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los de sesenta años abajo y veinte arriba estuviesen apercebidos para cuando se les ordenase ir con el Rey ó con quien él mandase á castigar al Marqués. El Gran Capitan, luego que supo aquel caso, escribió al Marqués estas palabras precisas: « Sobrino, sobre el yerro >> pasado, lo que os puedo decir es que conviene que á » la hora os vengais á poner en poder del Rey; y si así »lo haceis, seréis castigado, y si no, os perderéis. » Determinaba el Marqués de hacer lo que su tio le aconsejaba. Los grandes procuraban de amansar la ira del Rey como negocio que á todos tocaba; y en particular el Gran Capitan se agraviaba que se hiciese tan fuerte demostracion contra el Marqués, que si erró, ya estaba arrepentido, y en señal desto se venia á poner en sus manos; que era razon perdonar la liviandad de un mozo por los servicios de su padre don Alonso de Aguilar, que murió por hacer el deber, ya que los suyos estuviesen olvidados. El Rey iba muy resuelto de no dar lugar á ruegos. El Marqués, sabida la resolucion del Rey y que no tenia otro remedio, al tiempo que llegaba á Toledo, se vino á poner en sus manos. Mandóle estuviese á cinco leguas de la corte y entregase sus fortalezas. Obedeció en todo lo que le fué mandado. Llegaron á Córdoba con el Rey mil lanzas y tres mil peones. Prendieron al Marqués; acusóle el fiscal de haber cometido el crímen de lesa majestad. El Marqués no quiso responder á la acusacion ni descargarse; solo suplicaba al Rey se acordase de los servicios que sus pasados hicieron á aquella corona. Sustancióse el proceso, y llegóse á sentencia. Algunos caballeros que hallaron mas culpados fueron condenados á muerte; otros del pueblo justiciados. Derribaron las casas de don Alonso de Carcamo y las de Bernardino de Bocanegra, que se hallaron en la prision del Alcalde. Al Marqués sentenciaron en destierro perpetuo de la ciudad de Córdoba y toda su tierra, y del Andalucía cuanto fuese la voluntad del Rey, en cuyo poder estuviesen sus fortalezas y castillos, fuera de la casa fuerte que tenia en Montilla, que mandaron allanar. Desta sentencia tan rigurosa se agravió el Gran Capitan; decia que todo lo que el Marqués tenia estaba fundado en la sangre de los muertos sin los méritos de los vivos. Mucho mas al descubierto el Condestable se mostraba sentido por muchas razones: las dos mas principales, que nunca á los grandes se puso acusacion, ni los del Consejo real castigaron sus delitos, y que pues á su persuasion el Marqués se puso en las manos del Rey, él mismo se tenia por castigado. Estuvo tan sentido deste caso, que se quiso salir del reino, y se temió no se apartase por esta causa del servicio del rey Católico, de que resultasen nuevos bullicios y males. De Córdoba envió el rey á don Enrique de Toledo y al licenciado Hernando Tello á dar la obediencia en nombre de la Reina, su hija, al Papa. Entonces se revocó la legacía alcardenal don Bernardino de Carvajal, de quien se tenia sospecha inclinaba á la parte del Emperador. En Nápoles, á 13 de setiemdre, falleció la reina de Hungría en tanta pobreza, que el virey hobo de proveer cómo se le hiciesen las exequias. Enterróse en San Pedro Mártir de aquella ciudad, en que yace el cuerpo de su madre. Pasó el Rey á Sevilla; fué allí recebido con grande fiesta y aparato, arcos triunfales y

