Imágenes de páginas
PDF
EPUB

le apretaron en lo postrero de su edad; aviso que la vida larga no siempre es merced de Dios. Mas ¿qué otra cosa sujetó á aquel Príncipe, poco antes tan grande, á tantas desgracias sino los muchos años? De manera que no siempre se debe desear vivir mucho, que los años sujetan á las veces los hombres á muchos afanes, y el fallecer en buena sazon se debe tener por gran felicidad. Aquel mismo mes se celebraron las bodas del

Castilla. Este era el mayor daño. El de Toledo y luigo Lopez de Mendoza, que fué puesto en lugar de Arellano, con un largo cerco con que apretaron á Torija la forzaron á rendirse á partido que dejasen ir libres á los soldados que tenia de guarnicion. Este daño que recibió el partido de Aragon recompensaron los soldados de Atienza con apoderarse en tierra de Soria de un castillo que se llama Peña de Alcázar. El rey de Casti

rey de Castilla y doña Isabel en Madrigal; las fiestas nolla, irritado por esta nueva pérdida, desde Madrigal,

fueron grandes por las alteraciones que andaban todavía entre los grandes. La suma es que entre el Rey y la Reina sin dilacion se trató de la manera que podrian destruir á don Alvaro de Luna; negocio que aun no estaba sazonado, dado que él mismo por no templarse en el poder caminaba á grandes jornadas á su perdicion. Este fué el galardon de ser casamentero en aquel matrimonio. El rey don Alonso, como lo tenian tratado, fué por el duque Filipo nombrado en su testamento por heredero de aquel estado. En esta conformidad Ramon Buil, uno de los comisarios del Rey en Lombardía, en cuyo poder quedó el un castillo de aquella ciudad, hizo que los capitanes hiciesen los homenajes y juramento al rey don Alonso como duque de Milan. La muchedumbre del pueblo con deseo de la libertad acudió á las armas con tan grande brio, que se apoderaron de los dos castillos que tenia Milan, y sin dilacion los echaron por tierra y los arrasaron. Don Alonso no podia acudir por estar ocupado en la guerra de Florencia, que ya tenia comenzada, en que se apoderó por las armas de Ripa, Marancia y de Castellon de Pescara en tierra de Volterra. Los florentines, alterados por esta causa, llamaron en su ayuda á Federico, señor de Urbino, y á Malatesta, señor de Arimino. El Rey puso cerco sobre Piombino, y se apoderó de una isla que le está cercana, y se llama del Lillo. Los de Piombino asentaron que pagarian por parias cada un año una taza de oro de quinientos escudos de peso; los florentines otrosí se concertaron con el Rey debajo de ciertas condiciones, con que dejadas las armas, se partió para Sulmona. Quedaron por él en lo de Toscana la isla del Lillo y Castellon de Pescara. Erale forzoso acudir á lo de Milan y aquella guerra. Hobo diversos trances; venció finalmente Francisco Esforcia, mozo de grande ánimo, pues pudo por su esfuerzo y con ayuda de venecianos quitar la libertad á los milaneses y al rey don Alonso el estado que le dejara su suegro. Cepa de do procedió una nueva línea de príncipes en aquel ducado de Milan y ocasion de nuevas alteraciones y grandes, en que Francia con Italia, y con ambas España se revolvieron con guerras que duraron hasta nuestro tiempo, variables muchas veces en la fortuna y en los sucesos, como se irá señalando en sus propios lugares.

CAPITULO VI.

Que muchos señores fueron presos en Castilla. Las cosas de Castilla aun no sosegaban; de una parte apretaba el rey Moro, ordinario y ferviente enemigo del nombre de Cristo; de otra estaba á la mira el de Navarra, que tenia mas confianza que en sus fuerzas en la discordia que andaba entre los grandes de

