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espacio de ciento y cuarenta millas, y está en frente de Cartagena. Solia ser uno de los principales mercados de aquellas costas por el gran concurso de mercaderes ginoveses y catalanes que acudian á aquella ciudad. La riqueza era tan grande, que de ordinario sustentaban armada de fustas y bergantines, con que hacian grandes daños en las costas del Andalucía. Llegaron los nuestros al puerto ya de noche; otro dia al alba comenzaron á desembarcar; en esto y en ordenar la gente se gastaron muchas horas. Formaron cuatro escuadrones cuadrados de cada dos mil y quinientos hombres y los caballos por los lados. Entre tanto que esto se hacia, el Cardenal se entró en la iglesia de Mazalquivir. Al tiempo que los escuadrones estaban para acometer á los moros que acudieron á tomalles el paso para la ciudad é impedilles que no subiesen á la sierra, salió en una mula muy acompañado de clérigos y frailes, y por guion un fray Hernando, religioso de San Francisco, que llevaba delante la cruz, y ceñida su espada sobre el saco, como todos los demás que allí se hallaron por órden del Cardenal, que antes de acometer habló á los soldados desta manera: «Si yo pensara, soldados, que mis palabras fueran menester ó parte para animaros, hiciera que algunos de vuestros capitanes ejercitados en este oficio con sus razones muy concertadas encendiera vuestros corazones á pelear. Pero porque me persuado que cada cual de los que aquí estais entiende que esta empresa es de Dios, enderezada al bien de nuestra patria, por quien somos obligados á aventurar todo lo que tenemos y somos, ine pareció de venir solo á alegrarme de vuestro denuedo y buen talante, y ser testigo de vuestro valor y esfuerzo. La braveza, soldados, que mostrastes en tantas guerras y victorias como teneis ganadas, ¿será razon que la perdais contra los enemigos del nombre cristiano, digo contra los que nos han talado las costas de España, robado ganados y hacienda, cautivando mujeres, hijos y hermanos, que ora estén por esas mazmorras aherrojados, ora ocupados en otros feos y viles servicios, pasan una vida miserable, peor que la misma muerte? Las madres que nos vieron partir de España esperan por vuestro medio sus hijos, los hijos sus padres; todos prostrados por los templos no cesan de ofrecer á Dios y á los santos lágrimas y sospiros por vuestra salud, victoria y triunfo. ¿Será justo que las esperanzas y deseo de tantos queden burladas? No lo permita Dios, mis hermanos, ni sus santos. Yo mismo iré delante y plantaré aquella -cruz, estandarte real de los cristianos, en medio de los escuadrones contrarios. ¿Quién será el que no siga á su prelado? Y cuando todo faltare, ¿dónde yo podré mejor derramar mi sangre y acabar la vida que en querella tan justa y tan santa?» Esto dijo. Cercáronle los soldados y capitanes, suplicáronle volviese á rogar á Dios por ellos, que confiaban en su Majestad cumplirian todos muy enteramente con lo que era razon y su razonamiento les obligaba. Condescendió con sus ruegos, volvióse á Mazalquivir, y en una capilla de San Miguel continuó en lágrimas y gemidos todo el tiempo que los suyos pelearon. Eran ya las tres de la. tarde. El Conde por quedar tan poco tiempo estuvo dudoso si dejaria la pelea para el dia siguiente. Acudió al