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toda muestra de alegría. Llevaba en su compañía á la Reina, su mujer, y al infante don Fernando. El duque de Medina Sidonia don Enrique era de poca edad. Dejóle concertado su padre con doña María Giron, y por su tutor á don Pedro Giron, hermano de aquella señora y hijo mayor del conde de Ureña, y que tenia por mujer á doña Mencía, hermana de padre y madre del duque don Enrique. Era este caballero muy brioso y de gran punto. Tenia la tierra alborotada, y aun intentó de acudir con gente á la defensa del marqués de Priego. Para aplacar al Rey al tiempo que iba camino del Andalucía y se detuvo en Valladolid, su padre el Conde ofreció que se le entregarian las principales fuerzas de aquel estado del Duque, y el Condestable se obligó por el Duque, su sobrino, que se mantendria en su servicio. Con todo esto el Duque y don Pedro no acudieron á hacer la reverencia debida al Rey, antes se tenian en Medina Sidonia, y aunque fueron avisados, no vinieron sino con grande premia. Mandó el Rey privar á don Pedro de aquella tutoría y que saliese desterrado de Sevilla de todo el estado de Medina Sidonia, y al Duque mandó entregase sus fortalezas. Huyéronse los dos una noche á Portugal agraviados deste mandato, especial que se entendia del Rey pretendia casar al Duque con hija del arzobispo de Zaragoza. Mandó el Rey á los alcaides entregasen todas las fortalezas. El de Niebla y el deTrigueros no quisieron obedecer; al alcalde Mercado, 'que fué á requerir que las diesen, cerraron las puertas de Niebla. Indignado el Rey, envió gente, que tomó la villa á escala vista, y la saqueó toda. Con este término tau riguroso todas las fortalezas y estados se allanaron, cuyo gobierno se cometió al arzobispo de Sevilla y á otros caballeros, y se dìó órden á los del Consejo que procediesen contra don Pedro Giron. Deste rigor se agraviaron los grandes, en especial el Condestable, que escribió una carta muy sentida al Rey sobre el caso; pero él tenia determinado de allanar el orgullo de los grandes y amansar sus brios. Ayudaba el arzobispo de Toledo, que se quedó en Tordesillas, el cual dijo diversas veces al Rey que debia continuar aquel camino y hollalle bien, pues era el que convenia para asegurarse y sosegar la tierra.

CAPITULO XIV.

De las cosas de Africa.

Detúvose el rey Católico todo el otoño en dar asiento en las cosas del Andalucía. Desde allí daba calor á la guerra que se hacia en Africa y enviaba ayuda á los portugueses, que estuvieron en aquellas partes muy apretados. Súpose que el reino de Fez andaba alborotado por disensiones que resultaron entre aquel rey Moro Ꭹ dos hermanos suyos. Pareció buena ocasion para acometer alguna buena empresa en Africa. Juntóse una buena armada en el puerto de Málaga. Las fustas de Vélez de la Gomera hicieron á la sazon mucho daño por la costa de Granada, como lo tenian de costumbre. Salió el conde Pedro Navarro, general de nuestra armada, en su alcance. Ganóles algunas fustas; dió caza y corrió las demás hasta llegar á la isla que está en frente de Vélez, acogida ordinaria de cosarios. La forta

