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dió el Bárbaro con aquellos ruegos tan puestos en razon. Šoltó al preso, que envió con cartas que le dió soberbias y hinchadas en lo que de sí decia, honoríficas para el rey don Juan, cuyo poder y valor encarecia, y le pedia su amistad Vino aquel Rey despojado tres años adelante, primero á Francia, dende á Castilla. Es muy propio de grandes reyes levantar los caidos, y mas los que se vieron en prosperidad y grandeza. Recibióle el Rey y hospedőle con toda cortesía y regalo, y para consuelo de su destierro y pasar la vida le consignó las villas de Madrid y Andújar con rentas necesarias y bastantes para el sustento de su casa. No paró mucho en España, antes dió la vuelta á Francia con intento de pasar á Inglaterra para concertar aquellos reyes y persuadilles que dejadas entre sí las armas, las volviesen con tanto mayor prez y gloria contra los enemigos de Cristo los infieles de Asia. En esta demanda sin efectuar cosa alguna le tomó la muerte, y le atajó sus trazas como suele. En la iglesia de los monjes celestinos de Paris, en la capilla mayor se ve el dia de hoy un arco cavado en la pared con un lucillo de mármol de obra prima con su letra que declara yace en él Leon, rey de Armenia.

CAPITULO IV.

rio, de muy noble alcuña entre los aragoneses, de vivo y grande ingenio y muy letrado en derechos. Por esta causa Clemente le envió por su legado á España al principio del año de 1381, por ver si con su buena maña y letras podria atraer nuestra nacion á su parcialidad y devocion. En Aragon salió en vacío su trabajo por no querer resolverse en tan grande duda el Rey y sus grandes. Con el rey de Castilla tuvo mayor cabida. Juntáronse en la corte los varones mas señalados del reino, y-gastados muchos dias para la resolucion deste negocio, finalmente en Salamanca, para do trasladaron la junta, á 20 de mayo dieron por nula la eleccion de Urbano, y aprobaron la de Clemente, que residia en Aviñon, como legal y hecha sin fuerza, en que parece atendieron á que residia cerca de España y á la amistad del rey de Francia mas que á la equidad de las leyes. Muchos tuvieron por mal pronóstico y por indicio de que la sentencia fué torcida la muerte que vino á esta sazon á la reina doña Juana, madre del Rey, santísima señora, y tan limosnera, que la llamaban madre de pobres. En su viudez trajo hábito de monja, con que tambien se enterró. Hízose el enterramiento en Toledo junto á don Enrique, su marido, con célebre aparato, mas por las lágrimas y sentimiento del pueblo que por otra alguna cosa. Clemente trabajaba de traer á España á su devocion, como está dicho, y al mismo tiempo en Italia se mostraban grandes asonadas de guerra. Don Carlos, duque de Durazo, vino de Hungría á Italia al llamado del pontifice Urbano; diéronle los florentines. gran suma de dinero porque no entrase de guerra por la Toscana. En Roma le dió el Pontifice título de seuador de aquella ciudad y la corona del reino de Nápoles. Allí desde que llegó le sucedieron las cosas mejor de lo que él pensaba, que todas las ciudades y pueblos abiertas las puertas le recibian, hasta la misma nobilísima y gran ciudad de Nápoles. La Reina, por la poca confianza que hacia así de su ejército como de la lealtad de los ciudadanos, se hizo fuerte por algun tiempo en Castelnovo. Oton, su marido, fué preso en una batalla que se arriscó á dar á los contrarios, con que la Reina, perdida toda confianza de poderse tener, se rindió al vencedor. Pusiéronla en prisiones, y poco despues la colgaron de un lazo en aquella misma parte en que ella hizo dar garrote á su marido Andreaso. Muerta la Reina, dieron libertad á Oton para que se fuese á su tierra; con esta victoria la parte de Urbano ganó mucha reputacion. Parecia que Dios amparaba sus cosas y menguaba las de su competidor. Habia entrado en Italia el duque de Anjou con un grueso campo; falleció empero de enfermedad en la Pulla, provincia del reino de Nápoles; con su muerte se regalaron y fueron en flor sus esperanzas y trazas. Don Luis, infante de Navarra, tenia deudo con Carlos, el nuevo conquistador de aquel reino, ca estaban casados con dos hermanas, como se tocó de suso. No pudo hallarse en esta empresa ni ayudarle por estar ocupado en la guerra que en Atica hacia con esperanza de salir con el ducado de Atenas y Neopatria, por el antiguo derecho que á él tenian los reyes de Nápoles; mas los principales de aquella provincia, por traer su descendencia de Cataluña, se inclinaban mas á los ara

