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reputacion era tan poca, que no le quisieron acudir; lo mismo el duque de Ferrara, que le tenia obligado por lo de Módena y Regio, ciudades y feudos del imperio. Lo que pretendia el César era defender lo de Génova, que no se apoderase de aquel estado el Francés, como lo intentó por medio de una armada que envió allá para este efecto; y con inteligencias que tenia con el cardenal de San Pedro y algunos otros naturales esperaba llevar al cabo aquel desiño. Demás desto, cuando el Francés pasó por Pisa, de camino que iba á Nápoles, puso aquella ciudad en libertad, sacándola del señorío de florentines, que la tenian de tiempo atrás en su poder. Para defender la libertad de los pisanos acudieron á valerse de los otros príncipes de Italia, y en especial de venecianos que fueron los que mas se señalaron en su defensa. El duque de Milan deseaba grandemente enseñorearse de aquella ciudad y quitar aquella presa á los venecianos. Para esto persuadió cautelosamente al César que ayudase á los pisanos é hiciese la guerra á florentines. Con este intento el César en persona sitió á Liorna. El cerco no fué de efecto alguno, y al fin se hobo de levantar. Andaba muy vario en sus deliberaciones, y fiábase poco de los príncipes que le llamaron; por esto trataba de veras de dar la vuelta para Alemaña con menos reputacion de lo que se esperaba. Tuvo sobre el caso junta en Pavía, en que se hallaron el duque de Milan y el cardenal Bernardino de Carvajal, que en Lombardía era legado del Papa para adelantar las cosas de la liga. Este Prelado persuadió al César se entretuviese algun tiempo y acudiese á lo de Génova, que corria gran peligro por el esfuerzo que hacia el rey de Francia para apoderarse della, cuando vino nueva que lo desbarató todo, é hizo que el Emperador apresurase su partida, es á saber, que los reyes de España y de Francia tenian entre sí concertadas treguas, que entendian era principio para concordarse del todo. El caso pasó en esta manera. Al mismo tiempo que la guerra de Nápoles se hacia con mas fervor, en España tenian recelos de guerra á causa de diversas entradas y correrías quese continuaban á hacer en Francia por la parte de Ruisellon, y por los grandes apercebimientos que en Francia se hacian, temian no quisiese aquel Rey satisfacerse de tantos agravios. Por esta causa el rey Católico se acercó por aquellas fronteras, y por algun tiempo estuvo en Girona acompañado de muy buena gente que tenia allí juntada de todas partes. Pero como el otoño se pasase, y él estuviese deseoso de volver á Castilla y á Búrgos, donde tenia dado órden fuese la Reina para celebrar las bodas del Príncipe, despedida la mayor parte de la gente, dió la vuelta. El rey de Francia, avisado de lo que pasaba, hizo con gran presteza juntar un ejército de pasados diez y ocho mil combatientes. Cárlos de Albonio, señor de Santander, tenia á su cargo aquellas fronteras por el duque de Borbon, gobernador de Lenguadoc. Así, con esta gente rompió por lo de Ruisellon, y un viérnes, 7 de octubre, se puso sobre Salsas, llave de aquel condado, bien que mal pertrechada, porque, aunque tenia muchos y buenos soldados, la cerca era vieja y muy delgada; que fué ocasion que el dia siguiente la villa fué entrada por combate, y el castillo rendido á partido con inuerte de muchos

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de los de dentro. Acudió el conde don Enrique Enriquez con la gente que pudo llevar; reparó en Ribasaltas, á una legua de Salsas, á tiempo que el daño estaba hecho. Siguió al enemigo, que desamparó el lugar por no poder dejalle en defensa, y se retiró á la sierra que está sobre Salsas con intencion de no venir á las manos. Estuvieron los campos algunos dias á una legua el uno del otro. Moviéronse tratos de concierto, y al fin se asentaron treguas por aquella parte que durasen hasta 17 dias de enero del año luego siguiente de 1497. Resultó gran sospecha deste concierto en los príncipes confederados, que se recelaban que el rey Católico los queria desamparar y tomar consejo aparte; y fué ocasion que el Emperador alzase mano de lo de Italia, y diese en breve vuelta á Alemaña, sin dejar hecho efecto que fuese de consideracion.