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leza de aquella isla, que llamaban el Peñon, guardaban docientos moros. Estos, por entender que el Conde queria saltar en tierra y combatir á Vélez, por acudir á la defensa de la ciudad, desampararon la isla. Vista esta ocasion, el Conde se apoderó sin dificultad de aquel castillo, que sojuzga aquel puerto y toda la ciudad, de manera tal, que con la artillería se les hizo gran daño, tanto, que los moros por estar seguros se metian en las cuevas y soterraños. Fué esto en 23 del mes de julio. Túvose por muy importante la toma del Peñon, y dióse órden que se fortificase y pusiese en defensa con su guarnicion de soldados. Los portugueses hacian en la misma Africa la guerra por las costas del otro mar Océano. Ofrecia un moro, llamado Zeiam, primo del rey de Fez, que daria órden cómo tomasen á Azamor, ciudad muy nombrada en aquellas marinas. El rey don Manuel, confiado en que trataba verdad, juntó una armada en que iban cuatrocientos de á caballo y mas de dos mil infantes; nombró por general á don Juan de Meneses, por ser muy diestro en la guerra contra moros. Partió la armada de Lisboa á los 26 del mismo mes; hallaron las cosas muy al contrario de lo que pensaban, porque los de la ciudad, que eran muchos, se defendieron muy bien, y el moro Zeiam se concertó con ellos, con que los portugueses se vieron en punto de perderse, y sin hacer efecto se volvieron á embarcar. El tiempo era contrario, y la luna menguante, que fué causa de dar en seco algunos bajeles y una galera por ser la creciente pequeña. Con las demás naves aportaron al Estrecho. Este daño fué causa de un gran bien, y pareció providencia del cielo, porque el rey de Fez, quier fuese por satisfacerse deste atrevimiento de los portugueses, quier por ganar reputacion, con gran gente que junto de á pié y de á caballo, se puso sobre la ciudad de Arzilla un juéves, á 19 de octubre. Tenia dentro por capitan á don Vasco Coutiño, conde de Borua. Defendióse el primer dia con mucho esfuerzo; mas el siguiente los moros aportillaron el muro y entraron la ciudad por fuerza. El Conde, puesto que peleó como bueno, fué herido de una saeta en un brazo. Por esto le fué forzoso retirarse con todos los que pudo á la fortaleza, que no estaba bien proveida. Combatieron el castillo y mináronle por todas partes. Túvose aviso deste aprieto en Tanger, donde se hallaba don Juan de Meneses, y en Sevilla do el rey Católico. Don Juan de Meneses acudió con su armada. Peleó dos dias con los enemigos, que halló ya apoderados de un baluarte del castillo; y echados de allí, socorrió á los cercados, que se hallaban en el último aprieto. El rey Católico dió órden al conde Pedro Navarro que desde Gibraltar, do tenia surta la armada, fuese á socorrer á Arzilla. Adelantóse Ramiro de Guzman, corregidor de Jerez, con una nave, en que llevaba trecientos peones y algunos caballeros de aquella ciudad. Entraron en el castillo don Juan de Meneses y Ramiro de Guzman. Con esto animados los de dentro, no solo se defendieron, sino salieron fuera y echaron los moros de las barreras y cavas. Asegurólo todo la llegada del conde Pedro Navarro, que fué á los 30 de octubre; con la artillería de galeras dió tanta priesa al campo enemigo, que tenia sus estancias á la marina, que forzó á los moros á desamparallas, y al rey de Fez, quemado el pueblo, retirarse

con su gente la via de Alcazarquivir. Fué esta defensa de Arzilla de grande importancia para la conservacion de las fuerzas de Africa. En Tanger estaba don Duarte de Meneses, que tenia aquella fuerza en nombre de su padre don Juan de Meneses, conde de Taroca, y don Rodrigo de Sosa en Alcázar, ambos con grande miedo de no poderse defender si Arzilla se perdia. El rey don Manuel, alegre con esta buena nueva, envió á Pedro Navarro en reconocimiento de su trabajo y valor seis mil cruzados; lo mismo al corregidor de Jerez. Ellos se excusaron de recebir estos presentes con decir que servian al rey Católico, y no querian otra gratificacion mas de la que de su liberalidad esperaban. Al rey Católico, dado que dió las gracias por el socorro que le envió en tan buena sazon y con tanta voluntad, todavía se mostró estar agraviado de la toma del Peñon, que decia era de su conquista como perteneciente al reino de Fez. El rey Católico se excusaba con que Vélez era reino de por sí, y que en mantener el Peñon por entonces no se sacaba otro provecho sino gasto y asegurar las costas de Granada; y todavía si se averiguase pertenecer al reino de Fez, se allanaba de entregalle aquella fuerza cada y cuando que pretendiese por aquella parte emprender la conquista de Africa. Por el mes de noviembre falleció el conde de Lerin en Aranda de Jarque, pueblo de Aragon, aunque cargado de años; la mayor ocasion de su muerte fué el poco favor que halló en el rey Católico. Quedó por su heredero don Luis de Biamonte, su hijo.

CAPITULO XV.

De la liga que se hizo en Cambray.

