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gente bastante para atropellar á don Alvaro, su enemigo declarado. Importaba que el negocio fuese secreto; por esto envió la Reina á la condesa de Ribadeo, nora principal y prudente y sobrina que era del mismo Conde de parte de madre, para que mas le animase y le hiciese apresurar. Hizo ella lo que le mandaron. Avisó á su tio que don Alvaro quedaba metido en la red y en el lazo; que como á bestia fiera era justo que cada cual acudiese con sus dardos y vengasen con su muerte las injurias comunes y daños de tantos buenos. El Conde no pudo ir por estar enfermo de la gota; envió en su lugar á su hijo mayor don Alvaro, que paró en Curiel, pueblo no léjos de Búrgos, para juntar gente de á caballo. Avisó el Rey á don Alvaro de Luna que se faese á su estado, pues no ignoraba cuanto era el odio que le tenian; que él pretendia gobernar el reino por consejo de los grandes. Debia el Rey estar arrepentido del acuerdo que tomara de hacer morir á don Alvaro, 6 temia lo que de aquel negocio podia resultar. Excusábase don Alvaro, y no venia en salir de la corte si no fuese que en su lugar quedase el arzobispo de Toledo; lo peor fué que por sospechar de las palabras del Rey, que entendia no las dijera sin causa, le tenían puestas algunas asechanzas, hizo una nueva maldad con que parecia quitalle Dios el entendimiento, y fué que matỏ en su posada á Alonso de Vivero, y desde la ventana de su aposento le hizo echar en el rio que corria por debajo de su posada, sin tener respeto á que era ministro del Rey y su contador mayor, ni al tiempo, que era viernes de la semana santa, á 30 de marzo, año de 1453. Este exceso hizo apresurar su perdicion y que el Rey enviase á toda priesa un mensaje para acuciar á don Alvaro de Zúñiga. Llegó á la ciudad arrebozado; seguíanle de trecho en trecho hasta ochenta de á caballo. Como fué de noche, llamaron algunos ciudadanos al castillo, y los avisaron que con las armas se apoderasen de las calles de la ciudad. No pudo todo esto hacerse tan secretamente que no corriese la fama de cosa tan grande y se dijese que el dia siguiente querian prender á don Alvaro; ninguno empero le avisaba del peligro en que se hallaba, que parece todos estaban atónitos y espantados. Solo un criado suyo, llamado Diego de Gotor, le avisó de lo que se decia, y le amonestaba que pues era de noche se saliese á un meson delarrabal. No recibió él este saludable consejo; que por estar alterado con diversos pensamientos, no hallaba traza que le contentase. A la verdad ¿dónde se podia recoger? Dónde estar escondido? ¿De quién se podia fiar? En la ciudad no tenia parte segura, muy léjos sus castillos, en que se pudiera salvar por ser muy fuertes. Despedido Gotor, se resolvió á esperar lo que sucediese; fiaba en sí mismo, y menospreciaba sus enemigos; lo uno y lo otro, cuando alguno está en peligro, demasiado y muy perjudicial. Ya que todo estaba á punto, á 5 de abril, que era juéves, al amanecer cercaron con gente armada las casas de Pedro de Cartagena, en que don Alvaro de Luna posaba. No pareció usar de fuerza, bien que algunos soldados fueron heridos por los criados de don Alvaro, que les tiraban con ballestas desde las ventanas de la casa. Anduvieron recados de una parte á otra. Por conclusion, don Alvaro

