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aseguraba que ni el príncipe don Cárlos ni el Emperador podrian venir á España, el Príncipe por estar detenido en lo de Flándes, el Emperador por estar tan léjos. Por otra parte, el de Francia pretendió que con él y con el Papa se ligase el rey Católico para recobrar de venecianos lo que le tenian usurpado de sus estados. Daba el rey Católico oidos á esto por recobrar lo que poseian en aquel reino de Nápoles. Parecíale empero era necesario asentar primero las cosas de Castilla y de su gobierno, y entre tanto conservarse en la buena amistad que tenia con aquella señoría. Para todo mucho ayudó la buena industria de Lorenzo Suarez, su embajador, que falleció los dias pasados en Venecia con gran sentimiento de aquella señoría, como lo mostró en el enterramiento y exequias que le hicieron con aparato extraordinario. Quedó en aquel cargo su hijo Gonzalo Ruiz de Figueroa. Pretendia el Papa echar de Bolonia á Juan de Bentivolla que tenia tiranizada aquella ciudad. Y puesto que hacia principal fundamento para esto en la ayuda del rey de Francia, que le enviaba gente de á pié y de á caballo para esta empresa, y el mismo Papa fué á ello en persona, todavía se quiso valer de la sombra del rey Católico, que hizo avisar á Juan de Bentivolla que no podia faltar al Pontífice, antes pondria su persona y estados por la restitucion del patrimonio de la Iglesia. Entonces ofreció el tirano que recebiria al Papa en la ciudad con ciertas condiciones. Envió el Papa desde Imola, do estaba, al arzobispo de Manfredonia, y fué en su compañía el embajador Francisco de Rojas para tomar asiento con aquellos ciudadanos; con que el tirano se salió de la ciudad últimamente, y el pueblo prestó la obediencia al Pontífice y le entregó las fuerzas y castillos. Envió el rey Católico á Antonio de Acuña á dalle el parabien de aquella victoria y suceso. Juntamente pretendió confederarse en estrecha amistad con él mismo, con intento que le diese la investidura del reino para sí y para sus sucesores, sin embargo de la concordia que tenia asentada con Francia; que los reyes á ninguna cosa tienen respeto sino á lo que les viene á cuenta. Esto se trataba muy en secreto, si bien en fin deste año envió á Boloña, donde el Papa se hallaba, á fray Egidio de Viterbo, vicario general de la órden de San Agustin y excelente predicador, para ofrecelle sus fuerzas en defensa de su persona y dignidad y juntamente para hacer guerra á los turcos, en que él mucho deseaba emplearse, y en particular queria ayudar á despojar á los tiranos que tenian usurpadas algunas tierras de la Iglesia. En este mismo tiempo se trataba muy de veras que los barones angevinos fuesen restituidos en sus estados. Empresa era esta muy dificultosa por estar repartidos entre los que sirvieron en la conquista de aquel reino. La prudencia del Rey y su presencia fué bien necesaria para allanar las dificultades. Quitó á unos los pueblos que tenian, á los cuales recompensó en otros pueblos ó juros que les dió. Compró estados enteros á dinero. Todo esto no fuera bastante segun eran muchos los despojados, si no supliera con estados que sacó para este efecto de la corona real. Los principales que fueron restituidos eran los príncipes de Salerno, Bisiñano y Melfi, el duque de Trageto, el duque de Atri, que se llamaba antes marqués de Bi