Partió el rey Católico de Sevilla en lo mas recio del invierno, y dió vuelta á Castilla por dos causas, la una que don Pedro, hermano de don Diego de Guevara, que estaba en Alemania en servicio del Emperador, viniendo de Alemaña para entrar en Castilla por la parte do Vizcaya en hábito de lacayo, fué preso en Pancorvo,.y puesto á cuestion de tormento en Simancas, donde lo llevaron. Por cuya deposicion se entendió que muchos grandes de Castilla traian inteligencias con el Emperador, los mas señalados el Gran Capitan, el duque de Najara y el conde de Ureña; la segunda causa era quo el duque del Infantado y otros grandes se confederaban contra su servicio, y lo que mas importaba, que el cardenal de España sabia aquellas práticas y aun intervenia en ellas; pero de tal manera, que ni bien soplaba el fuego, ni bien le apagaba. Lo que causaba mas sospecha era ver al Gran Capitan y al Condestable muy confederados y unidos por tenerse ambos por agraviados y ser personas de gran punto y muy altos pensamientos. Ayudó mucho para con el dugue del Infantado y toda aquella parentela, que era muy grande, la prudencia del conde de Tendilla, que les avisó del malo y peligroso camino que llevaban y cómo muchos sc perdieron y muy pocos medraron de los que echaron por él. A los demás aplacó el rey Católico con su buena maña, ya con miedo, ya con regalos y buenas obras. En particular luego que llegó por Extremadura á Salamanca, se acabó de concertar con el marqués de Villena, ca en recompensa de Villena y de Almansa, de

capitulaciones dél, quedó el Francés de entregar á los duques de Borgoña. Falleció este mismo mes de diciembre en Nápoles' Roberto de Sanseverino, príncipe de Salerno. Dejó un niño muy pequeño, que se llamó don Fernando, heredero de aquella casa, y del odio que siempre ella tuvo á la corona de Aragon, como se vió adelante, que fué causa de su perdicion. Su madre doña Marina de Aragon, hermana de don Alonso de Aragon, duque de Villahermosa, casó poco adelante con el señor de Poinblin con voluntad del rey Católico su tio, que confirmó y juró los capítulos de la concordia sobredicha en Valladolid al principio del año siguiente, en presencia del nuncio del Papa y de los embajadores del Emperador y de Francia.

más de lo que valian de renta, le dió á Tolox y Monda en el reino de Granada, con que el Marqués mostró quedar muy contento. El Emperador trataba de concordar las diferencias que tenia con el rey de Francia; entendíase que su intento era apartalle de la amistad del rey Católico por confiar que por este camino se satisfaria mejor de los agravios que dél tenia recebidos, en particular por no querer admitir á Andrea del Burgo por embajador, y mucho mas por la prisiou de don Pedro de Guevara. Tenia tratado que la princesa Margarita, en nombre de su padre, y el cardenal de Ruan, en nombre del Papa y del rey de Francia, se viesen para asentar todas estas haciendas. Acordaron que la junta fuese en Cambray; acudieron asimismo Jaime de Albion, embajador por el rey Católico en Francia, y dado que la intencion era de concordarse el Emperador y rey de Francia, y excluir al rey Católico desta alianza, de parte del Papa se hizo grande instancia, y se acabó lo que diversas veces platicaron, que los tres príncipes se confederasen con él contra venecianos para efecto que cada cual de los confederados recobrase las tierras que aquella señoría les tenia usurpadas. Añadian que el que primero recobrase su parte ayudase á los demás á conquistar lo que les tocaba. Que el rey de Francia y el Emperador hiciesen la guerra personalmente. Para dar principio á esta guerra señalaron el primero dia de abril del año siguiente. Ofrecia el Emperador de dar para entonces al Francés la investidura de Milan á condicion que le contase por ella cien mil escudos y que le ayudase á recobrar las tierras que los venecianos le tenian usurpadas, sin que por esto quedase el Emperador obligado á ayudalle para recobrar las que le pertenecian por el ducado de Milan. Item, para que las diferencias entre el César y el rey Católico no fuesen parte para impedir esta empresa, se acordó que desde luego se señalasen árbitros que las determinasen amigablemente despues que la guerra contra venecianos fuese concluida. Determinóse que convidasen al duque de Saboya para entrar en esta liga por la pretension que tenia al reino de Chipre, de que venecianos estaban apoderados. Lo mismo al duque de Ferrara y marqués de Mantua, que pretendian ser suyas algunas tierras de aquella señoría. Lo que es mas, que los reyes de Francia y el Católico, en cuyas manos los pisanos y florentines tenian puestas sus diferencias, entregaron la ciudad de Pisa en poder de sus enemigos los florentines con voz que convenia así para la paz de Italia; la verdad era que pretendian ayudarse de Florencia contra venecianos, y de cien mil ducados con que ofreció servir, si le adjudicasen aquella ciudad; que era vender por muy vil precio la libertad de aquella república que hizo dellos confianza: cosa vergonzosa y indigna de tan grandes príncipes, en que quedó mas cargado el rey Católico y su buen nombre, por tener á los pisanos debajo de su proteccion y amparo. Pero ¿quién hay que no yerre, y mas en materia de estado, donde se pervierten á veces todas las reglas de lealtad y buenos respetos? Asentóse esta concordia á los 10 dias de diciembre deste año; la princesa Margarita desde allí se partió para la Francia Conté á tomar posesion de algunos lugares que, conforme al asiento tomado y