do estaba, partió por el mes de setiembre para Soria ; seguíaule tres mil de á caballo, número bastante para hacer entrada por la frontera y tierras de Aragon. Por el mismo tiempo en Zaragoza se tenian Cortes de Aragon para proveer con cuidado en lo de la guerra que les amenazaba. Entendian que tantos apercebimientos como en Castilla se hacian no serian en vano. Hiciéronse diligencias extraordinarias para juntar gente; mandaron y echaron bando que todos los naturales de diez uno, sacados por suertes, fuesen obligados á tomar las armas y alistarse; resolucion que si no es en extremo peligro, no se suele usar ni tomar. No obstante esta diligencia, enviaron por sus embajadores á Soria á Iñigo Bolea y Ramon de Palomares para que preguntasen cuál fuese el intento del Rey y lo que con aquel ruido y gente pretendia, y le advirtiesen se acordase de la amistad y liga que entre los dos reinos tenian jurada. Si confiaba en sus fuerzas, que tomadas las armas, lo que era cierto se hacia dudoso y se aventuraba; que comenzar la guerra era cosa fácil, pero el remate no estaria en la mano del que le diese principio y fuese el primero á tomar las armas. A esta embajada respondió el Rey, á 20 de setiembre, en una junta mansamente y con disimulacion, es á saber, que él tenia costumbre de caminar acompañado de los grandes y de su gente; que los aragoneses hicieron lo que no era razon en ayudar al de Navarra con consejo y con fuerzas; si no lo emendaban, lo castigaria con las armas. Envió junto con esto sus reyes de armas, llamados Zurban y Carabeo, para que en las Cortes de Zaragoza se quejasen destos desaguisados. Los aragoneses asimismo tornaron á enviar al Rey otra embajada. Entre tanto que estas demandas y respuestas audaban, los soldados de Castilla de sobresalto se apoderaron del castillo de Verdejo, que está en tierra y en el distrito de Calatayud. Con esto desistieron de tratar de las paces, y luego vinieran á las manos, si un nuevo aviso que vino de que los grandes en lo interior y en el riñon de Castilla se conjuraban y ligaban entre sí no forzara al rey de Castilla á dar la vuelta á Valladolid. En aquella villa tuvo las pascuas de Navidad, principio del año de 1448. En el mismo tiempo un escuadron de gente de Navarra tomó la villa de Campezo, y el gobernador de Albarracin se apoderó de Huelamo, pueblo de Castilla á la raya de Aragon, y que está asentado en la antigua Celtiberia, no léjos de la ciudad de Cuenca. Desta manera variaban las cosas de la guerra; así es ordinario. El mayor cuidado era de apaciguar á los grandes y reconciliar con el Rey al Príncipe, su hijo, ca por su natural liviano nunca sosegaba del todo ni era en una cosa constante. La ambicion de don Alvaro y de don Juan Pacheco era impedimento para que no se pudiese efectuar cosa alguna