Cardenal. El fué de parecer que no dejase resfriar el ardor de los soldados. Luego dada la señal de acometer, comenzaron á subir la sierra; y dado que los moros, que se mostraban en lo alto en número de doce mil de á pié y á caballo, sin los que de cada hora se les allegaban, arrojaban piedras y todo género de armas, llegaron los nuestros & encunbrar. Adelantáronse algunos soldados de Guadalajara contra el órden que llevaban. Destos uno, por nombre Luis de Contreras, fué muerto, y los otros forzados á retirarse. Cortaron la cabeza al muerto, lleváronla á la ciudad, entregáronla á los mozos y gente soez, que la rodaban por las calles apellidando que era muerto el Alfaquí, que así llamaban al Cardenal. Viola uno de los cautivos que otro tiempo estuvo en su casa, advirtió que le faltaba un ojo y que las facciones eran diferentes. Dijo: No es esta cabeza de nuestro Alfaquí por cierto, sino de algun soldado ordinario. Los de á caballo, que iban por la falda de la sierra, comenzaron á escaramuzar. Descargó la artillería, que hizo algun daño en los enemigos. Los peones llegaron á las manos con los contrarios, y poco á poco les ganaron parte de la sierra, que era muy agria, hasta llegar á unos caños de agua. Reparó allí la gente un poco. Pasaron la artillería á lo mas áspero de la sierra, con que y con las espadas echaron della los moros, y les bicicron volver las espaldas. Siguieron los nuestros el alcance sin órden hasta pasar de la otra parte de la ciuda ! á causa que los moros hallaron cerradas las puertas. Acudió número de alárabes con el mezuar de Oran, que era el gobernador. Mientras estos con los que pudieron recoger peleaban, parte de los nuestros intentó de escalar el muro. Acudieron los de dentro á la defensa. Los de las galeras que acometieron la ciudad por la parte del mar tuvieron con tanto lugar de apoderarse de algunas torres y de toda el alcazaba. Desta manera fué la ciudad entrada por los cristianos y puesta á saco. Los moros que peleaban en el campo, como vieron la ciudad tomada y las banderas de España tendidas por los muros, intentaron de entrar dentro. Salieron por las espaldas algunas compañías de soldados, con que los tomaron en medio y hicieron en ellos grande estrago. Murieron este dia cuatro mil moros, y quedaron presos hasta cinco mil. Túvose en mucho esta victoria, y casi por milagrosa, lo uno por el poco órden que guardaron los cristianos, lo otro porque apenas la ciudad era tomada, cuando llegó el mezuar de Tremecen con tanta gente de socorro, que fuera imposible ganalla. Atribuyóse el buen suceso comunmente á la fe y celo del Cardenal y á su oracion muy ferviente; el cual con gran le alegría entró en aquella ciudad, y consagró la mezquita mayor con nombre de Santa María de la Victoria. Esto hecho, luego otro dia con las galeras dió la vueita á Cartagena. Dejó á Pedro Navarro encomendada aquella ciudad hasta tanto que el Rey proveyese de capitan. De Cartagena envió á avisar al Rey de aquella victoria, y él se partió para la su villa de Alcalá, donde entró dentro de quince dias despues que Oran se ganó, mas como religioso que como vencedor, sin permitir se le hiciese fiesta ó recibimiento alguno. Pretendia el Cardenal criar una dignidad en la iglesia de Toledo con nombre de abad de Oran, y dejar aquella ciudad sujeta

en lo espiritual al arzobispo de Toledo. Un obispo titular, que se llamaba el obispo auriense, pretendia que era la silla de su obispado. Respondia el Cardenal que Oran nunca fué cabeza de obispado; que Auria estaba mas oriental, y pertenecia á la provincia cartaginense en Africa. Que Oran y toda aquella comarca se comprehendia en la provincia tingitana, que caia mas al poniente. Esto se siguió. Demás desto el rey Católico los meses adelante en un capítulo que tuvo en Valladolid á los caballeros de Santiago, ordenó que se pusiese en Oran convento de aquella órden para que allí fuesen los caballeros á tomar el hábito. Con este intento impetró del Papa que se le anejasen las rentas de los conventos de Villar de Venas y de San Martin, que son en las diócesis de Santiago y Oviedo. Resolucion muy acertada, si se pusiera on ejecucion; pero nunca faltan inconvenientes y impedimentos que no dan lugar á que los buenos intentos se lleven adelante, como tampoco se ejecutó que en Bugia y Tripol de Berbería, que ganó el año siguiente el conde Pedro Navarro de moros, se pusiesen otros dos conventos de Calatrava y Alcántara, segun que el mismo rey Católico lo tuvo determinado, y lo hiciera, si las guerras de Italia no lo estorbaran.

CAPITULO XIX.

De la guerra contra venecianos.