Que Castilla dió la obediencia al papa Clemente. Estaba el mundo alterado con el scisma de los romanos pontifices, y los príncipes cristianos cansados de oir Jos legados de las dos partes. Los escrúpulos de conciencia, que cuando se les da entrada se suelen apoderar de los corazones, crecian de cada dia mas. El Rey determinó de hacer Cortes de Castilla para resolver eşte punto en Medina del Campo. Grandes fueron las diligencias que en ellas los legados de ambas partes hicieron, por entender que lo que allí se determinase abrazaria toda España. No se conformaban los pareceres, unos aprobaban la eleccion de Roma, otros la de Fundi. Los mas prudentes juzgaban que como si hobiera sede vacante, se estuviesen á la mira; y que esta causa se debía dejar entera al juicio del concilio general. Entre estos dares y tomares parió la Reina á los 28 de noviembre un hijo, que llamaron don Fernando, que en nobleza de corazon y prosperidad de todas sus empresas excedió á los príncipes de su tiempo, y llegó á ser rey de Aragon por sus partes muy aventajadas. Vinieron tambien á estas Cortes gran número de monjes benitos; quejábanse que algunos señores, á título de ser patrones de sus ricos y grandes conventos, les hacían en Castilla la Vieja grandes desafueros, ca les tomaban sus pueblos y imponian á los vasallos nuevos pechos; avocaban á sí las causas criminales y civiles, y todas las demás cosas hacian á su parecer y albedrío contra toda órden de derecho y contra las costumbres antiguas. Señaláronse jueces sobre el caso, varones de mucha prudencia, que pronunciaron contra la avaricia y insolencia de los señores, y decretaron que á ninguno le fuese lícito tocar á las posesiones y rentas de los conventos, y que solo el Rey tuviese la proteccion dellos, lo cual se guardó por el tiempo de su reinado. Entre los cardenales que siguieron las partes de Clemente fué uno don Pedro de Luna, hechura del pontífice Grego-goneses, y no cesaban de llamar, ya por cartas, ya por

embajadores, al rey de Aragon para que fuese ó enviasella y en el valor de sus soldados, se aprestasen á la ba

á tomar la posesion de aquel estado y provincia, como finalmente lo hizo.

CAPITULO V.

De la guerra de Portugal.