tonto; los condes de Conza, Morcon y Monteleon, demás destos Alonso de Sanseverino. Compróse el ducado de Sesa, que se dió al Gran Capitan, recompensa muy debida á sus servicios; el principado de Teano, el condado de Cirinola y Montefosculo y la baronía de Flume, todo del duque de Gandía, que poseia muy grande estado en aquel reino. A muchos italianos y españoles se quitaron los pueblos que tenian en remuneracion de sus servicios. Eutre estos fueron de los principales el embajador Francisco de Rojas, Pedro de Paz, Antonio de Leiva, Hernando de Alarcon, Gomez de Solís y Diego García de Paredes; todos llevaron de buena gana que su Príncipe, por quien pusieron á riesgo sus vidas tantas veces, en aquel aprieto los despojase de sus haciendas. Era mas fácil de llevar este daño, que por pretender los mas volverse á sus tierras, cualquiera recompensa en España anteponian á mayores riquezas en aquella tierra que ellos ponian á cuento de destierro, dado que á algunos ninguna recompensa se hizo; en particular los herederos y deudos del embajador Francisco de Rojas, condes al presente de Mora, pretenden que por la ciudad de Rapola que le dieran por sus servicios y otros pueblos en el principado de Melfi, y en esta ocasion se la quitaron, ninguna cosa se le dió en España ni en otra parte. El privilegio original tienen los dichos condes. Túvose muy particular cuenta de contentar y conservar los Coloneses y Ursinos, casas las mas nobles y ricas de Roma. Junto con esto, se hizo gran fundamento en ganar á los Seneses y al señor de Pomblin, fuerzas de importancia para todo lo que pudiese suceder en las cosas de Italia. Llegaron á esta sazon á Nápoles el obispo de Lubiana y Lúcas de Reinaldis, que enviaba el Emperador para tomar algun asiento con el rey Católico sobre el gobierno de Castilla. Estos, habida audiencia, dieron al Rey el parabien de su llegada á aquella ciudad y reino. Despues le pidieron diese algun corte sobre el gobierno de Castilla; que al Emperador, su señor, parecia seria buen medio quedasen con aquel cargo los que estaban diputados por gobernadores. Asimismo hicieron instancia que no se restituyesen los estados á los barones angevinos, por el gran daño que seria tener dentro de su casa tantos enemigos. Item, que el Rey procurase se efectuase el matrimonio concertado del príncipe don Cárlos con Claudia, hija del rey de Francia; que para asentar todo esto seria bien que se viesen. Pretendia el César pasar á Italia; la voz era para coronarse; el intento principal resistir al rey de Francia, de quien avisaban queria ir á Roma para hacerse coronar emperador y dar el pontificado al cardenal de Ruan, sospechas de que se quejú gravemente el Emperador en una dieta del imperio que juntó en Constancia. Oidos los embajadores, el Rey, sin pedir tiempo, respondió luego que la Reina, su hija, era á quien tocaba el gobierno de Castilla; y caso que no quisiese ó no estuviese para gobernar, pertenecia á solo él como á su padre, y que lo mismo seria en caso que muriese; que hasta entonces ningunos gobernadores tenian nombrados en Castilla. A lo de los barones respondió que tenia prometido de volvelles sus estados, y no podia faltar á su palabra; cuanto al casamiento del Principe, que el rey de Francia le envió á avisar de la

contradicion que su reino hacia, por llevar mal que lo de Milan y Bretaña se desmembrase de aquella corona, y que todos los estados le suplicaban la casase con el duque de Angulema, á quien pertenecia la sucesion de aquel reino despues de sus dias. A lo de las vistas respondió con palabras generales, que holgaria dellas cuando hobiese disposicion para ello. Tuvieron segunda audiencia los embajadores, en que llegaron á ofrecer al rey Católico que el César le daria título de emperador de Italia, y renunciaria en él todos sus derechos que tenia sobre aquella provincia y le ayudaria á hacerse señor della. A esto dijo que no convenia disminuyese el Emperador su autoridad, que de Italia él no queria mas de lo que era suyo. Movieron despues desto la plática de ligarse los príncipes, Emperador, reyes de Francia y el Católico con el Papa contra venecianos. A esto dijo que como los demás se concertasen, no quedaria por él. Entonces envió el Rey al César por su embajador á don Jaime de Conchillos, obispo de Girachi, con cargo en lo público y órden de allanar á los flamencos para que admitiesen al Emperador á la gobernacion de aquellos estados, como á tutor del príncipe don Cárlos, su nieto. Otro tenia en el corazon, como queda ya tocado.

CAPITULO V.

Que la reina doña Juana parió en Torquemada.

