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giera la ocupacion de todas las provincias conquistadas (1).

La obra tuvo tanto mas mérito, cuanto le fué mas difícil hacerla. Porque acostumbrados los generales, ó á obrar con independencia, ó al menos á no obedecer mas órdenes que las del emperador, cuando Jourdan les pidió relaciones y noticias sobre todos los objetos de su servicio, Dorsenne contestó que no las enviaba, porque si bien el príncipe de Neufchatel le habia dicho que los ejércitos del Mediodía, de Portugal y de Aragon pasaban á las órdenes del rey, respecto al del Norte le anunciaba que le haría conocer las intenciones del emperador. Suchet mostró instrucciones particulares, que venian á hacer ilusoria la autoridad del rey sobre el ejército de Aragon. Ignorábase en Madrid si Soult sabria que dependia ya del rey, y aun si renunciaría al hábito de gobernar por si solo en el territorio de su mando. Solo Marmont trasmitió pronta y exactamente las noticias que se le pidieron.

Ofrecimos esplicar la causa verdadera de esta mudanza de conducta aunque tardía, de Napoleon para con su hermano, y lo haremos así. La causa fué el gran suceso de la guerra de Rusia á que tuvo que atender por este tiempo, guerra que juntamente con la de España habia de traerle su ruina.

(1) Tenemos á la vista esta Memoria, escrita con sensatez y

llena de razon, pero cuya estension no nos permite copiarla.

Advirtiéndose venian desde últimos de 1810 anuncios de un rompimiento mas o menos próximo entre los dos imperios. Indicaciones de ello habia hecho ya el año pasado al gobierno de Cádiz nuestro embajador en la córte de San Petersburgo. No desconocia Napoleon las disposiciones desfavorables de aquella córte; no le satisfacian las esplicaciones que acerca de sus armamentos le daba, y su conversacion con el príncipe Kourakin (agosto, 1811) le dejó pocas esperanzas de paz. Tenia pues fija en su mente la idea de una guerra con Rusia, pero fiaba en que una victoria más en el Norte haria que todas las potencias cedieran al prestigio de su nombre. En su viaje á las provincias del Rhin inspeccionó ya una parte de los ejércitos que destinaba á aquella guerra, y de regreso á París (noviembre, 1811) se dedicó al arreglo de todos sus negocios á fin de quedar desembarazado para emprenderla. Observábanse pues los dos emperadores, Napoleon y Alejandro, y callaban y obraban, no queriendo el ruso el rompimiento, pero resuelto á él antes que sacrificar el decoro y el comercio de su nacion, decidido el francés por ambicion y por el convencimiento de que habia de estallar tarde ó temprano. Arregló tratados de alianza con Austria y Prusia, mas no pudo alcanzar lo mismo de Suecia y Turquía, antes bien la primera de estas dos potencias firmó un tratado con Rusia, no obstante estar al frente de ella un príncipe francés, Bernadotte. Pero

en medio de esto, seguíanse negociaciones, con apariencia de pacíficas, entre los dos emperadores, por medio de los plenipotenciarios Kourakin, Lauriston y Nesselrode, buscando cómo entretenerse recíprocamente en tanto que cada cual aprestaba sus ejércitos y ultimaba sus preparativos.

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Tambien aparentó Napoleon querer la paz con Inglaterra, pero haciendo proposiciones capciosas, que táles eran las que dirigió al gabinete británico (17 de abril) sobre el arreglo de los negocios de las Dos Sicilias, de Portugal y de España, que se conceptuaban los mas difíciles; puesto que la base 1.a decia: «Se ga»rantirá la integridad de España. La Francia renun»ciará á toda idea de estender sus dominios al otro. » lado de los Pirineos. La actual dinastía será declarada independiente, y la España se gobernará por Duna Constitucion nacional de Córtes. En el mismo sentido estaba la base relativa al reino de Nápoles. Imposible era al gobierno de la Gran Bretaña acceder á proposiciones que envolvian el reconocimiento de las dinastías napoleónicas en los tronos de Nápoles y de España, que á tanto equivalian las palabras «el monarca presente, la dinastía actual. » Sin embargo todavía preguntó lord Castlereagh si estas espresiones se referian al gobierno que existia en España y que gobernaba en nombre de Fernando VII. Pero la negociacion se quedó en tál estado, y este era el objeto del que la entabló, y escusada era la respuesta,

porque unos y otros obraban' con prévio conocimiento de que no podia ser satisfactoria.

De todos modos esta nueva situacion del emperador francés esplica bien su aparente desprendimiento en renunciar á la antigua idea de agregar á Francia las provincias del otro lado del Ebro, en asegurar el mantenimiento de la integridad del territorio español, y en conferir á su hermano José, aunque tardíamente, el gobierno supremo político y económico y el mando superior militar en todas las provincias y ejércitos de España, de que hasta entonces le habia tenido injustamente privado.

Llegó pues el caso, tanto tiempo temido y previsto, pero de inmensas y favorables consecuencias para la nacion española, de emprenderse la guerra gigantesca del imperio francés con el ruso. De aqui la disposicion de sacar de España la jóven guardia imperial y los regimientos llamados del Vistula, que Napoleon esperaba le habian de ser grandemente útiles en Polonia, para reunirlos á las inmensas fuerzas que puso en marcha hácia el Niemen, que no serian menos de 600.000 hombres los que destinó á aquella campaña. De ellos cerca de 500.000. iban avanzando desde los Alpes hasta el Vistula. Salió Napoleon de París en la misma direccion el 9 de mayo. Dejémosle por ahora en Dresde, donde se detuvo, y donde reunió á casi todos los soberanos del continente. Esta marcha necesariamente habia de influir en los sucesos de nuestra

península. Animado con ella Wellington, preparóse á abrir una campaña importante en Castilla, cuya relacion suspenderémos nosotros tambien, en la necesidad de dar cuenta de acontecimientos de otra índole que entretanto se habian realizado. Mas no terminarémos este capítulo sin presentar un nuevo bosquejo del cuadro triste que en este tiempo ofrecia la España por la miseria pública que la afligia.

«El Año del Hambre,» ha sido vulgarmente llamado éste á que nos referimos, y lo fué en efecto. Cuatro años de guerra desoladora sin tregua ni respiro; escasez de cosechas; mal cultivo de los campos; incendios y devastaciones; administracion funesta; recargos de tributos; monopolios de logreros; todas estas causas habian ido trayendo la penuria y la miseria, que ya se habia empezado á sentir fuertemente desde el otoño del año pasado, y que creció de un modo horrible en el invierno y en la primavera del presente, hasta el punto de producir una verdadera hambre pública asi en la córte como en casi todas las provincias. La carestía en los artículos indispensables de consumo y en los de primera necesidad se fué haciendo dificilmente tolerable á los ricos, de todo punto insoportable á los pobres. El trigo, base del sustento para los españoles, y cuyo precio es el regulador del de todos los demas artículos, llegó á ponerse á 450 reales fanega en Aragon, en Andalucía y en otras provincias; mas caro todavía en Galicia, Cataluña y otras comarcas menos

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