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los indios. La experiencia de estos insignes misioneros de la Nueva España, en donde tan abundante fruto cosecharon, debió servirles de guía y, hechas las mudanzas que las diferentes circunstancias exigían, redactaron un como reglamento de misiones." Cfr. p. 145-146.

Historia de la Iglesia en el Perú (1511-1800). Lima, 1953-60, 5 vol.
Es mencionado muchas veces en los t. I y II.

A este autor le parece que no pasó a la Florida: t. II,

P. 443. En otra parte dice: "El P. Luis Jerónimo Oré nos ha legado en su "Symbolo Católico Indiano" y en su "Rituale seu Manuale Peruanum" algunos cantares, cuya memoria aún no se ha perdido del todo". Cfr. t. I, p. 228.

VEGA, Garcilaso de la, Inca. Los Comentarios reales de los Incas. Anotaciones y concordancias por Horacio H. Orteaga. Lima, 1918-1920, 6 vol.

Dice del P. Oré: "Al principio del año 1612 vino un religioso de la Orden del Seráfico Padre San Francisco, gran teólogo, nacido en el Perú, llamado fray Luis Gerónimo Oré... Este religioso... iba desde Madrid a Cádiz con orden de sus Superiores y del Consejo Real de las Indias, para despachar dos docenas de religiosos, o ir él con ellos a los reinos de la Florida a la Predicación del Santo Evangelio a aquellos gentiles. No iba certificado si iría con los religiosos, o si volvería habiéndolos despachado. Mandóme que le diese algún libro de nuestra Historia de la Florida, que llevasen aquellos religiosos para saber y tener noticia de las provincias y costumbres de aquella gentilidad. Yo le serví con siete libros: los tres fueron de la Florida, y los cuatro de nuestros Comentarios, de que su paternidad se dió por muy servido." Cfr. t. I, p. 105.

VIÑAZA, Conde la. Bibliografía española de lenguas indígenas de América. Madrid, 1892.

Asiento bibliográfico del "Rituale Peruanum", p. 49, 56, 69.

WADDINGUS, Lucas, O.F.M. Anales Minorum. Ad. Claras Aquas (Quaracchi), 1931-1934, 25 vol.

Mención del "Symbolo Católico Indiano", t. XXIII, p. 327.

Scriptores Ordinis Minorum. Romae, 1806.

Referencia al "Symbolo Católico Indiano", p. 166.

Una Biografía Anónima del General

Ramón Herrera

ADVERTENCIA

Hace unos años, estando en La Paz, en la hospitalaria casa del ingeniero Andrés de Santa Cruz S., heredero del invalorable archivo de su insigne abuelo el Gran Mariscal Andrés de Santa Cruz, vino a nuestras manos un número de una vieja revista cusqueña, de muy modesta presentación, cuyo nombre nos llamó la atención, era el Boletín del Centro Científico, Año IX, Núm. 13, de diciembre de 1907 y editado en la Ciudad Imperial. Viendo su índice, encontramos un título que, decía: Apuntes para la Historia. Al revisarlo hallamos que se trataba de una biografía de uno de los más beneméritos próceres de nuestra Independencia, el general don Ramón Herrera y Rodado, personaje que no obstante sus relievantes hechos es poco conocido y, como nació cuando sus padres viajaban entre Buenos Aires y Santiago de Chile, en la Cordillera de Los Andes, el 7 de diciembre de 1799, por esta circunstancia unas veces se le da por argentino y otras como chileno, pero a quien, en realidad se debe reputar como peruano, ya que habiendo sido promovido su padre a la Audiencia de Lima en 1805, desde esa fecha, propiamente, se avecindó en Lima y el resto de su vida activa se desarrolló en el Perú, donde fundó su hogar y cuyos hijos también fueron peruanos.

Toda la indicación que se hacía en el Boletín cusqueño era ser tomado de "Manuscrito inédito del archivo del Centro Científico", no indicándose el nombre del autor, él que es muy posible fue cusqueño.

De inmediato lo hicimos copiar, pues el Boletín del Centro Científico es de tal rareza que hay que designar, para efectos prácticos, a este artículo biográfico como si fuera inédito. Por eso hoy lo damos para nueva publicación, para que tan interesante biografía escrita por alguien que fue cercano al general Herrera y evidentemente su contemporáneo- dé útiles noticias de una vida tan benemérita al Perú, pues fue uno de los más destacados fundadores de su Independencia, sirviéndolo después con distinción y desprendimiento, y que prefirió el exilio a verse mezclado en nuestras interminables y desastrosas contiendas civiles.