La reina dona Juana se hallaba en Torquemada, principio del año de 1507. Allí un juéves, á los 14 de enero, parió una kija, que llamó doña Catalina, y adelante fué reina de Portugal. Vióse en gran peligro por falta de partera, oficio que hobo de suplir doña María de Ulloa, su privada y camarera. Todos eran efectos de su indisposicion ordinaria, que no daba lugar á medicinas ni á consejos. Hallábanse allí el arzobispo de Toledo, el Condestable y otros grandes. Los de su Consejo con su presidente el obispo de Jaen se quedaron en Búrgos. Deseaban los de su Consejo componer las diferencias que se continuaban entre los grandes y sosegar la llama de los alborotos que por todas partes se encendia; pero tenian sus provisiones y maudatos poca fuerza, de suerte que quien no queria obedecer se salia con ello; todo era violencias y males, miserable estado y avenida de escándalos y desórdenes. El alboroto de Córdoba contra los inquisidores iba adelante. El motivo principal era que los presos, por revolver el pleito, tenian encartada gran parte de la nobleza como cómplices en sus delitos. El pueblo atribuia esto á la malicia de los inquisidores. En Toledo los Silvas y Ayalas se pusieron en armas; los Ayalas en favor de un pesquisidor que venia nombrado por el Consejo con suspension de varas del corregidor y sus oficiales; los Silvas pretendian que el pesquisidor no entrase y que el corregidor quedase con su oficio. Eran gran parte para salir con todo lo que querian por tener en su poder las puertas y las puentes; mas prevalecieron los Ayalas porque los seguia el pueblo, y el corregidor don Pedro de Castilla fué echado de la ciudad, en que hobo sobre el caso muertos y heridos. A Madrid traian alborotado don Pero Laso de Castilla, que estaba por el rey Católico, y Juan Arias, cabeza del bando contrario. El corregidor de Cuenca

Filipe Vazquez de Acuña tenia oprimido el regimiento para que no obedeciesen á la Reina; Diego Hurtado de Mendoza le echó fuera de la ciudad, y se dió órden que el regimiento nombrase alcaldes ordinarios que gobernasen en nombre de la Reina. En Segovia el marqués de Moya tenia cercado el alcázar, y hizo salir de la ciudad todos los vecinos que no eran de su opinion, hasta quemar la iglesia de San Roman, en que algunos de sus contrarios se hicieran fuertes. La Reina no servia de otra cosa mas de embarazar. Para prevenir que el fuego no pasase adelante en el Andalucía, se ligaron el marqués de Priego y conde de Cabra con el conde de. Tendilla, capitan general de Granada, y el adelantado de Murcia, en servicio de la Reina y para conservar en justicia aquellas tierras hasta tanto que el rey Católico volviese. Vino el conde de Ureña á la corte. Pretendió interponer su autoridad para sosegar los grandes, dado que así bien él como los demás daba sus quejas y tenia sus pretensiones, que venian á parar todas en el alcaidía de Carmona, que le habian quitado, y en una encomienda que pedia para su hijo don Rodrigo. Los grandes, sin embargo, se armaban. El Almirantejuntaba gente para apoderarse de Villada y Villavicencio, villas que decia le tenia usurpadas el duque de Alba. El duque de Najara andaba en la corte muy acompañado de gente de armas; y llegó á tanto su atrevimiento, que ocupó las posadas que en Villamediana se dieron á los del Consejo, que por esta causa se fueron á Palencia. Don Juan Manuel vino á Torquemada con sesenta lanzas. El marqués de Villena y el Condestable asimismo se apercebian de gente. El arzobispo de Toledo, vistos estos desórdenes, comenzó á traer gente de guarda, y juntó cien lanzas y trecientos alabarderos, y dió órden como de su dinero se pagasen las compañías de las guardas ordinarias. Y aun por esta causa quiso jurasen obediencia á la Reina y á él mismo, todo á propósito de enfrenar la insolencia de los grandes por una parte, y por otra que el Consejo no despachase algunas provisiones poco á propósito para tiempos tan revueltos. Alteróse por esta causa el duque de Najara. Juntó mas gente para su seguridad. Las cosas llegaron á término, que una noche en Torquemada hobieran de venir á las manos los del Duque y los del Arzobispo. Para atajar estos daños se dió órden que en aquella villa solo quedase la gente de la Reina y del Arzobispo, con que el Duque se partió mal enojado. Antes que don Juan se saliese de Torquemada se juntaron con él en Grijota el Almirante, el de Villena, el de Benavente y Andrea del Búrgo, embajador del Emperador; concertaron de impedir la venida del rey Católico, si primero no satisfacia á sus demandas y pretensiones. Despues se juntaron algunos dellos en Dueñas. Allí acordaron echar fama que el arzobispo de Toledo y Condestable tenian á la Reina presa; últimamente se fueron á Villalon con intento de juntar gente para socorrer el alcázar de Segovia que tenia apretado el marqués de Moya. El rey de Portugal tenia asimismo sus inteligencias con el marqués de Villena para impedir la venida del rey Católico y procurar que el Emperador trajese al Príncipe, y como su tutor tomase á sumano el gobierno. Vino por este tiempo de Roma don Antonio de Acuña, proveido del obis

