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municiones y haciendo aprestos militares, se preparaba á nuevas operaciones detenidamente, como siempre que proyectaba algun movimiento.

No menos se preparaba el de Dalmacia (Soult), que tenia sus reales en San Juan de Luz, fortificando con obras de campaña su primera línea, instruyendo, reorganizando y disciplinando sus tropas, las cuales se reforzaban con los conscriptos del Mediodía del imperio, habiéndose destinado hasta 30.000 de ellos al ejército de la frontera de España, cuyo depósito estaba en Bayona.

Comprendia Wellington todo el efecto que haría en Europa, todo lo que acrecería su reputacion, el ser el primero que se atreviera á pisar el suelo francés

y

á invadir aquella nacion, terror hasta ahora de las demás potencias, y que parecia aspirar á absorberlas todas. Decidido ya á ello el generalísimo de los aliados, y provisto de cuanto era menester, determinó dar un avance simultáneo por toda la línea; instruyó á los generales de su plan de ataque; todos habian de arremeter á una señal dada, que era para los ingleses un cohete disparado desde el campamento de Fuenterrabía, para los españoles una bandera blanca enarbolada en San Marcial, ó bien tres grandes fogatas. Era la mañana del 17 de octubre, y dadas las señales, moviéronse todos resueltamente á cruzar el Bidasoa, como lo verificaron los ingleses y portugueses en cuatro columnas por otros tantos vados entre Fuenterrabía y

Beovia, por otros mas arriba dos divisiones del 4.o ejército español que regia Freire, mandadas inmediatamente por los generales Bárcena y Porlier, y por otro vado aun mas arriba la division del mando interino de Goicoechea.

En tierra francesa unos y otros, mientras los anglo-portugueses tomaban, marchando desde Andaya, la altura titulada de Luis XIV. y se apoderaban de siete piezas que el enemigo tenia en los reductos, el bizarro coronel español Losada, de la brigada de Ezpeleta, caía víctima de su arrojo en la parte de Saraburo; y como este desgraciado incidente hiciera vacilar al pronto aquellas tropas, advertido que fué por el brigadier Ezpeleta, tomó una bandera en la mano, y lanzándose con ella intrépidamente al rio, de tal manera reanimó con su ejemplo á los suyos que todos le siguieron, y se apoderaron en poco tiempo de los puestos fortificados del enemigo. Parecida operacion ejecutaba la cuarta division española, cogiendo tres cañones que los franceses tenian en el declive de la montaña de Mandale, desalojándolos en seguida de la Montaña Verde, y persiguiéndolos camino de Urogne, en la carretera de San Juan de Luz. Condujéronse con igual brío las demás tropas, y no hubo punto en aquellas montañas de los que tocaba tomar á los españoles, de que no se enseñoreáran las ya acreditadas tropas del 4.o ejército.

Por la derecha de la línea llenaba tambien cada

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⚫ uno su obligacion cumplidamente. El general inglés Alten, ayudado de la division española de Longa, encargado de embestir los atrincheramientos de Ve-. ra, hizo 700 prisioneros franceses, con 22 oficiales: y don Pedro Agustin Giron, que en la ausencia del conde de La-Bisbal regía el ejército de reserva de Andalucía, obligó á los enemigos á encaramarse y guarecerse en la cumbre y santuario de la escabrosa montaña de la Rhune, donde estuvieron aquella noche y todo el siguiente dia. Mas como en la mañana del 8 acudiese el generalísimo de los aliados, y dispusiese de acuerdo con Giron atacar las obras que en el contiguo campo de Sare el enemigo tenia, y consiguiera desalojarle de alli por medio de una bien entendida y valerosamente ejecutada maniobra, bajaron los franceses al amanecer del 9 (octubre) de la cima y ermita en que se habian cobijado, tomando los nuestros posesion de las obras У recintos que aquellos iban evacuando. Todavía el francés recobró el 12 uno de los reductos, é intentó el 13 recuperar otros atacando los puestos avanzados de las tropas de Giron, pero nuevamente escarmentados aquel dia, mostraron no querer por entonces mas reencuentros. Aquellos triunfos no los obtuvimos sin sacrificio, pues perdimos en los diferentes combates 1.562 hombres, de ellos la mitad ingleses y portugueses, la otra mitad españoles, por haber tocado á éstos los puntos de mas dificultad y empeño.

Viéndose los aliados dueños de una parte de suelo estrangero y enemigo, de suyo propensa la soldadesca á entregarse á escesos y desinanes, diéronse á cometer todo género de vejaciones y tropelías, como quien encontraba la ocasion de desquitarse de las que los franceses habian por mas de cinco años cometido en España. Aunque vituperable este proceder en todos, estrañábase menos en aquella parte del ejército español que habia pertenecido ántes á guerrillas y cuerpos indisciplinados. Pero lo notable y estraño fué que primero que éstos y mucho mas que ellos se desbordaron y señalaron en la obra de destruccion, de incendio, de pillage y de violencia los ingleses y portugueses, con el escándalo de ser muchos de sus oficiales los que en vez de contener y reprimir concitaban con su propio ejemplo á los soldados al saqueo. Bien que deja de asombrar semejante conducta, cuando se considera que una gran parte de ellos eran los incendiarios, saqueadores y violadores de San Sebastian. En honor de la verdad en esta ocasion anduvo Wellington mas solícito que en aquella en corregir y castigar los desmanes de su gente: en una proclama les decia á los oficiales despues de una severa reprimenda, que estaba determinado á dejar el mando de un ejército cuyos oficiales no le obedecian, y envió varios de ellos á Inglaterra con recomendacion y á disposicion del príncipe regente. ¡Lástima que no hubiera desplegado en San Se

bastian algo siquiera de esta laudable severidad!

No tuvo por prudente Wellington avanzar é internarse más en el territorio francés, en tanto que no se rindiese la plaza de Pamplona que dejaba atrás. Y mientras esto sucedia, habilitó los puentes del Bidasoa y fortificó sus estancias del otro lado de los Pirineos. Continuaban bloqueando á Pamplona don Carlos de España y el príncipe de Anglona con una division del 3.er ejército. El general Cassan, que mandaba la guarnicion francesa, mostróse muy firme en tanto que pudo esperar ser socorrido de Francia. Mas esta esperanza se iba desvaneciendo, el tiempo trascurria, los víveres escaseaban, desanimaba su gente, y vióse precisado á proponer á los nuestros (3 de octubre, 1813), ó que permitieran salir á los vecinos y paisanos ó que le suministráran raciones para ellos. Con la negativa, que era natural á esta proposicion, resolvióse á tentar una salida desesperada, la cual se verificó con la acostumbrada impetuosidad francesa (10 de octubre), en términos de arrollarlo todo los suyos en el principio hasta alojarse en algunos de nuestros atrincheramientos. Mas por fortuna, repuestas de aquella primera sorpresa unas compañías españolas, arremetiéronlos á la bayoneta tan vigorosamente que los desalojaron de aquel puesto y siguieron acosándolos hasta el glacis de la plaza. Pertenecian estas compañías al 3.er ejército que mandaba el de Anglona.

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