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Quod jam non dubiis póteris cognoscere signis.

Virgil. lib. 4. georg.

C

R
A.D·L
H.

EXORDIO.

SENORES:

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S1

para investigar qual sea el modo de pensar de una nacion acerca de algun establecimiento, nos hemos de gobernar unicamente por el testimonio de los escritores públicos; no puede dudarse que la nacion española amo tanto, como temió, al de la Inquisicion contra los hereges, llamada unas veces Tribunal de la fe, otras Tribunal de la santa Inquisicion, y mas comunmente Santo oficio de la Inquisicion.

Apenas se hallará un libro impreso en España desde Cárlos Primero hasta nuestros dias en que se cite sin elogio la Inquisicion, directamente ó por incidencia; y por lo respectivo á los escritores de asuntos religiosos ó sus adherentes, parece que les han faltado siempre dignas expresiones

para su encomio.

¿Un español escribia de la religion?

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¡Ó España (exclamaba): tú eres deudora
de la pureza de los dogmas al santo ofi-
cio de la Inquisicion, el qual te defiende
de todos los ataques de la heregía para
tu felicidad! ¿Se habla de política? ¡Fe-
liz España (dicen) que con solo mante-
ner el santo tribunal estás libre de las con-
vulsiones intestinas que con mucha fre-
cuencia ponen á los otros reynos en peli-
gro de perderse por la diversidad de re-
ligiones entre sus habitantes, y por la
falta de un santo Oficio que persiga, cas-
tigue y extermine los hereges! ¿Se trata
de poblacion, agricultura, fábricas, artes,
industria, ó comercio? Mas feliz es nues-
tra España (escriben) que todos los otros
á
pesar de lo que se nos pondera
florecer éstos, porque Dios, premiando
á nuestros reyes el zelo de la Fe mani-
festado en el establecimiento y conserva-
cion del santo tribunal, les ha dado el
imperio de un mundo nuevo que nos pro-
porciona con el oro y la plata de sus mi-
nas los medios de suplir la falta de los
objetos que para nosotros trabaja el ex-
trangero! Qualquiera que sea la materia
de un libro, se ha encontrado siempre
motivo y ocasion de citar al santo oficio

reynos

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como principio y medio de la felicidad española.

Pero esta misma generalidad, esta monotonia de ideas, nos debe hacer cautos. Parece imposible que tantos hombres sabios como ha tenido la España en tres siglos, hayan sido de una misma opinion. Haberse opuesto unos á otros en todas las materias (aun las mas claras y notorias) por un efecto natural de la condicion del entendimiento humano, y conformarse todos en esta sola, presenta suficiente motivo de dudar de la sinceridad de muchos; especialmente si traemos á conseqüencia, como es justo, que algunos capaces de dar peso á la buena opinion pública de la Inquisición, fueron procesados por ella como Arias Montano, Fray Luis de Leon, Don Bartolomé Carranza, Don Melchor de Macanaz, y otros tales.

Es forzoso que hubiese causa particular para conformidad tan extraordinaria como la de escribir elogios de un establecimiento que por su primer aspecto presentaba el carácter odioso de mandar las delaciones baxo pena de excomunion mayor lata; recluir los acusados en carcel solitaria sin el consuelo de la comunicacion

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con esposos, padres, hijos, hermanos, parientes y amigos; negar al reo el proceso original para su defensa ; y no manifestar jamas los nombres de los testigos para tachar los que debieran serlo. Me pay раrece imposible que todos opinasen como escribian.

Una de las facultades de los inquisidores es el hilo que indica la salida de este laberinto. Estaban autorizados para proceder contra los que pusieran, ó procurasen poner obstáculos al exercicio de la Inquisicion; y desde luego incluyeron en esta clase á qualquiera que hablase mal del santo Oficio, ó del modo con que se procedia en la formacion de sus causas. He aquí el origen cierto de los elogios que le prodigaban muchos para exîmirse de una nota que podria producir su desgracia.

Debemos, pues, distinguir tres clases de panegiristas: una de los que tenian, ó esperaban tener, empleo en la Inquisicion: otra de los que recelaban ser procesados si manifestasen su verdadera opinion: otra de los que ni esperaban ni temian; pero miraban con indiferencia un establecimiento con el qual no tenian relaciones. Los primeros merecen poco crédito en sus elo

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