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pado de Zamora. Cometióle el Rey como á deudo que era del marqués de Villena que le asegurase en su servicio, y le ofreciese le darian á Villena y Almansa, que tanto él deseaba. No bastó esta diligencia, ni fué de mayor efecto la que hizo don Alvaro Osorio con el duque de Najara y con don Juan Manuel, con los cuales se fué á ver para sosegallos y atraellos al servicio del rey Católico. De la provision del obispado de Zamora en la persona de don Antonio de Acuña se quejó el Condestable que fuese premiado el mayor enemigo que tenia, y á él no se hiciese merced alguna. Resultó asimismo otra nueva revuelta. Los del Consejo por haberse hecho aquella provision sin preceder suplicacion de la Reina ni del Rey, su padre, como era de costumbre, juzgaron que seria en gran perjuicio de la preeminencia real si se consintiese llevar adelante. Despacharon sus provisiones enderezadas al dean y cabildo de aquella iglesia para impedille la posesion; y si la posesion fuese tomada, mandaban que no la dejasen continuar ni acudiesen con los frutos del obispado á don Antonio. Llegaron las provisiones á tiempo que don Antonio estaba en pacífica posesion. Despacharon al alcalde Ronquillo que hiciese ejecutar sus mandatos. Don Antonio, que sobrevino con gente una noche, le prendió dentro de su posada y llevó á la fortaleza de Formosel. Acudieron el corregidor de Salamanca para castigar aquel desórden y desacato, y el duque de Alba mandó juntar sus vasalios para lo mismo. Pero ninguna diligencia bastó para remover á don Antonio y que no quedase con su obispado. Todo el reino ardia en alborotos, tramas, quejas y pretensiones. Los mejores querian vender lo mas caro que pudiesen su lealtad y servicio, acomodar sus cosas; para sí, sus dendos y amigos sacar lo que mas pudiesen. El rey Católico, como quier que no pretendia traer la espada desnuda contra los que le ofendieron, así parecia cosa dura y afrentosa comprar con dádivas lo que de derecho se le debia, bien que desagraviar á los que injustamente padecian, á todos parecia muy conveniente. En esta sazon los del Consejo prorogaron las Cortes por espacio de cuatro meses; con que los procuradores del reino, que se entretenian en Búrgos, se volvieron á sus casas.

CAPITULO VI.

Que el duque Valentin fué muerto.

Las cosas de Castilla se hallaban en esta confusion, y por las fronteras de Navarra se comenzaron á mover algunas novedades. El rey don Juan con la ocasion de la ausencia del rey Católico, que le tuvo siempre enfrenado, determinó tomar enmienda de los desacatos que su condestable el conde de Lerin le tenia hechos en muchas maneras por las espaldas que de Castilla le hacian. Para este su intento vino muy á propósito la huida del duque Valentin, su cuñado. Luego que se acogió á su reino, le nombró por su capitan general, con cuya ayuda pretendia despojar de todo su estado al conde de Lerin y echalle de todo aquel reino como á notorio rebelde y enemigo de su corona. Juntó sus gentes, que eran docientos jinetes y ciento y cincuenta hombres de armas y hasta cinco mil infantes. Con este ejército, un