en esta parte. Menudeaban las quejas; cada cual de los dos pretendia derribar al otro y por este medio subir él al mas alto grado. Entendió esto don Alonso de Fonseca, obispo de Avila, persona de ingenio sagaz; procuró concordallos y hacellos amigos. Decíales que si se aliaban tendrian mano en todo el gobierno ; la discordia. seria causa de su perdicion. Tomóse por expediente para atajar las conjuraciones de los grandes prender muchos dellos en un dia señalado. Para poner esto en ejecucion tuvieron habla el Rey y el Príncipe, su bijo, entre Medina del Campo y Tordesillas á 11 de mayo, sábado, víspera de pascua de Espíritu Santo. Como se concertó, así se hizo, que don Alonso Pimentel, conde de Benavente, y don Fernan Alvarez de Toledo, conde de Alba, don Enrique, hermano del Almiraute, los dos hermanos Pedro y Suero de Quiñones fueron presos. Al de Benavente, don Enrique y á Suero llevaron á Portillo; al de Alba y Pedro de Quiñones á Roa para que allí los guardasen. Achacábanies que trataban de hacer volver al rey de Navarra á Castilla. Como los hombres naturalmente se inclinan á creer lo peor, decia el vulgo, que á nadie perdona, era todo invencion para aplacar el odio del pueblo concebido por aquellas prisiones. El Almirante y el conde de Castro, como no les hobiesen podido persuadir que viniesen á la corte, avisados de lo que pasaba, se retiraron á Navarra. Lo que era consiguiente, tomáronles los estados sin dificultad por no tener quien los defendiese ni estar los pueblos apercebidos de vituallas. Estos fueron Medina de Ruiseco, Lobaton, Aguilar, Benavente, Mayorga con otro gran número de pueblos y castillos. Diego Manrique de su voluntad entregó los castillos de Navarrete y de Treviño como en rehenes y para seguridad que guardaria lealtad á su Rey. Todas estas trazas á los malos dieron gusto; los buenos las aborrecian; y no se sanaron las voluntades, sino antes se exasperaron mas y comenzaron nuevas sospechas de mayor guerra. Continuábanse todavía las Cortes de Zaragoza, en que por el mes de abril entre Aragon y Castilla se concertaron treguas por seis meses; que las paces, ó no pudieron, ó no quisieron concluillas. De los dos señores que se huyeron de Castilla, el conde de Castro se quedó en Navarra, el Almirante llegó á Zaragoza á 29. de mayo. En aquella ciudad trató con el rey de Navarra de lo que debian hacer. Acordóse que el Almirante pasase en Italia para informar de todo lo que pasaba como testigo de vista. Estaba el rey don Alonso á la sazon sobre Piombino, como queda dicho antes, cuando en un mismo tiempo el Almirante y don Garci Alvarez de Toledo, hijo del de Alba, por diversos caminos llegarón allí. El de Aragon los recibió muy bien y les dió muy grata audiencia; demás desto, prometió de les acudir y ayudallos, dióles cartas que escribió á los grandes, desta sustancia: «Amigos y deudos: De vuestro » desastre nos ha informado nuestro primo el Almiran>>te. Cuánta pena nos haya dado no hay para qué de»cillo; el tiempo en breve declarará cuánto cuidamos de >> vos y de vuestras cosas, y que no excusarémos por el >> bien de Castilla ningun gasto ni peligro que se ofrezca. » Dios os guarde. De los reales de Piombino, á 10 de » agosto,» En este comedio en Castilla se gastaron

