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EL PADRE JUAN DE MARIANA. maestre de Alcántara, su hermano, dió la ciudad de Coria con título de conde. Las ciudades de Búrgos y de Toledo aprobarón sin dilacion lo que hicieron los grandes. Al contrario, no pocos señores comenzaron á mostrarse con mas fervor por el rey don Enrique; teníanle muchos compasion, y parecíales muy mal á todos que le hobiesen afrentado por tal manera, Pensaban otrosí que en lo de adelante daria mejor órden en sus costumbres y eso mismo en el gobierno. Don García de Toledo, conde de Alba, ya reconciliado con el Rey, acudió luego con quinientas lanzas y mil de á pié. La Reina y la infanta doña Isabel fueron enviadas al rey de Portugal para alcanzar por su medio le enviase gentes de socorro. Habláronle en la ciudad de la Guardia, á la raya de Portugal; pero fuera del buen acogimiento que les hizo y buenas palabras que les dió, no alcanzaron cosa alguna. Las gentes de los señores acudieron á Valladolid; las del Rey á Toro, mas en número que fuertes. Los rebeldes, muy obstinados en su propósito, cargaron sobre Peñaflor. Defendiéronse los de dentro animosamente, que fué causa de que, tomada la villa, le allanasen los muros. Querian con este rigor espantar á los demás. Acudieron á Simancas; el Rey para su defensa despachó al capitan Juan Fernandez Galindo desde Toro con tres mil caballos. Con su llegada cobraron los cercados tanto brio y pasaron tan adelante, que como por escarnio y en menosprecio de los contrarios los mochilleros se atrevieron á pronunciar sentencia contra el arzobispo de Toledo y arrastrar por las calles su estatua, que últimamente quemaron; pequeño alivio de la afrenta hecha al Rey en Avila y satisfaccion muy desigual, así por la calidad de los que hicieron la befa como del á quien se hacia. Alzaron los conjurados el cerco por la resistencia que hallaron, especial que se sabia haberse juutado en Toro un grueso ejército de gentes que acudian al Rey de todas partes, hasta ochenta mil de á pié y catorce mil de á caballo. Con estas gentes marcharon la vuelta de Simancas; en el camino cerca de Tordesillas fué en una escaramuza y encuentro herido y preso el capitan Juan Carrillo, que seguia la parte de los grandes. Ya que estaba para espirar, llamó al Rey y le avisó de cierto tratado para matalle. Declaróle otrosi en particular y en secreto los nombres de los conjurados; mas el rey don Enrique los encubrió con perpetuo silencio por sospechar, como se puede creer, que aquel capitan, aunque á punto de muerte, fingia aquel aviso, ó por odio que tenia contra los que nombraba, ó para congraciarse con el mismo Rey. Llegó pues á poner sus reales junto á Valladolid; no pudo ganar aquella villa por estar fortificada con muchos soldados, demás que en la gente del Rey se veia poca gana de pelear, y á ejemplo del que los gobernaba, una increible y vergonzosa flojedad y descuido. Tornaron en aquel campo á mover tratos de concierto; acordaron de nuevo de hablarse el rey don Enrique y el marqués de Villena. Fué mucho lo que se prometió, ninguna cosa se cumplió; solamente persuadieron al Rey que, pues sus tesoros no eran bastantes para tan grandes gastos, deshiciese el campo; que en breve el infante don Alonso, dejado el nombre de rey, con los demás grandes se reduciria á su servicio. Desta manera derramaron los soldados por ambas partes; y á los