de Luna, visto que no se podia hacer al y que le era forzoso, demás que el Rey, por una cédula firmada de su mano que le envió, le prometia no le seria hecho agravio, que era todo dalle buenas palabras, finalmente se rindió. En las mismas casas de su posada fué puesto en prision, á las cuales vino el Rey á comer despues de oida misa. El obispo de Avila don Alonso de Fonseca venia al lado del Rey. Don Alvaro, como le viese desde una ventana, puesta la mano en la barba, dijo: Para estas, cleriguillo, que me la habeis de pagar. Respondió el Obispo: Pongo, señor, á Dios por testigo, que no he tenido parte alguna en este consejo y acuerdo que se ha tomado, no mas que el rey de Granada. Aun no tenia sus brios amansados con los males. Acabada la comida, y quitadas las mesas, pidió licencia para hablar al Rey. No se la dieron; envióle un billete en esta sustancia: « Cuarenta y cinco años ha que os >> comencé, señor, á servir; no me quejo de las merce» des, que antes han sido mayores que mis méritos, y » mayores que yo esperaba, no lo negaré. Una cosa ha » faltado para mi felicidad, que es retirarme con tiem>>po. Pudiera bien recogerme á mi casa y descanso, en » que imitara el ejemplo de grandes varones que así lo >> hicieron. Escogí mas aína servir como era obligado » y como entendi que las cosas lo pedian; engañéme, » que ha sido la causa de caer en este desman. Siento >> mucho verme privado de la libertad, que por darla á >> vuestra alteza no una vez he arriscado vida y estado. >> Bien sé que por mis grandes pecados tengo enojado á >> Dios, y tendré por grande dicha que con estos mis » trabajos se aplaque su saña. No puedo llevar adelante » la carga de las riquezas, que por ser tantas me han » traido á este término. Renunciáralas de buena gana, >> si todas no estuviesen en vuestras manos. Pésame de >> haberme quitado el poder de mostrar á los hombres » que como para adquirir las riquezas, así tenia pecho » para menospreciallas y volvellas á quien me las dió. >> Solo suplico que por tener cargada la conciencia á » causa de la mucha falta de los tesoros reales en diez »ó doce mil escudos que se hallarán en mi recámara y >> en mis cofres, se dé órden como se restituyan ente>>ramente á quien yo los tomé ; lo cual si no alcanzo >> por mis servicios, tales cuales ellos han sido, es justo » que lo alcance por ser la peticion tan justa y razona>>ble.» A estas cosas respondió el Rey: «Cuanto á lo que decia de sus servicios y de las mercedes recebidas, que era verdad que eran mayores que ningun rey ó emperador en tiempo alguno hobiese hecho á alguna persona particular. Que si le ayudó á recobrar la libertad que por su respeto le quitaran, no merecia por esta causa menos reprehension que alabanza. A la pobreza y falta de dinero, pues él fué della la principal causa, fuera mas justo que ayudara con sus riquezas que con agraviar á nadie; pero que, sin embargo, se tendria cuenta con que de sus bienes se hiciese la satisfaccion que decia, en que se tendria mas cuenta con la conciencia que con los enojos y desacatos pasados.» Es cosa maravillosa y digna de considerar que entre tantos como tenia obligados don Alvaro con grandes beneficios y favores ninguno le acudió en este trabajo. La verdad es que todos desamparan á los miserables, y per