miércoles, á 10 de marzo, se puso sobre la fortaleza de Viana, cuya tenencia se habia dado al Condestable, y tenia dentro para su defensa á don Luis de Biamonte, su hijo, y yerno del duque de Najara. Otro dia despues que llegó esta gente á Viana, por ser la noche muy tempestuosa, tuvo comodidad el Condestable de acudir desde Mendavia, que era una su villa á tres leguas de allí, á favorecer y proveerá los cercados. Llevó en su compañía docientas lanzas, y dejó fuera de Mendavia en un barranco á la cubierta de un viso hasta seiscientos de á pié. Entró en la fortaleza y bastecióla lo mejor que pudo. À la mañana al dar la vuelta fueron sentidos. Salieron del campo del Rey hasta setenta lanzas en compañía del duque Valentin, que por la priesa iba mal armado. Seguia el Rey con la demás gente, aunque despacio y no muy en órden. El Duque, como era arriscado, acometió á los que se retiraban, mató y prendió hasta quince hombres. Adelantóse en seguimiento de un caballero hasta el lugar en que tenian la celada. Revolvieron otros cuatro caballeros sobre él; hirióle el uno con una lanza sobre el faldar, fué el golpe tal, que le arrancó del caballo. Acudieron los de la celada, y sin ser conocido, aunque peleó muy bien á pié con una lanza de dos hierros, al fin le mataron, y le despojaron en un momento hasta de la camisa. Con la muerte del Duque toda la demás gente se volvió con poca honra á sus estancias. El condestable de Mendavia por estar mas seguro se pasó á Lerin. Así acabó sus dias el que poco antes ponia espanto á toda Italia, y en cuya mano estaba la paz y la guerra de toda ella. Notóse mucho que muriese dentro de la diócesi de Pamplona, que fué el primer obispado que tuvo, y que su muerte fuese el mismo dia que tomó la posesion dél, es á saber, el dia de San Gregorio. Quedó sola una hija del Duque en poder de su madre y del rey de Navarra, su tio. Con todo esto el Rey estrechó mas el cerco de la fortaleza con su gente y la que de Castilla el Condestable le envió de socorro de á pié y de á caballo. Por el contrario, el duque de Najara se acercó á la frontera con gente para ir á socorrer al conde de Lerin; y aun el arzobispo de Zaragoza apercebia gente para ayudalle por ser tan servidor del rey Católico y su cuñado. Pero en fin la fortaleza de Viana se hobo de rendir, y el Rey con su gente, que llegaba ya á seiscientas lanzas y ocho mil infantes, se fué á poner sobre Raga. Los del Consejo real de Castilla por sosegar aquellos movimientos enviaron al secretario Lope de Conchillos para requerir al rey de Navarra en nombre de la reina doña Juana no procediese por via de fuerza contra el conde de Lerin. Hacíase instancia que sobreseyese en aquella guerra por tiempo de tres meses, en el cual medio se podrian concertar quellas diferencias y vendria el rey Católico para concordallos. El rey de Navarra no venia en ello; la respuesta fué dar grandes quejas contra el conde de Lerin, que le tenia revuelto su reino; que no era razon fuesen favorecidas de ningun príncipe insolencias semejantes. Todavía se contentaba con que viniese en persona á pedir perdon de sus yerros y entregalle en su poder á Lerin, y sus hijos fuesen á serville en su corte, y hecho esto, el Conde se saliese de aquel reino. Tratábase desto, y el Rey continuaba en apoderarse del es