grandes que estaban con el Rey, aunque no sirvieron, 6 poco, se dieron en Medina del Campo premios muy grandes. Particularmente á don Pedro Gonzalez de Mendoza, obispo de Calahorra, hizo el Rey merced de las tercias de Guadalajara y toda su tierra; al marqués de Santillana, su hermano, dió la villa de Santander en las Astúrias; al conde de Medinaceli dió á Agreda; al de Alba el Carpio; al de Trastamara la ciudad de Astorga en Galicia con nombre de marqués, sin. otras muchas mercedes que á la misma sazon se hicieron á otros señores y caballeros. Los alborotados se partieron para Arévalo. Con su ida Valladolid volvió al servicio del Rey. Tenian al infante don Alonso como preso, y porque trataba de pasarse á su hermano, le amenazaron de matalle; ¡miserable condicion de su reinado ! Dél estaban apoderados sus súbditos, y él, en lugar de mandar, forzado á obedecellos. Con todo se tornó á tratar de hacer paces. Prometian los alterados que si la infanta doña Isabel casase con el maestre de Calatrava, se rendirian, así el Maestre como su hermano el de Villena, en cuyas manos y voluntad estaba la guerra y la paz. Daba este consejo el arzobispo de Sevilla don Alonso de Fonseca. El Rey vino en ello, y con esta determinacion despidieron de la corte al duque de Alburquerque y al obispo de Calahorra por ser muy contrarios al dicho Maestre, que para el dicho efecto hicieron llamar. La Infanta sentia esta resolucion lo que se puede pensar; su pesadumbre grande, sus lágrimas continuas; consideraba y temia una cosa tan indigna. Su camarera mayor, llamada doña Beatriz de Bovadilla, con la muchia privanza que con ella tenia, le preguntó cuál fuese la causa de tantas lágrimas y sollozos. «¿No veis, dice ella, mi desventura tan grande, que siendo hija y nieta de reyes, criada con esperanza de suerte mas alta y aventajada, al presente, vergüenza es decillo, me pretenden casar con un hombre de prendas en mi comparacion tan bajas? ¡Oh grande afrenta y deshonra! No me deja el dolor pasar adelante.» «No permitirá Dios, señora, tan grande maldad, respondió doña Beatriz, no en mi vida, no lo sufriré. Con este puñal, que le mostró desenvainado, luego que llegare, os juro y aseguro de quitalle la vida cuando esté mas descuidado!» ¡Doncella de ánimo varonil! Mejor lo hizo Dios. Desde su villa de Almagro se apresuraba el Maestre para efectuar aquel casamiento, cuando en el camino súbitamente adolesció de una enfermedad que le acabó en Villarubia por principio del año de nuestra salvacion de 1466. Su cuerpo sepultaron en Calatrava en capilla particular. Dijose vulgarmente que las plegarias muy devotas de la Infanta, que aborrecia este casamiento, alcanzaron de Dios que por este medio la librase. Estábale aparejado del cielo casamiento mas aventajado y muy mayores estados. En los bienes y dignidades del difunto sucedieron dos hijos suyos. Don Alonso Tellez Giron, el mayor, conforme al testamento de su padre, quedó por conde de Ureña. Don Rodrigo Tellez Giron, el segundo, hobo el maestrazgo de Calatrava por bula del Papa que para ello tenia alcanzada. Sin estos tuvo otro tercer hijo, llamado don Juan Pacheco, todos habidos fuera de matrimonio. Poco antes de la muerte del Maestre se vió en tierra de Jaen tanta muchedumbre do

langostas, que quitaba el sol. Los hombres atemorizados, cada uno tomaba estas cosas y señales como se le entojaba conforme á la costumbre que ordinariamente tienen de hacer en casos semejantes pronósticos diferentes, movidos unos por la experiencia de casos semejantes, otros por liviandad mas que por razones que para ello haya. En éste tiempo, Rodrigo Sanchez de Arévalo, castellano que era en Roma del castillo de Santangel, escribia en latin una historia de España mas pia que elegante, que se llama Palentina, por su autor, que fué obispo de Palencia. Dióle aquella iglesia á instancia del rey don Enrique, al cual intituló aquella historia, el pontifice Paulo II, con quien, puesto que era español, el dicho Rodrigo Sanchez tuvo mucho trato y familiaridad.

CAPITULO X.

De la batalla de Olmedo.