En la confederacion de Cambray quedó acordado y capitulado que los príncipes confederados comenzasenla guerra contra venecianos cada cual por su parte, y todos á lo mas tarde á 1.o de abril. Apercebia el rey Católico una armada en España, en que envió al coronel Zamudio con dos mil infantes, gente escogida, para que con los que tenia en el reino de Nápoles, se supliese el ejército hasta en número de cinco mil. Pero todo procedia despacio por la condicion del conde de Ribagorza, que se tenia por persona poco á propósito para aquella empresa y aun pera el gobierno, y por cierto aviso que tuvo de que los barones de aquel reino se confederaban entre si con intento de sacudir el yugo del señorío español; demás desto, por consejo de Fabricio Colona, que pretendia no se debia emprender la guerra contra las ciudades que los venecianos tenian en la Pulla, antes que la armada estuviese en órden para impedir que la veneciana no les pudiese ayudar, consejo que se tuvo por trato doble, por lo menos por muy errado. El primero que rompió la guerra fué el rey de Francia, que envió al de Tramulla á levantar número de suizos, y la demás gente hizo pasar los Alpes luego que el tiempo dió lugar. El mismo el 1.° de mayo hizo su entrada en Milan, donde tenia por su general y gobernador á Luis de Amboesa, señor de Chamonte y gran maestre de Francia, sobrino del cardenal de Ruan; iba en su compañía el duque de Lorena. Junto que tuvo su ejército, que llegaba á cuarenta mil hombres, rompió por tierra de venecianos. Ganóles con facilidad los lugares que poseian en la ribera de Abdua ó Adda. Los venecianos tenian alistados hasta cincuenta mil hombres, y por sus generales el conde de Petiliano y Bartolomé de Albiano, grandes caudillos entrambos de la casa ursina y vasallos del rey Cató

lico por los estados que dél tenian en el reino de Nápoles. Junto á Revolta se dieron vistas las dos huestes con resolucion de venir á las manos; los primeros á acometer fueron los venecianos. Trabóse la pelea, que estuvo al principio muy dudosa á causa que la infantería italiana cargó con mucho esfuerzo sobre la de Francia. Tenia el Rey plantada la artillería entre unos matorrales. Llegaron los venecianos descuidados de semejante suceso; recibieron gran daño de las balas que con una furia infernal descargaron sobre ellos. Acudió la caballería francesa, cuyo impetu no pudieron sufrir los contrarios, y todos se pusieron en huida. Los muertos fueron muchos; escapó el conde de Petillano con pocos; quedó preso con otros el general Bartolomé de Albiano. Esta victoria, que se llamó de la Geradada, fué muy famosa, en cuya memoria hizo aquel Rey edificar en el lugar de la batalla una ermita con advocacion de Santa María de la Victoria. Juntamente fué de grande consideracion, porque con ella quedaron las fuerzas de aquella señoría tan quebrantadas, que sin dificultad se dieron al Francés las ciudades de Crema, Cremona, Bergamo y Bresa, que era todo lo que podia pretender conforme á lo capitulado. Demis desto, la gente del papa Julio y su general Francisco María de la Ruverc, su sobrino, ya duque de Urbino por muerte de su tio materno Guido Ubaldo, que rompió la guerra por el mismo tiempo por la Romaña, gauó á Solarolo primero, y despues á Faenza, en cuyo condado está Solarolo, y Arimino, sin parar hasta apoderarse de Ravena y de Servia, que era lo que los venecianos tenian de la Iglesia y todo lo que el Pontífice podia dellos pretender. El conde de Ribagorza, magüer que despacio, juntaba su gente en Nápoles para dar sobre las ciudades de la Pulla. Estuvo el ejército en órden por fin de mayo. Iban con el Virey Próspero y Fabricio Colo- . na, el príncipe de Melfi, el duque de Atri, los condes de Morcon y de Nola. Al conde de Petillano, que era abuelo del de Nola, y á Bartolomé de Albiano antes que fuese preso se hizo requerimiento que, so las penas que incurren los feudatarios inobedientes, acudiesen á servir á su Rey; pero ellos no quisieron dejar la conducta de Venecia. El cargo de la artillería se dió al conde de Santaseverina, y el de proveedor general á Bautista Espinelo, conde de Cariati. Tenia el almirante Vilamarin, conde de Capacho, en Mecina doce galeras y diez naves bien en órden, esperando la armada de Francia que venia, y por su general al duque de Albania, para acudir á las costas de la Pulla, dado que ninguna destas diligencias fué menester, porque luego que el Virey se puso sobre Trana, con cuyos ciudadanos tenia secretas inteligencias para que la rindiesen, como al fin lo hicieron, la señoría envió los contraseños para que los gobernadores que tenia en Brindez, Otranto, Trana, Mola, Poliñano y Monopoli rindiesen sin ponerse en defensa todas aquellas plazas. El duque de Ferrara y el marqués de Mantua ocuparon asimismo algunas tierras de venecianos á que pretendian tener derecho. Parece que todos los elementos se conjuraban en daño de aquella ciudad, que estuvo á punto de acabarse. El apricto en que aquella señoría se via fué tan grande, que se dijo trataba de darse á Ladislao, rey de Hun