Una nueva tempestad y muy brava se armó en España entre Portugal y Castilla, que puso las cosas en asaz grande aprieto, y al rey don Juan en condicion de perder el reino. Ligáronse los portugueses y ingleses; juntaron contra Castilla sus fuerzas y armas. Pensaban aprovecharse de aquel Rey por su edad, que no era mucha, y no faltaban descontentos, reliquias y remanentes de las revueltas pasadas. Los ingleses pretendian derecho y accion á la corona por estar casado el duque de Alencastre con la hija mayor del rey don Pedro; el de Portugal llevaba mal que le hobiesen ganado por la mano y cortado las pretensiones que tenia á aquel reino de Castilla, á su parecer no mal fundadas, además que al rey don Juan tenia por descomulgado por sujetarse, como seguia, al papa Clemente, ca en Portugal no reconocian sino á Urbano. Aprovechóse de esta ocasion don Alonso, conde de Gijon, para alboro tarse conforme á su condicion y alborotar el reino. Su hermano el rey don Juan, porque de pequeños principios, si con tiempo no se atajan, suelen resultar muy graves daños, acudió á la hora á Oviedo, cabeza de las Astúrias, para sosegar aquel mozo mal aconsejado. Junto con esto mandó hacer gente por tierra, y armar por el mar para por entrambas partes dar guerra á Portugal y desbaratar sus intentos, por lo menos ganar reputación. Los bullicios del Conde fácilmente se apaciguaron, y él se allanó á obedecer; si de corazon, si con doblez, por lo de adelante se entenderá. Hacíase la masa de la gente en Simancas. Acudió el Rey desde que supo que estaba todo á punto, marchó con su campo la vuelta de Portugal, púsose sobre Almoida, villa que está á la raya, no léjos de Badajoz. El sitio y las murallas eran fuertes, y los de dentro se defendian con valor, que fué causa de ir el cerco muy á la larga. Por otra parte, diez y seis galeras de Castilla se encontraron con veinte y tres de Portugal. Dióse la batalla naval, que fue muy memorable. Vencieron los castellanos; tomaron las veinte galeras contrarias y en ellas gran número de portugueses con el mismo general don Alfonso Tellez, conde de Barcelos. Fuera esta victoria asaz importante por quedar los de Castilla señores de la mar y los enemigos amedrentados, si el general castellano, que era el almirante Fernan Sanchez de Tovar, la ejecutara á fuer de buen guerrero; pero él, contento con lo hecho, dió la vuelta á Sevilla, con que los portugueses tuvieron lugar de rehacerse, y la armada inglesa tiempo de aportar á Lisboa, que fué el daño doblado. Todavía el rey don Juan, animado con tan buen principio y confiado que serian semejables los remates, acordó emplazar la batalla á los contrarios. Escribióles con un rey de armas un cartel desta sustancia: que sabia era venido á Portugal Emundo, conde de Cantabrigia, en lugar de su hermano el duque de Alencastre, acompañado de gente lucida y brava; que si confiaban en la justicia de su quere

talla, la cual les presentaria luego que se apoderase de Almoida, y para combatillos les saldria al encuentro espacio de dos jornadas, confiado en Dios, que volveria por la justicia y por su causa. Deseaban los ingleses venir á las manos como gente briosa y denodada; entreteníalos empero la falta de caballos, que ni los traian en la armada ni los podian tan en breve juntar en Portugal. La respuesta fué prender al rey de armas contra toda razon y derecho. Cerraba en esta sazon el invierno, tiempo poco á propósito para estar en campaña. Retiróse sin hacer otro efecto el rey de Castilla, resuelto de volver á la guerra con mas gente y mayor aparato luego que el tiempo diese lugar y abriese la primavera del año de 1382. Tornó el conde de Gijon, mozo liviano, á alborotarse; retiróse á Berganza para estar mas seguro y con mas libertad; desamparáronle los suyos que llevó consigo. Esto y la diligencia de don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, que se puso de por medio, fueron parte para que se redujesc á obediencia, y el Rey, su hermano, segunda vez le perdonase. Al tercero por este servicio y por otros nombró por su condestable, cosa nueva para Castilla, entre las otras naciones y reinos muy usada; crió otrosí dos ma◄ riscales, que eran como los legados antiguos y los modernos maestres de campo, sujetos al Condestable; estos fueron Fernan Alvarez de Toledo y Pero Ruiz Sarmiento. Pretendia el Rey, como prudente, con estas honras animar á los suyos y juntamente hermosear la república y autorizalla con cargos semejantes y preeminencias. Pasóse en esto el invierno; la masa de la gente se hizo segunda vez en Simancas. La fertilidad de la tierra y su abundancia era á propósito para sustentar el ejército y proveerse de vituallas; luego que todo estuvo en órden, el Rey con toda priesa se enderezó la vuelta de Badajoz por tener aviso que los enemigos pretendian romper por aquella parte y que eran llegados á Yelves, distante de aquella ciudad tres leguas solamente. Traia el rey de Portugal tres mil caballos y buen número de infantes. Los ingleses otrosí eran tres mil de á caballo y otros tantos flecheros. En el campo de Castilla los hombres de armas llegaban á cinco mil y quinientos caballos ligeros; el número de la gente de á pié era muy mayor, todos muy diestros, ejercitados en las guerras pasadas, acostumbrados á vencer, y sobre todo con gran talante de venir á las manos y á las puñadas y con las armas humillar el orgullo de los contrarios, que emprendian mayores cosas que sus fuerzas alcanzaban. Todavía el rey de Castilla, por ser manso de condicion y por no aventurar lo que tenia ganado en el trance de una batalla, acordó de requerir á los enemigos de paz. Para ello envió á don Alvaro de Castro para avisar seria mas expediente tomar algun asiento en aquellas diferencias que poner á riesgo la sangre y la vida de sus buenos soldados; que la victoria seria de poco provecho para el que venciese, y al vencido acarrearia mucho daño; finalmente, que las prendas de amistad y parentesco eran tales, que debian antes del rompimiento atajar los males que amenazaban y acordarse cuáles y cuán tristes podrian ser los remates si una vez se ensangrentaban. Por esto juzgaba, y era así,