tado del Conde. Rindióse Raga y todos los demás lugares que el Conde tenia; solo quedó en su poder Lerin, villa en que se hizo fuerte con sus hijos y aliados, plaza que, si bien con dificultad, tambien vino á poder del Rey. I'or esto el Conde se fué á Castilla, y despues pasó á Aragon, sin que le quedase una almena en toda Navarra. No le hizo poco daño tener de su parte al duque de Najara, porque por el mismo caso el Condestable y los mas servidores del rey Católico se declararon por el Navarro, si bien para las turbaciones de Castilla fué á propósito ocuparse el Duque en aquella guerra de Navarra ; tanto mas, que el rey Católico á la misma sazon ganó á su servicio al conde de Benavente con promesas que le hizo de una encomienda y docientas mil de juro, é intencion que dió de le otorgar la feria de, Villalon. Aseguró otrosí al duque de Béjar con prometelle otras cosas que él mismo deseaba. Así, el partido del rey Católico y de los que deseaban su venida andaba muy valido, y muy caido el de los contrarios. Morian en Torquemada de peste, mal que se embraveció este año muy extraordinariamente, y se derramó por toda España. Salióse la Reina á Hornillos, aldea muy pequeña, que está una legua de aquella villa, con determinacion de no salir de aquella comarca sino aguardar allí al Rey, su padre. Tenia mandado que volviesen á su Consejo los que estaban en él en vida de la Reina, su madre, y los nuevamente proveidos fuesen privados de aquel cargo. Con esto el obispo de Jaen se fué á su casa; los oidores nuevos, que eran Aguirre, Guerrero, Avila y don Alonso de Castilla, hicieron instancia para que se revocase aquel mandato; no se pudo acabar con la Reina por grandes diligencias que se hicieron y medios que para ello tomaron. Así, volvieron al Consejo los oidores antiguos Angulo, Vargas y Zapata. En Segovia se continuaba el cerco que tenia el marqués de Moya muy apretado sobre el alcázar; y dado que los de dentro se defendieron muy bien por espacio de seis meses, al fin con minas que se sacaron por diversas partes redujeron los de dentro á término, que le rindieron á los 15 de mayo. Ayudaron al Marqués en esta empresa el duque de Alburquerque, que fué allá en persona, y el Condestable, duque de Alba y Antonio de Fonseca con gentes que de socorro le enviaron.

CAPITULO VII.

Que el Emperador y rey Católico trataban de concertarse
sobre el gobierno de Castilla.

Los embajadores del César que fueron á Nápoles hacian grande instancia sobre las vistas de los dos príncipes consuegros. Ofrecian que el Emperador vendria á Niza, ó que el rey Católico fuese á Roma, donde el César en breve pensaba venir á coronarse. Que en un dia se podrian mejor conformar por sus personas que en mucho tiempo por medio de terceros. El rey Católico daba diversas excusas para no venir á las vistas, la mas principal que los reinos de Castilla padecerian mucho daño con aquella tardanza, que forzosamente seria de algunos meses. Como se resolvió en esto, los embajadores le requirieron no volviese á Castilla sin que primero se concertasen todas las diferencias; que de otra ma

nera el Emperador seria eso mismo forzado de ir allá, y los males que dello resultasen se imputarian y estarian á cuenta del que diese la causa. Pareció este término mas desafío que voluntad de concierto. Todavía se comenzó á tratar por los embajadores sobredichos de una parte, y de otra el Gran Capitan, el camarero y el secretario del rey Católico de los derechos que cada uno pretendia tener por su parte y de los medios que se representaban para conformarse. Muchas cosas se alegaron como en negocio tan grave. Los principales puntos en que el rey Católico se fundaba eran ser padre y por consiguiente tutor de la Reina, y su voluntad que siempre dió muestra de querer que su padre gobernase, y el testamento de la reina doña Isabel que así lo disponia. De parte del Emperador se oponía que en caso que la Reina estuviese impedida, sucedia el Príncipe, su nieto, en cuya tutela debia ser preferido el abuelo paterno. Que el rey Católico se casó segunda vez, por do perdió la tutela, especialmente que prometió á la reina doña Isabel no lo haria, por lo menos era cierto que si entendiera se pretendia casar, no le dejara el gobierno. Lo tercero que los grandes, cuyo consen→ timiento se requeria, no venian en su gobernacion, y no era razon poner el reino en condicion de revolverse. Otras razones alegaron, mas estos eran los nervios fundamentales. Pasaron á tratar de medios. Los del Emperador decian que su señor holgaria se cometiese el gobierno á veinte y cuatro personas; dellas las diez y seis nombrase él, y las ocho el rey Católico, y que estos gobernasen en compañía del Rey. Y cuanto á las provisiones de oficios y beneficios, que de tres partes el Rey proveyese la una, y las dos los del gobierno'; las rentas dividian en cuatro partes, las tres partes para la Reina, y la una para el Rey. Item, para asegurar la sucesion del príncipe don Carlos querian que todas las fortalezas del reino estuviesen en poder del Emperador. Todas eran demasías y exorbitancias á propósito de revolvello todo. Pedian otrosí que se enviasen á Flándes algunos hijos de grandes y personas principales de Castilla y Aragon para criarse con el Príncipe, y que se diese seguridad para los que siguieron la voz del rey don Filipe que no serian maltratados ni en algun tiempo les pararia perjuicio. Que la investidura de Nápoles se alcanzase de manera que no perjudicase á la sucesion del príncipe don Cárlos. Condiciones tolerables eran algunas destas, pero pedian otras muchas, que no se debian conceder ni se pudieran asentar en muchos años. Por esto el rey Católico aprestaba su partida, si bien el Emperador de nuevo le envió á requerir con Bartolomé de Samper, que de Nápoles fué enviado á Alemaña, sobreseyese hasta tanto que aquellas diferencias estuviesen asentadas. El Rey todavía continuaba en su propósito, y para despacharse envió sus embajadores á dar la obediencia al Papa, que fueron Bernardo Dezpuch, maestre de Montesa, Antonio Augustino y Jerónimo Vic, un caballero valenciano que iba para hacer oficio de embajador ordinario en aquella corte en lugar de Francisco de Rojas. Dióseles audiencia á los 30 de abril; hizo Antonio Augustino un muy elegante razonamiento, en que excusaba la dilacion que en dar aquella obediencia se tuvo por diversos impedimentos que no se pudieron evitar. Ofre