gría, para que con sus fuerzas los sacase de aquel peligro. Restaba el Emperador, el cual por principio del mes de junio estaba á siete leguas de Inspruch, camino de Italia; á los 8 del cual mes los florentines á cabo de guerra tan larga sujetaron la ciudad de Pisa y tomaron la posesion della. Llevaba el Emperador por general de la gente de armas italiana á Constantino Cominato, príncipe de Macedonia. Servíanle en esta jornada Luis de Gonzaga, primo del marqués de Mantua, el conde de la Mirandula y otros caballeros italianos; asimismo los mil y quinientos españoles que solian servir al rey de Francia. Luego que llegó á Esteran, trataron los venecianos de concertarse con él, hasta envialle carta en blanco, segun se decia por la fama, para que les pusiese la ley que quisiese, á tal que los amparase y defendiese en aquel trance tan peligroso en que sus cosas estaban. Como se iba su ejército acercando á las tierras de venecianos, así se le rendian todas sin contraste, primero los que están cerca del lago de Garda, y tras ellos se dieron sin ponerse en defensa Verona, Vicencia y Padua; que casi no quedaba á aquella señoría almena alguna en Italia fuera de su ciudad, que el Emperador pretendia asimismo sujetar con ponelle cerco por mar y por tierra. Con este intento queria se juntasen las armadas de España y de Francia para combatilla por mar; y que por la Brenta su gente y la de Francia le hiciesen el daño que pudiesen y le atajasen las vituallas. Pasó en esto tan adelante, que remontaba su pensamiento á que, ganada aquella ciudad, se dividiese en cuatro partes con otros tantos castillos para que cada uno de los príncipes confederados tuviese el suyo; traza muy extravagante, cuales eran algunas de las que este Príncipe tramaba. El rey Católico al principio dió oidos á esta plática, y con este intento, despues de entregadas las ciudades de la Pulla, si bien mandó despedir los soldados españoles, fuera de quinientos de las guardas ordinarias que dió órden al coronel Zamudio trajese á España, todavía quiso que la armada se quedase en Italia. Despues ni el Papa ni él vinieron en que aquella señoría se destruyese, porque mirado el negocio con atencion, demás de ser la traza cual se ha dicho, advertian que todo lo que se pasase adelante de lo que tenian capitulado seria en pro de solo el rey de Francia, que por cacr tan cerca el estado de Milan, y las tierras de los otros príncipes tan lejos, no dudaria, vueltas las espaldas, de apoderarse con la primera ocasion de toda aquella ciudad, y por el mismo caso hacerse señor de toda Italia, y aun poner en la silla de san Pedro pontífice de su mano; miedo de que el Pontífice estuvo con gran recelo no lo quisiese efectuar en su vida del mismo Papa, y le dió grande pesadumbre cuando supo que el cardenal de Ruan fué á Trento á verse con el César y que se tratase de que tuviesen vistas el Emperador y rey de Francia; negociacion que él procuró impedir con todas sus fuerzas; lo mismo el rey Católico por medio de su embajador dou Jaime de Conchillos, á la sazon obispo de Catania.