que á cualquiera de las dos partes vendria mas á cuento componer aquel debate por bien que por las armas. Los ingleses daban de buena gana oidas á estas pláticas por estar pesantes de haber emprendido aquella guerra tan dificultosa y tan lejos de su tierra, si bien demás del reino de Castilla que pretendian les ofrecian el de Portugal en dote de la infanta doña Beatriz, que pospuestos los demás conciertos, daba su padre intencion de casalla con Duarte, hijo de Emundo, conde de Cantabrigia. Tratóse pues de concierto, en que intervinieron personas principales de las dos naciones, por cuya industria se conformaron en las capitulaciones siguientes: que dona Beatriz de nuevo desposase con el infante don Fernando, hijo menor del rey de Castilla; pretendian por este camino que el reino de Portugal no se juntase con Castilla, como fuera necesario si casara con el hijo mayor; que los prisioneros y las galeras que se tomaron en la batalla naval se volviesen al de Portugal; demás desto, que el rey de Castilla proveyese de armada y de flota en que los ingleses se volviesen á su tierra. Pudieran parecer pesadas estas capitulaciones al rey de Castilla, que se hallaba muy poderoso y pujante; mas ordinariamente cs acertado prevenir los sucesos de la guerra, que pudieran ser muy perjudiciales para España, y no hay alguno tan amigo de pelear que no huelgue mas de alcanzar lo que pretende con paz que por medio de las armas. Por todo esto el de Castilla se inclinó á la paz y aceptar aquellos partidos, y aun entregó al de Portugal en rehenes personas muy principales para seguridad que se cumpliria enteramente lo concertado; con que por entonces se impidió la batalla y juntamente se dió fin á aquella guerra, que amenazaba grandes males.

CAPITULO VI.

De la muerte del rey de Portugal.

El contento que resultó destas paces se destempló muy en breve por causa de algunas muertes que se siguieron de grandes personajes; tal es nuestra fragilidad. El rey don Juan se fué al reino de Toledo, y estaba enfermo en Madrid, cuando murió en Cuellar, villa de Castilla la Vieja, su mujer la reina doña Leonor de parto de una hija, que vivió pocos dias. El sentimiento y llanto del Rey y de todo el reino fue extraordinario por ser ella un espejo de castidad y santidad; sepultaron su cuerpo en Toledo en la capilla de los Reyes. Esta muerte dió ocasion al rey de Portugal de tomar nuevo acuerdo y alterar el primer capítulo de los conciertos pasados. El rey de Castilla, aunque tenia dos hijos, quedaba viudo y en la flor de su edad. Envióle embajadores para ofrecerle por mujer á doña Beatriz, su hija. Parecióle que con este vínculo se daria mejor asiento á la nueva amistad y á la sucesion del reino de Portugal; que era cosa larga esperar que el infante don Fernando fuese de edad para casarse, y que en el entre tanto podian intervenir cosas que impidiesen el casamiento y desbaratasen todas las trazas, concertáronse pues muy fácilmente. Entre las demás capitulaciones fué una que por muerte del rey don Fernando gobernase á Portugal la Reina viuda hasta tanto que la Infanta tuviese hijo de edad competente. Señalóse para las bodas la