CAPITULO XV.

De la muerte del duque de Gandía.

Despues que por órden del Papa prendieron en Nápoles sobre concierto á Virginio Ursino y á su hijo, hecho de muy mala sonada, el Papa movió guerra á las tierras y estados de aquel linaje de los Ursinos, que eran muy grandes. Nombró por capitanes de sus gentes á los duques de Gandía y de Urbino y á Fabricio Colona, que al principio se apoderaron de algunos lugares, y últimamente se pusieron sobre la fortaleza de Brachano. Carlo Ursino y Vitelocio, con dinero que trujeron de Francia, levantaron buen número de gente de á pié y de á caballo; acudieron al socorro de aquella fuerza con trecientos hombres de armas, cuatrocientos caballos ligeros y dos mil y quinientos infantes; para divertir á los contrarios pusiéronse sobre Vasano, villa de la Iglesia. Los enemigos, dado que no eran tantos en número, alzado su campo, fueron en busca de los Ursinos. Trabóse la batalla, que fué á 24 de enero, en que al principio la gente de la Iglesia forzaron á los contrarios á retirarse y subir un montecillo para mejorarse de lugar. Fabricio Colona con parte de la gente acordó subir por el otro lado para dar en los enemigos por las espaldas. Los Ursinos, antes que llegase á do pretendia, revolvieron sobre la demás gente del Papa con tal denuedo, que ligeramente los desbarataron y pusieron en huida. El duque de Gandía salió herido en el rostro, y el de Urbino fué preso. Con esta victoria los Ursinos recobraron los lugares que les habian tomado, y el Papa fué forzado recebillos en su gracia y concertarse con ellos. Tuvo en este concierto gran parte el Gran Capitan, en que se gobernó de tal suerte, que los Ursinos quedaron muy obligados al rey Católico. Vino en esta sazonel Gran Capitan á Roma con su gente para ayudar al Papa en esta guerra, si bien la de Nápoles no quedaba de todo punto acabada. Hecho el concierto con los Ursinos, á ruegos del Pontífice fué á cercar á Ostia, fuerza que todavía se tenia por Francia debajo del gobierno de Menaut de Guerri, por donde Roma padecia grande falta de bastimentos, no de otra manera que si estuviera cercada y tuviera los enemigos á las puertas. La empresa era dificultosa, pero los españoles se dieron tan buena maña, que dentro de ocho dias la

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¿quién la podrá averiguar? Quién enfrenar el vulgo que no hable? El odio que al Papa tenian entiendo yo fué la causa que en lo que le tocaba siempre se dijese y creyese lo peor. Dejó el Duque un hijo, que sellamó don Juan como su padre, y le sucedió en aquel estado de Gandía.

CAPITULO XVI.

Del casamiento del príncipe don Juan.