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de Faenza y Arimino, que tenian los venecianos usur-
padas en la Romaña. No se podia hacer esto en poco
tiempo, y las revueltas de Castilla no sufrian tanta dila-
cion. Resolvióse de abreviar su partida de cualquiera
manera que fuese. Para prendar mas al Gran Capitan
otorgó un instrumento en que daba fe de la lealtad que
siempre en su persona halló y de su mucho valor y ser-
vicios señalados; cuya copia se envió á todos los prin-
cipes para que si alguno habia del concebido ó sospe-
chado otra cosa, quedase con tal testimonio desenga-
ñado. Era venido á Nápoles Juan de Lanuza, virey de
Sicilia; á este caballero, por la mucha confianza que ba
cia dél y sus buenas partes, determinó dejar por viso-
rey de Nápoles. Pero porque antes que el Rey se em-
barcase, él y su hijo Juan de Lanuza, que era justicia
de Aragon, fallecieron, nombró por virey de Nápoles
á su sobrino don Juan de Aragon, conde de Ribagor-
za, y á Sicilia envió á don Ramon de Cardona con cargo
de teniente general. Para el consejo de estado de Nápo-
les nombró á Andrés Garrafa, conde de Santaseverina,
y á Hector Piñatelo, conde de Monteleon, y á Juan Bau-
tista Espinelo, al cual quitó entonces el cargo y nom-
bre de conservador general por ser muy odioso en aquel
reino. Dejó órden al Virey que conservase los Colone-
ses y Ursinos, y á Bartolomé de Albiano se restituyó su
estado porque se redujo á la obediencia del Rey. Pro-
veyóse que demás de la gente de guerra docientos gen-
tiles hombres residiesen en la corte con nombre de
Continos y acostamiento por año de cada ciento y cin-
cuenta ducados. A los venecianos que se mostraban
sospechosos de la voluntad del Rey, para asegurallos
envió á Filipe Ferreras que hiciese con aquella señoría
oficio de embajador. Proveido todo esto, el Rey se hizo
á la vela un viernes, á los 4 de junio, con diez y seis ga-
leras. Ocho dias antes partió la armada de las naos, y
por su general el conde Pedro Navarro. El reino de Por-
tugal florecia por este tiempo en todo género de pros-