CAPITULO XX.

Que los venecianos cobraron á Padua.

Luego que el rey de Francia acabó su empresa con tanta reputacion y presteza, dió la vuelta á Milan y desde allí á su reino. Dejó mil y quinientas lanzas repartidas por las ciudades de nuevo conquistadas, y por general Cárlos de Amboesa, señor de Chamonte y gran maestre de Francia, oficio mas preeminente en aquel reino que el de condestable. La mayor parte de la gente imperial cargó sobre Treviso y el Frivoli, que no se querian rendir, y no le quedaba á aquella señoría otra cosa en tierra firme por la parte de Italia. Con esta ocasion y por el descontento grande que los de Padua tenian de los gobernadores y gente que dejó el Emperador en aquella ciudad, los venecianos tuvieron tratos secretos con algunos de aquellos ciudadanos. Resultó que Andrea Griti cou mil hombres de armas y alguna infantería se apoderó de las puertas; y con los de su devocion que luego acudieron cargaron sobre los alemanes de guisa, que los forzaron á recogerse á la fortaleza, y otro dia se la ganaron. Desta manera se recobró aquella ciudad cuarenta y dos dias despues que se perdió. Cuando llegó la nueva desta pérdida al Emperador que se hallaba en Maróstica, pueblo á la entrada de los Alpes, á veinte y cuatro millas de Padua, por no tenerse por seguro que no le atajasen el paso, se fué á un castillo, que se llama Escala, junto á los confines de su condado de Tirol. Con la misma facilidad tomaron á Asula, do pasaron á cuchillo ciento y cincuenta españoles que allí hallaron de guarnicion. Lo mismo hicieron de otros docientos que hallaron en Castelfranco, en que prendieron al capitan Albarado. En esta furia de los mil y quinientos españoles que del servicio del rey de Francia en fin se pasaron al Emperador, los mas fueron muertos ó presos. Verona asimismo pretendia rebelarse, mas previno el señor de la Paliza este inconveniente, que acudió con gente y la aseguró en tanto que el Emperador proveia; que se detuvo algunos dias por esperar gente que le venia de Flandes y de Alemaña. Con esto y con las demás gentes que se le allegaron formó un campo de treinta mil hombres. Enviáronle el rey de Francia mil y trecientas lanzas, y el Papa trecientas, y despues otros mil soldados españoles. Con toda esta gente movió contra Padua, y se puso sobre ella á los 5 de setiembre. Entraron en la ciudad el conde de Petillano y todos los principales capitanes de aquella señoría. La gente mas útil eran dos mil caballos albaneses por causa que con sus correrías bacian grande daño á los imperiales. Plantóse la artillería, derribaron un lienzo del muro. Pretendian por la batería entrar la ciudad, mas fueron rechazados dos veces por gentes que cada hora entraban á los cercados por la Brenta, hasta llegar á número de veinte y cinco mil combatientes. En el primer combate murieron muchos españoles en un baluarte que-ganaron, ca le tenian minado con barriles de pólvora. Eran estos á la sazon los mejores soldados que se hallaban en Italia, como quier que eran las reliquias del ejército del Gran Capitan. Con esto los imperiales desmayaron, y deseaban alguna honesta ocasion para siu vergüenza le

vantar el cerco. Hiciéronlo finalmente principio del mes de octubre. Esta retirada del campo imperial tan fuera de sazon y con tan poca reputacion fué causa que las cosas se trocasen. Los de Vicencia cobraron avilenteza, y con gente que hicieron venir de Padua tomaron las armas; y á Gaspar de Sanseverino, que con tres mil alemanes tenia por el Emperador aquella ciudad apretaron de manera, que se dieron muy vergonzosamente. La gente de venecianos asimismo no se descuidaba, antes salieron á combatir los lugares que cerca de Padua les tomara el duque de Ferrara. Entregáronse luego Este, Monsilice y Montañana. Por otra parte, acudieron á poner cerco á Ferrara con una buena armada que enviaron por el Po arriba. La gente que iba por tierra ganaron todo el Poles y Robigo, que el