tomaron á escala vista; sin embargo, el capitan Francés |
fué recebido á merced y tratado con mucha humani-
dad. Ayudó mucho en este cerco la buena industria de
Garcilaso, embajador que era por el rey Católico en
corte romana. Tenia el Gran Capitan deseo de dar pres-
to la vuelta para acabar de ganar ciertas fuerzas que
se tenian en el reino por el cardenal de San Pedro, muy
parcial de Francia. Al despedirse, como quier que en
el discurso de la plática el Papa dijese que sus reyes
le tenian muchos cargos, y que no respondian á lo que
era razon, que nadie los conocia como él, le respondió
con grande libertad que creia bien los conocía, pues
era su natural; pero en lo que decia que no les tenia
cargo parecia notoria ingratitud, pues sábia muy bien
que con su favor se sustentaba en aquel grado, sin em-
bargo de la libertad de su persona y de toda su casa;
que le suplicaba atendiese á reformar todo esto antes
que el Rey, su señor, por escrúpulo de que con su som-
bra se escandalizase la Iglesia, fuese forzado á desam-
paralle. Trájole á la memoria otras cosas particulares
y cargos, á que el Papa no supo responder. A la verdad
la disolucion era tan grande, que dió libertad á un
hombre de capa y espada para perdelle el respeto, y
forzó á los príncipes, en particular á los reyes de Cas-
tilla y de Portugal, á hacelle instancia sobre lo mismo
con diversos embajadores que sobre esto le enviaron.
Ninguna diligencia bastó, tanto, que poco despues en
un consistorio en que se trató de dar la investidura del
reino de Nápoles á don Fadrique, juntamente propuso
de dar en cierta forma al duque de Gandía la ciudad de
Benevento, patrimonio de la Iglesia en aquel reino;
además que tenia concertado de hacer suelta del tri-
buto con que aquellos reyes acudian á la Iglesia cada
un año por cien mil ducados que aquel Rey ofrecía de
dar en cierto estado al dicho Duque. Contradijo lo de
Benevento el embajador Garcilaso, con protesto que hizo
que no se lo permitiria el Rey, su señor. Ninguna cosa
bastara para enfrenalle si no desbaratara todas sus tra-
masla muerte que en breve sobrevino al duque de Gandía
muy desgraciada. Una noche, 14 de junio, venian de un
jardin, en que cenaron el Duque y los cardenales de Va-
lencia y de Borgia. Apartóse el Duque solo con un la-
cayo que envió despues por unas armas. A la vuelta el
lacayo no halló á su señor, ni en todo otro dia se pudo
saber algun rastro dél mas de que en la via de Pópulo
hallaron la mula en que iba. Hiciéronse mas diligencias,
y un barquero dijo que á media noche vió que en una
mula dos hombres á los lados y otro á las ancas lleva-
ban cierta persona, y que llegados á la postrera puente
do él estaba, le echaron en el rio; y el que iba á las an-
cas preguntó si se iba á fondo; respondieron los otros
que sí, y con tanto se fueron. Buscaron el lugar que
señaló el barquero; hallaron el cuerpo con nueve he-
ridas, con sus vestidos y joyas, sin que le faltase nada.
Nunca se pudo averiguar quién fuese el matador; unos
decian que los Ursinos le hicieron matar por estar muy
agraviados del Papa; otros que el cardenal Ascanio. La
voz comun del pueblo fué que su hermano el cardenal
de Valencia don César cometió aquel caso tan atroz por
estar muy sentido que siendo menor que él se le ho-
biese antepuesto en el ducado de Gandía. La verdad

En la misma armada que llevó á Flandes á la infanta doña Juana vino á España, aunque despues de algunas dilaciones, la princesa Margarita, hermana del Archiduque, para casar á trueque, como tenian acordado, con el príncipe don Juan. Aportó al puerto de Santander por el mes de marzo. Saliéronla á recebir el Rey y el Príncipe con grande acompañamiento. Viéronse en Reinosa, do los desposados se tomaron las manos. Veláronse en Búrgos, principio del mes de abril, con las mayores fiestas y regocijos que jamás se vieron en España. Velólos el arzobispo de Toledo. Los padrinos fueron el almirante don Fadrique y su madre doña María de Velasco. No quiso la Reina que se hiciese alguna mudanza en la casa de la Princesa, sino que tuviese sus mismos criados que traia y se sirviese á su voluntad. Tratábase de concierto entre los reyes de España y de Francia, para este efecto fué á Francia Hernan, duque de Estrada, y para que allí hiciese oficio de embajador. La paz no se podia concluir tan en breve; acordaron principio deste año en Leon de Francia que se asentasen treguas generales, que comenzasen en España á 5 dias del mes de marzo, y para los otros príncipes de la liga á 25 de abril; y que para todos durasen hasta 1.o de noviembre. Esta fué la causa que el Gran Capitan se apresurase para dar la vuelta de Roma á Nápoles por apoderarse de aquellas fuerzas del cardenal de San Pedro antes que comenzase á correr la tregua, y por ella fuesen forzados á sobreseer en las armas. No lo pudo efectuar como lo deseaba é hiciera si no fuera por cierto motin de sus soldados. Proseguíase el tratado de la paz. Habíase propuesto diversas veces por parte de Francia que pues era cosa averiguada que el rey don Fadrique por la bastardía de su padre no tenia algun derecho al reino de Nápoles, era forzoso que aquel reino perteneciese á uno de los dos reyes, es á saber, de Francia ó de España, que seria bien se concertasen entre sí. Daba á esto oidos el rey Católico, venia de buena gana en que se comprometiese la diferencia en el César, con seguridad que pasarian por lo que él determinase. Al Francés no contentaba este partido por tener, como él decia, su derecho por muy claro; pero ofrecia al rey Católico que si le dejase aquel reino libre, le daria recompensa en dinero ó de otra manera, hasta ofrecer de dalle el reino de Navarra, del cual el rey Católico y de sus príncipes tenia poca satisfaccion por estar muy avenidos con Francia el señor de Labrit y los otros señores de la casa de Fox. Altercábase sobre este negocio en Medina del Campo, do vinieron á verse con el Rey y resolver esto los embajadores de Francia. Pasaron tan adelante en este tratado, que ofrecian de parte de su Rey la provincia de Calabria, á tal que si conquistado lo demás, su Rey la quisiese para

