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voz que llegó á sus oidos, que con tristes acentos decia desta manera.

Ay Dios! si será posible, que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura á la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sí será, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. Ay desdichada! y quan mas agradable compañía harán estos riscos y malezas á mi intencion, pues me darán lugar para que con quejas comunique mi desgracia al Cielo, que no la de ningun hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males.

Todas estas razones oyéron y percibieron el Cura y los que con él estaban, y por parecerles, como ello era, que allí junto las decian, se levantáron á buscar el dueño, y no hubiéron andado

veinte

pasos, quando detrás de un peñasco viéron sentado al pié de un fresno á un mozo vestido como labrador, al qual, por tener inclinado el rostro, causa de que se lavaba los pies en el arroyo, que por allí corria, no se le pudiéron ver por entonces y ellos llegaron con tanto silencio, que dél no fuéron sentidos, ni él estaba á otra cosa atento que á lavarse los pies, que eran tales, que no parecian sino dos pedazos de blanco cristal, que entre las otras piedras del arroyo se habian nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos á pisar terrónes ni á andar tras el arado y los bueyes,

Como mostraba el hábito de su dueño; y así, viendo que no habian sido sentidos, el Cura que iba delante hizo señas á los otros dos, que se agazapasen, ó escondiesen detras de unos pedazos de peña que allí habia: así lo hicieron todos, mirando con atencion lo que el mozo hacia, el qual traia puesto un capotillo pardo de dos haldas muy ceñido al cuerpo con una toalla blanca: traia ansimesmo unos calzones y polaynas de paño pardo, y en la cabeza una montera parda: tenia las polaynas levantadas hasta la mitad de la pierna que sin duda alguna de blanco alabastro parecia. Acabóse de lavar los hermosos pies, y luego con un paño de tocar que sacó de baxo de la montera, se los limpió, y al querer quitarsele, alzó el rostro y tuvieron lugar los que mirándole estaban, de ver una hermosura incomparable, tal que Cardenio dixo al Cura con voz baxa: esta, ya que no es Lucinda, no es persona humana, sino divina. El mozo se quitó la montera, y sacudiendo la cabeza á una y á otra parte, se comenzáron á descoger y desparcir unos cabellos que pudieran los del Sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecía labrador, era muger, y delicada, y aun la mas hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habian visto y aun los de Cardenio, sino hubieran mirado y conocido á Lucinda, que despues afirmó, que sola la belleza de Lucinda podia contender con aquella. Los luengos y rubios cabellos, no solo le cubriéron las espaldas, mas toda en torno la escondiéron de

baxo de ellos, que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecia: tales y tantos eran. En esto les sirviéron de peyne unas manos, que si los pies en el agua habian parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve: todo lo qual en mas admiracion y en mas deseo de saber quien era, ponia á los tres que la miraban. Por esto determináron de mostrarse, y al movimiento que hiciéron de ponerse en pié, la hermosa moza alzó la cabeza, y apartándose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, miró los que el ruido hacian: y apenas los hubo visto, quando se levantó en pié, y sin aguardar á calzarse, ni á recoger los cabellos, asió con mucha presteza un bulto como de ropa, que junto á sí tenia, y quiso ponerse en huida llena de turbacion y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos, quando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las. piedras, 'dió consigo en el suelo: lo qual visto por los tres, saliéron á ella, y el Cura fué el primero que le dixo: deteneos, señora, quien quiera que seais, que los que aquí veis, solo tienen intencion de serviros: no hay para que os pongais en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir, ni nosostros consentir. A todo esto ella no respondia palabra, atónita y confusa. Lle

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gáron pues á ella, y asiéndola por la mano el

Cura, prosiguió diciendo: lo que vuestro trage, señora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: señales claras que no deben de ser de poco

momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hábito tan indigno y traídola á tanta sołędad como es esta, en la qual ha sido ventura el hallaros, sino para dar remedio à vuestros males, á lo menos para darles consejo, pues ningun mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al extremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehuya de -no escuchar siquiera el consejo que con buena intencion se le da al que lo padece. Así que, señora mia, ó señor mio, ó lo que vos quisiéredes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado, y contadnos vuestra buena, ó mala suerte, que en nosotros juntos, ó en cada uno, hallaréis quien os ayude á sentir vuestras desgracias. En tanto que el Cura decia estas razones, estaba la disfrazada moza como embelesada, mirándolos á todos sin mover labio, ni decir palabra alguna, bien así como rústico aldeano, que de improviso se le muestran cosas raras y dél jamas vistas; mas volviendo el Cura á decirle otras razones al mesmo efeto encaminadas', dando ella un profundo suspiro, rompió el silencio y dixo: Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en valde seria fingir yo de nuevo ahora lo que si se me creyese, seria mas por cortesía que por otra razon alguna. Presupuesto esto, digo, señores, que os agradezco el ofrecimiento que me habeis hecho, el qual me ha puesto en obligacion de satisfaceros en todo lo que me habeis pedido; puesto que temo,

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que la relacion que os hiciere de mis desdichas, os ha de causar al par de la compasión la pesadumbre; porque no habeis de hallar remedio para remediarlas, ni consuelo para entretenerlas; pera con todo este, porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiéndome ya conocido. por múger, y viéndome moza, sola y en este trage, (cosas todas juntas y cada una por sí, que pueden echar por tierra qualquier honesto crédito) os habré de decir lo que quisiéra callar, si pudiéra, Todo esto dixo sin parar la que tan hermosa muger parecia, con tan suelta lengua, con voz tan suave, que no ménos les admiró su discrecion que su hermosura y tornándole á hacer nuevos ofre cimientos y nuevos ruegos, para que lo prometido. cumplise, ella sin hacerse mas de rogar calzándose con toda honestidad, y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de una piedra, y puestos los tres al rededor della, haciéndose fuerza por detener algunas lágrimas, que á los ojos se le venian, con voz reposada y clara, comenzó la historia de su vida desta manera.

En esta Andalucía hay un lugar de quien toma título un Duque, que le hace uno de los que llaman Grandes de España: este tiene dos hijos, el mayor heredero de su estado, y al parecer de sus buenas costumbres; y el menor no sé yo de que sea heredero, sino de las trayciones de Vellido y de los embustes de Galalon. Deste señor son va sallos mis padres, humildes en linage, pero tan F

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