ció la obediencia y todas las fuerzas del Rey en favor de aquella santa silla. Respondió el Papa con mucha alegría, y en señal de amor dió á los embajadores la rosa de oro que se bendice la noche de Navidad, para que de su parte la llevasen á su Rey. Juntamente convidaba al Gran Capitan para que fuese general de la Iglesia en la guerra que pensaba hacer á venecianos; el mismo cargo le ofrecia aquella señoría por entender que era tanto su valor, que llevaria consigo muy cierta la victoria á cualquier parte que se allegase. Los partidos que le hacian muy aventajados previno el Rey con tornar á prometelle el maestrazgo de Santiago. Y porque no parecie sen palabras, dió comision á Antonio Augustino, cuando le envió á Roma, para que suplicase al Papa le pudiese resignar en su favor en manos de los arzobispos de Toledo y de Sevilla y el obispo de Palencia, para que con comision del Pontífice le colasen al Gran Capitan luego que llegase á Castilla; que no hacia desde luego la resignacion por inconvenientes que alegaba que podrian resultar en ausencia. El Papa venia bien en conferir al Gran Capitan aquella dignidad, pero no quiso dar la comision que se le pedia por no perjudicar á su autoridad. Con esto se dilató aquella resignacion, no sin gran sospecha que el Rey usó en esto de maña solo para sacar al Gran Capitan de Italia, que era duque de Sesa y de Terranova y gran condestable de Nápoles; grandes estados y mercedes en sí, pero muy pequeñas, si con sus méritos y servicios se comparan. Deseaba el Rey con gran cuidado reformar la capitulacion hecha en Francia sobre la sucesion del reino de Nápoles, que caso no tuviese hijos de la reina doña Germana, se devolvia á los reyes de Francia. Trataba de remediar este daño, y para esto de tomar por medio al cardenal de Ruan con promesa que le hacia de ayudalle para subir al pontificado, si allanaba esta dificultad, como á la verdad el mejor camino fuese alegar que pues el rey de Francia no cumplia el asiento que tenia tomado de casar su hija con el príncipe don Cárlos, con que le quita-peridad, y extendia su fama por todas las partes, merba la sucesion de Milan y de Bretaña, era razon que esto se recompensase con alzar aquel gravámen en lo de la sucesion de Nápoles, pues no era cosa tan grande ni tan cierta como lo que se le quitaba, ni aquella condicion servia sino de dejar pleito y debates á sus sucesores para adelante. El rey de Francia no daba oidos á nada desto, ca estaba desabrido por los homenajes que se hicieron en Nápoles en nombre de la reina doña Juana, sin hacer mencion de la reina doña Germana, como fuera razon, para conformarse con lo que tenian capitulado.

CAPITULO VIII.

Que el rey Católico partió de Nápoles.

Importaba mucho que el rey Católico abreviase en su venida para atajar inconvenientes y sosegar malos humores que cada dia por acá se levantaban, lo cual él no ignoraba; mas las cosas de Nápoles le detenian hasta dejallas bien asentadas. Hacia instancia con el Papa por medio de su embajador Jerónimo Vic le diese la investidura de Nápoles. Anduvieron sobre el caso demandas y respuestas. El Pontífice se resolvió de dársela con condicion que le recobrase con sus gentes las ciudades

ced de Dios, que les dió un rey tan señalado como el que mas en valor y prudencia y en noble generacion. Parió la Reina en Lisboa, á los 5 de junio, un hijo, que se llamó don Fernando. Las grandes esperanzas que daba su buen natural y aficion á las letras cortó la muerte arrebatada, que le sobrevino en la flor de su mocedad. Algunos grandes de Castilla, en especial el marqués de Villena, pusieron los ojos en este Príncipe para que se encargase del gobierno de aquel reino, con intento de impedir por este modo la venida del rey Católico; mas él no quiso aventurar su sosiego por promesas de pocos y mal fundadas, si bien de secreto deseaba tener mano en las cosas de Castilla por casar sus hijos con los de la Reina, y por este medio tomar uno de dos caminos, ó como tutor en tal caso del príncipe don Cárlos, su yerno, encargarse del dicho gobierno, que le venia muy á cuento para proseguir la navegacion de la India y la conquista de Africa con la ayuda que podia tener de Castilla, ó por lo menos obrar con el Emperador que tomase á su cargo lo que el derecho le daba. A esto mismo convidaba al César el rey de Navarra, y aun le ofrecia el paso por su tierra, que decia seria camino muy fácil, y esto por estar muy sentido del rey

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