dida la gracia del rey, luego todo se les muda en contrario. Llevároule preso á Portillo, y por su guarda Diego de Zúñiga, hijo del mariscal lùigo de Zúniga. Este año, tan señalado para los españoles por la justicia que se ejecutó en un tan gran personaje, fué en comun á los cristianos muy desgraciado y en que se derramaron muchas lágrimas por la ciudad de Constantinopla, de que los turcos se apoderaron. Fué así, que el gran turco Mahomad, ensoberbecido por las muchas victorias que de los nuestros ganara, despues que se apoderó de las demás ciudades y pueblos de la Tracia, que hoy se llama Romanía, asentó sus reales junto á Constantinopla, nobilísima ciudad, que fué por espacio de cincuenta y cuatro dias batida por mar y tierra con toda manera de ingenios y de trabucos hasta tanto que un dia, á 29 de mayo, un ginovés, por nombre Longo Justiniano, dió entrada á los turcos en la ciudad. Algunos señalan el año pasado, y dicen fué el lúnes de pascua de Espíritu Santo, si bien en el dia del mes concuerdan con los demás; sospecho se engañan. La suma es que en los miserables ciudadanos se ejecutó todo género de crueldad y fiereza bárbara, sin hacer diferencia de mujeres, niños y viejos. Pone grima traer á la memoria las desventuras de aquella nacion y nuestra afrenta, en qué manera las riquezas y poder de aquel imperio que antiguamente fué muy florido, en un momento de tiempo se asolaron. Bien que tenian asaz merecido este castigo por la fe que en el Concilio florentino dieron de ser católicos, junto con su emperador Juan Paleólogo, y poco despues la quebrantaron. Muerto él los dias pasados, sucedió en el imperio su hermano Constantino. Este Príncipe como viese entrada la ciudad, por no ser escarnecido si le prendian, dejada la sobreveste imperial, se metió en la mayor carga y priesa de los enemigos y allí fué muerto. Antepuso la muerte honrosa á la servidumbre torpe; muestra que dió de su esfuerzo en aquel trance. Sus hermanos Demetrio y Tomás escaparon con la vida, pero para ser mas afrentados con trabajos y desastres que les avinieron adelante. Alteró, como era razon, esta nueva los ánimos de todos los cristianos; derramaban lágrimas, afligíanse fuera de sazon y tarde despues de tan grande y tan irreparable daño. Desde aquel tiempo aquella ciudad ha sido silla y asiento del imperio de los turcos, conocida asaz y señalada por nuestros males. Don Carlos, príncipe de Viana, fué llevado á Zaragoza, y á instancia de los aragoneses le perdonó su padre y le puso en libertad á 22 de junio. La suma del concierto fué que el Principe obedeciese á su padre, y que de las ciudades y castillos que por él se tenian, quitase la guarnicion de soldados. Para cumplir esto dió en rehenes á don Luis de Biamonte, conde que era de Lerin y condestable de Navarra, y con él á sus hijos y otros hombres principales de aquel reino. La alegría que hobo por este concierto duró poco, ca en breve se levantaron nuevos alborotos. La codicia del padre y poco sufrimiento del hijo fueron causa que el reino de Navarra por largo tiempo padeciese trabajos y daños, segun que adelante se apuntará en sus luga

res.

CAPITULO XIII.

Cómo se hizo justicia de don Alvaro de Luna:

En un mismo tiempo el rey de Castilla se apoderaba del estado y tesoros de don Alvaro de Luna, y él mismo desde la cárcel en que le tenian trataba de descargarse de los delitos que le achacaban, por tela de juicio, del cual no podia salir bien, pues tenia por contrario al Rey y mas irritado contra él por tantas causas. Los jueces señalados para negocio tan grave, sustanciado el proceso y cerrado, pronunciaron contra él sentencia de muerte. Para ejecutalla, desde Portillo, do le llevaron en prision, le trajeron á Valladolid. Hiciéronle confesar y comulgar; concluido esto, le sacaron en una mula al lugar en que fué ejecutado con un pregon que decia: «Esta es la justicia que manda hacer nuestro señor el Rey á este cruel tirano por cuanto él con grande orgullo é soberbia, y loca osadía, y injuria de la real majestad, la cual tiene lugar de Dios en la tierra, se apoderó de la casa y corte y palacio del Rey nuestro señor, usurpando el lugar que no era suyo ni le pertenecia; é hizo é cometió en deservicio de nuestro señor Dios é del dicho señor Rey, é menguamiento y abajamiento de su persona y dignidad, y del estado y corona real, y en gran daño y deservicio de su corona y patrimonio, y perturbacion y mengua de la justicia, muchos y diversos crímines y excesos, delitos, maleficios, tiranías, cohechos; en pena de lo cual le mandan degollar porque la justicia de Dios y del Rey sea ejecutada, y á todos sea ejemplo que no se atrevan á hacer ni cometer tales ni semejantes cosas. Quien tal hace que así lo pague.» En medio de la plaza de aquella villa tenian levantado un cadabalso y puesta en él una cruz con dos antorchas á los lados y debajo una alhombra. Como subió en el tablado hizo reverencia á la cruz, y dados algunos pasos, entregó á un paje suyo que allí estaba el anillo de sellar y el sombrero con estas palabras: Esto es lo postrero que te puedo dar. Alzó el mozo el grito con grandes sollozos y llanto, ocasion que hizo saltar á muchos las lágrimas, causadas de los varios pensamientos que con aquel espectáculo se les representaban. Comparaban la felicidad pasada con la presente fortuna y desgracia, cosa que aun á sus enemigos hacia planir y llorar. Hallóse presente Barrasa, caballerizo del príncipe don Enrique; llamóle don Alvaro y díjole Id y decid al Príncipe de mi parte que eu gratificar á sus criados no siga este ejemplo del Rey, su padre. Vió un garfio de hierro clavado en un madero bien alto; preguntó al verdugo para qué le habian puesto allí y á qué propósito. Respondió él que para poner allí su cabeza luego que se la cortase. Añadió don Alvaro despues de yo muerto, del cuerpo haz á tu voluntad, que al varon fuerte ni la muerte puede ser afrentosa, ni antes de tiempo y sazon al que tantas honras ha alcanzado. Esto dijo, y juntamente desabrochado el vestido, sin muestra de temor abajó la cabeza para que se la cortasen, á 5 del mes de julio. Varon verdaderamente grande, y por la misma variedad de la fortuna maravilloso. Por espacio de treinta años, poco mas ó menos, estuvo apoderado de tal manera de la casa real, que ninguna cosa grande ni pequeña se hacia

