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Que se apresure el tiempo, en que este velo Rompa del cuerpo, y verme libre pueda? Y en la tercera rueda

Contigo mano a mano

Busquemos otro llano,

Busquemos otros montes, y otros rios,
Otros valles floridos y sombrios,
Dó descansar, y siempre pueda verte
Ante los ojos mios,

Sin miedo, y sobresalto de perderte?

Poeta.

Nunca pusieran fin al triste lloro
Los pastores, ni fueran acabadas
Las canciones, que solo el monte oia,
Si mirando las nubes coloradas,

Al tramontar del sol bordadas de oro,
No vieran, que era ya pasado el dia.
La sombra se veía

Venir corriendo apriesa

Ya por la falda espesa

Del altísimo monte; y recordando
Ambos como de sueño, y acabando
El fugitivo sol de luz escaso,
Su ganado llevando,

á

Se fuéron recogiendo paso a paso,

Egloga.

Tirreno. Alcino.

Cerca del Tajo en soledad amena

De verdes sauces hay una espesura,

Toda de yedra revestida, y llena,
Que por el tronco va hasta la altura,
Y así la texe arriba y encadena,
Que el sol no halla paso á la verdura,
El agua baña el prado con sonido
Alegrando la hierba y el oido.

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba,
Que pudieran los ojos el camino
Determinar apenas que llevaba.
Peynando sus cabellos de oro fino
Una Ninfa del agua, dó moraba,
La cabeza sacó, y el prado ameno
Vido de flores y de sombra lleno,

Movióla el sitio umbroso, el mansa viento;
El suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
Vió descansar del trabajoso vuelo..
Secaba entonces el terreno aliento
El sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio solo se escuchaba

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Un susurro de abejas que sonaba.
Habiendo contemplado una gran pieza
Atentamente aquel lugar sombrío,
Somorgujó de nuevo su cabeza,
Y al fondo se dexó calar del rio.
A sus hermanas à contar empieza
Del verde sitio el agradable frio,
Y que vayan las ruega, y amonesta
Alli con su labor á estar la siesta,

No perdió en esto mucho tiempo el ruegó;

Que ya tres dellas su labor tomaron;
Y en mirando de fuera, viéron luego
El prado, hacia el qual se enderezáron.
El agua clara con lascivo juego
Nadando dividiéron y cortáron,
Hasta que el blanco pié tocó mojado,
Saliendo del arena, el verde prado.

Poniendo ya en lo enxuto las pisadas,
Escurriéron del agua sus cabellos,
Los quales esparciendo, cobijadas
Las hermosas espaldas fuéron dellos.
Luego sacando telas delicadas,
Que en delgadeza competian con ellos
En lo mas escondido se metiéron,
Y á su labor atentas se pusiéron,

Las telas eran hechas y texidas
Del oro que el felice Tajo envia,
Apurado despues de bien cernidas
Las menudas arenas, do se cria,
Y de las verdes hojas reducidas
En estambre sutil, qual convenia
Para seguir el delicado estilo
Del oro ya tirado en rico hilo.

La delicada estambre era distinta
De las colores, que antes habian dado
Con la fineza de la varia tinta

Que se halla en las conchas del pescado:
Tanto artificio muestra en lo que pinta
Y texe cada Ninfa en su labrado,
Quanto mostráron en sus tablas antes
El celebrado Apéles y Timántes.

Filódoce, que así de aquellas era Llamada la mayor, con diestra mano Tenia figurada la ribera

De Estrimon, de una parte el verde llano,
Y de otra el monte de aspereza fiera,
Pisado tarde ó nunca de pié humano,
Donde el amor movió con tanta gracia
La dolorosa lengua del de Thracia.

Estaba figurada allí la hermosa
Eurídice, en el blanco pié mordida
De la pequeña sierpe ponzoñosa,
Entre la hierba y flores escondida:
Descolorida estaba como rosa,
Que ha sido fuera de sazon cogida,
Y el ánima, los ojos va volviendo,
De la hermosa carne despidiendo,

Figurado se via estensamente
El osado marido que baxaba
Al triste reyno de la escura gente,
Y la muger perdida recobraba;
Y como despues desto él impaciente
Por mirarla de nuevo, la tornaba
A perder otra vez, y del tirano
Se quexa al monte solitario en vano.
Dinámene no ménos artificio
Mostraba en la labor que habia texido,
Pintando á Apolo en el robusto oficio
De la silvestre caza embebecido.
Mudar presto le hace el exercicio,
La vengativa mano de Cupido,
Que hizo á Apolo consumirse en lloro.

Despues que lo enclavó con punta de ore.

Dafne con el cabello suelto al viento,

Sin perdonar al blancó pie, corria
Por áspero camino, tan sin tiento,
Que Apolo en la pintura parecia
Que porque ella templase el movimiento,
Con menos ligereza la seguia :

El va siguiendo, y ella huye, como
Quien siente al pecho el odioso plomo.
Mas á la fin los brazos le crecían,
Y en sendas ramas, vueltos se mostraban,
Y los cabellos, que vencer solían
Al oro fine, en hojas se tornaban:
En torcidas raices se estendian

Los blancos pies, y en tierra se hincaban.
Llora el amante, y busca el ser primero,
Besando y abrazando aquel madero.
Climéne llena de destreza y maña,

El oro y las colores matizando,
Iba de hayas una gran montaña,
De robles y de peñas variando:
Un puerco entre ellas de braveza estraña
Estaba los colmillos aguzando

Contra un mozo, no ménos animoso,
Con su venablo en mano, que hermoso.

Tras esto el puerco allí se via herido De aquel mancebo, por su mal valiente, Y el mozo en tierra estaba ya tendido, Abierto el pecho del rabioso diente; Con el cabello de oro desparcido Barriendo el suelo miserablemente:

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