Muy revueltas andaban las cosas en Castilla, y todo estaba muy confuso y alterado, no la modestia y la rażon prevalecian, sino la soberbia y antojo lo mandaban todo. Veíanse robos, agravios y muertes sin temor alguno del castigo, por estar muy enflaquecida la autoridad y fuerza de los magistrados. Forzadas por esto las ciudades y pueblos, se hermanaron para efecto que las insolencias y maldades fuesen castigadas. A las hermandades, con consentimiento y autoridad del Rey, se pusieron muy buenas leyes para que no usasen mal del poder que se les daba y se estragasen. Comunmente la gente avisada temia no se volviese á perder España y los males antiguos se renovasen por estar cerca los moros de Africa, como en tiempo del rey don Rodrigo aconteció. La ocasion no era menor que entonces, ui menos el peligro á causa de la grande discordia que reinaba en el pueblo y la deshonestidad y cobardía de la gente principal. Pasaron en estó tan adelante, que vulgarmente llamaban por baldon al arzobispo de Toledo don Oppas, en que daban a entender le era semejable y que seria causa á su patría de otro tal estrago cual acarreó aquel Preludo. Estas discordias dieron avilenteza al conde de Fox, que con las armas pretendia apoderarse del reino de Navarra como dote de su mujer, y que se Je hacia de mal aguardar hasta que su suegro muriese. Conforme al comun vicio y falta natural de los hombres, hacia él lo que en su cuñado culpaba, el príncipe don Cárlos. Y aun pasaba adelante con su pensamiento, ca queria hacer guerra á Castilla y forzar al rey don Enrique le entregase los pueblos de Navarra, en que tenia puestas guarniciones castellanas. De primera entrada se apoderó de la ciudad de Calahorra y puso cerco sobre Alfaro. Para acudir á este daño despachó el de Castilla Diego Enriquez del Castillo, su capellan y su coronista, cuya corónica anda de los hechos deste Rey. Llegado, acometió con buenas razones á reportar al Conde; mas como por bien no acabase cosa alguna, juntadás que hobo arrebatadamente las gentes que pudo, le forzó á que, alzado el cerco de priesa, se volviese y retirase. Asimismo la ciudad de Calahorra volvió á la obediencia del Rey, ca los ciudadanos echaron della la guarnicion que el de Fox allí dejó. Desta manera pasa–›

ban las cosas de Navarra con poco sosiego. En Cataluña se mejoraba notablemente el partido aragonés. Los contrarios en diversas partes y encuentros fueron vencidos, y muchos pueblos se recobraron por todo aquel estado. Lo que hacia más al caso, don Pedro el Compotidor, yendo de Manresa á Barcelona, falleció de su enfermedad en Granolla un domingo, á 29 de junio. Sú cuerpo enterraron en Barcelona en nuestra Señora de la Mar con solemne enterramiento y exequias. El pizëblo tuvo entendido que le mataron con yerbas, cosa muy usada en aquellos tiempos para quitar la vida á lot príncipes. Yo mas sospecho que le vino su fin por tener el cuerpo quebrantado con los trabajos, y el ánimo aquejado con los cuidados y penas que le acarreó aques lla desgraciada empresa. Este fué solo el fruto que sacó de aquel principado que le dieron y él aceptó poco acertadamente, como lo daba á entender un alcotan con su capirote que traia pintado como divisa en su escudo y, blason en sus armas, y debajo estas palabras: «molestia por alegría. » Dejó en su testamento á don Juan, príncipe de Portugal, su sobrino, hijo de su herinana, aquel condado, en que tan poca parte tenia; además que los aragoneses con la ocasion de faltar á los cala→ lanes cabeza, se apoderaron de la ciudad de Tortosa y de otros pueblos. Para remedio deste daño los catalanes, en una gran junta que tuvieron en Barcelona, nom“ braron por rey á Renato, duque de Anjou, perpetuo enemigo del nombre aragonés; resolucion en que siguieron mas la ira y pasion que el consejo y la razon. A la verdad poca ayuda podian esperar de Portugal, y llamado el duque de Anjou, era caso forzoso que los socorros de Francia desamparasen al rey de Aragon, y por andar el conile de Fox alterado en Navarra, entendian no tendria fuerzas bastantes para la una y la otra guerra. Por el contrario, por miedo desta tempestad el rey de Aragon convidó al duque dé Saboya y á Galeazo en lugar de su padre Francisco Esforcia, ya difunto, duque de Milan, para que se aliasen con él. Represen tábales que Renato con aquel nuevo principado que se le juntaba, si no se proveia, era de témer sé quisieso aprovechar de Saboya, que cerca le caia, y de los inilaneses por la memoria de los debates pasados, Acometió asimismo á valerse por una parte de los ingleses; por otra, al principio del año de nuestra salvacion de 1467, envió á Pedro Peralta, su condestable, á Castilla para que procurase atraer á su partido y hacer asiento con los señores confederados y conjurados contra su Rey. Y para mejor expedicion le dió comision de concertar dos casamientos de sus hijos, doña Juana y don Fernando, con el infante don Alonso, hermano del rey don Enrique, y con doña Beatriz, hija del marqués de Villena; tan grande era la autoridad de aquel caballero poco antes particular, que pretendia ya segunda vez mezclar su sangre y emparentar con casa real. Ayudabale para ello el arzobispo de Toledo, clara muestra de la grande flaqueza y poquedad del rey don Enrique. Verdad es que ninguno destos casamientos tuvo efecto. Al infaute don Alonso asimismo poco antes le sacaron de poder dél arzobispo de Toledo con esta ocasion. El conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel, réconciliado que se hobo con el rey don Enrique, alcanzó dél le Li