algunos meses en apoderarse de los estados y lugares de los grandes. El Rey y el Príncipe, su hijo, comunicados los negocios entresi, acordaron se pusiesen guarniciones en las fronteras del reino en lugares couvenientes, en especial contra los moros. Resuelto esto, Alonso Giron, primo. de Juan Pacheco, fué nombrado para que estuviese en Hellin y en Humilla por frontero con docientos de á caballo y cuatrocientos infantes, con que acometió cierto número de moros que entraron por aquella parte y los desbarató, Mostró en este caso mayor ánimo que prudencia, ca los enemigos se recogieron en un colla lo que cerca caia; dende de repente con grande alarido cargaron sobre los cristianos que con gran seguridad y descuido recogian los despojos, y por estar esparcidos por todo el campo los destrozaron, sin poder huir ni tomar las armas ni hacer ni proveer nada. Los mas fueron muertos, algunos pocos con el Capitan se salvaron por los piés, perdidas las armas y los estandartes. Sobre las dem is desgracias de Castilla este nuevo revés alteró el ánimo del Rey, tanto mas, que por el mismo tiempo e! princi pe don Enrique, ofendido de nuevo contra don Alvar) de Luna, desde Madrid, do estaba con su padre, se retiró á Segovia; causa de nuevo sentimiento para el Rey. Determinóse para remedio de tantos males y buscar algun camino para atajallos de juntar Cortes en Valla dolid. El príncipe don Eurique por órden de su pa Iro sc llegó á Tordesillas. Antes que el Rey tambien fuese á verse con él, como estaba acordado, en una junta que tuvo declaró ser su voluntad reconciliarse con su hijo y perdoualle; á los caballeros conforme á los méritos de cada cual premiallos ó castigallos; en particular dijo que queria hacer merced y repartir los pueblos y estados de los parciales entre los leales. Los procuradores de las ciudades cada cual á porfía loaba el acuer do del Rey; quien mas podia mas le adulaba, que es una mala manera de servicio y de agrado tanto, mas perjudicial cuanto mas á los principes gustoso. Solo Diego Valera, procurador de la ciudad de Cuenca, á instancia de su compañero y por mandado del Rey tomó la mano; y aunque con cierto rodeo, claramento amonestó al Rey no permitiese que los grandes, personas de tanta nobleza y de tan grandes méritos suyos Y de sus antepasados, fuesen condenados sin oirlos primero. Dijo que de otra manera seria injusto el juicio, dado que sentenciasen lo que era razon. Hernando de Rivadeneyra, hombre suelto de lengua y arrojado, amenazó á Valera; dijo que le costaria caro lo que labló. El Rey mostró mal rostro contra aquel atrevimiento. Salióse luego de la junta, con que dió á enten. der cuánto le desagradaron las palabras de Rivadeney ra. Ocho dias despues Valera escribió al Rey una carta en esta sustancia: «Dad paz, señor, en nuestros dias. »Cuántos males hayan traido á la república las discor-. >> dias domésticas no hay para qué declarallo; nuestras » desventuras dan bastante testimonio de todo, las mas » graves que los hombres se acuerdan; todo está des>>truido, asolado, desierto, y la miserable España la » tercera vez se va á tierra, si con tiempo no es socorri » da. Quiero con los profetas antiguos llorar el daño y » destruicion de la patria; pero quejarse y suspirar so