y

sí, cumpliese con dar al rey Católico lo de Navarra y mas treinta mil ducados cada un año por lo que mas valia y rentaba Calabria que Navarra. Todavía el rey Católico se inclinaba mas á que se excusase la guerra, y que el rey don Fadrique se quedase con el reino con dar al Francés dinero por los gastos hechos y cierto tributo cada un año. Ofrecia otrosí que el duque de Calabria casaria con la hija del duque de Borbon, sobrina del Francés, que era camino para dejar aquella demanda muy honrosamente. Con esto se despidieron los embajadores, y sin embargo, porque pasadas las treguas se entendia que volverian á las armas, el rey Católico trataba de asegurarse por la parte de Navarra por do se mostraban asonadas de guerra; pretendia que aquellos reyes le diesen seguridades de homenaje y castillos, y nombró por general de aquella frontera á su condestable don Bernardino de Velasco. El mismo recelo tenian por la parte de Ruisellon. Avino que en cierta revuelta que se levantó en Perpiñan entre los vecinos de aquella villa y los soldados, el general don Enrique por salir á despartillos fué herido con una piedra que tiraron de un terrado, de que murió. Por esta causa fué puesto por general de aquella frontera el duque de Alba, y aun se dió órden á la armada de España que acudiese aquellas marinas, á cuyo capitan era don Iñigo Manrique. Estos apercibimientos se hacian por la parte de España. En Italia el rey don Fadrique no se descuidaba, ca en primer lugar procuraba ganar al duque de Milan; y porque estaba viudo de Hipólita, sumujer, que falleció el año pasado, para mas aseguralle ofreció de casalle con Carlota, su hija, habida en su primera mujer, hija del duque de Saboya; y para el hijo mayor del Duque ofrecia á doña Isabel de Aragon, su hija, y de la reina doña Isabel, su segunda mujer, hija del príncipe de Altamura; partidos honestos, que al fin no se efectuaron por la grande caida que en breve dieron aquellas dos casas. Por otra parte, hacia instancia con el Papa para que le diese la investidura del reino, con lo que parecia aseguraba del todo su derecho; y para esto hacia muchas comodidades á los Borgias, que era el camino para salir con lo que deseaba; pretension que en fin alcanzó, y el cardenal de Valencia poco despues fué enviado para coronar á don Fadrique, como se bizo con solemnidad y fiestas muy extraordinarias, en fin, como en tiempo de paz y en ciudad tan popu→ losa, noble y rica como es Nápoles, y que en esto echó el resto. Coronóse por mano del Legado; asistió el arzobispo de Cosencia; mostróse el Rey muy liberal con los que le habian servido. Acabada la misa, mandó publicar por duque de Trageto y conde de Fundi á Próspero Colona, y á Fabricio Colona por duque de Tallacozo; al gran Gonzalo de Córdoba hizo duque de Monte de Santangel; y á don lùigo, hermano del marqués de Pescara, que matarou, marqués del Vasto, sin otros títulos que dió á barones y caballeros del reino. El príncipe de Salerno Antonelo de Sanseverino no se halló en esta festividad, sin embargo del perdon pasado y que se hizo llamamiento general de los barones del reino; todo se enderezaba á nuevo rompimiento, porque demás deste exceso, se entendia que fortalecia sus castillos y se pertrechaba de municiones y de armas.