cerco de

Ferrara hasta tanto que con gente que vino de socorro del Papa y de Francia, el Duque y el Cardenal, su hermano, salieron al campo, y con su artillería, que plantaron en la ribera del Po, hicieron mucho daño en el armada de venecianos, tanto, que de diez y siete galeras perdieron las quince, y fueron forzados con alguna quiebra de su reputacion alzar el cerco. Antes desto el marqués de Mantua Francisco de Gonzaga á tiempo que con gente de á caballo pasaba á su ciudad fué atajado y preso por Andrea Griti. Trataban de trocalle por Bartolomé de Albiano, persona de quien hacian grande estima, si bien le cargaban comunmente que por su priesa y temeridad se perdió la jornada de Abdua. Verona andaba en balanzas, y queria asimismo entregarse á venecianos. Estaba en ella don Juan Manuel con dos mil españoles mal pagados, pequeño reparo. Acudieron soldados franceses, con cuya venida se aseguró aquella plaza. Iba por capitan desta gente el señor de Aubeni, sobrino del que se señaló tanto en la guerra de Nápoles. El gran Maestre con la fuerza del ejército francés tenia su alojamiento entre Bresa y Verona, presto para acudir adonde fuese necesario. Juan Jacobo Trivulcio estaba en Bresa. El cargo de don Juan Manuel, por instancia que él mismo hizo, se dió á cierto Luis de Biamonte, que de años atrás andaba en servicio del rey de Francia.

CAPITULO XXI.

Que el Emperador y rey Católico se concertaron. Despues que el conde de Lerin, condestable de Navarra falleció, tanto con mayor calor el rey Católico, al mismo tiempo que la guerra de Lombardía andaba mas encendida, hacia instancia con el rey de Navarra por don Luis de Biamonte, hijo del difunto, para que le restituyese sus estados, por ser don Luis su sobrino y viva su madre. No se pudo acabar cosa alguna con aquel Rey, si bien se alegaba que de los cargos que se hacian al difunto ninguna culpa tenia su hijo. Llegaron los de Sangüesa á desvergonzarse y hacer entrada en las fronteras de Aragon con color de apoderarse de Ul y Filera, pueblos que decian pertenecelles. Por el contrario, los aragoneses para satisfacerse rompieron por tierra de Sangüesa, y les talaron la vega hasta dar vista á la misma villa. Principios eran estos de rompimiento; pero como eran querellas particulares, no

se tenia la guerra por declarada, dado que don Luis pretendía con las armas apoderarse de su estado y recobralle. Trataban asimismo de concordarse el Emperador y rey Católico sobre lo del gobierno de Castilla, concierto que el rey Católico, aunque estaba muy arraigado en la posesion, deseaba mucho concluir por sosegar á los grandes, que todavía muchos deseaban novedades. Verdad es que no se contentaba ya con que la cláusula del testamento de la reina doña Isabel se cumpliese, antes queria conservarse en el gobierno por todos los dias de la vida de su hija la Reina, pues toda razon le daba aquella tutela, al cual derecho no pretendió ni pudo perjudicar la Reina, su mujer; mas caso que muriese, ofrecia que entregaria el gobierno al Príncipe luego que cumpliese los veinte años, segun mando y por es que taba establecido. Acordaron de nombrar por jueces árbitros para esta concordia al rey de Francia y al cardenal de Ruan, con que pretendian ganallos y obligallos. Para concluir y capitular volvió á España Andrea del Burgo, y fué muy bien recebido. Acerca del Emperador entendia en esto mismo el obispo de Catania. Por medio destos dos embajadores se convinieron los príncipes en los capítulos siguientes: que el rey Católico tuviese la gobernacion perpetua de la manera que queda dicho; todavía, caso que tuviese hijo varon, se diese seguridad que la sucesion del príncipe don Carlos en los reinos de Castilla no se perturbaria. Sobre la mancra de seguridad hobo debates; pero en fin se vino en que en tal caso de nuevo el Príncipe fuese jurado en Cortes, y en las primeras se ordenó jurase el rey Católico de gobernar aquel reino bien y como era razon. Pedia el Emperador que se acudiese al Príncipe con las rentas del principado de Astúrias, pues era suyo. El Rey decia que nunca fué costumbre que se diesen á ningun principe de Castilla antes de ser casado; solo vino en acudille con treinta mil ducados por año, y aumentar esta suma cuando se casase como pareciese justicia. Pretendia el Emperador de las rentas reales se le diesen á él de contado cien mil ducados. El Rey se excusaba con que la hacienda de la corona real se hallaba adeudada en ciento y ochenta cuentos; vino, sin embargo, en que los cincuenta mil ducados que debian los florentines por la entrega de Pisa se diesen al Emperador. Demás desto, ofreció que ayudaria para la guerra contra venecianos con trecientos hombres de armas, pagados por cuatro ó cinco meses. Acordaron asimismo que cada y cuando que el príncipe don Cárlos quisiese pasar á estas partes se le enviaria armada en que viniese, en que luego que llegase, partiria para Flandes el infante don Fernando. Con esto hicieron entre sí una nueva confederacion y liga, que pretendieron desbaratar don Juan Manuel y los otros caballeros castellanos que andaban en Alemaña; pero no pudieron, ni se les dió parte, antes para excusar inconvenientes, la conclusion se remitió á la princesa Margarita, con cu cuya intervencion de todo punto se concordaron aquellas diferencias, si bien por manera de cumplimiento acordaron que se llevasen al rey de Francia para que juntamente con el cardenal de Ruan, como jueces árbitros, las confirmasen. Acudieron á Bles, donde re