[ocr errors]

>lamente y no poner otro remedio á los males fuera de > las lágrimas téngolo por cosa vana. Esto es lo que me »ha forzado á escribir. En vuestra prudencia, señor, » despues de Dios están puestas todas nuestras esperan»zas; si no os mueve nuestra miseria, á lo menos la > desventura de vuestro reino os punce. Si en alguna co»sa se errare, el daño será comun de todos, la afrenta »solo vuestra; que la fama y la fortuna de los hombres » corren á las parejas. Este es el peligro de los que rei»nan; las prosperidades pertenecen á todos, las cosas Dadversas y reveses á solo el príncipe se imputan. Con » premio y con castigo, severidad y clemencia se go>>biernan los reinos. Así lo enseña la experiencia, y grandes varones lo dejaron escrito. Cierto término » debe haber en esto y guardar cierta medida, bien así como en lo demás. No es mi intento de disputar en es»te lugar de cosa tan grande. Traer ejemplos, así antiguos como modernos por la una y por la otra parte, ¿qué >>presta? A muchos levantó la clemencia; la severidad ná pocos, por ventura á ninguno. Poned los ojos en » Alejandro, César, Salomon, Roboam, en los NeroDnes. Las partes que la aspereza y el rigor, por ventura >> necesario, pero usado fuera de tiempo, tienen enco»nadas, con la blandura se han de sanar y con echar » por diverso camino que el que hasta aquí se ha toma»do. En conclusion, cuatro cosas conviene hacer; este Des mi parecer, ojalá tan acertado como es el deseo que » de acertar tengo. Conviene apaciguar al Príncipe, »> llamar á los desterrados, soltar á los que están presos » y establecer un perpetuo olvido de las enemigas pasa» das. La facilidad en el perdonar, dirá alguno, seria > causa de desprecio; verdad es, si el Príncipe pudiese »ser despreciado que tiene valor y ánimo; cosa peli»grosa es quererse autorizar con la sangre de sus va»sallos. La falta de castigo, dirá otro, hará los hombres matrevidos, y las leyes mandan sea castigado el desDacato y la deslealtad. Es así; pero la propia loa de los >> reyes es la clemencia, y toda grande hazaña es forzoso tenga algo que se pueda tachar; que si en algo se » quebrantaren las leyes, el bien y la salud pública lo » recompensarán y soldarán todo. Quiero últimamente » hacer mis plegarias. Ruego á Dios que de mis pala»bras, salidas de corazon muy llano, esté léjos toda »sospecha de arrogancia, y que vuestro entendimien»to para determinar cosas tan grandes sea alumbrado »con luz celestial que os enseñe lo que convendrá ha>>cer.>> Esta carta dió pesadumbre á don Alvaro de Luna; al Rey y á todos los buenos fué muy agradable. El conde de Plasencia, leida esta carta, gustó tanto del ingenio de Valera y de su libertad, que le recibió en su servicio, y le entregó su hijo mayor para que le criase y amaestrase.

CAPITULO VII.

De las bodas del rey de Portugal.