ciudad de Yelves, en que poco antes se dió asiento en la paz. Esto pasaba en España al remate del año. En el mismo tiempo en el Atica tenian sus rencuentros de armas los navarros y aragoneses sobre el principado de Atenas y de Neopatria. Filipe Dalmao, vizconde de Rocaberti, general de la armada aragonesa, allanó aquel estado al Rey, ca mató y echó fuera de aquellas tierras toda la gente de guarnicion de los navarros y dejó en ella con suficiente presidio á Roman de Villanueva que quedó por gobernador, con que él pudo dar la vuelta. En Sicilia andaban tambien las cosas alteradas, porque Artal de Alagon, conde de Mistreta, por la mucha autoridad y poder que en aquella isla alcanzaba, queria á su voluntad casar á la Reina y poner de su mano á quien él quisiese en el reino. A este fin llamó de Lombardía á Juan Galeazo, que aun no era duque de Milan; pero él no pudo hacer este viaje ni acudir con presteza, porque las galeras de Aragon los años pasados en el puerto de Pisa le habian tomado su armada. Los señores de Sicilia llevaban muy mal que don Artal quisiese mandar tanto, y que solo él pudiese mas que todos los demás juntos. Don Guillen Ramon de Moncada, comunicado su intento con el rey de Aragon, de secreto entró en Catania, y apoderándose de la Reina, la llevó á Augusta, que era una de las fuerzas de su estado, fuerte por su sitio, que está sobre la mar, por sus murallas y por la grande guarnicion que en ella puso de catalanes que el Rey le envió con el capitan Roger de Moncada. Don Artal, visto que con esto le burlaban sus trazas, acudió con furor y rabia. Púsose sobre Augusta y combatíala por tierra y por mar. Avino muy á propósito que Dalmao, á la vuelta de Grecia, aportó á Sicilia. Supo lo que pasaba, y con su armada forzó al enemigo á alzar el cerco; con tanto puso á la Reina en sus galeras, tocó á Cerdeña, y finalmente llegó con ella á salvamento á las riberas de España. La Reina casó adelante en Aragon, con que á cabo de años los reinos de Sicilia y Aragon se volvieron á juntar con ñudo muy mas fuerte y mas duradero que antes. Don Carlos, hijo mayor del rey de Navarra, todavía le tenian arrestado en Francia. Intercedió el rey de Castilla para que el Francés le pusiese en libertad, el cual otorgó con ruegos tan justos; con esto aquel Príncipe junto con el deudo, ca eran cuñados, quedó tan obligado y reconocido, que por toda la vida con muy buen talante acudió á las cosas de Castilla. Llegó á Pamplona por principio del año que se contó de Cristo 1383. Regocijaron su venida todos los de aquel reino como era razon. El Rey, su padre, eso mismo con la edad se mostraba mas cuerdo y emendaba con buenas obras las culpas de la vida pasada. En Pamplona y en otros lugares quedan memorias desta mudanza de vida, con que procuraba aplacar á Dios, y acerca de los hombres borrar la infamia y mala voz que corria de sus cosas por todas partes. Cargábanle por lo menos que trató de dar yerbas al rey de Francia, su cuñado, á los duques de Borgoña y de Berri y al conde de Fox; si con verdad ó levantado, lo que mas creo, no se puede averiguar; lo cierto es que aquellos rumores le hicieron grandemente y en todas partes odioso. Las bodas del rey de Castilla con la infanta de Portugal se celebraron en el lugar señalado; el concurso de

