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Los Enem

Enemigos

generoso s.

No ve 1

a.

Hallandome cierto dia en casa del Conde...... noté cierto caballero cuja gallardia parecia bien la de un caballero Español, aunque por su trage y aun su acento, algo ya alterado, le hubieran podido tomar por un extrangero. Era el primo del Conde .... mismo que habia pasado en Polonia hacía yá algunos años; despues de haber hablado política, teatro, etc. contónos así su historia.

Me

Desde mi mas tiernos años me incliné á las armas, y como en España gozábamos de una paz octaviana, tomé el partido de ir a Polonia, á quien los Turcos acababan de declarar la guerra. presenté al Rey, y obtuve empleo en su exército. Era yo un segundo de los ménos ricos de España, lo que me puso en precision de señalarme en las funciones con hazañas que mereciesen la atencion del general. Hice mi deber de modo que el rey

me adelantó y me pusó en parage de continuar en el servicio con honor. Despues de una larga guerra, cuyo fin no ignoran Vmds, mé dediqué á seguir la corte, y S. M. por los buenos informes que diéron de mi los Generales, me gratificó con una pension considerable. Agradecido á la generosidad del Monarca, no perdí ocasion de manifestar mi reconocimiento. Poníame á su presencia aquel-· las horas en que era permitido verle y hacerle corte. Por esta conducta me introduxe insensible mente en su amor, y recibí nuevos beneficios de eu benignidad.

Un dia en que se corrieron cañas y sortija en un torneo sobresalió mi buena suerte de manera que toda la corte aplaudió mi valor y mi destreza. Volví á casa colmado de aclamaciones, y halléme con un billete de cierta dama, cuya conquista me lisongeó mas que todo el honor y todos los aplausos de aquel dia. Decíame en él que deseaba hablarme, y que para eso á la entrada de la noche concurriese á cierto sitio que ella misma señalaba. Dióme mas gusto este papel que todas las alaban. zas que habia recibido, no dudando fuese una dama de la primera distincion la que me escribia. Fácilmente creeran Vmds, que no me descuidé, y que apenas anocheció volé al parage que se me habia citado. Esperábame en el una vieja para servirme de guia, y me introduxo por una portezuela en él jardin de una gran casa, donde me conduxo á un rico gabinete, en que me dexó encerrado, diciéndome: sírvase V. S. de esperar

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aquí, mientras aviso á mi ama. Vi mil cosas preciosísimas en aquel gabinete, que estaba iluminado con gran número de bugias, magnificencia que me confirmó en el concepto que yo habia formado de la nobleza de aquella dama.. Y si todo lo que estaba mirando contribuia á ratificarme en que no podia ménos de ser aquella una persona de la mas alta calidad, mucho mas me aseguré en mi opinion quando ella se dexó ver con un ayre verdaderamente noble, garboso y magestuoso. Sin embargo no era lo que yo habia pensado.

Caballero, me dixo, á vista del paso que acabo de dar en vuestro favor, seria tan impertinente como inútil disimularos los tiernos sentimientos que habeis excitado en mi corazon. Ni penseis que estos me los inspiró el gran mérito que habeis manifestado à vista de toda la corte; por cierto. este mérito no hizo, mas que precipitar su explicacion. Tiempo ha que estoy muy informada de lo que sois, y lo mucho bueno que oi me determinó á seguir mi inclinacion. Pero no os lisongeeis, prosiguió - ella, creyendo que habeis hecho la conquista de alguna Duquesa. Yo no soy mas que la viuda de un Oficial de guardias: lo único que puede hacer gloriosa vnestra victoria es la preferencia que os doy sobre uno de los mayores señores del reyno. El Principe de Radzivil me ama, y hace quanto puede para ser correspondido; pero no lo consigue, y solo sufro sus obsequios por vanidad.

Aunque conocí por este discurso que trataba

con una chusca amiga de aventuras amorosas, no dexé de reconocerme agradecido á mi estrella por este encuentro. Madama Hortensia, que así se llamaba, estaba en la flor de su juventud, y su extraordinaria hermosura me encantaba. Fuera de eso me ofrecia ser dueño de un corazon que se negaba á las pretensiones de un Príncipe. Gran triunfo para un caballero mozo y Español! Arrojéme á los piés de Hortensia para rendirla gracias por sus favores. Díxela quanto la podia decir un hombre apasionado, y creo que quedó muy satisfecha de las vivas expresiones con que la protesté mi fidelidad y mi reconocimiento. Separamonos, quedando los dos mejores amigos del mundo, convenidos en que nos veríamos todas las noches que no pudiese venir á su casa el de Radzivil, tomando ella á su cargo el avisarme exactamente. Así lo hizo, y en fin yo vine á ser el Adónis de aquella nueva Vénus.

Pero los gustos de esta vida duran poco. A pesar de las precauciones que tomó la dama para que nuestro comercio no llegase á noticia de mi competidor, no dexó de saber todo lo que nos importaba tanto que ignorase. Informóle de ello una criada descontenta: y naturalmente generoso, pero fiero, zeloso y arrebatado, se indignó sobre manera de mi audacia. La cólera y los zelos le turbaron la razon, y aconsejándose solo con su furor, determinó tomar venganza de mí, pero del modo mas infame. Una noche que estaba yo en casa de Hortensia me esperó á la puerta falsa del

jardin, en compañia de sus criados, armados todos de garrotes. Luego que salí hizo que se echasen sobre mi aquellos, miserables, y les ordenó que me moliesen á palos. Dadle recio, les decia; muera á garrotazos ese temerario, que con esta infamia quiero castigar su insolencia. Apenas dixo estas palabras quando todos se echaron sobre mi, y me diéron tantos palos que me dexaron tendido en tierra, sin sentido, y como muerto. Retiráronse despues con su amo, para quien habia sido aquella cruel execucion el mas divertido y mas alegre espectáculo. Al amanecer pasaron cerca de mi algunas personas, las quales observando que todavía respiraba, tuviéron la caridad de llevarme á casa de un cirujano. Por fortuna se halló que no eran mortales los golpes, y tuve tam bien la de caer en manos de un hombre hábil que. me curó perfectamente en ménos de dos meses. Al cabo de este tiempo volví á parecer en la corte, donde proseguí en el mismo método que antes, pero sin volver à entrar en casa de Hortensia, la qual tampoco hizo por su parte diligencia alguna para que nos viésemos, porque á este solo precio la habia perdonado el Príncipe su infidelidad.

Como todos sabian mi aventura, y ninguno me tenia por cobarde, se admiraban de verme tan sereno como si no hubiera recibido la menor afrenta, sin saber que imaginarse de mi aparente insensibilidad. Unos creian que á pesar de mi

valor la calidad del agresor me contenia y me obligaba á tragarme el ultrage. Otros, con mayor

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