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Viendo rotos los bronces,
Que imaginó inmortales
Y con la esfera iguales,
Dixo pierda la vida
Quien vive inadvertida,
Niño, de tu centella;
Quedando desde entónces
Ella de amor herida,
Y yo de amores della.

Anacreonti ca.

Lydia.

Miraba Lydia atenta
Las flores, que le ofrece
Su jardin heredado,
Cuyos piés humedece
El cristal desatado

De una fuente sedienta.
Amor que solo intenta
Darle algunos pesares
En unos colmenares,
Principios deste daño,
Con ligeros talares
A robar fué sus miéles.
Las abejas crueles
Movidas del engaño,
A gozar la venganza,
Sin ninguna tardanza
Con puntas de diamantes
Se aprestan susurrantès:

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V

Mas viéndose burladas,
Unas se vuelven luego
-A sus, dulces moradas,
Otras con vago juego
A gustar los licores
De las nativas flores
Se esparcen revolando:
De aqueste iniquo vando
Una la mas traviesa,
Se llega a Lydia hermosa,
Y pensando que es rosa,
La boca le atraviesa.

A un pintor.

Ea, Maestro amigo,
Docto en la Rhodia arte,
A mi ausente me pinta,
Qual yo te la pintáre.
Darásle lo primero

El bellon suelto en partes,
Por lo negro, atractivo,
Por lo blando, tratable.
Y si acaso la cera

Milagros hacer sabe,
Haz que ungido respire.
Olores muy fragantes:
De cuya négra cumbre
La frente blanca baxe,
Qual nieve despeñada,
Y en las mexillas pare.

Las dos cejas en arco
Negras, como azavache,
Guarda no las encuentres,
Ni mucho las apartes:
Sino dispon en ellas
Un divorcio admirable,
Así como lo has visto
En su dulce semblante.
Sus ojos, qual de fuego,
Que apacibles retraten
Lo garzo de Minerva,
De Venus lo agradable.
Sus mexillas que gasten
El misto de la rosa

Que arguya leche, y sangre.
Tambien entre sus labios,
Que incitan á besarse,
Pinta á la Persuasiva,
Que es Diosa elegante,
Su barba con hoyuelo;
Y en la cerviz tornatil
Felicemente unidas

Las Gracias revolantes.
Luego una vestidura

De purpura, que arrástre,
Y que del Dueño diga
La gentileza, y ayre.
La tez tan delicada,

Que, qual vidrio decláre

Los que debaxo della

Contiene el cuerpo esmaltes.

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Que los brazos crueles
Del infame Tereo
Obráron aquel dia:
Pues la terca porfia
Que aviva tu deseo,
En cautar mil pesares
Por desiertos lugares,
Al son de la corriente,
Que despeña esta fuente,
En tí qual siempre veo:
Y con gemido triste
Querellándote al cielo,
Ya con tácito vuelo
Rezelando la injuria,
Que por tus ojos viste:
Deten, deten la furia
En derramar querellas,
Y a las altas estrellas
Que se nos muestran pias,
Dexa las tuyas bellas,

Canta las tristes mias.

A Drusila.

Entanto que el cabello
Resplandeciente y bello
Luce en tu altiva frente
De cristal transparente,
Y en tu blanca mexilla
La purpura que brilla,
La purpura que al labio
No quiso hacerlo agravio,
Goza tu Abril, Drusila,
En esta edal tranquila:
Coge, coge tu rosa,
Muchacha desdeñosa:
Antes que ménos viva
Vejez te lo prohiba;
Porque si te rodea,

Y en ti su horror emplea,
Quizá lo hará de suerte,
Que llegues à no verte

á

Por no verte tan fea.

De Amor y Lydia.

Sobre el margen de un rio

De árboles tanto umbrío,
Quanto de linfas claro,

Donde se halla reparo

Contra el can del estío,

Dormido yace el cicgo,

Cuyo blando sosiego
En extasis tenia

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