sidia aquella corte, por parte del César Mercurino de Gatinara, presidente de Borgoña, y Andrea del Burgo, que hizo en lo de adelante en Francia oficio de embajador ordinario. Por parte del rey Católico intervinieron Jaime de Albion, su embajador ordinario en aquella corte, y Jerónimo de Cavanillas que le sucedió en aquel cargo. Vieron el Rey y Cardenal el tratado, y dieron su sentencia como jueces árbitros á los 12 de diciembre. Hecho esto, á los que siguieron el partido del Emperador y del Príncipe se restituyeron sus bienes patrimoniales, y don Pedro de Guevara fué puesto en libertad, segun que se capituló entre las demás condiciones de aquella concordia; ocasion con que algunos caballeros se salieron de Castilla con voz de ir á servir al Príncipe; entre los demás el que mucho se señaló en esto fué don Alonso Manrique, obispo de Badajoz. En esta sazon el conde de Pitillano, general de venecianos, falleció de enfermedad en Lonigo, tierra de Vicencia. Proveyó asimismo el rey Católico que el conde de Lemos, que no acababa de sosegar y traia inteligencias en Portugal y en Flandes, entregase las fortalezas de Sarria y de Monforte al señor de Poza, gobernador á la sazon de Galicia. En lugar del conde de Ribagorza fué proveido por virey de Nápoles don Ramon de Cardona, que lo era de Sicilia, y en su lugar se dió aquel cargo de Sicilia á don Hugo de Moncada. Muchas cosas se dijeron desta mudanza de virey de Nápoles; los mas cargaban al conde de Ribagorza de poco hábil para cosa tan grande; otros decian que los Ursinos le hicieron mudar ; á la verdad ¿quién podrá enfrenar las lenguas de la gente? Quién atinar los deseños y trazas de los príncipes? Sus disgustos, sus aficiones ¿quién las sabrá averiguar?

CAPITULO XXII.

Que Bugia y Tripol se ganaron de los moros.