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EL PADRE JUAN DE MARIANA.

ciese merced de la villa de Portillo, de que en aquella revuelta de tiempos estaba ya él apoderado. Deseaba servir este beneficio y merced con alguna hazaña señalada. El infante don Alonso y el arzobispo de Toledo, donde algun tiempo estuvieron, pasaban á Castilla la Vieja. Hospedólos el Conde en aquel pueblo. El aposento del Infante se hizo en el castillo; á los demás dieron posadas en la villa. Como el dia siguiente tratasen de seguir su camino, dijo no daria lugar para que el Infante estuviese mas en poder del Arzobispo. Usar de fuerza no era posible por el pequeño acompañamiento que llevaban y ningunos tiros ni ingenios de batir; sujetáronse á la necesidad. El rey don Enrique, alegre por esta nueva, en pago deste servicio le dió intencion de dalle el maestrazgo de Santiago, que el Rey tenia en administracion por el Infante, su hermano. Merced grande, pero que no surtió efecto por la astucia del marqués de Villena, con quien el de Benavente comunicá este negocio y puridad. Pensaba por estar casado con hija del Marqués que no le pondria ningun impedimento. Engañóle su pensamiento, ca el Marqués quiso mas aquella dignidad y rentas para sí que para su yerno; y no hay leyes de parentesco que basten para reprimir el corazon ambicioso. De aquí resultaron entre aquellos dos señores odios inmortales y asechanzas que el uno al otro se pusieron. El Marqués era mañoso. Hizo tanto con el Conde, que restituyó el infante don Alonso á los parciales. Con esto la esperanza de la paz se perdió y volvieron á las armas. El rey don Enrique sintió mucho esto por ser muy deseoso de la paz, en tanto grado, que sin tener cuenta con su autoridad, de nuevo tornó á tener habla con el marqués de Villena, primero en Coca, villa de Castilla la Vieja, y despues en Madrid; y aun para mayor seguridad del Marqués puso aquella villa como en tercería en poder del arzobispo de Sevilla. No fueron de efecto alguno estas diligencias, dado que doña Leonor Pimentel, mujer del conde de Plasencia, acudió allí, llamada de consentimiento de las partes por ser hembra de grande ánimo y muy aficionada al servicio del Rey; por este respeto juzgaban seria á propósito para reducir á su marido y á los demás alterados y concertar los debates. Tenia el marqués de Villena mas maña para valerse que el rey don Enrique recato para guardarse de sus trazas. Concertaron nueva habla para la ciudad de Plasencia. Los grandes que andaban en compañía del Rey llevaban mal estos tratos. Temian algun engaño, y decian no era de sufrir que aquel hombre astuto se burlase tantas veces de la majestad real. De Madrid pasó el Rey á Segovia al principio del estio; los rebeldes se apoderaron de Olmedo. Entrególes aquella villa Pedro de Silva, capitan de la guarnicion que allí tenia. La Mota de Medina se tenia por el arzobispo de Toledo. Los moradores de aquella villa por el mismo caso eran molestados, y corria peligro de que los señores no se apoderasen della. El rey don Enrique, movido por el un desacato y por el otro, mandó hacer grandes levas de gente. Llamó en particular á los grandes ; acudió el conde de Medinaceli, el obispo de Calahorra y el duque de Alburquerque don Beltran, que hasta entonces estuvo fuera de la corte. Asimismo Pero Hernandez de Velasco, alcanzado