divisa de la cruz fuesen á hacer la guerra contra los m moros de Berbería. El que alcanzó esta cruzada del sumo pontífice Nicolao V fué don Alvaro Gonzalez, obispo de Lamego, varon en aquel reino esclarecido por su prudencia y por la doctrina y letras de que era doladó.

CAPITULO XIV.

Cómo falleció el rey don Juan de Castilla.

Con la muerte de don Alvaro de Luna poco se mejoraron las cosas, mas aina se quedaron en el mismo estado que antes, dado que el Rey estaba resuelto, si la vida le durara mas años, de gobernar por sí mismo el reino y ayudarse del consejo del obispo de Cuenca y del prior de Guadalupe fray Gonzalo de Illescas, varones en aquella sazon de mucha entereza y santidad, con cuya ayuda pensaba recompensar con mayores bienes los daños y soldar las quiebras pasadas; á la dili

sino por su voluntad, en tanto grado, que ni el Rey mudaba vestido ni manjar ni recebia criado sino era por órden de don Alvaro y por su mano. Pero con el ejemplo deste desastre quedarán avisados los cortesanos que quieran mas ser amados de sus príncipes que temidos, porque el miedo del señor es la perdicion del criado, y los hados, cierto Dios, apenas permite que los criados soberbios mueran en paz. Acompañó á don Alvaro por el camino y hasta el lugar en que le justiciaron Alonso de Espina, fraile de San Francisco, aquel que compuso un libro llamado Fortalitium Fidei, magnífico título, bien que poco elegante; la obra erudita y excelente por el conocimiento que da y muestra de las cosas divinas y de la Escritura sagrada. Quedó el cuerpo cortada la cabeza por espacio de tres dias en el cadalalso con una bacía puesta allí junto para recoger limosna con que enterrasen un hombre que poco antes se podia igualar con los reyes; así se truecan las cosas. Enterráronle en San Andrés, enterramiento de los justicia-gencia muy grande de que cuidaba usar, ayuntar la dos; de allí le trasladaron á San Francisco, monasterio de la misma villa, y los años adelante en la iglesia mayor de Toledo en su capilla de Santiago sus amigos por permision de los reyes le hicieron enterrar. Dicese comunmente que don Alvaro consultó á cierto astrólogo que le dijo su muerte seria en cadahalso. Entendió él, no que habia de ser justiciado, sino que su fin seria en un pueblo suyo que tenia de aquel nombre en el reino de Toledo, por lo cual en toda su vida no quiso entrar en él. Nos destas cosas, como sin fundamento y vanas, no hacemos caso alguno. Estaban á la sazon los reales del Rey sobre Escalona, pueblo que despues de la muerte de don Alvaro le rindió su mujer á partido que los tesoros de su marido se partiesen entre ella y el Rey por partes iguales. Todo lo demás fué confiscado; solo don Juan de Luna, hijo de don Alvaro, se quedó con la villa de Santisteban que su padre le diera, cuya hija casó con don Diego, hijo de don Juan Pacheco, y por medio de este casamiento se juntò el condado de Santisteban, que ella heredó de su padre, con el marquesado de Villena. Tuvo don Alvaro otra hija legítima, por nombre doña María, que casó con lñigo Lopez de Mendoza, duque del Infantado. Fuera de matrimonio á Pedro de Luna, señor de Fuentidueña, y otra hija, que fué mujer de Juan de Luna, su pariente, gobernador que era de Soria. Esto baste de la caida y muerte de don Alvaro. En Granada el moro Ismael, que los años pasados fué de nuevo enviado por el Rey á su tierra, ayudado de sus parciales que tenia entre los moros y con el favor que los cristianos le dieron, despojó del reino á su primo Mahomad el Cojo. No se señala el tiempo en que esto sucedió; del caso no se duda. Las desgracias que el año pasado sucedieron á los moros habian hecho odioso al rey Maliomad para con aquella nacion, de suyo muy inclinadá á mudanza de príncipes. Ismael, apoderado del reino, no guardó mucho tiempo con los cristianos la fe y lealtad que debiera; cuando era pobre se mostraba afable y amigo; despues de la victoria olvidóse de los beneficios recebidos. En Portugal se acuñaron de nuevo escudos de buena ley, que llamaron cruzados. La causa del nombre fué que por el mismo tiempo se concedió jubileo á todos los portugueses que con la

