta del nombre cristiano y majestad pontifical; pero de tal manera se dolia, que se alegraba se ofreciese ocasion de mostrar la piedad de su ánimo y de ganar al Pontifice. Envióle sus embajadores que le diesen el pésame y le ofreciesen su ayuda para castigar sus enemigos y sosegar el pueblo. Alegróse el Pontifice con esta embajada, mas no aceptó lo que le ofrecia, porque, sosegada aquella tempestad dentro del quinto mes, los alborotos de Roma cesaron, y los ciudadanos reducidos á lo que era razon, se sujetaron á la voluntad del Pontifice, y recibieron en el Capitolio guarnicion de soldados, con que fueron absueltos de las censuras en que por injuriar al Pontífice incurrieran. En España falleció en Alcalá de Henáres á 16 de setiembre don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo. Su cuerpo sepultaron en la iglesia mayor de Toledo en la capilla de San Ilefonso con enterramiento muy solemne y las honras muy señaladas. Juntáronse los canónigos á nombrar sucesor; y divididos los votos, unos querian al arcediano de Toledo Vasco Ramirez de Guzman, otros al dean Ruy García de Villaquiran. Esta division dió lugar á que el Rey entrase de por medio, y á instancia suya fué nombrado por arzobispo de Toledo don Juan de Cerezuela, hermano de parte de madre del condestable don Alva

Quiere decir: Al emperador César, hijo de Trajano Partico, nieto de Nerva, Adriano Augusto, pontífice máximo, tribuno la vez décimacuarta, cónsul la tercera vez, padre de la patria, el municipio albense urgavonense la dedicaron. No espantó la desgracia y castigo de don Fadrique á los infantes de Aragon para que no siguiesen aquel mal camino; antes, echados que fueron de Castilla y despojados de sus estados, que eran muy grandes, trataban de nuevo de revolver el reino con diferentes tratos que traian. Quejábase el rey de Castilla que quebrantaban las condiciones de la confederacion y asiento que se tomó con ellos poco antes. Que si deseaban durasen las treguas, era forzoso hacer salir á los infantes de toda España. El rey de Navarra, oido lo que en este propósito le decian los embajadores de Castilla, persuadió á sus hermanos se embarcasen para Italia, con intento de seguillos él mismo en breve. Decíales que, ganado el reino de Nápoles, de que se mostraba alguna esperanza, no faltaria ocasion para recobrar los estados que en Castilla les quitaron, pues todo lo demás seria fácil á los vencedores de Italia; llegaron por mar á Sicilia. El rey don Alonso, su hermano, estaba allí á la mira esperando ocasion de apodero, y que de obispo de Osma poco antes pasara á ser rarse del reino de Nápoles, y para este efecto pretendia ganar las voluntades de los señores de aquel reino y de poner amistad con los demás príncipes de Italia, sobre todos con el pontífice Eugenio, de quien tenia experiencia le era muy contrario y deseaba desbaratar sus intentos. Ofrecíase buena ocasion para salir con esto por la larga indisposicion de la Reina y por la diferencia que los grandes de aquel reino tenian entre sí; item, por una desgracia que sucedió al Pontífice, alborotóse tanto el pueblo de Roma, que á él fué forzado huirse de aquella ciudad. La venida á Roma de Antonio Colona, príncipe de Salerno, hizo que el pueblo fácilmente tomase las armas y se alborotase contra el Papa. La causa deste odio era que perseguia á los señores de la casa Colona, y que por culpa suya aquellos dias la gente de Filipe, duque de Milan, debajo la conducta de Francisco Esforcia, talaron y saquearon la campaña de Roma. Huyó el Pontifice por el Tibre en una barca; y si bien para mayor disimulacion iba vestido de fraile francisco, desde la una ribera y desde la otra le tiraron piedras y dardos: grande atrevimiento, pero tanto puede la indignacion del pueblo y su ira cuando está irritado. En las galeras que halló apercebidas en Ostia, pasó á Toscana. Esta afrenta del Pontífice, como se divulgase por todas las provincias, causó diferentes movimientos en los ánimos de los príncipes conforme á la aficion y pretensiones de cada cual. Algunos le juzgaban por digno de aquella desgracia por tener irritados sin propósito los suyos,

arzobispo de Sevilla. A este mismo tiempo que el Rey
estaba en Madrid, falleció en aquella villa don Enrique
de Villena, el cual hasta lo postrero de su vejez sufrió
con paciencia y con el entretenimiento que tenia en sus
estudios la injuria de la fortuna y verse privado de
sus dignidades y estados. Fué dado á las letras en tanto
grado, que se dice aprendió arte májica; sus libros por
mandado del Rey fueron entregados para que los exa-
minase á Lope de Barrientos, fraile de Santo Domin-
go, maestro que era del príncipe don Enrique. El hizo
quemar parte dellos, de que muchos le cargaban, ca
juzgaban se debian aquellos libros que tanto costaron
conservar sin peligro y sin daño para que se aprovecha-
sen dellos los hombres eruditos. Respondió él por es-
crito en su defensa excusándose con la voluntad y ór-
den que tenia del Rey, á que él no podia faltar. Los
señores de Nápoles por el aborrecimiento que tenian al
estado presente de aquel reino y por estar cansados
del gobierno de mujer y sus desórdenes, se inclinaban
á favorecer al rey de Aragon. El, con grandes promesas
que
hizo á Nicolao Picinino, un gran capitan en aquella
sazon en Italia, pariente de Braccio, que fué otro gran
caudillo, le atrajo para que siguiese su partido. En
Palermo otrosi hizo confederacion con el príncipe de
Taranto y con sus parientes y aliados, que por ser mal-
tratados del duque de Anjou y de Jacobo Caldora y
de sus gentes, acudieron á pedir socorro al rey de
Aragon. El concierto fué que seguirian el partido de
Aragon á tal que les enviase tanta gente de socorro

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