Como los apuntes biográficos que publicamos se interrumpen abruptamente hacia el año de 1839, aun cuando nuestro personaje alcanzó a vivir unos 43 años más, siguiendo el artículo biográfico preparado por Alberto Tauro del Pino para el Diccionario enciclopédico del Perú (Lima, 19661967), debemos agregar que aparentemente no volvió al Perú, que de Guayaquil pasó a la Argentina y después a Chile, para ir finalmente a Italia, donde murió en Florencia el año 1882 a edad muy avanzada.

Félix Denegri Luna

BIOGRAFIA DEL GENERAL RAMON HERRERA

APUNTES PARA LA HISTORIA

Don Ramón Herrera, hijo de don Francisco Manuel Herrera y de doña Francisca Rodado, naturales de España, nació en la cordillera de los Andes el 7 de diciembre de 1799, viniendo su padre de Buenos Aires, en donde había ocupado el honorífico destino de Fiscal de aquella Audiencia, para desempeñar igual plaza en la de Chile.

Promovido a los seis años a la Audiencia de Lima, pasó a aquella con su familia; después de algún tiempo el rey de España para premiar sus servicios le nombró Regente de la Audiencia de Santa Fé de Bogotá. Promovido muy luego al Supremo Consejo de las Indias, murió al embarcarse en Cartajena; su esposa y familia regresaron a Lima, donde había quedado el joven Herrera al lado de una hermana suya casada allí.

El Virrey del Perú don José de Abascal, en consideración a los servicios del padre del joven Herrera, le nombró a la edad de diez años Subteniente de Infantería, y dos años después lo ascendió a Teniente, destinándolo al Ejército de Operaciones del Alto Perú.

Llegado al cuartel general de Potosí, fue inmediatamente mandado a la vanguardia situada en Salta, al mando del Brigadier Don Pío de Tristán. y su primer ensayo en la carrera tuvo lugar en la batalla que a principios de 1813 se dió en aquella ciudad, en que perdió el ejército español. Sin embargo, el Teniente Herrera mereció una honrosa recomendación del General Tristán, en virtud de la cual, fué comprendido en el corto número de oficiales, que habiendo cumplido bien con su deber, fueron premiados por el General en Jefe don José Manuel de Goyeneche; despidiendo a los demás a sus casas. Con este motivo pasó el teniente Herrera al cuadro que debía formar el batailón denominado Partidarios, que al poco tiempo, quedó organizado bajo las inmediatas órdenes del Coronel Don Felipe de la Hera.

En ese mismo año de 1813, el 19 de octubre, asistió a la célebre batalla de Vilcapujio, en que las armas reales obtuvieron el triunfo. Herido gravemente en esa jornada, el Teniente Herrera mereció por su comportamiento, ser ascendido sobre el campo de batalla a Capitán, no contando 14 años de edad. Restablecido de sus heridas y vuelto a incorporarse al ejército, concurrió a la pacificación de las provincias del Cuzco, Puno, Arequipa y Huamanga, cuya insurrección encabezaba el Brigadier Pumacahua; se encontró en las batallas de Chacaltalla y Umachiri, en la primera, al mando de una compañía que había de caballería y en la segunda, en el batallón del General, mereciendo por ambas, dos escudos de honor y ser recomendado en dos partes por su valiente comportamiento.

De regreso de esta campaña el Capitán Herrera fue nombrado Ayudante de Campo del Mayor General del Ejército Don Miguel Tacón; con tal clase, asistió a la batalla de Wiluma mandado por el Mariscal de Campo Don Joaquín de la Pezuela, mereciendo ser ascendido a Teniente Coronel Graduado y a Caballero Comendador de la Orden Americana de Isabel La Católica, para la que fue propuesto y obtuvo el real diploma.