severidad en el mandar y castigar, virtud muchas ve-
ces mas saludable que la vana muestra de clemencia.
Con esta resolucion los llamó á los dos para que vinie-
sen á Avila, adonde él se fué desde Escalona. Pensaba
otrosí entretener á sueldo ordinario ocho mil de á ca-
ballo
para conservar en paz la provincia y resistir á los
de fuera. Demás desto, dar el cuidado á las ciudades de
cobrar las rentas reales para que no hobiese arrenda-
dores ni alcabaleros, ralea de gente que saben todos
los caminos de allegar dinero, y por el dinero hacen
muy grandes engaños y agravios. Por otra parte los
portugueses comenzaban á descubrir con las navega-
ciones de cada un año las riberas exteriores de Africa en
grandísima distancia, sin parar hasta el cabo de Buena-
Esperanza, que, adelgazándose las riberas de la una
parte y de la otra en forma de pirámide, se tiende de
la otra parte de la equinoccial por espacio de treinta y
cinco grados. Con estas navegaciones destos principios
llegó aquella nacion á ganar adelante grandes riquezas
y renombre no menor. El primero que acometió esto fué
el infante don Enrique, tio del rey de Portugal, por el co-
nocimiento que tenia de las estrellas y por arder en deseo
de ensanchar la religion cristiana, celo por el cual me-
rece inmortales alabanzas. El rey de Castilla pretendia
que aquellas riberas de Africa erau de su conquista y
que no debia permitir que los portugueses pasasen ade-
lante en aquella demanda. Envió por su embajador so-
bre el caso á Juan de Guzman. Amenazaba que si no
mudaban propósito les haria guerra muy brava. Res-
pondió el rey de Portugal mansamente que entendia no
hacerse cosa alguna contra razon, y que tenia confianza
que el rey de Castilla, antes que aquel pleito se deter-
minase por juicio, no tomaria las armas. Habíase ido
el rey de Castilla á Medina del Campo y á Valladolid
para ver si con la mudanza del aire mejoraba de la in-
disposicion de cuartanas que padecia, que aunque lenta,
pero por ser larga le trabajaba. Por el mismo tiempo
Juan de Guzman volvió con aquella respuesta de Por-
tugal, y la reina de Aragon, con intento de hacer las
paces entre los principes de España, llegó á Valladolid.
No fué su venida en balde, porque con el cuidado que
puso en aquel negocio y su buena maña, demás que casi

su estado y llevase las incomodidades de la viudez y soledad.

