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que aun despues del desastre de Moscow habia aspirado todavía á enseñorear la Europa, que menospreciando la mediacion del Austria y convirtiéndola imprudentemente de aliada en enemiga, presumió poder triunfar él solo de toda la Europa coaligada, y creyó bastarle su genio para reparar de un solo golpe todos sus anteriores desastres y para encumbrarse á tanta ó mayor altura que en la que ántes se habia visto, recogió por fruto de su desmedido orgullo y por resultado de la atrevida y temeraria campaña de Sajonia, haber perdido entre combates, enfermedades y marchas 300.000 hombres, dejar 190.000 comprometidos y bloqueados en plazas de naciones enemigas, contar apenas 50.000 hombres útiles para defender las fronteras del Rhin y resguardar la Francia, verse abandonado de todos sus aliados, y haber regresado á París á pedir á la Francia mas hombres y mas oro, para ver todavía de satisfacer, so pretesto del engrandecimiento de la Francia, aquella ambicion que le hacía perderlo todo por querer ganarlo todo.

De la parte de España, aquellos ejércitos imperiales que tan fácil habian creido amarrarla al carro triunfal de Napoleon, y que llegaron á mirar y á gobernar como un departamento del imperio francés, se hallaban lanzados del suelo español: las tropas aliadas, inglesas, portuguesas y españolas, pisaban el territorio de la Francia, arrollaban las huestes de Bonaparte, y amenazaban una plaza fuerte del imperio.

Y el gobierno español, primero fugitivo y después refugiado en una ciudad murada á la extremidad del reino, y las Córtes españolas, ántes reducidas á deliberar en el mismo estrecho recinto entre el estruendo y el estallido de los cañones y de las bombas enemigas, disponíanse ahora uno y otras á funcionar libre y desembarazadamente en la antigua capital de la monarquía. Con tan felices auspicios se anunciaba el año 1814, que habia de ser fecundo en grandes sucesos, previstos ya unos, inopinados otros, aquellos lisonjeros sobremanera, éstos sobremanera amargos.

APÉNDICE.

SOBRE EL INCENDIO Y SAQUEO DE SAN SEBASTIAN.

y

Hízose tan ruidoso, y adquirió tan triste celebridad el suceso que sirve de epígrafe á este Apéndice; se habló se escribió tanto sobre los causadores de aquella calamidad, y hemos visto en escritores graves, y que deberian estar bien informados, tán estraño juicio, ó por mejor decir, tan estraña duda acerca de esto mismo, que nos ha parecido deber aclarar é ilustrar este punto, mas de lo que en el testo hemos podido hacerlo, con documentos auténticos y originales, que hemos tenido la fortuna de adquirir y tener á la vista, y se conservan en el archivo municipal de la ciudad que sufrió la catástrofe.

Tan luego como se difundió por España la noticia de aquella horrible devastacion, la opinion pública, asi en las conversaciones como en los periódicos que entonces veian la luz, culpó de tan abominables escesos á las mismas tropas anglo-portuguesas que habian entrado en la ciudad como libertadoras, y no eximía de culpa y de responsabilidad al general inglés que las mandaba. La Regencia del reino, movida por este universal clamor, al cual no podia ser indiferente, se dirigió por medio del ministro de la Guerra al mismo duque de Ciudad-Rodrigo para que la informase sobre el particular. El generalisimo contestó remitiéndose á lo que, como súbdito de la Gran Bretaña, informaba al embajador de su nacion, con quien la Regencia deberia entenderse.

Trató, como era natural, lord Wellington de justificar en este informe à sir Thomas Graham y á sus oficiales de la inculpacion de incendiarios que se les hacía, y del designio que se les atribuía de querer vengarse de aquella poblacion por su comercio con los franceses en desventaja de los intereses de la Gran Bretaña. Aseguraba haber hecho lo posible por conservar la ciudad, negándose á bombardearla como le proponian. Afirmaba que el 30 de agosto, cuando él estuvo en el sitio, ardía ya la ciudad, y que era preciso que el fuego le hubiese puesto el enemigo: que en las calles habia sido terrible el choque entre los sitiadores y la guarnicion, y que habian hecho esplosion muchos combustibles atravesados en ellas, ocasionando la muerte de muchas personas y el incendio de varios edificios. «En cuanto al saqueo por los soldados, decia, soy el primero á confesarlo, porque sé que ha sido cierto. Me ha tocado la suerte de tomar muchas ciudades por asalto, y siento añadir que nunca he visto ni he oido de ninguna tomada de este modo por ningunas tropas sin ser saqueada. Es una de las perniciosas consecuencias que acompañan la necesidad de un asalto....»-Que en órden á los daños causados á los habitantes por los soldados con armas de fuego y bayonetas en recompensa de sus aplausos y vivas, serian por accidente durante el choque en las calles con el enemigo, y no deliberadamente.-Que en cuanto á la benignidad para con la guarnicion enemiga, era muy fundada, y que sería dificultoso conseguir de los oficiales y soldados británicos que no traten bien al enemigo cuando se rinde prisionero.-Que se habia hecho lo posible por las tropas británicas para apagar el fuego; y por último, que en el parte del general Rey al gobierno francés se decia que cuando se comenzó el asalto ardia la ciudad en seis parages distintos, lo que probaba que no habia sido puesto el fuego por los soldados ingleses.

Tanta importancia dió la Regencia á esta manifestacion del duque de Ciudad-Rodrigo, y tanta necesidad veia de aplacar los ánimos irritados, que la hizo publicar por suplemento extraordinario á la Gaceta de Madrid.

Veamos ahora los documentos y testimonios que en contra de esta justificacion y en sentido enteramente opuesto se levantaron.

Ardiendo todavía la ciudad, y á la vista del humo y de las llamas, algunos individuos del ayuntamiento y otros

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