CAPITULO XVII.

Que los portugueses pasaron á la India Oriental.

En el mismo tiempo que las otras provincias de Europa, y particularmente Italia, estaban trabajadas con los males que de presente padecian, y mas por las sospechas que de mayores daños amenazaban, Portugal, que es la postrera de las tierras hácia donde el sol se pone, con la grande y larga paz de que gozaba y con ella de toda prosperidad y abundancia, trataba de ensanchar por otras partes muy apartadas su imperio y llevar la luz del Evangelio á lo postrero del mundo y á la misma India Oriental, empresa que al principio pareció temeraria, y adelante fué de gran gloria, y no menos interés para todo Portugal. Don Enrique, hermano del rey don Duarte, fué el primero que entró en esta imaginacion, y con armadas que enviaba por la parte de mediodía acometió á descubrir nuevas tierras é islas por las costas de Africa. Atajóle la muerte los pasos, que le sobrevino el año que se contaba de nuestra salvacion de 1460, en edad de sesenta y siete años. llustre principe y de renombre inmortal, así por las demás virtudes y la castidad que guardó sin ensucialla por toda la vida, como principalmente por el principio que dió á cosas tan grandes. Desistió desta empresa el rey don Alonso, su sobrino, no tanto de su voluntad, cuanto por las muchas guerras y desgraciadas con que estuvo embarazado. Su hijo el rey don Juan el Segundo, como era príncipe de pensamientos muy altos, vuelto á esta demanda con armadas que envió diversas veces, descubrió gran parte de las costas de Africa y de Etiopia, sin parar hasta llegar de la otra parte de la equinoccial y averiguar que todas aquellas marinas se remataban en un cabo ó promontorio, que los marineros llamaron de las Tormentas por las muchas que en aquellas costas y mares muy altos se levantan, y él le Hamó de Buena Esperanza, como hoy dia se llama, por la que cobró de pasar con sus armadas por aquella parte á las costas de Asia y de la India y por aquel camino participar de sus grandes riquezas. Para mejor informarse envió por tierra á Pedro Covillan y Alonso Paiva, como en su lugar queda dicho, para que calasen los secretos de aquellas tierras y trajesen relacion verdadera de aquellas costas de Asia y Africa por la parte de levante. Murió en la demanda el Paiva ; Covillan, andado que hobo todas aquellas marinas, dió vuelta hácia el Cairo, y sabida la muerte de su compañero, determinó de pasar á las tierras del Preste Juan. Desde allí envió á su Rey entera relacion de todo lo que dejaba averiguado. De Etiopia ni pudo volver á Portugal, que no le dejaron, ni tuvo comodidad de enviar mas aviso. Así, le tuvieron por muerto hasta que adelante se supo la verdad. En este medio falleció el rey don Juan; su sucesor el rey don Manuel se inclinaba á llevar adelante esta empresa. Tratóse el negocio en su consejo; los pareceres fueron varios. Quién de todo punto condenaba aquellas navegaciones tan peligrosas y tan largas, encarecia los peligros que eran ciertos, los intereses pequeños y la esperanza muy incierta ; que harto mar tenian descubierto, y que seria mejor abrir y labrar los baldíos de Portugal, y no permitir que con

