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8608 1154

Imp. de Perlado, Páez y C., Sucesores de Hernando. Quintana, 33.

TRATADO DE LOS ROMANCES VIEJOS

I.

Varios sentidos de la voz romance.

El romance como género de poesía. Primeros testimonios de su existencia. Su enlace con otra poesía popular más antigua. Los cantares de gesta: testimonios relativos à ellos. Clases sociales que cultivaban y difundían esta poesía. Los juglares. Influencia de la épica francesa en la castellana. y estilo de los cantares de gesta. los romances.

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Versificación

Versificación y estilo de Clasificación por géneros y asuntos.

La palabra romance, como designación de un género particular de poesía, no se encuentra en ningún documento anterior al siglo XV. Pero ni entonces nació el género, ni la nueva aplicación de la palabra deja de estar rigurosamente enlazada con los sentidos más generales que hasta entonces había tenido. Comenzó por llamarse romance á cualquiera de las lenguas neolatinas para diferenciarla de su madre: aplicóse luego el nombre á la naciente literatura de estas mismas lenguas, y de un modo especial á las obras poéticas, que son las más antiguas y las más abundantes: contrájose después á las narraciones épicas y á las que de ellas se derivaron; y á la vez que en castellano llegó á designar exclusivamente una de las formas métricas de nuestra poesía épico-lírica, en Francia y en Italia vino á quedar reservada para los relatos en prosa

ó verso de extensión muy considerable, á diferencia de los breves cuentos llamados fabliaux y novelas. El uso singular y definitivo de la voz romance en la poesía castellana, ha hecho que entre nosotros tengan el titulo de novelas lo mismo las cortas que las largas, y hoy pareceria grosero galicismo ó italianismo lo contrario.

Ninguno de los textos que hablan de romances antes de la centuria indicada, puede entenderse alusivo al género de que tratamos. El copista del Poema del Cid llamó romanz á la obra que trasladaba, pero el primitivo autor no usó más nombres que los de gesta y cantar. En el Rodrigo, compilación muy tardía, se

lee este verso:

El cual dicen Benavente-según dise en el romance.

No ha de verse aqui, sin más pruebas, cita de romance alguno, sino una simple fórmula, de las que usaban los poetas épicos franceses á modo de ripio («so dist la geste», «dient li romant», «si com l' estoria ditz»). Prosas en roman paladino llamó Berceo á sus leyendas piadosas, compuestas todas en tetrástrofos monorrimos. El romance es cumplido, dice al acabar el poema del Sacrificio de la Misa. Y en el de los Loores de Nuestra Señora:

Aun merced te pido por el tu trobador
Qui este romance fizo, fué-tu-entendedor.

Y en el Martyrio de San Lorenzo:

(Copl. 232.)

Quiero fer la pasion de Sennor Sant Laurent
En romans que la pueda saber toda la gent.

(Copl. 1.)

Romance es aquí sinónimo de lengua vulgar. En la Vida de Sant Millán (copl. 362), parece contraponerse

la poesía oral á la escrita, la popular á la erudita, ó meramente la castellana á la latina:

Sennores, la facienda del confessor onrado
No la podríe contar nin romans nin dictado...

Los demás poetas del mester de clerecía, escuela esencialmente erudita, y cuyo metro profesional era el alejandrino «á sillabas cuntadas» y por la «quaderna vía», aplican indistintamente el nombre de romance á sus versos y á los de los juglares. El autor del Libro de Apollonio se propone

Componer un romance de nueva maestría,

Del buen rey Apolonio e de su cortesía...

y en el episodio famoso de la juglaresa Tarsiana la presenta en el mercado rezando un romance:

Quando con su viola hovo bien solazado,
Á savor de los pueblos hovo asaz cantado,
Tornóles á rezar un romance bien rimado
De la su razón misma por ho avía pasado...

El Arcipreste de Hita, que florecía medio siglo después, y que en su Libro de buen amor empleó tantos metros líricos, entre ellos el octosílabo, pero nunca el romance propiamente dicho, reservó este nombre para el conjunto de su obra, en que predominan con gran exceso los versos de catorce sílabas:

Era de mill, e tresientos e ochenta, e un annos
Fué compuesto el rromance por muchos males e daños,
Que fasen muchos e muchas á otros con sus engaños,
Et por mostrar a los simples fablas, e versos estraños.

(Copl. 1.634.)

En la primitiva Crónica general, compuesta en tiempo de Alfonso el Sabio, que recogió en gran parte nuestra tradición épica, se cita expresamente la Estoria del Romanz dell infant García, dando idea de su contenido. Hay fuertes indicios para sospechar que

se trata de un cantar de gesta, pero pudo ser también un libro en prosa formado sobre narraciones poéticas. Estoria del Romanz no quiere decir ni más ni menos que historia en romance, es decir, en lengua vulgar, puesto que la Crónica general contrapone su testimonio á lo que el arzobispo D. Rodrigo y D. Lucas de Tuy cuentan en su latín. La ley XX, titulo V, de la Partida 2.a, menciona entre las alegrías que debe usar el rey en las vegadas, la lectura «de los romances et de los otros libros que fablan de aquellas cosas de que los omes reciben alegría et placer». Aquí la voz romances parece que alude más especialmente á novelas y libros de pasatiempo, y todavía es más clara la alusión en este pasaje del obispo de Jaén San Pedro Pascual, escrito muy á principios del siglo XIV: « E amigos, cierto creed que mejor >>despenderes vuestros días y vuestro tiempo en leer »é oyr este libro, que en decir é oyr fablillas y ro»mances de amor y de otras vanidades, que escribie»ron, de vestiglos é de aves que dizen que fablaron en »otro tiempo. E cierto es que nunca fablaron: más es>>cribiéronlo por semejanza. E si algún buen exemplo »hay, hay muchas arterias y engaños para los cuer>>pos y para las ánimas». En este curiosísimo texto, alegado ya por Argote de Molina (Nobleza de Andalucía, II, fol. 180) están designados claramente con el nombre de romances los libros de apólogos y cuentos orientales (el Calila y Dina, los Engannos de mujeres, etcétera), que siempre se escribieron en prosa, como es notorio.

Prescindo, por supuesto, del Nicolás de los Romances y del Domingo Abad de los Romances, mencionados en el Repartimiento de Sevilla. Ni siquiera puede probarse que fueran poetas: la serranilla que Argote atribuyó á uno de ellos es del Arcipreste de Hita. De Nicolás consta que era escribano, y es verosímil que también Domingo lo fuese, y que se les diera tal sobrenombre por estar encargados de redactar las escrituras en castellano y no en latín.

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