las dos naciones fué grande, las fiestas y regocijos al tanto, si bien el rey de Portugal no se pudo hallar por causa de estar á la sazon doliente. El conde de Gijon don Alonso, conforme á sus mañas, volvía á revolver la feria en las Astúrias, mozo mal inclinado y bullicioso. Envió el Rey alguna gente que allanasen aquellos alborotos, y él dió la vuelta para Segovia á tener Cortes á sus vasallos. Los bullicios de las Astúrias fácilmente se sosegaron, y el Conde se redujo al deber. En las Cortes ninguna cosa se estableció, que se sepa, de mayor momento, salvo que á imitacion de los valencianos, que en esto ganaron por la mano á los demás pueblos de España, se hizo una ley en que se ordenó trocasen la manera de contar los años que antes usaban por las eras de César en los años del nacimiento de Cristo, como hasta hoy se guarda. Celebrábanse estas Cortes cuando en Lisboa falleció el rey don Fernando de Portugal de una larga dolencia que al fin le acabó en 20 de octubre. Vivió cuarenta y tres años, diez meses y diez y ochó dias; reinó diez y seis años, nueve meses y diez dias. Púdose contar entre los buenos príncipes por su condicion muy suave, su mansedumbre y elocuencia, si no se ponen los ojos en la infamia de su casa. En el gobierno se señaló mas que en las armas por la larga paz de que gozó en su reinado. Su cuerpo enterraron en Santaren en el monasterio de los franciscos junto al sepulcro de su madre la reina doña Costanza. Cerdeña no acababa de sosegar. Hugo Arborea, hijo de Mariano, llevaba adelante las pretensiones de su padre, y continuaba en la codicia y trazas de hacerse rey, mal incurable. Era de condicion intratable y fiera; por esto su misma gente se hermanó contra él, y le dieron muerte, ejecutando en él los tormentos y crueldades de que él mismo contra otros usara; que fué justo juicio de Dios. Con su muerte se pensó tendrian fin aquellas revueltas; por esto Brancaleon Doria, que en las guerras pasadas sirviera muy bien al Rey, acudió á Aragon para dar traza á sosegar la isla. Echároule empero mano á causa que su mujer Leonor Arborea, dueña de pecho varonit, pretendia con las armas vengar la muerte de su hermano y recobrar el estado de su padre; sujetaba otrosí por toda aquella isla fortalezas y plazas, ya por fuerza, ya de voluntad. Llevaron á su marido Brancaleon con la guarda necesaria para sosegar á su mujer y hacella que viniese en lo que era razon. No pudo alcanzar cosa alguna della, si bien usó de toda la diligencia que pudo; así él estuvo mucho tiempo arrestado en la ciudad de Caller sin poder salir della; y el partido de Aragon iba de caida por estar el Rey embarazado con otros cuidados que mas le aquejaban y no acudir con presteza á las necesidades de aquella guerra como fuera conveniente.

CAPITULO VII.

Que el rey de Castilla entró en Portugal.

Con la muerte del rey don Fernando de Portugal se recrecieron nuevas y muy sangrientas guerras entre Portugal y Castilla. La gente plebeya y aun la principal por el odio que á Castilla tenia, como suele acontecer entre reinos comarcanos, no podia llevar que rey extraño los mandase. El deseo de libertad los encendia,