semejantes ocasiones se hiciese la gente holgazana. Quién, al contrario, decia que debian pasar adelante, pues ni hasta entonces tenian de qué arrepentirse de lo hecho, como lo daba á entender el aumento de las rentas reales por el trato de Africa; que siempre las cosas grandes tienen al principio dificultades, que las vence el generoso corazon, y el pusilánime queda en ellas atollado; el temor y recato demasiado nunca hicieron cosa honrosa; á los valientes ayuda Dios, á los cobardes todo se les deshace entre las manos. Algunos eran de parecer que se continuase la conquista y descubrimiento de Africa y que no pasasen adelante, pues lo razonable tiene término; la codicia desordenada con ninguna cosa se harta hasta tanto que despeña en su perdicion al que le da lugar y por ella se gobierna; que para las fuerzas de Portugal bastaban algunos millares de leguas que tenian las costas de Africa. Entre esta diversidad de pareceres prevaleció el que era de mas honra y reputacion. Resuelto pues el Rey de seguir aquella empresa, mandó aprestar cuatro naves, y por general nombró á Vasco de Gama, hombre de gran corazon; y bien le fué menester para abrir el viaje mas largo y mas dificultoso que jamás se intentó en el mundo. Iban en su compañía su hermano Paulo de Gama y Nicolás Coello, sin otros hombres de cuenta. Entre marineros y soldados todos no pasaban de ciento y sesenta. Bendijeron el estandarte real en una iglesia de nuestra Señora que estaba á la marina, fundacion del infante don Enrique, donde despues edificó el rey don Manuel el monasterio muy nombrado de Belen. Desde alli con acompañamiento muy grande de gente, que los lloraban no de otra manera que si los llevaran á enterrar, se hicieron á la vela este año á los 9 de julio. Tomaron la derrota de las Canarias, y de allí pasaron á las islas de Cabo Verde, que los antiguos llamaron Hespérides. Pasadas estas islas y la de Santiago, que es la principal dellas, volvieron las proas á levante por un golfo muy grande, en que por las grandes tormentas y altos mares pasaron tres meses antes que descubriesen tierra, hasta que diez grados de la otra parte de la equinoccial descubrieron un rio muy fresco y de grandes arboledas, do surgieron para hacer agua y tomar refresco. La gente era negra, el cabello corto y encrespado. Contrataron con ella por señas, porque nadie entendia su lengua, y con cosillas de rescate que les dieron proveyeron sus naves de fruta de la tierra y de carne, que lo traian los naturales. Pusieron al golfo nombre de Santa Elena, y el rio llamaron de Santiago. Pasaron adelante con intento de doblar el cabo de Buena Esperanza, pero cargó tanto el tiempo, que diversas veces se tuvieron por perdidos. Aquí fué bien menester el valor del Capitan, porque le protestaron sus compañeros volviese atrás y no quisiese locamente pelear con el cielo y con el mar ni llevallos á que todos se perdiesen; no bastaron ruegos ni lágri mas para doblegalle. Concertáronse de dalle la muerte; avisóle su hermano; prendió á los maestres, y él mismo tomó cargo de gobernar su navío. Con esta porfía llegó á lo postrero del Cabo, que comenzaron á doblar á 20 de noviembre, cuando en aquellas partes era primavera. Como cincuenta leguas mas adelante está