perdon de su yerro pasado, fué enviado por su padre. con setecientos de á caballo, y un fuerte escuadron de gente de á pié. Por este servicio alcanzó se le hiciese merced de los diezmos del mar; así se dice comunmente y es cierto que se los dió. Era tanto el miedo del Rey y el deseo que tenia de ganar á los grandes, que para asegurar en su servicio al marqués de Santillana puso en su poder á su hija la princesa doña Juana, y así la llevaron á su villa de Buitrago; grande mengua. Todos los grandes vendian lo mas caro que podian su servicio á aquel Príncipe cobarde; persuadíanse que con aquello se quedarian que alcanzasen y apañasen en aquellas revueltas. Despues que el Rey tuvo junto un buen ejército, enderezó su camino la vuelta de Medina. Llegó por sus jornadas á Olmedo; los conjurados, con intento de impedir el paso á la gente del Rey, salieron de aquella villa puestos en ordenanza. El rey don Enrique deseaba excusar la batalla; su autoridad era tan poca y los suyos tan deseosos de pelear, que no les pudo ir á la mano. La batalla, que fué una de las mas señaladas de aquel tiempo, se dió á 20 de agosto, dia de san Bernardo. Encontráronse los dos ejércitos, pelearon por grande espacio y despartiéronse sin que la victoria del todo se declarase, dado que cada cual de las dos partes pretendia ser suya. La escuridad de la noche hizo que se retirasen. Los parciales se volvieron á Olmedo con el infante don Alonso; las gentes del Rey, que eran dos mil infantes y mil y setecientos caballos, prosiguieron su camino y pasaron á Medina del Campo. El rey don Enrique no se halló en la batalla. Pedro Peralta le aconsejó, ya que estaban para cerrar las haces, se saliese del peligro; algunos cuidaron fué engaño y trato doble á causa que de secreto favorecia á los conjurados, á los cuales habia venido por embajador. En particular era amigo del arzobispo de Toledo, á cuyo hijo, llamado Troilo, dió poco antes por mujer á doña Juaua, su hija y heredera de su estado. Tampoco se halló presente el marqués de Villena por estar embarazado en el reino de Toledo, á causa de la junta y capítulo que tenian los treces de Santiago, que por el mismo tiempo le nombraron por maestre de aquella órden; debió ser con beneplácito del Rey, tal fué su diligencia, su autoridad y su maña. Con esto él creció grandemente en poder, Y el recelo y temor de los demás grandes, pues con ser él el principal autor de toda aquella tragedia, al tiempo que otro fuera castigado, de nuevo acumulaba nuevas dignidades y juntaba mayores riquezas. En Navarra tenia el gobierno por su padre doña Leonor, condesa de Fox, en el tiempo que por diligencia de don Nicolás Echavarri, obispo de Pamplona, recobraron los navarros á Viana, que hasta entonces quedó en poder de castellanos. Un hijo desta señora, llamado Gaston, como su padre, de madama Madalena, su mujer, hermana que era de Luis, rey de Francia, hobo á esta sazon un hijo, llamado Francisco, al cual por su grande hermosura le dieron sobrenombre de Febo. Otra hija del mismo, que se llamó doña Catalina, por muerte de su hermano juntó por casamiento el reino de Navarra con el estado de Labrit, que era una nobilísima casa y linaje de Francia, como se declara en su lugar. Hacia de ordinario su residencia el rey de Aragon en Tarragona