todas las provincias de España se hallaban cansadas y gastadas con guerras tan largas, se efectuó lo que deseaba, sin, embargo de la nueva ocasion de ofension y desabrimiento que se ofrecia á causa del repudio que el príncipe don Enrique dió á doña Blanca, su mujer, que envió á su padre con achaque que por algun hechizo no podia tener parte con ella. Este era el color; la verdad y la culpa era de su marido, que aficionado á tratos ilícitos y malos, vicio que su padre muchas veces procuró quitalle, no tenia apetito ni aun fuerza para lo que le era lícito, especial con doncellas. Asi se tuvo por cosa averiguada por muchas conjeturas y señales que para ello se representaban. El que pronunció la sentencia del divorcio la primera vez fué Luis de Acuña, administrador de la iglesia de Segovia por el cardenal don Juan de Cervantes. Confirmó despues esta sentencia el arzobispo de Toledo por particular comision del pontífice Nicolao que le envió su breve sobre el caso, con grande maravilla del mundo, que sin embargo del repudio de doña Blanca, el príncipe don Enrique se tornase á casar, que parece era contra razon y derecho. A 13 de noviembre nació al rey de Castilla en Tordesillas un hijo, que se llamó don Alonso, el cual si bien murió de poca edad, fué á los naturales ocasion de una grave y larga guerra, como se verá adelante. A instancia pues de la reina de Aragon se trató de hacer las paces entre Castilla y Aragon. Lo mismo procuraba se hiciese en Navarra entre los príncipes, padre y hijo. Para resolver las condiciones que se debian capitular concertaron treguas por todo el año siguiente. Estaba todo esto para concluirse, cuando la dolencia del rey de Castilla se le agravó de tal suerte, que, recebidos todos los sacramentos, finó en Valladolid á 20 de julio, año de 1454. Mandóse enterrar en el monasterio de la Cartuja de Búrgos, fundacion de su padre, y que él le dió á los frailes cartujos. Allí se hizo adelante su entierro; por entonces le depositaron en San Pablo de Valladolid. Fué el enterramiento muy solemne, y en las ciudades y pueblos se le hicieron las honras y exequias como era justo. Hasta en la misma ciudad de Nápoles el mes luego siguiente se hizo el oficio funeral y honras, en que entre los demás enlutados el embajador de Venecia pareció vestido de grana y carmesí; espectáculo que por ser tan extraordinario fué ocasion que las lágrimas se mudaron en risa. Sucedió otra cosa notable, que con las muchas hachas y luminarias se quemó gran parte del túmulo que para la solemnidad tenian de madera en medio del templo levantado. Mandó el Rey en su testamento que al infante don Alonso, su hijo, que poco antes le nació, se diese en administracion el maestrazgo de Santiago; nombróle otrosí por condestable de Castilla; dignidades la una y la otra que vacaron por muerte de don Alvaro de Luna. Señaló por sus tutores al obispo de Cuenca y al prior de Guadalupe y á Juan de Padilla, su camarero mayor. Si no fuera por su poca edad y por miedo de mayores alborotos, le nombrara por sucesor en el reino, por lo menos trató de hacello; tan grande era el desabrimiento que con el Príncipe tenia cobrado. A la infanta doña Isabel mandó la villa de Cuellar y gran suma de dineros; á la Reina, su mujer, á Soria, Arévalo, Madrigal, con cuyas rentas sustentase

CAPITULO XV.