un golfo, que llaman de San Blas, y en medio dél una isla pequeña, que hallaron llena de lobos marinos. Abordaron á ella para hacer agua. Los moradores de aquella parte eran semejantes á los de la otra costa de Africa que mira al poniente; andan desnudos, traen sus miembros en unas vainas de palo. La tierra tiene elefantes y bueyes, de que se sirven como de bestias de carga; ciertas aves, que llaman sotilicarios, grandes como gansos, sin plumas y con las alas como de murciégalo, de que no se sirven para volar, sino para correr con gran velocidad. Pasaron adelante, y aunque despacio por las corrientes contrarias, llegaron á una tierra, que se llama Zanguebar, y ellos por el dia en que allí abordaron llamaron aquel golfo de Navidad; y á un rio grande que por aquellas riberas descarga en el mar llamaron rio de los Reyes porque tal dia salieron á tomar en él agua. Continuaban las corrientes y las maretas del mar; por esto se engolfaron tanto, que sin tocar á Zofala, que es el lugar de mas consideracion de aquellas riberas por las minas de oro que tiene, de la otra parte descubrieron una tierra donde los moradores no eran tan negros como los pasados, y andaban mas arreados, y en su trato mostraban ser mas humanos y mansos; en los brazos traian ajorcas de cobre, y los varones puñales con las empuñaduras de estaño. La lengua no se entendia, mas de que entre los demás vino uno que en arábigo les dijo que no léjos de alli habia naves semejantes á las que traian los nuestros, y en ellas negociaban hombres blancos. Entendieron por esto que la India caia cerca; dieron gracias a Dios, y en memoria de nueva tan alegre al rio que por allí se mete en el mar llamaron el rio de Bueuas Señales. Levantaron en aquella ribera una columna con título del arcángel San Rafael, que dió nombre á aquellas riberas, y de diez hombres condenados á muerte, que llevaban de Portugal para este efecto, dejaron allí dos para que aprendiesen la lengua y tomasen noticia de aquella gente, de sus costumbres y riquezas. Fué grande el contento que todos recibieron por entender cuán al cabo tenian su viaje, dado que el alegría se aguó con los muchos que cayeron enfermos; hinchábanseles las encías, de que no pocos murieron. Unos atribuian esto á ser la tierra malsana; otros á los manjares salados, de que tanto tiempo se sustentaron. Un mes se detuvieron en aquella costa con harto peligro y trabajo. Desde allí pasaron á Mozambique, que es una ciudad asentada en una de cuatro islas muy pegadas á la tierra firme, quince grados de la otra parte de la equinoccial, y veinte mas adelante de la punta postrera del cabo de Buena Esperanza; es tierra de mucho trato por el buen puerto que tiene. Los moradores eran moros, de color bazo, vestidos ricamente de seda y oro; en las cabezas turbantes de lienzo muy grandes; de los hombros colgaban sus cimitarras, y en los brazos sus escudos. Con este traje vinieron en sus barcas á reconocer nuestras naves. Fueron bien recebidos y tratados; supieron dellos que aquella ciudad era sujeta al rey de Quiloa, por nombre Abrahem, que está mas adelante en aquel paraje, y que allí tenia puesto un gobernador, que en arábigo llaman jeque, y él se decia Zacoeya; con el cual con presentes que le

dieron pusieron su amistad, y él les dió dos pilotos que los encaminasen á la India. Al principio los naturales entendieron que los nuestros eran moros de poniente, que fué la causa del buen tratamiento que les hicieron. Despues, sabido que eran cristianos, pretendieron hacelles el mal que pudiesen; los mismos pilotos se les huyeron á nado. Descargaron ellos su artillería contra la ciudad, con que mataron algunos de los que en la ribera andaban. El miedo de la gente fué grande por no estar acostumbrados á aquellos truenos y relámpagos. Humillóse el Gobernador, y ofreció toda satisfaccion. Contentáronse ellos y su Capitan con que les diese un piloto. Este con la misma deslealtad que los otros pretendió entregar á los nuestros en poder del rey de Quiloa. Decíales que los moradores de aquella ciudad eran cristianos de los abisinos, y que en ella se podrian proveer de todo lo necesario. Ayudoles Dios, porque cargó el tiempo y no pudieron tomalla, que á ser de otra suerte, corrieran peligro por ser aquella ciudad poderosa y estar aquel Rey indignado por las nuevas que tenia de lo que pasó en Mozambique. El pilotó moro, sin embargo, no desistió de su intento, antes les persuadió fuesen á Mombaza, ciudad puesta en un peñasco, rodeada casi por todas partes de un seno de mar que forma un puerto muy bueno. Saliéronles al encuentro gentes de la ciudad, con las cuales trató el piloto la traicion que traia pensada. Saliera con su intento, si no fuera que al entrar en el puerto, Vasco de Gama, por temor no diese su nao en ciertos bajíos que hay allí cerca, mandó de repente calar las velas y echar áncoras. El piloto por su mala conciencia temió que era descubierto; echose en el mar para salvarse, y lo mismo hicieron algunos de la tierra que todavía quedaban en las naves, que en esta sazon eran tres, ca la cuarta, que traia los bastimentos, por estar ya consumidos y faltar marineros, la habian antes desto pegado fuego. Dieron los nuestros gracias a Dios por les haber librado de un peligro tan manifiesto; proveyóles su Majestad de guia en esta manera. Partidos de allí tomaron dos bajeles de moros, y en ellos trece cautivos, que los demás se echaron al mar. Destos supieron que caia cerca Melinde, ciudad casi puesta debajo de la equinoccial, cuyo rey era muy humano y muy cortés con los extranjeros. Determinaron ir allá, y hallaron ser verdad lo que los cautivos dijeron. Holgó mucho el Rey con su venida ; no pudo por su vejez y enfermedad ir á las naves en persona; envió á su hijo, que hizo á los portugueses gran fiesta, y dellos fué festejado. Dióles guia para la India, y el Capitan le hizo presente de los trece cautivos moros; cosa que dió á aquel Príncipe mucho contento. Proveyéronse de lo necesario, y despidiéronse con promesa de volver por allí, porque queria enviar sus embajadores para trabar amistad con el rey don Manuel. Era ya pasada la pascua de Resurrecion; tomaron la derrota de Calicut, que dista de Melinde casi setecientas leguas, que navegaron en veinte y un dias. Descubrieron la tierra deseada á 20 de mayo, y poco despues echaron anclas á media legua de Calicut. No tiene aquella ciudad puerto, y el tiempo no era nada á propósito, porque en aquella sazon comenzaba en aquellas partes el invierno, que es una de las