CAPITULO XVI.

De la armada que el Soldan envió á la India de Portugal, Grande era el deseo que el gran soldan del Cairo, llamado Campson, tenia de echar de toda la India los portugueses. Movíanle á ello los reyes de Calicut y Cambaya, que ofrecian de ayudalle con sus fuerzas en aquella empresa, y aun los venecianos entraban ó la parte, como queda apuntado. Lo que hacia mas al caso era el sentimiento que tenia de que divirtiesen los portugueses el trato de la especería, que solia venir á Alejandría con gran aprovechamiento de las rentas reales. Intentó de remediar este daño por via del Papa, y para esto envió al guardian de Jerusalem, llamado fray Mauro, como queda dicho. Visto que este medio no aprovechó, acordó de usar de fuerza. Aprestó una armada en el Suez, puerto del mar Bermejo, en que iban en seis galeras, un galeon y cuatro carracas ochocientos mamelucos. Así llamaban los soldados que eran hijos de cristianos, en los cuales consistian las fuerzas de aquel imperio. Nombró por general á Mirocem, caudillo de grande fáma, persiano de nacion. Este salió con su armada de la boca del mar Rojo, y se engolfó en aquellos muy anchos mares de la India. Francisco de Almeida, gobernador de la India, enviara á su hijo Lorenzo de Almeida con ocho velas para asegurar aquellas costas y acompañar por alguna distancia las naves que de Cochin iban cargadas á Portugal. En este viaje quemó muchas naves de moros en diversos puertos, y últimamente estaba surto en el puerto de Chaul cuando llegó la nueva que la armada del Soldan venia en su busca, con la cual se juntó Meliquiazio, gobernador de Diu por el rey de Cambaya, con treinta y cuatro fustas. Los portugueses antes que descubriesen las fustas por ir tierra á tierra, vieron solas cinco naves. No hicieron diligencia alguna por entender eran de Alonso de Alburquerque que le aguardaban. Llegaron los enemigos, y entraron dentro del puerto parte de la armada. Bombardeáronse aquel dia de léjos sin pasar adelante. Otro dia Lorenzo de Almeida acometió à la capitana de Mirocem, pero no la pudo aferrar por ser aguas menguantes y por los bajíos en que el enemigo surgió. Recibian los suyos mucho daño por ser la nave contraria mas alta ; él mismo fué malamente herido con dos saetas. Verdad es que Pelayo Sosa y Diego Perez, cada cual con su galera, acometieron á sendas de