Grande deseo mostraba el rey Católico de emplear sus fuerzas contra los infieles; empresa de mayor honra y provecho que las que contra cristianos se intentaban con tanta porfía. Por esto siempre hizo instancia que, concluida la guerra contra venecianos y recobrados los estados que cada cual de los confederados pretendia, no se pasase á destruir de todo punto aquella señoría; antes era de parecer se recibiese en la liga para que con las fuerzas de todos acometiesen por mar y por tierra al Turco, comun enemigo de cristianos. Era dificultoso conformar voluntades tan diferentes y tan encontradas y juntar en uno intenciones tan contrarias. Trató con sus fuerzas y con la ayuda con que los otros príncipes le acudiesen de encargarse de aquella santa guerra y pasar en persona á levante. Comunicó este intento con el Papa, que venia bien en ello y se ofrecia de ayudar de su parte. El reino de Nápoles y el de Sicilia eran de gran comodidad para emprender esta conquista por la facilidad de se proveer de gente y mantenimientos. A los que con atencion miraban todos los particulares les parecia no llevaba camino que el Rey en la edad que tenía y la poca seguridad que se podia tener en su ausencia que lo de Castilla no se alterase, se apartase tan lejos destos reinos. Pareció era mas á

propósito dar calor á la conquista de Africa, que con tan buen principio tenian comenzada. El conde Pedro Navarro en el puerto de Mazalquivir tenia trece unos muy bien artilladas y armadas. Embarcóse en ellas con gente muy escogida la vuelta de Ibiza, donde con otra parte de la armada le esperaba Jerónimo Vianelo. Detuviéronse allí algunos dias por ser lo mas áspero del invierno. Publicóse que la armada iba sobre la ciudad de Bugia. Salieron de Ibiza 1.o de enero del año que se contaba de nuestra salvacion de 1510. Los principales capitanes Diego de Vera, los condes de Altamira y Santisteban del Puerto, Maldonado y dos hermanos Cabreros. La gente hasta cinco mil hombres, la artillería mucha y muy buena. Está Bugia puesta en la costa de Numidia, no muy distante de los confines de la Mauritania Cesariense. Fué antiguamente del reino de Túnez; despues de los reyes de Tremecen, que la poseyeron hasta que la recobró Abuferriz, rey de Túnez. Este la dejó á un hijo suyo, llamado Abdullazis, con título de nuevo reino. Deste rey Moro descendia Abdurrahamel, que era el que de presente la poseia, dado que la quitó á un sobrino suyo, por nombre Muley Abdalla, hijo de su hermano mayor, y por consiguiente legítimo rey. Su sitio es á las faldas de una alta montaña con una buena fortaleza á la parte mas alta. Ceйia la ciudad toda un muro, aunque antiguo, muy fuerte. Solia tener mas de ocho mil vecinos, y era la principal universidad de filosofía en Africa. Su territorio es mas á propósito para frutales y jardines que para sementera, por ser muy áspera la tierra y doblada, Llegó la armada á Bugia víspera de los Reyes. No pudo la gente desembarcar aquel dia por ser el viento contrario. El rey Moro por lo alto de la sierra se mostró con diez mil peones y algunas cuadrillas de á caballo. Comenzaron á bajar hacia la marina para impedir que los nuestros no saltasen en tierra; pero la artillería de la armada los hizo arredrarse y dejar libre el desembarcadero. Ordenó el Conde su gente repartida en cuatro escuadrones. Subió la sierra para pelear con los moros, mas ellos no se atrevieron á aguardar, antes se metieron en la ciudad. Los nuestros, parte por una ladera de la ciudad vieja que hallaron despoblada, otros por lo alto de la sierra con grande órden se arrimaron al muro y le escalaron en breve espacio. Dentro de la ciudad no hallaron resistencia á causa que como entraban los cristianos, el Rey y los soldados moros se salian por la otra parte. Puso esta victoria gran espanto en toda Africa, mayormente que Muley Abdalla, el legitimo rey, se soltó de la prision en que su tio le tenia, y se vino á poner en poder del Conde. Tomada la ciudad, el Conde salió al campo, y acometió á los reales de Abdurrahamel, que estaban á ocho leguas de la ciudad, y le hizo huir segunda vez con toda su gente. Con esto muchas ciudades de aquella costa á porfía se ponian en la obediencia del Rey. La primera fué Argel, mas occidental que Bugia, llamada de los moros Gezer, que significa isla, por la que tiene delante en el mar, terror adelante de España, rica y poderosa con los despojos de nuestras desgracias. Tras Argel, el rey de Túnez y la ciudad de Tedeliz hicieron lo mismo. Hasta el rey de Tremecen y los moros de Mostagan trataron de ponerse y se pu

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