La prision de tan grandes señores y la huida de otros que fueron forzados á salir de toda Castilla alteró mucho la gente y acarreó graves daños. Tratábase dentro y fuera del reino de poner á los presos en libertad y hacer que los huidos volviesen á su tierra. El temor los entretenia y enfrenaba, maestro no duradero ni bueno de lo que

conviene, ca mudadas las cosas algun tanto, se atrevieron los que esto pensaban á procurallo y ponello por obra. El conde de Benavente huyó de la prision; dióle lugar para ello Alonso de Leon por grandes dádivas de presente y mayores promesas que le hizo para adelante; del cual Diego de Ribera, alcaide del castillo, hacia grande confianza. Este dió entrada á treinta soldados en el castillo, que acompañaron al Conde en caballos que para esto tenian apercebidos en un pinar allí cerca, y le llevaron á Benavente. Con su venida los moradores de aquella villa echaron la guarnicion de soldados que tenian puestos por el Rey. Luego despues acudieron á Alba de Liste, que estaba cercada por los del Rey, y los forzaron á alzar el cerco. Junto con esto se apoderaron de otros pueblos de menos cuenta. Esta nueva fué de mucha alegría para los buenos y comunmente para el pueblo. El Rey, alterado con ella, dejó á don Alvaro en Ocaña con órden de apercebir lo necesario para la guerra de Aragon, y él á grandes jornadas se fué á Benavente; desde donde por hallar aquel pueblo apercebido pasó á Portugal, que halló alegre por las bodas de su Rey que poco antes celebró con doğa Isabel, hija de don Pedro, su tio y gobernador del reino, con quien siete años antes estaba desposado. Fué esta señora de costumbres muy santas y de apostura muy grande. Deste casamiento nacieron don Juan, que murió niño, y doña Juana, su hermana, que murió sin casar, y otro don Juan que vivió largos años y heredó el reino de su padre. Era el Rey todavía de tierna edad y no bas→ tante para los cuidados del reino. Don Pedro, su suegro, estaba muy apoderado del gobierno de mucho tiempo atrás, cosa que los demás grandes la tenian por pesada y la comenzaban á llevar mal. La muchedumbre del pueblo, como quier que sea amiga de novedades, huelga con la mudanza de los señores por pensar siempre que lo venidero será mejor que lo presente y pa→ sado. El que mas se señalaba en tratar de derribar á don Pedro era don Alonso, conde de Barcelos, sin tener ningun respeto á que era su hermano, ni tener memoria de la merced que poco antes le hiciera, que por muerte de don Gonzalo, señor de Berganza, que falleció sin hijos poco antes, le nombró y dió título de duque de Berganza. Así suelen los hombres muchas veces pagar grandes beneficios con alguna grave injuria; la ambicion y la envidia quebrantan las leyes de la naturaleza. Tenia poca esperanza de salir con su intento, si no era con maldad y engaño. Persuadió al Rey, que era mozo y de poca experiencia, tomase él mismo el gobierno, y que el agravio y injuria que su suegro hizo á su madre en echalla primero del reino, despues acaballa con yerbas, como él decia que lo hizo, la vengase con dalle la muerte; que hasta entonces siempre gobernó soberbia y avaramente y robó la república; que segun el corazon humano es insaciable, se podia temer que sin contentarse de lo que es lícito, pre, tenderia pasar adelante, y de dia y de noche pensaria cómo hacerse rey, para lo cual solo el nombre le faltaba. Alterado el Rey con estos chismes y murmuraciones, trató de vengarse de don Pedro. El, avisado de lo que pasaba, porque en aquella mudanza tan súbita de las cosas no le hiciesen algun desaguisado á él ó á los su

