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de Madrid á acabar aquí sus estudios. Llámase Don Luis Pacheco, y acaso le conocerán Vids, ό habrán oido hablar de él. Ni uno ni, otro, respon-` dió Aurora, y antes bien habiendo de vivir con él en una misma casa, tendria particular gasto de saber que hombre es, por lo que podria importar para mi gobierno. Señor, repuso la huéspeda mirando al mentido estudiante, es un caballerito de linda figura, ni mas ni ménos como la vuestra, y desde luego aseguro que los dos pareceis hechos para en uno. Vive diez que podré gloriarme de tener en mi casa los dos señoritos mas galanes y mas ȧyrosos de toda España! Segun eso, replicó mi ama, ese tal caballerito habrá tenido en Salamanca mil aventuras y buenos lances. Oh! en quanto eso, respondió la vieja, debo confesar que es un enamorado de profesion. Basta dexarse ver para conquistar. Entre otras robó el corazon de una dama moza, y bella como ella sola. Es hija Ide un viejo doctor en leyes, y en quanto á su amor por Don Luis es aquello que se llama locura. Su nombre es Isabel. Pero digame, la interrumpió Aurora con alguna viveza, don Luis la corresponde igualmente? Que la amaba antes que partiese á Madrid, respondió la Rámirez, no tiene duda; pero si ahora la ama ó no la ama, eso es lo que yo no sé, porque el tal caballerito en este punto es poco de fiar. Corre de muger en muger,

como lo hacen comunmente todos los de su edad de su clase.

y

Apenas acababa la viuda de decir estas pa

labras, quando se oyó en el patio ruido de cabal-
los. Asomámonos á la ventana, y vimos à dos
hombres que se apeaban.
Eran el mismo, Don
Luis Pacheco y su criado. Dexónos la vieja para
ir à recibirlos, y dispúsose mi ama, ne sin alguna'
emocion, a representar su personage de Don Fe-
á
lix. Poco despues vimos entrar en nuestro quarto
á Don Luís con botas y espuelas, en trage de ca-
mino. Acabo de saber, dixo saludando á Doña
Aurora, que un caballero Toledano está alojado
en esta posada, y espero me permitirá le mani-
fieste el singularísimo gusto que he tenido de
lograr baxo un mismo techo tan buena compañía.
Mientras respondia mi ama á este cumplimiento,
me pareció que Pacheco estaba sorprendido de ver
á un caballero tan amable. Con efecto, no se pudo
contener sin decirle que jamas habia visto hombre
tan galan ni tan bien hecho. Despues de varios
discursos, acompañados de mil recíprocos cortesa-
nos cumplimientos, se retiró don Luis al quarto
que se le habia destinado.

Mientras se hacia quitar las botas y mudaba ropa, un page que le buscaba para entregarle una carta, encontró por casualidad á Doña Aurora en la escalera, y teniéndola por Don Luis, à quien no conocia caballero, le dixo, aunque no conozco al señor Don Luis Pacheco, no juzgo que debo preguntar à V. S. si lo es, y estoy persuadido á que no me engaño, segun las señas que me han dado. No, amigo, respondió mi ama con admirable presencia de espíritu; seguramente que no C

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te engañas, y sabes cumplir con puntualidad los encargos que te dan. Dame esa carta y vete, qùe ya cuidaré de enviar la respuesta. Partió el page, y cerrándose Aurora en su quarto con su criada y conmigo, leimos el papel, que decia así: acabo de saber vuestra llegada á Salamanca. Alegróme tanto esta noticia que temí perder el juicio. Amais todavía à vuestra Isabel? Aseguradla quanto antes de que no habeis mudado. Morirá de gusto si la dais el consuelo de haberla sido fiel.

