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en los cuales terciaba Campoverde, aunque ladeándose hácia donde soplaba el aura popular. Al fin tuvo que disolverse el congreso, quedando, como ántes, una junta encargada de la administracion económica del Principado.

Pocos dias despues de esto intentó el de Campoverde una empresa, que á haberle salido bien habria sido de una importancia incalculable, pero que por desgracia le salió fallida. Nunca habian faltado á los nuestros inteligencias secretas con los de Barcelona; por las noticias confidenciales que Campoverde recibia creyó maduro yá y en sazon el plan de proporcionarle la entrada en la ciudad, ó por lo menos la toma del importante castillo de Monjuich. Con esta esperanza partió de Tarragona con el grueso de sus fuerzas, y la noche del 18 de marzo un batallon de granaderos de la vanguardia se aproximó al castillo, y hubo soldados que descendieron al foso en la confianza de que se les iba á franquear la fortaleza. Mas el recibimiento que encontraron fué una lluvia de balas, prueba terrible de estar el enemigo sobre aviso, y que hizo á los que quedaron con vida correr á dar cuenta á su general de su funesta aventura. En efecto, el gobernador de Barcelona Maurice-Mathieu habia tenido soplo de lo que se proyectaba, á tiempo de prevenirse como lo hizo. Frustróse pues aquella empresa á Campoverde, que replegando sus fuerzas tomó de nuevo la vuelta de Tarragona, dando gracias de no haber sufrido mas que

branto. El gobernador francés de Barcelona castigé algunos cómplices de la conjuracion que le fueron denunciados, haciendo entre ellos arcabucear al comisario de guerra don Miguel Alcina.

Indicamos en el principio lo enlazados que marchaban los sucesos de Cataluña y Aragon, y ahora se ofrecerá ocasion de verlo claramente. De regreso el mariscal Suchet á Zaragoza, dedicóse como á cosa urgente á combatir las gruesas partidas que corrian aquel reino, agregadas por disposicion del gobierno español al segundo ejército, que era el que operaba en Aragon y Valencia. Eran entre ellos los mas considerables los cuerpos que capitaneaban don Pedro Villacampa y don Juan Martin (el Empecinado). A alejarlos de los confines de Aragon envió Suchet dos columnas mandadas por los generales París y Abbé. Hubo en efecto algunos reencuentros sérios entre aquellos caudillos y estos generales, mas todo lo que éstos lograron fué apartar á aquellos intrépidos gefes de los lindes del suelo aragonés y traerlos á las provincias de Cuenca y Guadalajara. Tambien tuvieron que lidiar las tropas de Suchet en ambas orillas del Ebro con otras guerrillas de menos monta, pero no menos molestas para ellos, aparte de las incursiones que de cuando en cuando y nunca sin fruto hacía desde Navarra don Francisco Espoz y Mina.

Asi las cosas, é inspirando á Napoleon mas confianza su gobernador de Aragon que el que gobernaba

á Cataluña, no obstante faltar á Suchet el baston de mariscal de Francia que Macdonald llevaba, y el título de duque que éste tenia, encomendó á aquél el sitio y conquista de Tarragona (10 de marzo), y le dió el mando de la Cataluña meridional con las tropas del Principado que para ello necesitara, dejando solo á Macdonald el gobierno de Barcelona y de la parte septentrional de Cataluña; reparticion que envolvia un desaire con que debió sufrir mucho el amor propio del mariscal francés. Fuéle no obstante preciso acatar el superior mandato, y en su virtud habiéndose reunido ambos generales en Lérida para concertar sus planes, partió de allí Macdonald para Barcelona, llevando consigo para la seguridad de la marcha la division del general Harispe, de cerca de 10.000 hombres, los cuales, escoltado que hubieran á Macdonald, habian de volverse al ejército de Aragon. Señaló el duque de Tarento esta marcha con un acto de vandalismo, que, horrible y repugnante siempre, apenas se concibe en un general de una nacion culta y de un grande imperio. La industriosa y rica ciudad de Manresa, so pretesto de haberla abandonado sus moradores al toque de somaten á la aproximacion de los franceses, fué entregada por éstos á las llamas (30 de marzo), de tal manera y con tal furia que ardieron de 700 á 800 casas y otros edificios, como templos, fábricas y hospitales, sucediendo en estos últimos escenas de aquellas que parten el corazon y se resiste á describir la plu

ma. Empañará siempre la gloria militar de Macdonald la circunstancia de haber estado presenciando el incendio desde las alturas de la Culla, á semejanza del emperador romano cuando gozaba con ver abrasarse la ciudad eterna.

Venganza pedian á gritos los manresanos á los generales Sarsfield y baron de Eroles que perseguian al francés y se hallaban ya casi encima del enemigo. Cumpliéronlo aquellos en lo posible, arremetiendo con furia y arrollando la brigada de napolitanos de Palombini que iba de retaguardia, y señalándose en aquella acometida el coronel don José María Torrijos, bizarro y distinguido militar, que estaba destinado á ser mas adelante uno de los gloriosos mártires de la libertad española. Todavía tuvo Macdonald sus tropiezos antes de entrar en Barcelona, pero al fin logró meterse en aquella capital con una baja de cerca de 1,000 hombres en sus tropas. Estas se volvieron con el general Harispe á Lérida, segun estaba convenido (5 de abril), no sin ser tambien inquietadas por don José Manso, hombre de humilde cuna, que empezaba á distinguirse entre los caudillos catalanes, y habia de ocupar después con honra un alto puesto en la milicia. De la indignacion general que causó en Cataluña el abominable incendio de Manresa era natural que participase tambien el marqués de Campoverde, que en una circular que espidió, despues de condenar con la dureza que merecia la atrocidad perpetrada por el mariscal fran

cés, concluia diciendo, que daba órden á las divisiones y partidas de su mando para que no diesen cuartel á ningun individuo del ejército francés que fuese cogido á la inmediacion de un pueblo que hubiera sido incendiado ó saqueado: sistema de represalias que llevó á cabo con todo rigor.

y

Ocurrió á este tiempo un suceso que neutralizó compensó en parte las desgracias de las tropas y moradores de Cataluña, á saber, la toma por sorpresa del castillo de San Fernando de Figueras. El hecho fué como sigue. Una puerta secreta del almacen de víveres daba al foso de la fortaleza: el guarda-almacen habia confiado la llave á un criado suyo, al cual, por medio de un estudiante, habló y ganó un capitan español llamado don José Casas, y entre todos y algun otro confidente se concertó proporcionar á Casas una llave por medio de un molde vaciado en cera. Arreglado el plan, y enterado de él el caudillo don Francisco Rovira, uno de los que maniobraban en el Ampurdan, el cual á su vez lo confió al marqués de Campoverde, dispuso éste que ayudase en la ejecucion á Rovira don Francisco Antonio Martinez, que organizaba gente en la comarca de Olot, y que á ambos les favoreciese en la empresa el baron de Eroles. Marcharon aquellos con una columna, aparentando dirigirse á penetrar en la frontera de Francia, y asi lo creyeron los franceses; mas una noche, cayendo un copioso aguacero y cuan. do nadie podia sospecharlo, torcieron de rumbo, y

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