para proveer desde allí á la guerra de Cataluña; y dado que era de grande edad y tenia perdida la vista de ambos ojos, todavía el espíritu era muy vivo y el brio grande. En aquella ciudad concertó de casar una hija suya bastarda, llamada doña Leonor, con don Luis de Biamonte, conde de Lerin. Desposólos, á 22 de enero del año 1468, don Pedro de Urrea, arzobispo de aquella ciudad y patriarca de Alejandría. Señalaronte en dote quince mil florines, todo á propósito de ganar aquella familia poderosa y rica en el reino de Navarra; buen medio, si la deslealtad se dejase vencer con algunos beneficios. Hacíanse las Cortes de Aragon en la ciudad de Zaragoza; presidia en ellas la Reina en lugar de su marido. Allí, de enfermedad que le sobrevino, falleció, á 13 de febrero, con grande y largo sentimiento del Rey. Dolíase que siendo él viejo y su hijo de poca edad, les hobiese faltado el reparo de una hembra tan señalada. A la verdad ella era de grande y constante ánimo, no menos bastante para las cosas de la guerra que para las del gobierno. Poco antes de su muerte tuvo habla con doña Leonor, su antenada, condesa de Fox, en Egea, á la raya de Aragon, do pusieron alianza en que expresaron que los mismos tuviesen las dos por amigos y por enemigos; palabras de ánimo varonit y mas de soldados que de mujeres. Su cuerpo fué sepultado en Poblete. De sola una cosa la tachan comunmente, que fué la muerte del príncipe don Cárlos, su antenado; así lo hablaba el vulgo. Añaden que la memoria deste caso Ja aquejó mucho á la hora de su muerte, sin que ninguna cosa fuese bastante para aseguralla y sosegar su conciencia muy alterada. Las revoluciones y parcialidades dan lugar á hablillas y patrañas.

CAPITULO XI.

Cómo falleció el infante don Alonso.

Llegó la fama de las alteraciones de Castilla á Roma; en especial el rey don Enrique por sus cartas hacia instancia con el pontífice Paulo II para que privase á los obispos sediciosos de sus dignidades y pusiese pena de descomunion á los grandes, si no sosegaban en su servicio. Por esta causa Antonio Venerio, obispo de Leon, enviado á Castilla por nuncio con poderes bastantes, despues de la batalla de Olmedo, en que se halló presente, primero fué á hablar al rey don Enrique en Medina del Campo, teniendo en esto consideracion á su autoridad real; despues como procurase hablar con los conjurados, apenas pudo alcanzar que para ello le diesen lugar, antes le despidieron primera y segunda vez con palabras afrentosas, y pusieran en él las manos si no fuera por tener respeto á su dignidad. Como amenazase de descomulgallos, respondieron que no pertenecia al Pontífice entremeterse en las cosas del reino. Juntamente interpusieron apelacion de aquella descomunion para el concilio próximo, condicion muy propia de ánimos endurecidos y obstinados en la maldad, que siempre se adelante en el mal hasta despeñarse, y quiera remediar un daño con otro mayor, sin moverse por algun escrúpulo de conciencia. Sucedió un nuevo inconveniente para el Rey que mucho le alteró, y fué que don Juan Arias, obispo de Segovia, por satisfa

cerse de la prision que se hizo en la persona de Pedro Arias, su hermano, contador mayor sin alguna culpa suya, solo or engaño del arzobispo de Sevilla, olvidado de les mercedes recebidas y que su hermano ya estaba puesto en libertad, se determinó entregar aquella ciudad de Segovia á los parciales. Ayudaronle para ello Prejano, su vicario, y Mesa, prior de San Jerónimo, con quien se comunicó. Es aquella ciudad fuerte y grande, puesta sobre los montes con que Castilla la Vieja parte término con la Nueva, que es el reino de Toledo. Acudieron todos los grandes como tenian concertado. Fué tan grande el sobresalto, que la Reina, que allí se halló, y la duquesa de Alburquerque apenas pudieron alcanzar les diesen entrada en el castillo, á causa que Pedro Munzares, el alcaide, de secreto era tambien uno de los parciales. La infanta doña Isabel, como sabidora do aquella revuelta y trato, se quedó en el palacio real, y tomada la ciudad, se fué para el infante don Alonso, su hermano, con intento de seguir su partido. Estas nuevas y fama llegaron presto á Medina del Campo, do el rey don Enrique se hallaba, con que recibió mas pena que de cosa en toda su vida, por haber perdido aquella ciudad, ca la tenia como por su patria, y en ella sus tesoros y los instrumentos y aparejos de sus deportes. Desde este tiempo, por hallarse no menos falto de consejo que de socorro, comenzó á andar como fuera de sí. No hacia confianza de nadie. Recelábase igualmente de los suyos y de los enemigos, de todos se recataba, y de repente se trocaba en contrarios pareceres. Ya le parecia bien la guerra, poco despues queria mover tratos de paz, cosa que por su natural descuido y flojedad siempre prevalecia. Señaló la villa de Coca para tener habla de nuevo con el marqués de Villena, maguer que los suyos se lo disuadian, y como no fuesen oidos, los mas le desampararon. En Coca no se efectuó cosa alguna; pareció se tornasen á ver en el castillo de Segovia. Allí se hizo concierto con estas capitulaciones, qué no fué mas firme y durable que los pasados. Las condiciones eran: el castillo de Segovia se entregue al infante don Alonso; el rey don Enrique tenga libertad de sacar los tesoros que allí están, mas que se guarden en el alcázar de Madrid, y por alcaide Pedro Munzares; la Reina para seguridad que se cumplirá esto esté en poder del arzobispo de Sevilla; cumplidas estas cosas, dentro de seis meses próximos, los grandes restituyan al Rey el gobierno y se pongan en sus manos. Vergon➡ zosas condiciones y miserable estado del reino. ¡Cuán torpe cosa que los vasallos para allanarse pusiesen leyes á su Príncipe, y tantas veces hiciesen burla de su majestad! La mayor afrenta de todas fué que la Reina en el castillo de Alahejos, do la hizo llevar el Arzobispo conforme á lo concertado, puso los ojos en un cierto mancebo, y con la conversacion que tuvieron se hizo preñada, que fué grave maldad y deshonra de toda España y ocasion muy bastante para que el poco crédito que se tenia de su honestidad pasase muy adelante y la causa de los rebeldes ya pareciese mejor que antes. El Rey, cercado de trabajos y menguas tan grandes, desamparado casi de todos y como fuera de sí, andaba por diversas partes casi como particular, acompañado de solos diez de á caballo. Acordó por postrer remediò