bien que con poco concierto pretendían que de su nacion fuese alguno nombrado por rey; los hombres, las mujeres, los niños en secreto y en públicos corrillos de ninguna otra cosa trataban. Los señores tuvieron junta en Lisboa sin se acabar de resolver en un negocio tan grave. El miedo hacia por el rey don Juan de Castilla, el antojo los volvia contra él; dos malos consejeros y perjudiciales. Algunos principales de secreto por cartas le convidaban con la posesion de aquel reino con intento de granjear la gracia del nuevo Príncipe mas que por deseo del pro comun. Entre estos fué uno don Juan, el maestre de Avis, de suso nombrado, todo con artificio y maña por no tener aun granjeadas para sí las voluntades del pueblo. Las trazas de los que andaban de mala y los deseños que con la presteza se debieran cortar, con la tardanza se hicieron fuertes y prevalecieron. Gastábase el tiempo en Castilla en consultas y debates; así se les salió la buena ocasion de entre las manos para nunca mas volver. Los pareceres eran diferentes, como suele acontecer; unos sentian que se debia esperar hasta tanto que por comun acuerdo de los principales y del pueblo el Rey fuese llamado á recebir la corona. Alegaban que al no se podia hacer á pena de ser perjuros, pues en los asientos próximos de la paz juraron que dejarian la gobernacion del reino á la Reina viuda hasta tanto que doña Beatriz tuviese algun hijo en edad que pudiese gobernar á Portugal. Los de mas sano consejo y mas avisados decian que en tanta alteracion del reino las armas eran las que habian de allanar, que de voluntad no harian cortesía los portugueses. Tomóse un acuerdo medio que fué de ningun momento, antes perjudicial, de ir ni bien de paz ni bien de guerra, esto es, que fuese el Rey delante de paz, y tras dél fuese el ejército para allanar los rebeldes y mal intencionados. El obispo de la Guardia, que es en la raya de Portugal, estaba en servicio de la Reina. Diósele el Rey, su padre, para que con él comunicase todos sus secretos. Este Prelado se ofreció de dar llana al Rey su ciudad. Antes de acometer esta jornada era necesario atajar en Castilla los siniestros intentos de algunos. A don Juan, hermano legítimo del Rey difunto de Portugal, que se habia pasado á Castilla por miedo de la Reina, como está dicho, puso el Rey en el alcázar de Toledo como en prision, no por otro crímen, sino porque su nobleza y derecho, que podia pretender á aquel reino, hacian que dél se recatasen. Al conde de Gijon le pusieron en prisiones en el castillo de Montalvan, no léjos de Toledo, porque despues de perdonado tantas veces, se carteaba con los portugueses y trataba de rebclarse; confiscáronle otrosí todos sus bienes y estado. Encomendóse su guarda á don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, por cuyo órden estuvo mucho tiempo preso en el castillo de Alinonacir, tres' leguas de Toledo. Asentadas todas estas cosas, el Rey y la Reina se fueron á Plasencia, y de allí con priesa pasaron a Portugal. Los sacerdotes de la Guardia, como lo prometió el Obispo, los salieron á recebir con cruces y capas de iglesia, en altas voces dándoles el parabien del nuevo reino y rogando á Dios le gozasen por largos años. El alcaide de la fortaleza hizo resistencia por no estar determinado en lo que debia hacer hasta ver el suceso de

aquellas alteraciones y qué partido tomarían los demás. Antes de la venida del Rey, Lisboa le juró por rey á persuasion de don Enrique Manuel, conde de Sintra, tio que era del rey don Fernando difunto. Vino tambien en ello doña Leonor, la reina viuda, por entender que para reprimir las voluntades y intentos, así de los grandes como del pueblo, era menester mayor fuerza que la suya. Deste principio comenzó el pueblo á alterarse y dividirse en bandos, de que resultaron muertes de muchos. El primero que mataron fué el conde de Andeiro, á quien en el mismo palacio real dió de puñaladas el maestre de Avis. La demasiada cabida que con la Reina tenia, de que muchos sentian mal, le empeció y acarreó su perdicion. Nunca paran en poco los alborotos; el vulgo deste principio pasó tan adelante, que sin ningun término ni respeto dieron al tanto la muerte á don Martin, obispo de Lisboa, en la misma torre de la iglesia mayor, donde se recogió para escapar de aquel furor; no dudaron de poner sus sacrílegas manos en aquel varon consagrado, no por otra culpa sino porque nació en Castilla, y parecia que no sentia bien de los alborotos que se movian en Portugal y que favorecia las partes del rey don Juan. Entre gente furiosa el seso suele dañar, y entre los alevosos la lealtad. La reina doña Leonor, por recelo no le hiciesen algun desacato, con voluntad del maestre de Avis, se salió de la ciudad de Lisboa y se fué á Santaren. En tan confusa tempestad y revueltas tan grandes ningun lugar se daba al consejo ni á la mesura; todo lo regia la saña y la locura de que el pueblo estaba tomado como de vino y como bestia en celo. El maestre de Avis tenia partes aventajadas; era agraciado, bien apuesto, cortesano, comedido, liberal, y por el misino caso bienquisto generalmente; finalmente, sus calidades tales, que suplian la falta de no ser legítimo. Por el contrario el rey don Juan, bien que manso y apacible, sino le alteraba ninguna injuria, en el hablar, que es con lo que se granjean las voluntades, y por esto lo hizo tan fácil la naturaleza, era corto en demasía; por esta causa, aunque con su presencia luego que llegó á Portugal se ganaron algunos, los mas se extrañaron, como gente que es la portuguesa de su natural apacible y cortés, cumplida y acostumbrada á ser tratada con afabilidad de sus reyes. De la Guardia, al principio del año de 1384, pasó el Rey á Santaren por visitar á la Reina, su suegra, y á su instancia y para tomar con ella acuerdo de lo que se debia hacer y cómo se podrian encaminar aquellas pretensiones. Acompañábanle quinientos de á caballo, bastante número para entrar de paz, mas para sosegar los alborotados muy pequeño. El condestable don Alonso de Aragon, el arzobispo de Toledo y Pero Gonzalez de Mendoza, nombrados por gobernadores del reino de Toledo en ausencia del Rey, no se descuidaban en hacer gente por todas partes y encaminar á Portugal nuevas compañías de soldados. La mayor dificultad para la expedicion de todo era la falta del dinero. Con las guerras y gastos pasados el patrimonio real estaba consumido y todo el reino cansado de imposiciones. Acordaron aprovecharse en aquel aprieto de las ofrendas muy ricas y preseas del famoso templo de Guadalupe, santuario muy devoto. Tomaron hasta en cantidad de cuatro mil marcos de plata, ayuda mas