los enemigos y las rindieron y tomaron. Con esto se acabó la pelea de aquel dia. El siguiente entró Meliquiazio en el puerto, ca se quedó de fuera con sus fustas. Por su entrada acordaron los portugueses dejar el puerto y salirse al mar. Con esta determinacion, pasada la media noche, alzaron las velas; tuvieron aviso desto los contrarios, siguiéronlos á toda furia. Cargaron muchas galeras sobre la nave capitana, que iba la postrera. Maltratáronla con los tiros de manera, que hacia mucha agua y no se podia gobernar. El mayor daño fué que en cierto bajío encalló. Las demás galeras pretendian acorrella; mas las aguas bajaban con tanta furia, que no fué posible llegar. Los enemigos, por no atreverse á entrar dentro, desde léjos la cañoneaban. Resistian los pocos que quedaban con gran valor, cuando una bala lirió á Lorenzo de Almeida en el muslo, y otra desde á poco le dió en los pechos, que le hizo pedazos. Con esto la nave fué tomada, y en ella de cien personas que iban, las ochenta fueron muertas, y solos veinte quedaron presos. Los demás, perdida la capitana, se alargaron al mar, y desde el puerto de Cananor, en que se recogieron, enviaron á Cochin á avisar al Gobernador de aquel desastre tan grande, que llevó él con grande paciencia, tanto mas cuando entendió el valor que su hijo mostró en aquel trance, que pudiéndose salvar en un esquife, como se lo aconsejaban, no quiso desamparar su nave y sus soldados, sino morir como bueno en la demanda. Dióse esta batalla naval al fir deste año. El Gobernador acudió á Cananor; lo mismo hizo Alonso de Alburquerque, el cual luego que llegó, pretendia conforme al órden del Rey de tomar el cargo de gobernador. Francisco de Almeida se Je queria dejar luego que la armada del Soldan fuese echada de la India, y no antes. Llegaron á palabras, y sobre el caso resultó que Francisco de Almeida envió á Alonso de Alburquerque preso á Cochin. Hecho esto, juntó la mayor armada que pudo, determinado de vengar la muerte de su hijo. Entró de camino en el puerto de Onor, donde quemó algunas naves del rey de Calicut; mas adelante en el puerto de Dabul tomó y saqueó la ciudad, y puso fuego á muchas naves que allí halló. Deste puerto salió á los 5 de enero, principio del año que se contaba 1509, la vuelta de Diu, ciudad y puerto de Cambaya, do surgia la armada enemiga. Mirocem, avisado de la venida de Almeida, salió del puerto al mar para dar allí la batalla, pero de manera que se quedó entre bajíos por ser sus bajeles mas llanos que los nuestros, y por las espaldas la ciudad para ayudarse de su artillería. Tenia á la sazon tres carracas, tres galeones, seis galeras y cuatro naves de Cambaya, sin las fustas de Meliquiazio. Almeida llevaba por todas entre galeras, carabelas y naves diez y nueve velas, y en ellas mil y trecientos portugueses y cuatrocientos malabares. Llegaron las dos armadas y acercáronse á tiro de cañon. No pudieron aquel dia venir á las manos por falta de viento, que calmó, y por la noche, que sobrevino. El dia siguiente volvieron á la pelea. Nuño Vasco Pereira iba delante para embestir con su nave á la capitana de Mirocem; tras & los otros capitanes por su órden. Quedó Almeida de respeto para impedir que las fustas no hiciesen en los suyos algun daño. Con este órden se

trabó la pelea con grande ánimo. La victoria, que fué muy dudosa, en fin quedó por los portugueses. Murieron de los enemigos cuatro mil, y entre ellos, de los ochocientos mamelucos que iban en aquella armada, quedaron vivos solos veinte y dos. Echaron á fondo los nuestros tres naves gruesas, sin otro gran número de bajeles pequeños de los enemigos. Tomaron dos galeones, dos galeras y otras cuatro naves gruesas. Salváronse los capitanes Mirocem y Meliquiazio. De los nuestros murieron treinta y dos ; los heridos llegaron á trecientos. Victoria señalada y que se puede comparar con cualquiera de las que en la India se ganaron. Con tanto Almeida se volvió á Cochin. Continuábase la diferencia entre él y Alonso de Alburquerque y los parciales de la una parte y de la otra. Los escándalos que desta competencia pudieran resultar atajó Fernando Coutiño, que este año de Lisboa en una armada de quince naos pasó á la India con órden de enviar á Almeida á Portugal y poner en el cargo de virey á Alonso de Alburquerque, segun que estaba ordenado. Hizolo así, y con tanto aquellas alteraciones se sosegaron. El rey Católico de Salamanca pasó á Valladolid y á Arcos, do halló la Reina, su hija, mal acomodada y con poca seguridad, por ser el lugar pequeño y el aposento tan malo, que el diciembre pasado adoleció de frio. Fué mucho de considerar el gran respeto que siempre tuvo á su padre, pues solo él pudo acabar que mudase lugar y vestido. Llevóla por el mes de febrero á Tordesillas, y en su compañía el cuerpo de su marido, que tomaron de la iglesia en que le tenian, y los años adelante por órden del emperador don Cárlos, su hijo, le llevaron á sepultar á la capilla real de Granada. La Reina pasó en aquella villa todos los dias de su vida, sin que jamás aflojase su indisposicion ni quisiese en tiempo alguno poner la mano en el gobierno de sus reinos, que de derecho le pertenecia, y con que todos la convidaban.