de hacer prueba de la lealtad del conde de Plasencia y entrarse por sus puertas y ponerse en sus manos. Fué alli muy bien recebido, y entretúvose en el alcázar de aquella ciudad por espacio de cuatro meses. En este tiempo, por muerte del cardenal Juan de Mela, que despues de don Pedro Lujen tuvo encomendada la iglesia de Siguenza, aquel obispado se dió á don Pedro Gonzalez de Mendoza, sin embargo que don Pero Lopez, dean de Sigüenza desde los años pasados, como elegido por votos del cabildo, pretendia y traja pleito contra el dicho cardenal Mela. Euvió el Papa un nuevo nuncio para convidar á los grandes que se redujesen al servicio de su Rey, y porque no obedecian, últimamente los descomulgó. No se espantaron ellos por esto ni se emendaron, bien que lo sintieron mucho, tanto, que enviaron á Roma sus embajadores; mas no les fué dado lugar para hablar con el Pontifice ni aun para entrar en la ciudad antes que hiciesen juramento de no dar título de rey al infante don Alonso. Ultimamente, en consistorio el Papa con palabras muy graves los reprehendió y amonestó que avisasen en su nombre á los rebeldes procederia con todo rigor contra ellos si no se emendaban; que semejantes atrevimientos no pasarian sin castigo; si los hombres se descuidasen debian temer la venganza de Dios. Añadió que sentia mucho que aquel Principe mozo por pecados ajenos seria castigado con muerte antes de tiempo. No fué vana esta profecía ni falsa. Con esta demonstracion del Pontífice las cosas del rey don Eurique se mejoraron algun tanto, en especial que por el mismo tiempo se redujo á su obediencia la ciudad de Toledo con esta ocasion. Era Pero Lopez de Ayala alcalde de aquella ciudad; su cuñado fray Pedro de Silva, de la órden de Santo Domingo, obispo de Badajoz, á la sazon estaba en Toledo; el cual, comunicado su intento con doña María de Silva, su hermana, mujer del Alcalde, dió al Rey aviso de lo que pensaba hacer, que era entregalle la ciudad. Acudió él sin dilacion, y en dos dias llegó desde Plasencia á Toledo para prevenir con su presteza no hiciese el pueblo alguna alteracion. Entró muy de noche, hospedóse en el monasterio de los dominicos, que está en medio y en lo mas alto de la ciudad. Luego que se supo su llegada, tocaron al arma con una campana; acudió el pueblo alborotado. Pero Lopez de Ayala como supo lo que pasaba, pretendia que el rey don Enrique no saliese en público ni se pasase adelante en aquella traza. Alegaba que le perderiau el respeto; así, pasada la media noche, cuando el alboroto estaba sosegado, se salió de la ciudad. Partióse el Rey muy triste, y en su compañía Perafan de Ribera, hijo de Pelayo de Ribera, y dos hijos de Pero Lopez de Ayala, Peuro y Alonso. Al salir de la ciudad reconoció el Rey el causaucio de su caballo, que habia caminado aquel dia diez y ocho leguas. Pidió á uno de los que le acompañaban le diese el suyo; no quiso. Vista esta cortedad, los dos hijos de Pero Lopez de Ayala á priesa se arrojaron de sus caballos, y de rodillas suplicaron al Rey se sirviese dellos, del uno para su persona, del otro para su paje de lanza. El Rey los tomó y partió de la ciudad acompañándole á pié aqueIlos caballeros que le dieron los caballos. Llegados á Olías, hizo el Rey merced á Pero Lopez de Ayala de se