yos y tambien para esperar en qué paraban y qué términó tomaban aquellas alteraciones, se fortificó dentro de Coimbra. Sufren mal los grandes ánimos cualquiera injuria, y mas cuando no tienen culpa; así, con intento de apoderarse de Lisboa, se concertó con los ciudadanos de aquella ciudad que se la entregasen; pero como quier que cosa tan grande no pudiese estar secreta, en el camino en que iba para allá con número de soldados le pararon una celada, con que le fué forzoso venir á las manos. Dióse esta batalla año de nuestra salvacion de 1449. Sobre el mes no concuerdan los autores, y hay diversas opiniones; la suma es que en ella murió el mismo don Pedro con muchos de los suyos. Sus émulos y gente curiosa de cosas semejantes decian fué castigo del cielo, ca le hirieron el corazon con una saeta enberbolada; de la herida murió; persona digna de mejor suerte y de mas larga vida, si bien vivió cincuenta y siete años. Fué de grande ánimo, de aventajada prudencia por la grande experiencia que tuvo de las cosas. Díjose que el Rey sintió mucho la muerte de su tio y suegro; la fama mas ordinaria y el suceso de las cosas convence ser esto, engaño, pues por mucho tiempo le fué negada la sepultura; verdad es que adelante le en terraron en Aljubarrota, entierro de los reyes, y le hicieron sus honras y exequias. Su hijo don Diego fué preso en la batalla, y adelante se fué á Flúndes; desde allí su tia la duquesa doña Isabel le envió á Roma para que fuese cardenal. Doña Beatriz, su hermana, pasó otrosí á Flandes y casó con Adolfo, duque de Cleves. Despues desto, en Portugal gozaron de una larga paz; el Rey entrado en edad gobernó el reino sabiamente, si bien fué mas afortunado en la guerra que hizo contra los moros mas mozo que en la que tuvo contra Castilla en lo postrero de su edad. Mostróse muy señalado en la piedad; en el rescate de los cautivos que tenian los moros presos en Africa gastó y derramó grande parte de sus rentas y tesoros, si se puede decir que la derramo, y no mas aína que la empleó santísimamente en provecho de muchos. Túchanle solamente que se entregó á sí y á sus cosas al gobierno de sus criados y cortesanos. Creo que fué mas por llevallo así aquellos tiempos y por alguna fuerza secreta de las estrellas que por falta particular suya; daño que fué causa de grandes desgustos y desastres, así bien en las otras provincias como en la de Portugal.

CAPITULO VIII.

Del alboroto de Toledo.

Quedóse don Alvaro de Luna en Ocaña, segun se ha tocado, para apercebir lo necesario para la guerra de Aragon. Trataba con gran cuidado de juntar dineros, de que tenian la mayor falta. Ordenó que Toledo, ciudad grande y rica, acudiese con un cuento de maravedís por via de empréstido repartido entre los vecinos; cantía y imposicion moderada asaz, sino que cosas pe queñas muchas veces son ocasion de otras muy grandes, Dió cuidado y cargo de recoger este dinero á Alonso Cota, hombre rico, vecino de aquella ciudad. Opusiéronse los ciudadanos. Décian no permitirian que con aquel principio las franquezas y privilegios de aquella ciudad fuesen quebrautados. Avisaron á don Alvaro; mandó

que, sin embargo, se pasase adelante en la cobranza. Alborotóse el pueblo, y con una campana de la iglesia mayor tocaron al arma. Los primeros atizadores fueron dos canónigos, llamados el uno Juan Alonso, y el otro Pedro Galvez. El capitan del populazo alborotado fué un odrero, cuyo nombre no se sabe; el caso es muy averiguado. Cargaron sobre las casas de Alonso Cota y pegáronles fuego, con que por pasar muy adelante se quemó el barrio de la Madalena, morada en gran parte de los mercaderes ricos de la ciudad; saquearonles las casas, y no contentos con esto, echaron en prision á los que allí hallaron, gente miserable, sin tener respeto ni perdonar á mujeres, viejos y niños. Sucedió este feo y cruel caso á 26 de enero. Unos ciudadanos maltrataban á otros no de otra manera que si fueran enemigos, que fué un cruel espectáculo y daño de aquella nobleciudad. En especial se enderezó el alboroto contra los que por ser de raza de judíos el pueblo los llama cristianos nuevos. El odio de sus antepasados pagaron sin otra causa los descendientes. El alcalde Pero Sarmiento y su teniente el bachiller Márcos García, á quien por desprecio llama el vulgo hasta hoy Marquillos de Mazarambroz, que debieran sosegar la gente alborotada, antes los atizaban y soplaban la llama. Tras la revuelta se siguió el miedo de şer castigados; por entender les barian guerra cerraron las puertas de la ciudad, que fué lo que solo restaba para despeñarse del todo y remediar un delito con otro mayor. Así, en breve la alegría que tenian por lo hecho se les trocó en pesadumbre y les acarreó muchos daños. Don Alvaro no tenia bastantes fuerzas ni autoridad para sosegar aquellas alteraciones tan grandes y castigar á los culpados, especial que el dicho Pero Sarmiento le era contrario. Dió aviso al Rey de lo que pasaba, el cual á instancia suya y habiéndose en este medio tiempo apoderado de Benavente, acudió á apagar aquel fuego por temor que tenia de aquellos principios no resultasen mayores daños. Por negalle la entrada se alojó en el hospital de San Lázaro. Tiráronie algunas balas desde aquella parte de la ciudad que llaman la Granja con un tiro de artillería que allí pusieron. Cuando disparaban decian: «Tomad esa naranja que os envian desde la granja »; desacato notable. Con la venida del Rey tomó Pero Sarmiento ocasion de hacer nuevas crueldades y desafueros; prendió muchos ciudadanos con color que trataban de entregar al Rey la ciudad. Púsolos á cuestion de tormento, en que algunos por la fuerza del dolor confesaron mas de lo que les preguntaban. Robáronles sus bienes, y á muchos dellos quitaron las vidas; cruel carnicería, hacer delito y castigar como á tal la lealtad y el deseo de quietud y reposo, cosa que entre amotinados de ordinario se suele tener y contar por alevosía y gravísima maldad. El Rey se fué á Torrijos. Allí fueron algunos caballeros enviados por la ciudad, cuyos nombres aquí se callan, para que le dijesen en nombre de Toledo y de las demás ciudades que si no apartaba de sí á don Alvaro de Luna y mandaba que á las ciudades se guardasen sus franquezas, darian la obediencia y alzarian por señor al príncipe don Enrique, su hijo. Fué grande este desacato, y el sentimiento que causó en el Rey no menor; así, sin dar alguna respuesta, despidió aquellos