Cómo el principe don Enrique fué alzado por rey de Castilla. Con la muerte del rey don Juan de Castilla, el reino, como era justo, se dió á don Enrique, su hijo. Hízose la ceremonia acostumbrada en una junta de grandes, parte de los cuales se hallaban á la sazon presentes en Valladolid, parte acudieron de nuevo, sabida la muerte del Rey. Cuatro dias adelante tomó las insignias reales y levantaron por él los estandartes de Castilla. Luego pusieron en libertad á los condes de Alba y de Treviño, con que se hizo la fiesta de la coronacion muy mas regocijada. Los demás grandes que fueron con ellos presos por diversas ocasiones y accidentes estaban ya libres. Continuaron en sus oficios todos los ministros de la casa real de su padre. Comenzóse asimismo de nuevo á tratar de la paz por parte de la reina de Aragon, que para ello tenia poderes bastantes de su marido y cuñado los reyes de Aragon y de Navarra; concluyóse finalmente con estas condiciones: El rey de Navarra, don Alonso, su hijo, don Enrique, hijo del infante de Aragon don Enrique, dejen la pretension de los estados y dignidades que en Castilla pretenden; en recompensa el rey de Castilla cada un año les señale y pague enteramente ciertas pensiones en que se concertaron; el almirante de Castilla y don Enrique, su bermano, y Juan de Tovar, señor de Berlanga, con los demás que siguieron el partido y voz de Navarra puedan volver á su patria y á sus estados. Era ya fallecido el conde de Castro don Diego Gomez de Sandoval en la mayor calor de la pretension que traia sobre la restitucion que pedia se le hiciese de los estados que por causas de las revueltas pasadas le quitaron á tuerto, como sus letrados alegaban; su cuerpo enterraron en Borgia. Antes que falleciese, en premio de la lealtad que guardó á los aragoneses, le dieron á Denia, en el reino de Valencia, y á Lerma, en Castilla la Vieja. Estos pueblos dejó á don Fernando, su hijo, el cual con algunos otros de los forajidos quedó excluido del perdon para que no volviese á Castilla sin particular licencia del nuevo Rey. Demás desto, acordaron que los castillos que se tomaron de una parte y de otra durante la guerra en las fronteras de Castilla y de Aragon se restituyesen enteramente á sus dueños. Por Atienza en particular dieron al rey de Navarra quince mil florines á cuenta de lo que en defender aquella plaza gastara. Concluida en esta forma la paz entre Castilla y Aragon, se intentó de sosegar los bullicios de Navarra, negocio mas dificultoso, y que en fin no tuvo efecto por ser entre padre y hijo, ca ordinariamente cuanto el deudo y obligacion es mayor, tanto la enemiga cuando se enciende es mas grave. Entre tanto que los príncipes interesados en la confederacion de que se ha tratado firmaban las condiciones y acuerdo tomado, se concertó alargasen las treguas por otro año. Asentado esto, la reina de Aragon se volvió á su reino. Don Juan Pacheco, marqués de Villena, sin competidor quedó en Castilla el mas poderoso de todos los grandes por sus riquezas y privanza que alcanzaba con el nuevo rey de Castilla; el cual y

don Ferrer de Lanuza, que vino en compañía de la reina de Aragon, y don Juan de Biamonte, hermano del condestable de Navarra, estos tres señores con poderes de los tres príncipes, sus amos, el rey don Enrique y el rey de Navarra y el príncipe don Cárlos de Viana, se juntaron en Agreda por principio del año 1455, lugar que está en Castilla y á la raya de Navarra y de Aragon, en lo cual, fuera de la comodidad que era para todos, tambien se tuvo consideracion á dar ventaja y reconocer mayoría al rey de Castilla don Enrique. Llevaban comision de concertar al rey de Navarra con su hijo, junta que fué de poco efecto. El de Navarra y su parcialidad no aprobaban las condiciones que por la otra parte se pedian. Entendíase que don Juan Pacheco de secreto procuraba impedir la paz de Navarra entre el padre y el hijo, por miedo que si las cosas del todo se sosegaban, él no tendria tanto poder y autoridad. Solo se concertaron treguas que durasen hasta todo el mes de abril. Esto en lo que toca á Navarra. En Castilla las esperanzas que los naturales tenian que las cosas con la mudanza del gobierno mejorarian salieron del todo vanas. El reino, á guisa de una nave trabajada con las olas, vientos y tempestad, tenia necesidad de hombre y de piloto sabio, que era lo que hasta allí principalmente les faltara. El nuevo Rey salió en el descuido semejable á su padre, y en cosas peor. No echaba de ver los males que se aparejaban, ni se apercebia bastantemente para las tempestades que le amenazaban, si bien era de vivo ingenio y ferviente, pero de corazon flaco y todo él lleno de torpezas ; en particular el cuidado del gobierno y de la república le era muy pesado. Don Juan Pacheco lo gobernaba todo con mas recato que don Alvaro de Luna y mas templanza, ó por ventura fué mas dichoso, pues se pudo conservar por toda la vida. Tenia el rey don Enrique la cabeza grande, ancha la frente, los ojos zarcos, las narices, no por naturaleza, sino por cierto accidente, romas, el cabello castaño, el color rojo y algo moreno, todo el aspecto fiero y poco agradable, la estatura alta, las piernas largas, las facciones del rostro no muy feas, los miembros fuertes y á propósito para la guerra. Era aficionado asaz á la caza yá la música, en el arreo de su persona templado. Bebia agua, comia mucho, sus costumbres eran disolutas, y la vida estragada en todas maneras de torpeza y deshonestidad. Por esta causa se le enflaqueció el cuerpo y fué sujeto á enfermedades; muy inconstante y vario en lo que intentaba.* Llamáronle vulgarmente el Liberal y el Impotente; el un sobrenombre le vino por la falta que tenia natural; el otro nació de la extrema prodigalidad de que usaba; en tanto grado, que en hacer mercedes de pueblos y derramar sin juicio, y por tanto sin que se lo agradeciesen, los tesoros que con codicia demasiada juntaba, parecia aventajarse á todos sus antepasados. Disminuyó sin duda por esta via y menoscabó la majestad de su reino y las fuerzas. Era codicioso de lo ajeno y pródigo de lo suyo; vicios que de ordinario se acompañan. Olvidábase de las mercedes que hacia, y tenia memoria de los servicios y buenas obras de sus vasallos, que solia pagar con mas presteza que si fuera dinero prestado. Sus palabras eran mansas y corteses; á todos hablaba benigna y dulcemente; en la

