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Y las fuentes sonoras
Provocaban las aves

A canciones suaves

En las del verde Abril frescas auroras;
Qué del son de las aguas aprendiéron,
Quantos despues cromaticos supiéron.
Venia la castisima doncella

Vestida de una tunica esplendente
Sembrada de otras muchas, siendo estrella,
Y una corona en la espaciosa frente,
Cuya labor, y auríferos espacios
Ocupaban jacintos y topacios:
Los coturnos con lazos carmesies
Forjaban esmeraldas y rubies,
Que descubria el zefiro suave,

.

De la fimbria talar con pompa grave:
Un ardiente crisolito, la planta

Para estamparla en tierra pura y santa.
No sale de otra suerte por el cielo
Con frente de marfil y pies de yelo
La candida mañana,

Guarneciendo de plata sobre grana
La capa de Zafiros,

De las sombras somniferos retiros,
Y volviendo de immensas pesadumbres
Reflejos á sus mismas claridades,
De montes y ciudades

Cupulas altas de gigantes cumbres,
A la noche tenia

En negro empeño hasta el futuro dia.
Los hombres admirados

De ver tanta hermosura,
Preguntáron quien era,

No habiendo visto por los tres estados
Del ayre exhalacion tan viva y pura,
Ni. paxaro tan raro que pudiera
Cenir la frente de tan rica esfera,
Ni dar tales asombros

Resplandecer sus hombros

Con alas de oro, plumas de diamantes
No conocidos antes:

Y aun presumir la admiracion pudiera
Que el sol baxaba de su ardiente esfera
A vivir con los hombres, como Apolo,
Viéndose arriba, como Sol, tan solo.
Entónces de la misma esclarecida

La hermosa Reyna, á su piadoso ruego,
Por una rosa de rubí partida,

En el jardin angelico nacida,

Yo soy (les dixo) la Verdad; y luego Como dormida en celestial sosiego

Quedó la tierra en paz, que alegre tuvo

Mientras con ella la Verdad estuvo:

Que quanto en ella vive,

Su misma luz y claridad recibe.

Pero felicidad tan soberana

Poco duró por la soberbia humana;
Porque en paises de diversos nombres,
Por quanto el mar abraza

En esta universal del mundo plaza,
En número creciendo de los hombres,
Desvanecido el suelo

Z

Presumió desquiciar la puerta al cielo; Y habiendo ya ciudades,

Y fábricas de immensos edificios

Con armas en los altos frontispicios,
Comenzaron con bárbaras crueldades
Intereses, envidias, injusticias,

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Los adulterios, logros y codicias,
Los robos, homicidios, y desgracias;
Y no contentos ya de aristocracias
Emprendieron llegar á monarquías.
La púrpura engendró las tiranías,
Nació la guerra en manos de la muerte,
Los campos dividiéron fuerza ó suerte:
Dispuso la traicion el blanco acero,
Para verter su propia sangre humana;
Y fué la envídia el agresor primero,
Y procedió la ingratitud villana
Del mismo bien, á tantos vicios madre,
Infame hija de tan noble padre.

Bañó la ley la pluma

En pura sangre para tanta suma,
Que excede su papel todas las ciencias:
Tales son las humanas diferencias!
Pero por ser los parrafos primeros,
Y ser los hombres, como libres, fieros,
No siendo obedecidas,

Quitáron las haciendas y vidas

A sus propios hermanos y vecinos,
Y hicieron las venganzas desatinos,
Porque, dormidos los jueces sabios,
Castiga el ofendido sus agravios.

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Robaban las doncellas generosas
Para amigas á titulo de esposas
Traidores á su amigo;

Y todo se quedaba sin castigo :
Que muchos que temiéron,

Por no perder las varas las torciéron;
Y muchos que tomaron

Pensando enderezallas, las quebráron.
O favor de los Reyes!

Del sol reciben rayos las estrellas.
Telas de araña llaman á las leyes:
El pequeño animal se queda en ellas,
Y el fuerte las quebranta.

Ay del Señor que sus vasallos dexa
Al cielo remitir la justa queja!
Viendo pues la divina Verdad santa
La tierra en tal estado,

El rico idolatrado,

El pobre miserable,

A quien ni aun el morir es favorable,
Mientras mas voces dá, ménos oido,
El sabio aborrecido,

Escuchado y premiado el lisongero,
Vencedor el dinero,

José vendido por el propio hermano,
Lástima y burla del estado humano,

Y entre la confusion de tanto estruendo

Demócrito riyendo,

Eráclito llorando,

La muerte no temida,

Y para el sueño de tan breve vida

El hombre edificando,
Ignorando la ley de la partida;

Con presuroso vuelo

Subióse en hombros de sí misma al cielo.

Cancio n.

El triunfo de Amor.

Por la florida orilla

De un claro y manso rio

De salvia y de verbena coronado,

Al tiempo que se humilla

Al planeta mas frio

Con templado calor el sol dorado;

Libre, solo, y armado

De acero, olvido, y nieve,

Pasaba peregrino,

Ya fuera de camino

Del juvenil ardor que el pecho mueve;

Quando al salir Apolo,

Un niño vi venir desnudo y solo.

Rubio el cabello de oro,

Con una cinta preso,

Que los hermosos ojos le cubria,

Y como Alarbe y Moro,

De gravísimo peso

Un carcaz que del cuello le pendia,

Y como quien vivia

De saltear los hombres,.
Un arco puesto á punto:

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