CAPITULO XVII.

De la muerte del rey de Inglaterra.

Tal era el estado de la reina doña Juana, que mas se podia contar por muerta que por viva, mas por sierva en su traje y acciones que por reina. La suerte de sus dos hermanas era muy diferente. La reina de Portugal gozaba de mucho regalo y contento rodeada de hijos y abundante en riquezas y prosperidad, y aun este año en Ebora parió un hijo, que se llamó don Alonso, y fué Cardenal, pero falleció mozo. La princesa de Gales, que se hallaba en Inglaterra, ni viuda del todo ni casada, pasaba con grande ánimo muchos disfavores y malos tratamientos que se le hacian de ordinario por el Rey, su suegro, que pensaba por este camino poner en necesidad á su padre para que se efectuasen los casamientos suyo y de su hija, cuya conclusion él mucho deseaba: mal término y indigno de la grandeza real. Pasó la Princesa todos estos desvíos con gran valor como la que entre sus hermanas en presencia y costumbres mas semejaba á la Reina, su madre. Atajó por entonces estos desgustos la muerte que sobrevino al rey de Inglaterra un sábado, á 21 de abril. Con esto poco adelante se concluyó y celebró el matrimonio que tenian concer

tado desta señora con el príncipe de Gales, que por la muerte de su padre sucedió en aquella corona y se llamó Enrique VIII. No gustaba la Princesa de casar segunda vez en Inglaterra, que parece pronosticaba las grandes desgracias que por esta ocasion le sobrevinieron á ella y á todo aquel reino. Así lo dió á entender al Rey, su padre, cuando le escribió que le suplicaba en lo que tocaba á su casamiento no mirase su gusto ni comodidad, sino solo lo que á él y á sus cosas estuviese bien; mas al rey Católico venia muy á cuento tener por amigos aquel reino y Príncipe, y al Inglés fuera dificultoso hallar tal partido en otra parte, además del dote que le era necesario restituir, si aquel matrimonio desgraciado no se efectuara. A la verdad las edades no eran muy á propósito, ca la Princesa era de algunos mas años que su esposo, cosa que suele acarrear grandes inconvenientes, dado que poca cuenta se tiene con esto, y mas entre príncipes. Fué este Rey de muy gentil rostro y disposicion; las costumbres tuvo muy estragadas, particularmente los años adelante en lo que toca á la castidad se desbarató notablemente, tanto, que por esta causa se apartó de la obediencia de la Iglesia, y abrió la puerta á las herejías, que hoy en aquel reino están miserablemente arraigadas. Pasó tan adelante en esto, que en vida de la reina doña Catalina con color que fué casada con su hermano mayor y que el Pontifice no pudo dispensar en aquel matrimonio, dado que tenta en ella una hija, llamada doña María, que reinó despues de su padre y hermano, hecho divorcio, públicamente se casó con Ana Bolena, que hizo despues malar por adúltera. Deste casamiento, sea cual fuere, quedó una bija, por nombre Isabel, que al presente es reina de Inglaterra. Por su muerte casó con Juana Semera, que murió de parto, pero vivió el hijo, que reinó despues de su padre, y se llamó Eduardo VI. La cuarta vez casó con Ana, hermana del duque de Cleves; con esta hizo divorcio, y para este efecto ordenó una ley en que se daba licencia á todos de apartar los casamientos. La quinta mujer del rey Enrique se llamó Ana Havarda, que fué convencida de adulterio y degollada por ello, y porque antes que casase con él perdió su virginidad. Ultimamente casó con una señora, viuda, por nombre Catarina Parra; desta no se apartó ni tuvo bijos, porque en breve cortó la muerte sus mal concertadas trazas. Desta manera por permision de Dios ciegan las pasiones bestiales á los que se entregan á ellas, sin parar hasta llevallos al despeñadero y á la muerte. La nueva del casamiento de su hija regocijó el rey Católico en Valladolid el mismo dia de San Juan, en que se celebró en Inglaterra con grandes fiestas, y él mismo salió á jugar con su cuadrilla las cañas. Dió otrosí su consentimiento para que el príncipe don Carlos casase con la hermana de aquel Rey como tenian concertado, y en señal desto mandó á Gutierre Gomez, su embajador, la fuese á besar la mano. En aquella villa de Valladolid la reina doña Germana, á 3 de mayo, parió un hijo, que llamaron don Juan, príncipe de Aragon; gran gozo de sus padres y aun de todos aquellos reinos, si viviera, pero murió dentro de pocas horas. Depositaron su cuerpo en el monasterio de San Pablo de aquella villa; despues le trasladaron al de Poblete, entierro antiguo de los