de mala sonada que grande, y principio del cual el pueblo pronosticaba que la empresa seria desgraciada, y que la Virgen tomaria emienda de los que despojaban su templo, de aquel desacato y osadía. Don Carlos, infante de Navarra, por no faltar al deudo y amistad que tenia con el rey de Castilla y no mostrarse ingrato á los beneficios que dél tenia recebidos, se aprestaba para acudille con buen golpe de su gente. El de Aragon por su edad y aquejalle otros cuidados y guerras, á que le convenia acudir, acordó estarse á la mira, en especial que comunmente los príncipes llevan mal que ninguno de sus vecinos se acreciente mucho, antes pretenden siempre balanzar las potencias. En Portugal se hicieron grandes consultas. Acordaron finalmente que la reina doña Leonor renunciase en el Rey, su yerno, la gobernacion de aquel reino. Lo que pareció seria medio para allanallo todo fué causa de mayor alboroto. La nobleza y el pueblo aborrecian á par de muerte sujetarse con esto á Castilla por el odio que entre sí estas dos naciones tienen. Lamentábanse de la Reina, acusábanle el juramento que les tenia hecho y la disposicion y testamento del Rey, su marido, en que dejó proveido lo que se debia hacer en esto. El sentimiento era general, bien que algunos de los principales, como tenian que perder, no quisieran se revolviera la feria, y se mostraban de parte del rey don Juan. Estos eran don Enrique Manuel, conde de Sintra, Juan Tejeda, que fuera chanciller mayor de aquel reino, don Pedro Pereira, prior de San Juan en Portugal, por otro nombre de Ocrato, que adelante en Castilla fué maestre de Calatrava, y con él dos hermanos suyos, Diego y Fernando, sin otros algunos de los mas granados. Demás destos, muchos pueblos seguian esta voz, en especial la comarca toda entre Duero y Miño, por la buena diligencia de Lope de Leira, que aunque nacido en Galicia, tenia el gobierno de aquella tierra. Alonso Pimentel entregó á Berganza, en cuya tenencia estaba. Lo mismo hicieron Juan Portocarrero y Alonso de Silva de otras fuerzas que á șu cargo tenian.

CAPITULO VIII.

Del cerco de Lisboa.

Las pretensiones del rey de Castilla en la manera dicha procedian en Portugal hasta aquí sin daño notable. Tenian esperanza que todo el reino de conformidad haria lo que pedia la razon y el tiempo, que tiene gran fuerza; pues constaba que si bien todos se conformaban en un parecer, no eran bastantes para hacer rostro al poder de Castilla, tanto menos estando divididos en bandos y desconformes, camino para mas presto perderse; esperanza que muy presto se fué en flor, y finalmente prevaleció la parte contraria, y los descontentos pasaron siempre adelante, en que se mostró claramente de cuánto mayor eficacia es el valor que las fuerzas, la maña que todo lo al. Los portugueses llevaban mal ser gobernados por extraños y mucho mas por los castellanos por la competencia que entre sí tienen, como acontece entre los reinos comarcanos. Extrañaban mucho que les quebrantasen las capitulaciones con que últimamente asentaron la paz. Querellábanse que el in

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