Es aquella época en la que puede decirse, empezaban a desarrollarse las facultades intelectuales del Teniente Coronel Herrera que apenas contaba diez y seis años, fue cuando principió a conocer que la causa a que servía no era por la que un verdadero americano debía derramar su sangre y que la libertad e independencia de la patria, reclamaba de sus hijos sacrificios heróicos. Nadie extrañará que estas ideas llegasen recién a la imaginación del Teniente Coronel Herrera, si considera que destinado al servicio del Rey, desde una edad en que no se puede pensar y mucho menos conocer las consecuencias de la gran revolución americana, en la que hasta entonces, en uno y otro bando se peleaba invocando el nombre de soberano de España. Además, la absoluta falta de periódicos independientes y otras producciones políticas que aclaraban la cuestión para formarse un juicio más exacto, estaban vedados para todos los americanos que servían en el ejército real, a los que sólo se les hacía entender aquello que convenía a las miras de sus dominadores. Estas y otras causas, contribuyeron a mantener en indecisión a más de un corazón, que desde un principio hubiera adoptado generosamente la defensa de los sagrados derechos de América. Pero aún no era tarde como lo vamos a demostrar.

Llegado a España el General Don José de la Serna, nombrado por el Rey para mandar el Ejército del Alto Perú; se conoció desde luego cuál era el espíritu que animaba a los españoles respecto de América. Convencidos además de la justicia de la causa de los independientes y de la inutilidad de los diferentes esfuerzos hechos para conciliar los intereses de ambos países, una gran porción de americanos distinguidos que hasta entonces estuvieron alucinados, rompieron la venda que cubría sus ojos y corrieron a alistarse bajo la enseña nacional abrazando la causa de la Patria. Entre ellos, en el Perú, uno de los primeros fue el Teniente Coronel Herrera, el cual pidió y obtuvo su separación del Ejército del Alto Perú, pasando in

mediatamente a la capital de Lima donde residía su familia. Retirado en su casa, pudo estudiar mejor la cuestión que dividía a españoles y americanos, y en lo íntimo de su corazón concibió el proyecto de sacrificarse por la libertad e independencia del Perú, su patria adoptiva, aprovechando la primera ocasión que se le presentase. Muy luego como se verá vino ésta a secundar sus patrióticos sentimientos.

El Virrey Don Joaquín de la Pezuela, que temía ver invadido de un día a otro su capital por un ejército independiente que se estaba organizando en la República de Chile, trataba de prepararse a resistirlo, y con este motivo llamó al servicio al Teniente Coronel Herrera, y apesar de que éste se resistió pretextando el mal estado de su salud, tuvo que obedecer a las reiteradas órdenes, que le confiaban el mando de una parte de la costa comprendida entre la desembocadura del río Rímac y el puerto de Ancón, teniendo a sus órdenes cien caballos para su servicio. No habiendo aparecido por entonces, sino la escuadra chilena al mando del Almirante Cochrane, que poco tiempo después regresó a Valparaíso, cesó la alarma y el Teniente Coronel Herrera volvió a retirarse del servicio activo.

Súpose más tarde con fijeza, que el General San Martín estaba próximo a embarcarse con el ejército libertador, y entonces dispuso el Virrey que el Teniente Coronel Herrera tomase el mando de la Compañía de Granaderos del Batallón Numancia, el mejor cuerpo del ejército español, compuesto todo de colombianos y que había pertenecido al ejército del General Murillo.

Herrera no hubiese admitido esa colocación, de no haber estado en relaciones muy íntimas con el Capitán de Cazadores del mismo batallón don Tomás Heres, con quien estaba de acuerdo para unir al ejército libertador tan luego como se presentase la ocasión, como lo verificó, encabezando ambos amigos ese patriótico movimiento. Sus resultados fueron decisivos, pues luego que un cuerpo de tanta nombradía se hubo incorporado a los libertadores, siguieron su ejemplo multitud de jefes, oficiales y soldados, hasta el extremo de no creerse los españoles seguros en la capital, la que abandonaron, entregando al ejército patriota inmensos recursos en hombres, dinero, parques fortalezas y el mejor puerto del Pacífico.

Fué tan importante y decisivo el hecho de la incorporación del Batallón Numancia al ejército libertador, que el día que llegó al cuartel general situado en Huaura, el Mayor General Don Juan Gregorio de las Heras dirigiéndose al General San Martín, en un momento de entusiasmo, le dijo: “Ahora podemos manifestar sin temor con lo que hemos emprendido esta grande obra", aludiendo a las escasas fuerzas del ejército libertador, del que había un tercio en los hospitales por los efectos del clima de la costa del Perú, mortífero para argentinos y chilenos.

El General San Martín dispuso que la única bandera que llevaba el ejército, se depositase en el Batallón Numancia, ordenando además que a su denominación agregase Fiel a la Patria. Aquella enseña de la libertad le

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