tenta mil maravedís de juro perpetuo cada un año. El Obispo asimismo fué forzado á dejar la ciudad. Todo lo cual se trocó en breve; los ruegos, importunaciones y lágrimas de su mujer pudieron tanto con el Alcalde, que arrepentido de lo hecho, dentro de cuatro dias tornó á llamar al Rey. Volvió pues, y halló las cosas en mejor estado que pensaba. Solo por la instancia que hi zo el pueblo y por su importunidad les confirmó sus antiguos privilegios y les otorgó otros de nuevo. A Pe ro Lopez de Ayala en remuneracion de aquel servicio dió título de conde de Fuensalida, y de nuevo le enco, mendó el gobierno de aquella ciudad, con que el Rey se partió para Madrid. Allí hizo prender al alcaide Pes dro Munzares por no estar enterado de su lealtad; contentóse de quitalle la alcaidía, y con tanto poco despues le soltó de la prision. Alteró grandemente là-pér.lida de Toledo á los parciales, tanto, que salieron de Arévalo, do tenian la masa de su gente, con intento de poner cerco á aquella ciudad. Marchaba la gente la vuelta do Avila, cuando un desastre y revés no pensado desbarató sus pensamientos. Esto fué que en Cardianosa, lugar que está en el mismo camino, dos leguas de Avila, sobrevino de repente al infante don Alonso una tan grave dolencia, que en breve le acabó. Falleció á 5 de julio; su cuerpo, vuelto á Arévalo, le sepultaron eu Saṇ Francisco; dende los años adelante le trasladaron al monasterio de Miraflores de cartujos de la ciudad de Búrgos. De la manera y causa de su muerte hobo pareceres diferentes; unos dijeron que murió de la peste que por aquella comarca andaba muy brava; los mas sentian que le mataron con yerbas en una trucha, y que se vieron desto señales en su cuerpo despues de muerto. Alonso de Palencia en la historia deste tiempo y en sus Décadas, que compuso como coronista del mismo lufante, con la libertad que suele, no dudó de contar estó por cierto, hasta señalar por autor de aquella maldad y parricidio al marqués de Villena, maestre de Santiago, lo que yo no creo. Porqué ¿ á qué propósito un señor tan principal habia de mauçillar su sangre y casa con hecho tan afrentoso? O ¿qué ocasión le pudo dar para ello un mozo que apenas era de diez y seis años? Sospecho que las grandes alteraciones y la corrupcion de los tiempos dieron ocasion á que la historia en alabar á unos y murmurar de otros, conforme à las aficioDes de cada cual, ande por este tiempo estragada.

CAPÍTULO XII.

Que el príncipe de Aragon don Fernando fué nombrado por rey de Sicilia.

Renato, duque de Anjou, sin dilacion aceptó el prin→ cipado que de su voluntad los catalanes le ofrecian. Movíale á aceptar la ambicion sin propósito, enfermedad ordinaria, y el deseo que tenia de vengar en España los agravios que los aragoneses le hicieron en Italia. Verdad es que él por su larga edad no pudo ir allá; envió á su hijo, llamado Juan, duque que era de Lorena, de quien arriba se dijo fué echado de Italia, para apoderarse de aquel estado; pretendia ayudarse de sus fuerzas y de los socorros de Francia. El rey Francés, pospuesta la confederacion que tenia con Aragon asentada, le envió alguna ayuda despues que hobo puesto fin

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