reyes de Aragon. Apercebíase el rey Católico para hacer la guerra contra venecianos; juntamente trataba de justificar su querella y empresa contra aquella señoría. La suma desta justificacion consistia en dos puntos: por el primero publicaba que las ciudades que en Pulla poseian venecianos, las tenian empeñadas del rey don Fernando el Segundo de Nápoles, y que ni cumplieron las condiciones del empeño, ni despues querian restituir aquellas plazas, dado que les ofrecian el dinero que prestaron, antes se agráviaban que tal cosa se tratase; el segundo que el rey Católico gastó mayor suma, sea en defensa de aquella señoría cuando les dió la isla de Cefalonia, sea en romper por España con Francia á persuasion de aquella ciudad y con promesa de acudille con cincuenta mil ducados cada un año para los gastos: deuda que si bien fueron requeridos, nunca la quisieron reconocer ni pagar.

CAPITULO XVIII.

El cardenal de España pasó á la conquista de Oran. Hacíanse por toda Castilla grandes aparejos de gente, armas, vituallas y naves para pasar á la conquista de Africa. Entendia en esto el cardenal de España con tanta aficion y cuidado como si desde niño se criara en la guerra. Para dar mas calor á la empresa, no solo proveia de dinero para el gasto, sino determinó pasar en persona á Africa. La masa del ejército se hacia en Cartagena; las municiones y vituallas se juntaron en los puertos de Málaga y Cartagena. Acudieron hasta ochocientas lanzas de las guardas ordinarias, sin otra mucha gente que se mandó alistar de á pié y de á caballo hasta en número de catorce mil hombres. Los principales caudillos Diego de Vera, que llevaba cargo de la artillería, y don Alonso de Granada Venegas, señor de Campo Tejar, que llevó á su cargo la gente de á caballo y de á pié del Andalucía por mandado del rey Católico. El coronel Jerónimo Vianelo, de quien se hacia gran caudal para las cosas del mar, y por general el conde Pedro Navarro. Iban demás desto muchos caballeros aventureros. Estuvo la armada junta en el puerto de Cartagena el mes pasado, en que iban diez galeras y otras ochenta velas entre pequeñas y grandes. Antes de hacerse á la vela resultaron algunos desgustos entre el Cardenal y el conde Pedro Navarro; la principal causa fué la condicion del Conde poco cortesana y sufrida, en fin, como de soldado; y porque el Cardenal nombró por capitanes algunos criados suyos de compañías que tenia ya el Conde encomendadas á otros, pusiéronse algu nos de por medio, concertaron que el Conde hiciese pleito homenaje de obedecer en todo lo que el Cardenal le mandase. Con tanto se hicieron á la vela; salieron del puerto de Cartagena un miércoles, á 16 del mes de mayo, y otro dia, que era la fiesta de la Ascension, tomaron el puerto de Mazalquivir. Declaróse que la empresa era contra Oran, ciudad muy principal del reino de Tremecen, de hasta seis mil vecinos, asentada sobre el mar, parte extendida en el llano, parte por un recuesto arriba, toda rodeada de muy buena muralla ; las calles mal trazadas, como de moros, gente poco curiosa en edificar. Dista de la ciudad de Tremecen por

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