grandes maravillas del mundo, y en que el entendimiento humano se agota. Dividen la provincia de Malavar, do está Calicut, unos montes muy empinados, que se rematan en el cabo de Comorin, dicho antiguamente el promontorio Cori. La una y la otra parte están en la misma altura, y entrambas hácia nuestro polo; y sin embargo, desta parte de los montes por el mes de mayo comienzan las lluvias y el invierno, cuando de la otra parte se abrasan con los calores del verano y del estío; cosa maravillosa y grande. ¿Quién podrá dar razon desta diversidad? Quién apear el abismo de la sabiduría divina? Todos los entendimientos quedarán cortos en este punto y en esta dificultad.

CAPITULO XVIII.

De lo que Vasco de Gama hizo en Calicut,

Antes que declaremos lo que á Vasco de Gama pasó en Calicut, será bien poner delante los ojos la grandeza de aquellas provincias y tierras tan extendidas de Asia. La India tiene por aledaños por la parte del poniente las provincias de Aracosia y Gedrosia con las Paropomisadas. Hácia el levante llega hasta los confines del gran reino de la China. Al septentrion tiene el monte Imao, que es parte del monte Cáucaso. Por la parte de mediodía la bañan las aguas del Océano. Divídelas en dos partes, en la de aquende y allende, el muy nombrado rio Ganges. Verdad es que los nuestros llaman India sola la tierra que abrazan por una parte el rio Indo, y por otra el rio Ganges. Los naturales llaman toda esta tierra Indestan. En medio destos dos rios corren unas cordilleras de montes, que se rematan en el cabo de Comorin. Muchas naciones son las que están derramadas por estas marinas; las principales Cambaya, que se extiende desde la boca del rio Indo; y tras ella hasta el dicho cabo de Comorin se tienden por muchas leguas los malabares. En medio destas dos naciones está en una isleta la famosa ciudad de Goa, en el reino de Decan. Cércanla por frente el mar, por los dos lados y por las espaldas el rio con sus dos brazos. Hay entre los malabares cuatro calidades ó grados de gente: los nobles, que llaman caimales; los sacerdotes, que son los bracmanes, y tienen grande autoridad; los soldados llaman naides; y el pueblo, que son los labradores y oficiales. Los mercaderes comunmente son extranjeros. De la cintura arriba andan desnudos, lo demás cubren con paños de seda ó algodon, y sus cimitarras, que traen afiadas del hombro derecho y colgadas. Los ritos y costumbres de esta gente son extrañas. Basta decir para conocer lo demás que las mujeres se casan con cuantos hombres quieren; por esto los hijos no heredan á los padres por no tener certidumbre cuyos son, sino los hijos de las hermanas. Están divididos los malabares en muchos reyes; el principal, y á quien los demás reconocen como á señor, y por esta causa le llaman zamorin, que es tanto como emperador, es el rey de Calicut, ciudad rica y grande, y que está casi en medio de aquella nacion, no léjos del mar. Las casas no están continuas, sino muy apartadas, con huertas y arboledas que cada cual tiene; solas las casas del Rey y los templos son de piedra; las demás de madera, bajas y cu

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