ble, tomado de ciertos memoriales y papeles de una persona muy grave. Cuál de las partes tuviese razon y justicia, y cuál no, no hay para que disputallo; quedo al lector el juicio libre para seguir lo que mas le agradare, que podrá, por lo que aquí queda dicho y por otros tratados que sobre este negocio por la una y la otra parte se han escrito, sentenciar este pleito, á tal que sea con ánimo sosegado y sin aficion demasiada á ninguna de las partes.

CAPITULO IX.

De otras nuevas revueltas de los grandes de Castilla.

caballeros. Mandó poner sitio sobre la ciudad; los nació empero se debia referir aquí por ser cosa tan notaturales llamaron en su ayuda al Príncipe, con cuya llegada se alzó el cerco. Pero sin embargo de labellos librado del peligro y habelle acogido en la ciudad, no le entregaron las llaves de las puertas ni del alcázar. La muchedumbre del pueblo alborotado nunca se sabe templar, ó temen ó espantan, y proceden en sus cosas desa poderadamente. Hicieron, á los 6 de junio, un estatuto en que vedaban á los cristianos nuevos tener oficios y cargos públicos; en particular mandaban que no pudiesen ser escribanos ni abogados ni procuradores, conforme á una ley ó privilegio del rey don Alonso el Sabio, en que decian y pretendian otorgó á la ciudad de Toledo que ninguno de casta de judíos en aquella ciudad ó en su tierra pudiese tener ni oficio público ni benefi- No cesaba el de Navarra de solicitar á los grandes do cio eclesiástico. En todo se procedia sin tiento y arre- Castilla para que se alborotasen. Las ciudades de Murcia baladamente; no daban lugar las armas y fuerza para y de Cuenca no se mostraban bien afectas para con su mirar qué era lo que por las leyes y costumbres estaba Rey, de que alguna esperanza tenian el de Navarra y los establecido y guardado; sola una grave tiranía se ejer- otros sus parciales de recobrar sus antiguos estados. citaba y atroces agravios. Un cierto dean de Toledo, na- Hacian los de Aragon diversas correrías en tierras do tural de aquella ciudad, cuyo nombre y linaje no es ne- Castilla, y en la comarca de Requena robaron gran cocesario declarar aquí, confiado en sus riquezas y en sus pia de ganados. Demás desto, los moradores de aqueTetras, en especial en la cabida que tenia en Roma, ca lla villa, como saliesen á buscar los enemigos con mafué datario y adelante obispo de Coria, como algunos yor ánimo que prudencia, fueron vencidos en una pelea dicen labello oido á sus antepasados, y es así, se retiró que trabaron. Sin embargo, la esperanza que tenian los á la villa de Santolalla. Allí puso por escrito con mayor contrarios de apoderarse de Murcia les salió vana. coraje que aplauso un tratado en que pretendia que Acometieron los aragoneses á entrar en Cuenca debajo aquel estatuto era temerario y erróneo. Ofrecióse de- de la conducta de don Alonso de Aragon, hijo del rey más desto de disputar públicamente y defender siete de Navarra. Llamólos Diego de Mendoza, alcaide de la conclusiones que en aquel propósito envió á la ciudad. fortaleza que en aquel tiempo se veia en lo mas alto de No contento con esto, sobre el mismo caso enderezó una la ciudad; al presente hay solamente piedras y parededisputa mas larga á don Lope de Barrientos, obispo de nes, muestra y rastros de edificio muy grande y muy Cuenca, en que señala por sus nombres muchas fami- fuerte. Estos intentos salieron tambien en vacío en esta lias nobilisimas con parientes del mismo y otros de separte á causa que el obispo Barrientos defendió con mejante ralea emparentadas; si de verdad, si fingida grande esfuerzo la ciudad. Pasado este peligro, en Aramente por hacer mejor su pleito, no me parece con- gon se movieron nuevos tratos con ocasion de la vuelta viene escudriñallo curiosamente. Basta que no paró en del almirante de Castilla, de quien se dijo que pasó en esto su desgusto y alteracion, antes fué causa, como Italia. Convocaron los procuradores de las ciudades y yo pienso, que el pontifice Nicolao expidiese una bula los demás brazos para que se juntasen en Zaragoza; en que reprueba todas las cláusulas y capítulos de aquel leyéronse los órdenes é instrucciones y mandatos que estatuto el tercero año de su pontificado, es á saber, el el rey de Aragon enviaba, y conforme á ellos pretenmismo en que sucedió el alboroto de Toledo de que va- dian que se juntasen las fuerzas del reino y se abriese la mos tratando; cuya copia no me pareció seria conve- guerra con Castilla. Esquivaban los procuradores el niente poner en este lugar; solo diré que comienza por rompimiento. Decian no estaba bien al reino trocar estas palabras traducidas de latin en castellano: «El fuera de sazon la paz que tenian con Castilla con la nenemigo del género humano, luego que vió caer en guerra, especial ausente el Rey y los tesoros del reinb »buena tierra la palabra de Dios, procuró sembrar ciza- acabados; por esto intentaron otros medios y ayudas, »ña para que ahogada la semilla, no llevase fruto algu- tratóse de casar al príncipe de Viana con hija del conde »no.» La data desta bula fué en Fabriano, año de la En- de Haro. Procuraron otrosi que los grandes de Castilla carnacion de 1449 á 24 de setiembre. Otra bula que tuviesen entre sí habla, y sobre todo y lo mas principal expidió el mismo pontífice Nicolao dos años adelante, convidaron al príncipe de Castilla dou Enrique para liá 29 de noviembre, tampoco será necesario engerilla garse con los que fuera del reino y dentro andaban desaquí por ser sobre el mismo negocio y conforme á la pa- contentos. Atreviéronse á intentar esta prática por no sada. Tampoco quiero poner los decretos que consecuti- haberse aun el Príncipe reconciliado con su padre, anvamente hicieron en esta razon los arzobispos de Toledo tes en su deservicio estaba apoderado de Toledo. La don Alonso Carrillo, en un sínodo de Alcalá, y el car- muchedumbre del pueblo le entregó la ciudad. Los mo denal don Pero Gonzalez de Mendoza en la ciudad de vedores del alboroto pasado querian darse al Rey. Por Victoria algunos años despues deste tiempo de la misma esto y por sus deméritos grandes fueron presos dentro sustancia. Casi todo esto que aquí se ha dicho de la de la iglesia mayor, donde se retrajeron. A los principarevuelta y estatuto de Toledo dejaron los coronistas de les alborotadores, que eran los dos canónigos do Tocontar, creo con intento de no hacerse odiosos. Pare-ledo, enviaron presos á Santorcaz para que en aquella

« AnteriorContinuar »