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En verdad que el papel es apasionado, dixo Aurora, y muestra una alma absolutamente prendada. Esta dama es una competidora que no debe despreciarse; antes bien me parece que debo hacer todo lo posible para desprenderla de Don Luis, haciendo quanto pueda para que él no la vuelva á ver. La empresa és un poco árdua, lo confieso, mas no desconfio salir con ella; paróse á pensar sobre este punto, y un momento despues añadió: yo me obligo á ver embrollados á los dos en ménos de veinte y quatro horas. Con efecto, habiendo Pachecho reposado un poco en su quarto volvió a buscarnos al nuestro, y renovó la conversacion con Aurora antes de cenar. Caballero, la dixo en tono de zumba, creo que, los maridos y los amantes no han de celebrar mucho vuestra venida Salamanca, y que les ha de causar sobrada inquietud. Yo por lo menos ya comienzo á temer mucho por mis damas. Oiga vmd, le respondió mi ama en el mismo tono, su temor no está mal fundado. Don Felix de Mendoza es un poco temible,

así os lo prevengo. Ya ha estado otra vez en este pais, y sé por experiencia que en él no son insensibles las mugeres. Habrá un mes que transité por Salamanca, detúveme en ella no mas que ocho dias, y en este breve tiempo, os lo digo en toda confianza, inflamé á la hija de un doctor en leyes.

Conoci que se habia turbado Don Luis al cir eatas palabras. Y se podrá saber sin pasar por cu rioso, replicó él prontamente, el nombre de esta dama? Que llama vmd. sin pasar por curioso? repuso el fingido Don Felix. Que razon puede haber para hacer de esto un misterio? Por ventura me tenís por mas callado que lo son en este punto los de mi édad? No me hagais esta injusticia. Ademas de que, hablando entre los dos, el objeto tampoco es digno de tan escrupuloso miramiento, porque al fin solo es una pobre particular, y los hombres de distincion no se emplean seriamente en estas entidades de media braga, y aun creen que las hacen mucho honor en quitarlas el crédito. Diéros, pues, sin ceremonia, que hija del tal doctor se llama Isabel. Y el tal doctor, interrumpió impaciente ya Pacheco, se llama acaso el señor Marcos de la Llana? Justamente, respondió mi ama. Lea vmd. este papel que acabo de recibir: pór él verá si me quiere bien la tal niña. Paso los ojos Don Luis por el billete, y cono ciendo la letra se quedó confuso. Que veo? Que veo? pros siguió entonces Aurora en ayre de

admirada. Pa

rece que se os muda el color. Creo, Dios me lo perdone, que os interesais en esta dama. Oh, y

quanto me pesa de haber hablado con tan poca

reserva!

No, ántes bien os doy gracias por ello, replicó Don Luis en un tono mezclado de cólera y despe cho. La pérfida! la inconstante! Oh, Don Felix, y quanto bien me habeis hecho! Habeisme sacado de un error en que quizá hubiera vivido largo tiempo. Creia que me amaba: qué digo amaba? me parecia que me adoraba Isabel. Me merecia algun aprecio esta muchacha; pero veo ahora que es una muger digna de todo mi desprecio. Apruebo vuestro noble modo de pensar, dixo Aurora, manifestando tambien por su parte mucha indignacion. La hija de un doctor en leyes debiera contentarse y tenerse por muy dichosa en que fuese su amante un caballerito de tanto mérito como VOS. No puedo excusar su inconstancia, y lejos de aceptar el sacrificio que me hace de vos resuelvo castigarla despreciando sus favores. Por lo que á mi toca, dixo Pacheco, juro no volverla á ver en toda mi vida, y esta será toda mi venganza. Teneis sobrada razon, respondió el fingido Mendoza. Con todo, para hacerla conocer mejor el desprecio con que la tratamos, seria yo de parecer que cada uno de los dos le escribiéramos separadamente un papel que la insultase á nuestra satisfaccion. Yo los cerraré, y se los enviaré en respuesta á su billete. Mas antes de llegar á esto extremo será bien que lo consulteis con vuestro corazon, no sea que algun dia os arrepintais de haber roto con Isabel. No, no, interrum

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