clemencia fué demasiado; virtud que si no se templa con la severidad, muchas veces no acarrea menores daños que la crueldad, ca el menosprecio de las leyes, y la esperanza de no ser castigados los delitos hacen atrevidos á los malos. Esta variedad de costumbres que tuvo este Rey fué causa que en ningun tiempo las revueltas fuesen mayores que en el suyo; reinó por espacio de veinte años, cuatro meses, dos dias. Faltóle en conclusion la prudencia y la maña, bien así para gobernar á sus vasallos en paz como para sosegar los alborotos que dentro de su reino se levantaron.

CAPITULO XVI.

De la paz que se hizo en Italia,

Emprendióse una brava guerra en Italia tres años antes deste con esta ocasion. Francisco Esforcia, despues que se apoderó del estado de Milan, requirió á los venecianos le entregasen ciertos pueblos que dél tenian en su poder por la parte que corre el rio Abdua, y porque no lo hacian, acordó valerse de las armas. Convidó á los florentines para que le ayudasen, vinieron en ello y hicieron entre sí una liga secreta. Llevaron esto mal los venecianos, y lo primero mandaron que todos los florentines saliesen de aquella señoría y no pudiesen tener en ella contratacion. Tras esto, por medio de Leonello, marqués de Ferrara, trataron de hacer alianza con el rey de Aragon; representáronle que si él movia guerra á los florentines en sus tierras, Esforcia quedaria para contra ellos sin fuerzas bastantes. Hecha esta nuevá liga, Guillermo, marqués de Monferrat, con cuatro mil caballos y dos mil infantes al sueldo de Aragon fué enviado para que hiciese entrada, y comenzase la guerra contra el Duque por la parte de Alejandría de la Palla. A don Fernando, hijo del rey de Aragon, duque de Calabria, que ya tenia tres hijos, cuyos nombres eran don Alonso, don Fadrique y doña Leonor, dió su padre cargo de acometer á los florentines, todo á propósito que se hiciese la guerra con mas autoridad y se pusiese mayor espanto á los contrarios. Dióle seis mil de á caballo y dos mil infantes, acompañado otrosí de dos muy señalados capitanes, Neapoleon Ursino y el conde de Urbino. Entraron por la comarca de Cortona y Arezo; talaron los campos, saquearon y quemaron las aldeas, y ganaron por fuerza á Foyano, pueblo principal. Demás desto, vencieron en batalla á Astor de Faenza, que á instancia de los florentines el primero de todos les acudió, con que de nuevo algunos otros castillos se ganaron. Por otra parte, Antonio Olcina en la comarca de Volterra, apoderado de otro pueblo, llamado Vado, desde allí no cesaba de hacer correrías por los campos comarcanos de la jurisdiccion de florentines y robar todo lo que hallaba. En el estado de Milan se hacia la guerra no con menor coraje. Por el contrario, Francisco Esforcia convidó á Renato, duque de Anjou, á pasar en Italia desde Francia; prometíale que acabada la guerra de Lombardía, juntaria con él sus fuerzas para que echados los aragoneses, recobrase el reino de Nápoles. Halló Renato tomados los pasos de los Alpes por el de Saboya y el marqués de Monferrat, ca á instancia de venecianos ponian en esto cuidado. Por esta

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